Cristo. Piedra de ayuda y tropiezo
Propósito. Encontrar las piedraz de tropiezo en nuestras vidas, la que estorban entre el ministerio que Dios nos da y un fiel y buen servicio al Señor.
Preguntas de orientación
Introducción
La historia de Eben Ezer
Cristo como piedra angular
Conclusión
¿Por cuánto tiempo hemos hablado de reforma? ¿Cuánto hemos dicho y hecho por ella en general, y cuán profunda y devotamente nos hemos juramentado por ella? Y, después de todo esto, ¡Cuán vergonzosamente la hemos descuidado hasta el día de hoy! Nos conducimos como si no hubiéramos considerado o sabido nada de esa reforma a la que nos comprometimos. Así como hay hombres carnales que dicen ser cristianos, y profesan con confianza que creen en Cristo y aceptan su salvación, que pueden contender por Cristo y luchar por Él, y, aun así, no tienen nada de Él sino que perecerán por rechazarle; así como estas personas poco soñaban que en realidad estaban negando a Cristo porque no entendían lo que es su salvación y como se lleva a cabo, así como soñaban con una salvación sin dejar de agradar a la carne y sin negarse a sí mismos y renunciar al mundo, una salvación sin separarse de sus pecados y sin santidad o ningún esfuerzo por su parte en sometimiento a Cristo y al Espíritu, de esa misma manera demasiados ministros y personas hablan, escriben, oran, luchan y anhelan la reforma. Y poco podrían imaginarse que, sin importar todo esto, sus mismos corazones estaban en contra de la reforma y que, ellos que oraban por la misma, que ayunaban por ella, y que vadeaban a través de sangre por ella, nunca la aceptarían, sino que la rechazarían y tratarían de destruirla. Y, sin embargo, así es y ha sido claramente probado. ¿De dónde proviene este extraño engaño del corazón, y el que buenos hombres no se conozcan bien a sí mismos? El por qué es un caso claro; pensaron en una reforma que fuera dada por Dios, no en una que habría de ser realizada por ellos mismos. Consideraron la bendición, pero nunca pensaron en los medios para cumplirla, sino que esperaban que todas las cosas debieran ser reparadas sin ellos, que el Espíritu Santo debiera descender de nuevo milagrosamente, que cada sermón debería convertir a sus miles, que algún ángel del cielo o algún Elías hubiera de ser enviado a restaurar todas las cosas, o que la ley del parlamento y la espada del magistrado debiera convertir o restringir a todos, llevando a cabo la obra. Poco pensaban en una reforma que debiera llevarse a cabo por su propia diligencia y labor incansable, por medio de una predicación y enseñanza bíblica fervorosa, por medio de instrucción personal, de tener cuidado de todo el rebaño, sin importar los dolores o reproches que pudieran costarles. No pensaron en que una reforma completa multiplicaría su trabajo; sin embargo, todos nosotros tuvimos también pensamientos carnales creyendo que, cuando tuviéramos a los hombres impíos a nuestra merced, todo estaría hecho, y vencerlos sería convertirlos, como si así pudiéramos asustarlos para entrar en el cielo. No obstante, el asunto es bien distinto, y si hubiéramos sabido cómo se debe conseguir la reforma, quizás algunos habrían sido más fríos a la hora de buscarla. Sé que los trabajos futuros parecen poca cosa desde la distancia, cuando lo único que hacemos es escuchar y hablar de ellos. Pero, cuando se acercan y hemos de poner nuestras manos a la obra, cuando tenemos que ponernos la armadura y cargar a través de las dificultades más espesas y contrarias, entonces la fortaleza y sinceridad del corazón es puesta a prueba, y se deja ver lo que se prometió y se propuso antes.
Para muchos de nosotros, la reforma es como el Mesías era para los judíos. Antes de que llegara, lo buscaban y lo anhelaban. Se jactaban de Él y se regocijaban en su esperanza. Pero cuando llegó, no podían soportarlo, sino que lo aborrecían y no creían que fuera Él. Por eso lo persiguieron y lo mataron, para confusión y maldición del cuerpo principal de la nación. “Vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Jehová ofrenda en justicia” (Malaquías 3:1–3). Y la razón fue porque era otro tipo de Cristo distinto al que los judíos estaban esperando. Estaban esperando uno que les trajera riquezas y libertad, y hasta el día de hoy profesan que nunca creerán en ninguno que no sea así. Del mismo modo sucede con muchos acerca de la reforma. Esperaban una reforma que les trajera más riqueza y honor del pueblo, que les diera poder para forzar a los hombres a hacer lo que quisieran, y lo que ven ahora es una reforma que los obliga a ser más condescendientes y pasar más molestias de las que tenían antes. Pensaban en tener bajo sus pies a los que se oponían a la piedad, pero ahora ven que tienen que acercarse a ellos con humildes súplicas, poner las manos bajo sus pies si esto les hiciera algún bien, y rogar mansamente a aquellos que querían acabar con sus vidas, convirtiendo en su tarea diaria el ganarlos por medio de la amabilidad y del amor. ¡Oh, cuantas expectativas carnales se ven truncadas!