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Introducción
Introducción
Capítulo 5: La Iglesia: El Contexto de Nuestra Profesión
5. ¿Prometes participar fielmente en el culto y servicio de esta iglesia, someterte en el Señor a su gobierno y acatar su disciplina, aun en el caso de que se te encuentre delincuente en doctrina o vida?
Cristo es la única cabeza de la Iglesia
Desde las primeras páginas del Nuevo Testamento, queda claro que Cristo es la cabeza de su Iglesia (1 Cor. 3:11; 11:3; Ef. 1:20-23; 5:23; Col. 1:18). Como cabeza, Él dirige, gobierna y cuida de su Iglesia desde su trono celestial, demostrando que el centro del gobierno eclesiástico no está en la tierra, sino en el cielo. Esta realidad deja sin fundamento la afirmación del papa de Roma de ser el vicario de Cristo en la tierra. Cada creyente, y por lo tanto, cada miembro y oficial de la iglesia, es responsable ante el Señor Jesucristo, quien reina desde los cielos.
Este principio es crucial porque coloca la autoridad en su debida posición. No somos guiados por instituciones humanas o líderes terrenales con poder absoluto, sino por Cristo mismo. El gobierno de la Iglesia es una extensión del gobierno de Cristo, y en tanto que cada iglesia local sigue sus principios bíblicos, refleja ese gobierno celestial. La autoridad eclesiástica no es una autoridad autónoma o legislativa, sino ministerial, basada únicamente en la Palabra de Dios.
Gobierno Presbiteriano
El gobierno de la Iglesia es una estructura divina revelada en las Escrituras, que refleja tanto la naturaleza orgánica del cuerpo de Cristo como su institucionalidad ordenada. La Iglesia no solo es un organismo vivo, sino también una institución organizada con un gobierno establecido por Dios. Esta estructura es un componente esencial del discipulado cristiano, y su obediencia es tan importante como cualquier otra doctrina que el Señor nos haya dado.
En el Antiguo Testamento, vemos cómo el pueblo de Dios se organizó primero como una familia extensa (Abraham, Isaac y Jacob), luego como tribus, y finalmente como una nación. Esta organización fue crucial para la vida espiritual del pueblo de Israel y sentó las bases para el modelo de gobierno que la Iglesia del Nuevo Testamento adoptaría. La organización de la iglesia cristiana, nacida en Jerusalén, tomó elementos de la sinagoga, y desde Pentecostés se extendió a todas las naciones a medida que los conversos llevaban el evangelio a sus hogares (Hechos 2:41-47).
El gobierno de la Iglesia del Nuevo Testamento tiene profundas raíces en el Antiguo (Éxodo 18:13-27; 1 Cor. 9:13-14). En ese sentido, los apóstoles y profetas, como líderes fundacionales, sirvieron para establecer el canon de las Escrituras del Nuevo Testamento y dar forma a la estructura del nuevo pacto. Aunque los apóstoles fueron líderes temporales, dejaron un modelo para el gobierno de la Iglesia que continúa en la actualidad. Pablo, por ejemplo, dio instrucciones claras a Timoteo y Tito, los evangelistas fundadores de iglesias, sobre cómo organizar la iglesia, designar líderes y mantener el orden (1 Timoteo 3:15).
La Biblia, por tanto, es la constitución fundamental de la Iglesia. Las llamadas “normas subordinadas” (como la Confesión de Fe de Westminster y el Catecismo Mayor y Menor) y los documentos de gobierno, como el Libro de Orden de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa, son resúmenes y aplicaciones de los principios bíblicos. Estos documentos ayudan a guiar a la Iglesia en asuntos de gobierno, disciplina y adoración, pero siempre bajo la autoridad de la Palabra de Dios.
Cristo, como cabeza de la Iglesia, delegó su autoridad ministerial a los apóstoles, quienes recibieron las llaves de la doctrina y la disciplina (Mateo 16:18-19). Sin embargo, la autoridad que Cristo delega no es legislativa, sino ministerial; es decir, la Iglesia no crea leyes, sino que administra las ya reveladas en la Escritura. La labor de los oficios de la Iglesia es aplicar con fidelidad lo que Cristo ha establecido en su Palabra.
Gobierno Presbiteriano: Principios Bíblicos
El término “Presbiteriano” proviene del griego bíblico presbuteros (1 Tim. 5:19), que significa “anciano”. Esto refleja la idea de liderazgo sabio y experimentado, quienes guían al pueblo de Dios. Por otro lado, episkopos, traducido a menudo como “supervisor” u “obispo” (1 Tim. 3:1), es un término sinónimo que se refiere a la misma función de gobierno dentro de la Iglesia (Hechos 20:17-28). A diferencia de las iglesias episcopales, donde se hace una distinción entre obispos y ancianos, el gobierno presbiteriano sostiene que ambos términos designan el mismo oficio.
El gobierno presbiteriano se basa en el principio bíblico de liderazgo por ancianos y la conexión de iglesias locales dentro de una región. Esta estructura está bien representada en las iglesias establecidas por Pablo (Hechos 14:23; Filipenses 1:1), donde había una pluralidad de ancianos que gobernaban las congregaciones. Además, el modelo de conexión regional se observa en el Concilio de Jerusalén (Hechos 15), donde se resolvieron cuestiones doctrinales que afectaban a todas las iglesias.
En el gobierno presbiteriano, las congregaciones locales están gobernadas por una pluralidad de ancianos, lo que evita el peligro de una concentración excesiva de poder en una sola persona, promoviendo un gobierno más equilibrado y bíblico. Estos ancianos, junto con los ministros de la Palabra, constituyen el consistorio, la unidad básica de gobierno en una iglesia local. Además, las iglesias están conectadas a través de presbiterios y sínodos, estructuras que aseguran la rendición de cuentas y el apoyo mutuo entre congregaciones.
Tres Modelos de Gobierno Eclesiástico
A lo largo de la historia de la Iglesia, han existido tres tipos principales de gobierno eclesiástico:
1. Prelaticano (Jerárquico): El poder espiritual reside en prelados individuales, como arzobispos y obispos. Este modelo es característico de la Iglesia Católica Romana, la Iglesia Ortodoxa Oriental, la Iglesia Anglicana, y algunas denominaciones metodistas y luteranas.
2. Congregacional (Independiente): El poder espiritual reside en cada congregación local y sus miembros. Ejemplos de este modelo incluyen iglesias bautistas, congregacionales, pentecostales y carismáticas.
3. Presbiteriano (Conectivo): El poder espiritual reside en los portadores de los oficios, quienes actúan en conjunto a través de diferentes niveles de gobierno. Esto incluye sesiones locales, presbiterios, sínodos y asambleas generales. Las iglesias presbiterianas y las reformadas continentales siguen este modelo.
Conclusión
El gobierno presbiteriano refleja una estructura bíblica equilibrada, donde la Iglesia local es gobernada por una pluralidad de ancianos, y las iglesias están conectadas entre sí por medio de presbiterios y sínodos. Este sistema evita el centralismo de las iglesias jerárquicas y el individualismo de las congregaciones.
Los Oficios: General y Especial
En la Iglesia, todo cristiano participa del oficio general de creyente, por el cual todos somos profetas, sacerdotes y reyes en virtud de nuestra unión con Cristo (Apocalipsis 1:6). Este principio, conocido como el sacerdocio de todos los creyentes, fue uno de los pilares de la Reforma. Sin embargo, esto no significa que todos los creyentes tengan autoridad para gobernar en la casa de Dios, sino que todos están llamados a servir a Dios dentro de sus respectivos dones y capacidades. El sacerdocio apunta al servicio en la obra de Dios, no a la administración del gobierno eclesiástico. La democracia pura en la Iglesia, como sistema de gobierno, conduciría al caos. Por eso, Dios ha establecido supervisores espirituales, subpastores de Cristo, para guiar y dirigir al pueblo de Dios (1 Pedro 5:1-4).
Dentro de la Iglesia, además del oficio general de creyente, existen oficios especiales que Dios ha establecido para el gobierno y la edificación del cuerpo. Estos incluyen a los ministros, ancianos y diáconos, quienes sirven en el ministerio de la Palabra y la obra (Efesios 4:11-16; 1 Corintios 12). Todos los miembros de la iglesia están involucrados en algún aspecto del ministerio, pero no todos tienen la responsabilidad de gobernar.
La Pluralidad de Ancianos y el Ministerio de la Palabra
Una de las bellezas del gobierno presbiteriano es la pluralidad de ancianos, quienes trabajan junto al ministro en la dirección de la iglesia. Este modelo previene tanto la tiranía como el desorden, ya que evita el dominio de un solo hombre sobre la congregación y promueve el servicio compartido entre aquellos a quienes Dios ha llamado para gobernar y enseñar (1 Pedro 5:3; 2 Timoteo 2:24-25; Mateo 20:25-28). La pluralidad de ancianos asegura un liderazgo equilibrado, y garantiza que las decisiones sean tomadas en consejo, bajo la dirección del Espíritu Santo, evitando así los peligros del autoritarismo o el caos.
Este sistema se basa en la enseñanza de las Escrituras, que otorgan a los ancianos la autoridad para gobernar y dirigir el rebaño de Dios (Hechos 20:28; Hebreos 13:7, 17). Aquellos que asumen estos cargos deben ser llamados y calificados por el Gran Pastor de las ovejas, Cristo mismo, y reconocidos como tales por la congregación (Efesios 4:7-11; Hechos 14:23). De esta manera, el gobierno de la iglesia no es una estructura humana impuesta, sino un reflejo de la obra de Cristo a través de sus siervos.
La Disciplina en la Iglesia
Parte esencial del ministerio de los ancianos es el pastoreo del rebaño, lo cual incluye la disciplina en la iglesia. El consistorio, formado por los ancianos gobernantes y el ministro, tiene la responsabilidad de ejercer una disciplina positiva, promoviendo el ministerio de la Palabra y los medios de gracia. A través de la enseñanza bíblica, la predicación y la visita pastoral, el consistorio fomenta la autodisciplina entre los miembros.
Por otro lado, cuando un miembro se desvía en doctrina o conducta, es necesario aplicar la corrección bíblica (2 Timoteo 2:24-25; Gálatas 6:1). Los ancianos deben guiar a la congregación en la disciplina de manera justa y amorosa, según los principios establecidos por Cristo mismo (Mateo 5:23-26; Mateo 18:15-20; 1 Corintios 5:1-5). El objetivo de la disciplina es triple: restaurar al hermano que ha caído, preservar la pureza de la iglesia y mantener el honor de Cristo. Este proceso, correctamente aplicado, refleja el amor pastoral de Cristo por su iglesia.
El respeto a la autoridad del consistorio es esencial para la salud espiritual de la iglesia. La autoridad espiritual de los ancianos y ministros está claramente revelada en las Escrituras (2 Corintios 8:5; 1 Tesalonicenses 5:12; Tito 1:5-7; Hebreos 13:17; 1 Pedro 5:5). Tanto los ministros como los ancianos tienen autoridad espiritual no solo en la iglesia local, sino también en los niveles superiores de gobierno eclesiástico, como el presbiterio, el sínodo y la asamblea general. Estos órganos tienen la responsabilidad de tratar los conflictos en o entre las iglesias, supervisar la formación y ordenación de ministros, y planificar la obra misionera.
Los Oficios Especiales: Ministros, Ancianos y Diáconos
La iglesia cuenta con tres oficios continuos y regulares: ministros, ancianos y diáconos.
1. Ministros de la Palabra: Los ministros son llamados a enseñar y predicar la Palabra de Dios, y a pastorear al rebaño a través de la proclamación fiel del Evangelio (1 Timoteo 3:1-7; Efesios 4:11). Ellos son los encargados principales de la predicación y administración de los sacramentos, aunque trabajan en conjunto con los ancianos en el pastoreo del rebaño.
2. Ancianos Gobernantes: Los ancianos, tanto gobernantes como docentes, pastorean a la iglesia junto con el ministro. Ellos son responsables de la supervisión espiritual de la congregación, velando por la enseñanza, la vida moral y la disciplina en la iglesia (Romanos 12:8; 1 Corintios 12:28). Este modelo asegura un liderazgo compartido y equilibrado.
3. Diáconos: Los diáconos son responsables de atender las necesidades temporales y físicas de la congregación (Hechos 6:1-7; 1 Timoteo 3:8-13). Su ministerio es de servicio, reflejando el amor de Cristo al cuidar a los necesitados y facilitar el bienestar de la iglesia.
Los requisitos para estos oficios están claramente delineados en 1 Timoteo 3, y todos los oficiales deben ser ordenados por la imposición de manos (1 Timoteo 4:14). Este acto representa la transmisión de autoridad de aquellos que ya ocupan el cargo, reconociendo el llamado interno de Dios en aquellos que son llamados a servir. Los ministros son ordenados por el presbiterio, mientras que los ancianos y diáconos son ordenados por el consistorio de la iglesia local. La iglesia también debe reconocer este llamado externo, ya que los oficiales son elegidos por la congregación, en consulta con los oficiales actuales (Hechos 14:23).
Conclusión
El gobierno de la Iglesia no es simplemente una cuestión de organización humana, sino una expresión visible de la autoridad de Cristo sobre su cuerpo. Los oficios generales y especiales, tal como están establecidos en las Escrituras, reflejan la manera en que Cristo cuida y guía a su pueblo. Los ministros, ancianos y diáconos tienen la responsabilidad de pastorear, enseñar y servir, según los principios bíblicos, y la iglesia local está llamada a respetar y someterse a esta autoridad como parte de su discipulado. Este sistema asegura tanto el bienestar espiritual de la congregación como la fidelidad al mandato de Cristo de gobernar su iglesia de manera justa, amorosa y ordenada.
El Gobierno de la Iglesia
Cristo es la Única Cabeza
El fundamento del gobierno de la Iglesia es la afirmación de que solo Cristo es la cabeza de su Iglesia. Las Escrituras lo dejan claro: “Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11). Cristo está entronizado en el cielo, desde donde gobierna su Iglesia, lo que significa que ningún líder terrenal puede reclamar su autoridad suprema. El papa de Roma, por ejemplo, no tiene base bíblica para pretender ser el vicario de Cristo en la tierra. Cada miembro y oficial de la iglesia es, ante todo, responsable ante el Señor Jesucristo, que gobierna soberanamente desde su trono celestial (Efesios 1:20-23; Colosenses 1:18).
Gobierno Presbiteriano
La Iglesia, además de ser un organismo vivo, es también una institución organizada con una estructura bíblica que Dios ha revelado claramente en su Palabra. Como cristianos comprometidos con el discipulado, seguir este modelo no es opcional. Desde el Antiguo Testamento, vemos cómo el pueblo de Dios se organizó progresivamente: primero como una familia patriarcal (Abraham, Isaac y Jacob), luego en tribus y finalmente como una nación. La estructura de la Iglesia en el Nuevo Testamento tiene raíces en la del Antiguo, y continúa el modelo de gobierno espiritual que Dios estableció para su pueblo.
La organización de la Iglesia de Jerusalén, que se extendió a todas las naciones, fue un reflejo del gobierno de las sinagogas que se había desarrollado durante el exilio. La autoridad en la Iglesia del Nuevo Testamento, según las Escrituras, sigue un patrón claro: los apóstoles y profetas, como figuras transitorias, desempeñaron un papel clave en el establecimiento del canon bíblico y la estructura eclesiástica. Posteriormente, se establecieron pastores, ancianos y diáconos para gobernar de manera continua. Las epístolas pastorales de Pablo, como 1 Timoteo y Tito, proporcionan instrucciones específicas sobre cómo debe organizarse la iglesia y los requisitos para los oficiales (1 Timoteo 3:15).
Normas y Oficios en el Gobierno Presbiteriano
La Biblia es la constitución principal de la Iglesia, y los documentos confesionales como la Confesión de Fe de Westminster y los catecismos sirven como normas subordinadas que explican y aplican los principios bíblicos. El gobierno presbiteriano se basa en un liderazgo compartido por una pluralidad de ancianos (presbíteros) y la interconexión de las iglesias locales en una estructura regional, representada por presbiterios y sínodos.
El término “presbiteriano” proviene del griego presbuteros, que significa “anciano”, y destaca la sabiduría y experiencia que estos líderes deben tener para guiar al pueblo de Dios. Contrariamente a sistemas episcopales, donde hay una distinción jerárquica entre obispos y ancianos, el gobierno presbiteriano enseña que ambos términos se refieren a la misma función: supervisores espirituales del rebaño (Hechos 20:17-28).
Los presbiterios, como órganos regionales, tratan asuntos importantes que afectan a todas las iglesias dentro de su jurisdicción, tales como la ordenación de ministros (1 Timoteo 4:14), misiones y disciplina (Hechos 15). En cada iglesia local, debe haber una pluralidad de ancianos, quienes junto con el ministro constituyen el consistorio.
Históricamente, tres tipos principales de gobierno eclesiástico se han desarrollado:
1. Prelaticio (jerárquico): El poder reside en una jerarquía (arzobispos, obispos, etc.). Ejemplos incluyen la Iglesia Católica Romana, Ortodoxa Oriental y la Anglicana.
2. Congregacional (independiente): Cada congregación tiene el poder final, como ocurre en las iglesias bautistas y pentecostales.
3. Presbiteriano (conectivo): El poder está en manos de ancianos que operan en distintas jurisdicciones: consistorios locales, presbiterios y asambleas generales, un modelo seguido por las iglesias presbiterianas y reformadas continentales.
Las Oficinas: General y Especial
Cada creyente en la Iglesia tiene el oficio general de ser profeta, sacerdote y rey, una doctrina central de la Reforma conocida como el sacerdocio de todos los creyentes (Apocalipsis 1:6). Esto no implica que todos gobiernen la iglesia, sino que todos los creyentes están llamados a servir al Señor en sus respectivos roles. El servicio sacerdotal implica un profundo compromiso con el ministerio de la Iglesia, pero no con la administración del gobierno eclesiástico.
Además, Dios ha establecido oficios especiales en la Iglesia, como ministros, ancianos y diáconos, quienes tienen la responsabilidad específica de gobernar, enseñar y servir (Efesios 4:11-16). Los ministros de la Palabra predican y enseñan, mientras que los ancianos gobernantes supervisan y cuidan espiritualmente de la congregación. Los diáconos, por su parte, se encargan de las necesidades temporales del pueblo de Dios.
El modelo de liderazgo por una pluralidad de ancianos asegura un equilibrio en la administración de la iglesia. Protege contra el autoritarismo y evita el caos al asegurar que el gobierno eclesiástico sea ejercido de manera colegiada, bajo la autoridad de Cristo. Los ancianos también son responsables de la disciplina en la iglesia, guiando y corrigiendo a los miembros que se desvían de la doctrina o la conducta bíblica (Mateo 18:15-20; 1 Corintios 5:1-5). Todo esto se hace con el objetivo de preservar la pureza de la iglesia, restaurar al hermano caído y glorificar a Cristo.
En Colombia
La historia del presbiterianismo en Colombia comienza con la llegada del misionero escocés John A. Prat en 1856, enviado por la Iglesia Presbiteriana del Norte de Estados Unidos (PCUSA). Prat estableció una base misionera en Bogotá, y bajo su liderazgo, se fundaron congregaciones y escuelas que promovieron la fe reformada en el país. Durante las primeras décadas, la obra de Prat y otros misioneros sentó las bases de la presencia presbiteriana en Colombia, marcando el inicio del testimonio reformado.
Sin embargo, a principios del siglo XX, la iglesia presbiteriana en Colombia comenzó a experimentar una crisis teológica influenciada por el liberalismo. Esta corriente, que había ganado fuerza en Europa y América del Norte, debilitó el compromiso de la iglesia con las doctrinas históricas del presbiterianismo y la autoridad de las Escrituras. El liberalismo teológico promovía una interpretación más flexible de la Biblia, lo que llevó a un alejamiento de las enseñanzas reformadas clásicas.
Debido a estas influencias, la iglesia presbiteriana en Colombia enfrentó divisiones y una decadencia doctrinal. Esta situación persistió durante gran parte del siglo XX, lo que hizo que el testimonio reformado bíblico se debilitara considerablemente en el país.
A finales del siglo XX y principios del XXI, hubo un nuevo despertar para la iglesia presbiteriana reformada en Colombia, gracias a la intervención de denominaciones internacionales. La Iglesia Presbiteriana Ortodoxa (OPC), una denominación conservadora que había resistido las influencias del liberalismo, llegó a Colombia en el año 2001. Con su ayuda, la OPC ordenó a los primeros dos pastores presbiterianos reformados en la Costa Atlántica, marcando un nuevo comienzo para el presbiterianismo en el país. Desde entonces, la OPC ha sido instrumental en el crecimiento y fortalecimiento de la Iglesia Presbiteriana Reformada en Colombia.
Hoy en día, bajo el liderazgo de la OPC, existen dos iglesias constituidas: una en Bogotá y otra en Barranquilla, así como cuatro iglesias misioneras: en Sincelejo, Pasto, Sapuyes y Tuquerres. Además, el país cuenta con seis pastores activos, comprometidos con la enseñanza de la teología reformada y el avance del evangelio en sus comunidades.
Al mismo tiempo, la Iglesia Presbiteriana en América (PCA) ha apoyado a la Iglesia Reformada Evangélica Presbiteriana de Colombia, trabajando paralelamente para establecer iglesias y fortalecer el movimiento reformado en otras regiones del país. Así, tanto la OPC como la PCA han jugado un papel crucial en la revitalización del presbiterianismo en Colombia, manteniendo firme el testimonio reformado y promoviendo una fiel adherencia a las Escrituras.
Este nuevo capítulo en la historia del presbiterianismo en Colombia refleja no solo el legado de los pioneros como John A. Prat, sino también el compromiso renovado con la verdad bíblica y el gobierno eclesiástico presbiteriano, que sigue floreciendo en medio de los desafíos contemporáneos.
Pertenencia a la Iglesia
La membresía en la iglesia local y visible de Jesucristo es esencial para el verdadero discipulado bíblico. Esta conexión con la iglesia no es opcional, sino un mandato divino para todo creyente que desea vivir en obediencia a Dios. Como la asamblea visible que confiesa el evangelio de Cristo, la iglesia es el lugar donde se nutre, sostiene y guía espiritualmente a los hijos de Dios.
La necesidad de afiliarse
La iglesia visible es la institución ordenada por Dios para custodiar la verdad del evangelio y el único contexto legítimo donde los creyentes pueden hacer una profesión pública de fe. La Escritura enfatiza esta necesidad cuando Pablo insta a “pelear la buena batalla de la fe” y a “hacer buena confesión ante muchos testigos” (1 Tim. 6:12). En el Nuevo Testamento, el concepto de afiliación a la iglesia local es evidente. Los conversos no solo creían en Cristo en privado, sino que eran “añadidos” públicamente a la iglesia visible, como lo evidencia el relato de Pentecostés (Hechos 2:47).
La confesión de fe y la membresía en la iglesia no eran prácticas individuales o aisladas, sino actos públicos que implicaban un compromiso visible con Cristo y su cuerpo. “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Rom. 10:10). Esta confesión siempre ocurría en el contexto de la comunidad, en presencia de otros creyentes. La membresía visible representaba el testimonio externo de la gracia interna.
En muchas culturas modernas, especialmente en la cultura occidental, la línea entre la iglesia y el mundo se ha difuminado. La influencia del voluntariado y la búsqueda del individualismo ha llevado a muchos a cuestionar la importancia de la membresía formal en una iglesia. Sin embargo, esta actitud es contraria al orden y la estructura que Dios ha establecido en su iglesia. El Nuevo Testamento nos muestra que la formalidad y la organización de la iglesia no solo son necesarias, sino que reflejan el orden creado por Dios. La encarnación de Cristo y su resurrección marcan la importancia de estas formas visibles.
La importancia de los registros en la iglesia
Un aspecto clave del cuidado pastoral es el mantenimiento de registros claros de la membresía de la iglesia. Esto no es una simple cuestión administrativa, sino un reflejo del cuidado del Pastor principal, Jesucristo, quien cuida a cada una de sus ovejas. Los registros escritos de los miembros son importantes, como lo demuestra la Biblia, donde las genealogías y los censos detallados eran esenciales para la organización del pueblo de Dios (Números 1:17-19; Nehemías 7:64; Salmo 69:28).
La idea de estar “inscrito en el libro de la vida” es una poderosa metáfora que proviene de un contexto real de registros escritos en el antiguo Israel, donde la ciudadanía y la pertenencia se documentaban cuidadosamente. En Hebreos 12:22-24, se describe a los “primogénitos inscritos en los cielos” como un símbolo del pueblo de Dios, llamado a vivir en comunidad, bajo el cuidado y supervisión de pastores.
En este sentido, el Libro de Disciplina de la iglesia actúa como una herramienta para mantener estos registros, asegurando que cada miembro de la iglesia visible esté bajo la supervisión pastoral adecuada, y que se cuide de su bienestar espiritual. Esto no es meramente una tarea burocrática, sino un acto de amor y obediencia al mandamiento de Cristo de pastorear su rebaño.
Ventajas de la afiliación
La membresía en la iglesia proporciona múltiples beneficios espirituales. La iglesia es el lugar donde los creyentes son nutridos y fortalecidos en su fe. En Hebreos 10:22-25, se nos exhorta a reunirnos regularmente para animarnos unos a otros y para perseverar en nuestra fe. La iglesia local es un espacio de comunión y edificación, donde los creyentes crecen juntos en madurez espiritual.
La Escritura presenta la iglesia como un anticipo del reino eterno. En Salmo 92:13-15, los creyentes son descritos como aquellos que “florecen en los atrios de nuestro Dios”, y en Efesios 4, Pablo nos recuerda que la iglesia es el medio a través del cual los santos son perfeccionados para la obra del ministerio y crecen a la medida de la plenitud de Cristo.
Responsabilidades de la membresía
El quinto voto de membresía es una promesa solemne de participar fielmente en el culto y servicio de la iglesia. Con los beneficios de la membresía vienen también responsabilidades y deberes. En una cultura consumista, donde las personas buscan satisfacer sus propias necesidades, la iglesia nos enseña a negarnos a nosotros mismos y a servir a Dios y a nuestros hermanos en Cristo.
Los miembros están llamados a asistir fielmente a las reuniones de la iglesia, a vivir de acuerdo con las Escrituras en cada aspecto de sus vidas, a orar por la iglesia y su misión, y a utilizar sus dones para el crecimiento del cuerpo de Cristo (1 Cor. 12:4-11). También tienen el deber de sostener financieramente el ministerio de la iglesia, mediante el diezmo y ofrendas.
Procedimiento para la membresía
Para convertirse en miembro de la iglesia, es necesario hacer una profesión pública de fe. El pastor de la iglesia se reunirá con aquellos interesados en la membresía para repasar las preguntas de la profesión pública de fe. Luego, el candidato comparecerá ante los ancianos de la iglesia, quienes escucharán su testimonio de cómo llegó a conocer a Cristo como su Señor y Salvador. No se espera que los candidatos sean teólogos, sino que hagan una sincera confesión de su fe en Cristo.
Tras hacer una buena profesión de fe ante los ancianos, el nuevo miembro tomará los votos de membresía durante un servicio de adoración pública, declarando su compromiso con Cristo y su iglesia.
Conclusión
La membresía en la iglesia no es un mero formalismo, sino un acto esencial de obediencia y discipulado. Al ser parte de la iglesia visible, cada creyente está bajo el cuidado pastoral, es nutrido espiritualmente, y se le ofrece un espacio donde puede crecer y servir en comunión con otros. La iglesia es el cuerpo visible de Cristo, donde los miembros se edifican mutuamente, perseveran en la fe y glorifican a Dios juntos.