HECHOS 12

Sermon  •  Submitted   •  Presented
0 ratings
· 496 views
Notes
Transcript
DIOS VE NUESTRAS PRUEBAS Y OYE NUESTRAS ORACIONES
Hechos 12
¡Imagínate despertar a un milagro y que tu reloj despertador sea un ángel!
Eso fue lo que le sucedió a Pedro cuando estaba en la cárcel por tercera vez, y esperaba juicio y la muerte segura. Años más tarde, cuando escribió su primera epístola, Pedro tal vez haya tenido en mente esta experiencia milagrosa cuando citó el Salmo 34:15–16: “Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal” (1 Pedro 3:12).
Esa cita por cierto es un sumario de lo que Dios hizo por Pedro, y nos revela tres maravillosas certezas para animarnos en los días difíciles de la vida.
Dios ve nuestras pruebas (Hechos 12:1–4)
“Porque los ojos del Señor están sobre los justos” (1 Pedro 3:12a).
Dios vigilaba y observaba lo que Herodes Agripa I estaba haciendo a su pueblo. Este hombre perverso era nieto de Herodes el grande, el que ordenó el asesinato de los niños de Belén, y también era sobrino de Herodes Antipas, quien había hecho decapitar a Juan el Bautista.
Familia asesina, los Herodes se ganaron el menosprecio de los judíos, a quienes les disgustaba ser gobernados por los edomitas. Por supuesto, Herodes sabía esto; así que persiguió a la iglesia para convencer a los judíos de su lealtad a las tradiciones de los padres.
Ahora que los gentiles eran abiertamente parte de la iglesia, el plan de Herodes era aún más atractivo a los judíos nacionalistas quienes despreciaban a los paganos.
Herodes había hecho apresar a varios creyentes, entre ellos Jacobo, hermano de Juan, a quien decapitó. Así Jacobo llegó a ser el primer apóstol que murió como mártir.
Cuando uno medita en su muerte a la luz de Mateo 20:20–28, cobra un significado especial. Jacobo y Juan, junto con su madre, habían pedido tronos, pero Jesús dijo bien claro que no podía haber gloria sin sufrimiento. “¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?” les preguntó (Mateo 20:22). Su respuesta audaz fue: “Podemos”.
Por supuesto, no sabían lo que estaban diciendo, pero a la larga descubrieron el alto costo de ganar un trono de gloria: Jacobo fue apresado y lo mataron, y Juan fue a parar al exilio en la isla de Patmos, preso de Roma (Apocalipsis 1:9).
En verdad bebieron de la copa y participaron del bautismo del sufrimiento que el Señor había atravesado.
Si les agradó a los judíos que Jacobo haya muerto, ¡imagínate cuánto se habrían deleitado si lograban que mataran a Pedro! Dios le permitió a Herodes que apresara a Pedro y lo pusiera bajo fuerte guardia en la cárcel.
Dieciséis soldados, cuatro por cada turno, hacían guardia sobre el apóstol, con dos soldados encadenados al prisionero y dos que vigilaban las puertas. Después de todo, la última vez que Pedro fue apresado, misteriosamente salió de la cárcel, y Herodes no estaba dispuesto a permitir que eso sucediera de nuevo.
¿Por qué se permitió que Jacobo muriera en tanto que Pedro fue rescatado? Después de todo, ambos eran siervos dedicados de Dios, y la iglesia los necesitaba. La única respuesta es la voluntad soberana de Dios, exactamente lo que Pedro y la iglesia habían pedido en oración después de su segunda experiencia de persecución (Hechos 4:24–30).
Herodes había extendido su mano para destruir a la iglesia, pero Dios extendería su mano para realizar señales y maravillas y glorificar a su Hijo (Hechos 4:28–30).
Dios permitió que Herodes matara a Jacobo, pero le impidió hacerle daño a Pedro. Fue el trono del cielo el que estaba en control, y no el de la tierra.
Se debe notar que la iglesia de Jerusalén no reemplazó a Jacobo como había reemplazado a Judas (Hechos 1:15–26).
En tanto que el evangelio iba “al judío primeramente”, era necesario tener el complemento total de los doce apóstoles para testificar a las doce tribus de Israel.
El apedreamiento de Esteban dio fin a ese testimonio especial a Israel, así que el número oficial de testigos ya no era importante.
Es bueno saber que, no importa cuán difíciles sean las pruebas o desalentadoras las noticias, Dios sigue en el trono y tiene todo bajo control.
No siempre entendemos sus caminos, pero sí sabemos que su voluntad soberana es lo mejor.
Dios oye nuestras oraciones (Hechos 12:5–17)
“Y sus oídos atentos a sus oraciones” (1 Pedro 3:12b).
La frase “pero la iglesia hacía sin cesar oración” es el momento decisivo de la historia. ¡Nunca debemos subestimar el poder de una iglesia que ora!
“El ángel sacó a Pedro de la cárcel”, decía el predicador puritano Tomás Watson, “pero fue la oración la que trajo al ángel”.
Pedro durmiendo (vs. 5–6).
Si estuvieras encadenado a dos soldados romanos y enfrentando la posibilidad de ser ejecutado al día siguiente, ¿estarías durmiendo profundamente? Probablemente no; pero Pedro sí.
Es más, Pedro estaba tan profundamente dormido que el ángel tuvo que tocarlo en el costado para despertarlo (v. 7).
El hecho de que Pedro había estado preso dos veces antes no es lo que daba calma a su corazón. De hecho, esta experiencia de prisión fue diferente de las otras dos. Esta vez estaba solo, y la liberación no vino de inmediato.
Las otras dos veces pudo testificar; pero esta vez no se presentó ninguna oportunidad especial para testificar. Los dos arrestos previos de Pedro habían tenido lugar después de grandes victorias, pero éste siguió a la muerte de Jacobo, su querido amigo y colega.
Era totalmente nueva la situación.
¿Qué le dio a Pedro tal confianza y paz? Para empezar, muchos creyentes estaban orando por él (Hechos 12:12), y siguieron haciéndolo día y noche por una semana; y esto ayudó a darle paz (Filipenses 4:6–7).
La oración tiene su manera de recordarnos las promesas de la Palabra de Dios, tales como: “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; Porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado” (Salmo 4:8); o: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10).
Pero la razón principal de la paz de Pedro era el conocimiento de que Herodes no podía matarlo. Jesús le había prometido que viviría hasta la vejez y acabaría su vida crucificado en una cruz romana (Juan 21:18–19).
Pedro simplemente se aferró a esa promesa y le entregó al Señor toda la situación, y Dios le dio paz y sosiego. No sabía cómo o cuándo Dios lo liberaría, pero sí sabía que la liberación vendría.
Pedro obedeciendo (vs. 7–11).
De nuevo contemplamos el ministerio de los ángeles (Hechos 5:19; 8:26; 10:3, 7) y se nos recuerda que los ángeles cuidan a los hijos de Dios (Salmo 34:7).
El ángel trajo luz y libertad a la celda de la prisión, pero los guardias no tuvieron ni idea de que algo estaba sucediendo. Sin embargo, para que Pedro quedara en libertad, tenía que obedecer lo que el ángel le ordenaba.
Probablemente pensaba que era un sueño o una visión, pero se levantó y siguió al ángel saliendo de la prisión y a la calle. Sólo entonces volvió en sí y se dio cuenta de que había sido parte de otro milagro.
El ángel ordenó a Pedro que se ciñera los vestidos con su cinto, y que se pusiera sus sandalias. Estas ciertamente eran tareas ordinarias que hacer ¡mientras un milagro estaba teniendo lugar!
Dios a menudo junta lo milagroso con lo ordinario simplemente para animarnos a mantener las cosas en balance.
Jesús multiplicó los panes y pescados, pero después les ordenó a sus discípulos que recogieran las sobras. Resucitó a la hija de Jairo de los muertos, y luego dijo a sus padres que le dieran algo de comer. Incluso en los milagros Dios siempre es práctico.
Solo Dios puede hacer lo extraordinario, pero su pueblo debe hacer lo ordinario. Jesús resucitó a Lázaro de los muertos, pero los hombres tuvieron que quitar la piedra de la tumba.
El mismo ángel que quitó las cadenas de las manos de Pedro podía haberle puesto los zapatos, pero le dijo a Pedro que lo hiciera. Dios nunca desperdicia milagros.
Pedro tuvo que inclinarse antes de poder andar. Es una buena lección en humildad y obediencia. Es más, desde esa noche y en adelante, cada vez que Pedro se pusiera sus zapatos, debe de haberle hecho recordar el milagro de la prisión y haberle animado a confiar en el Señor.
Esta liberación tuvo lugar en la temporada de la Pascua, el tiempo del año cuando los judíos celebraban su éxodo de Egipto. La palabra “librado” en Hechos 12:11 es la misma palabra que Esteban usó cuando habló del éxodo judío (Hechos 7:34).
Pedro experimentó una nueva clase de éxodo en respuesta a las oraciones del pueblo de Dios.
Pedro llamando (vs. 12–16).
Al seguir Pedro al ángel, Dios abrió el camino; y cuando Pedro estuvo libre, el ángel desapareció. Su tarea estaba terminada y ahora le correspondía a Pedro confiar en el Señor y usar su sentido común para dar el próximo paso.
Siendo que fueron las oraciones del pueblo de Dios que habían ayudado a ponerlo en libertad, Pedro decidió que el mejor lugar para él sería esa reunión de oración en la casa de María.
Es más, quería darles las buenas noticias de como Dios había contestado sus oraciones. Así que Pedro se dirigió a la casa de María, madre de Juan Marcos.
Cuando uno recuerda que (a) muchas personas estaban orando, (b) estaban orando fervientemente, (c) habían orado noche y día tal vez por una semana, y (d) que sus oraciones se centraban específicamente en la liberación de Pedro, entonces la escena que se describe aquí es casi cómica.
La respuesta a sus oraciones está a la puerta, pero ellos no tienen la fe suficiente como para abrir la puerta y permitirle entrar.
Dios pudo sacar a Pedro de una prisión, ¡pero Pedro no podía lograr que lo admitieran en una reunión de oración! 🙈 😁 😂
Por supuesto, el llamado a la puerta bien pudiera haber sido de los soldados de Herodes, que venían a apresar a más creyentes. Exigió valentía para que la sirvienta Rode (rosa) fuera a la puerta; ¡pero imagínate su sorpresa cuando reconoció la voz de Pedro!
¡Quedó tan perpleja que se olvidó de abrirle la puerta! El pobre de Pedro tuvo que seguir tocando y llamando hasta que los creyentes que estaban en la reunión de oración decidieran qué hacer.
Mientras más estaba él afuera, más peligrosa se volvía su situación.
La exclamación: “¡Es su ángel!” (Hechos 12:15) revela su creencia en ángeles de la guarda (Mateo 18:10; Hebreos 1:14). Por supuesto, la pregunta lógica es: “¿Por qué tocaría a la puerta un ángel?” Todo lo que tenía que hacer era simplemente entrar. Tristemente, la buena teología más la incredulidad a menudo lleva al temor y la confusión.
Debemos reconocer que aun en las reuniones de oración más fervientes, a veces existe un espíritu de duda e incredulidad. Somos como el padre que exclamó a Jesús: “Creo; ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:24).
Esos creyentes de Jerusalén creyeron que Dios sí podía contestar sus oraciones, así que siguieron orando día y noche. Pero, cuando la respuesta llegó a la puerta, rehusaron creerlo. Dios en su misericordia honra aun la fe más débil, pero cuánto más haría si solamente confiáramos en él.
Nota los pronombres implícitos en plural en Hechos 12:16: “[ellos]… abrieron la puerta, [ellos]… le vieron y [ellos]… se quedaron atónitos”.
Da la impresión de que, por razones de seguridad, decidieron abrir la puerta juntos y enfrentar juntos lo que estuviera al otro lado.
Rode pudiera haberlo hecho por sí misma, pero ella estaba abrumada por la alegría. Es digno de elogio que una criada de baja categoría reconociera la voz de Pedro y se alegrara de que él estuviera libre.
Rode de seguro era una creyente que conocía a Pedro como amigo.
Pedro testificando (v. 17).
Evidentemente todos empezaron a hablar al mismo tiempo y Pedro tuvo que pedirles que se callaran. Rápidamente les relató el milagro de su liberación y sin duda les agradeció por su ayuda en oración.
Les dijo que avisaran a Jacobo, el medio hermano del Señor, quien era el líder de la asamblea de Jerusalén (Mateo 13:55; Hechos 15:13 en adelante; Gálatas 1:19). Jacobo también fue el autor de la Epístola de Santiago.
A dónde fue Pedro cuando salió de la reunión, nadie lo sabe hasta hoy. Ciertamente fue un secreto bien guardado. Excepto por una breve aparición en Hechos 15, Pedro desaparece de las páginas del libro de Hechos para dar lugar a Pablo y el relato de su ministerio entre los gentiles.
Primera a los Corintios 9:5 nos dice que en su proclamación del evangelio Pedro viajaba con su esposa, y 1 Corintios 1:12 sugiere que visitó Corinto y muy probablemente Roma.
Antes de dejar esta sección será útil considerar cómo los creyentes pueden orar mejor por los que están presos; porque incluso hoy hay muchos en la cárcel sólo porque son creyentes.
“Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos” ordena Hebreos 13:3. En otras palabras, ora por ellos como quisieras que ellos oraran por ti si la situación fuera a la inversa.
Debemos orar pidiendo que Dios les dé gracia para soportar el sufrimiento de modo que den un testimonio triunfante para el Señor.
Debemos pedir que el Espíritu les ministre la Palabra y la traiga a su memoria. Es correcto pedir que Dios proteja a los suyos y que les dé sabiduría conforme ellos tratan día tras día con un enemigo difícil. Debemos pedir a Dios que, si es su voluntad, los libre de su esclavitud y sufrimiento y los vuelva a unir con sus seres queridos.
Dios ve nuestras pruebas, oye nuestras oraciones, pero tambien….
Dios se encarga de nuestros enemigos
(Hechos 12:18–25)
“Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal” (1 Pedro 3:12c).
Si el relato terminara con la salida de Pedro de la prisión, nos hallaríamos preguntando: “¿Qué les sucedió a los guardias de la prisión y a Herodes?”
No sabemos a qué hora libró el ángel a Pedro, pero cuando el siguiente pelotón de cuatro llegó a la celda, ¡imagínate su consternación cuando descubrieron que los guardias estaban allí pero el prisionero se había esfumado!
Si la nueva guardia despertó a la anterior, fue por cierto un rudo despertar para ellos. Si la guardia anterior ya estaba despierta y alerta, deben haber tenido mucha dificultad para explicar la situación a la nueva guardia.
¿Cómo podía un prisionero encadenado escapar cuando había cuatro guardias presentes y las puertas estaban con llave?
Si un guardia permitía que un prisionero escapara, la ley romana exigía que él recibiera el mismo castigo que el prisionero habría recibido, aunque fuera la muerte (ve Hechos 16:27 y 27:42).
Esta ley no se aplicaba estrictamente en la jurisdicción de Herodes, así que el rey no estaba obligado a matar a los guardias; pero, siendo Herodes un Herodes, lo hizo de todas maneras.
En lugar de matar a un solo hombre para complacer a los judíos, mató a cuatro, y tal vez esperaba que eso les complaciera más.
“El justo es librado de la tribulación; mas el impío entra en lugar suyo” (Proverbios 11:8).
Esta verdad queda ilustrada en la muerte de Herodes. Aunque Dios no siempre aplica la retribución así de inmediato, podemos estar seguros de que el Juez de toda la tierra hará lo que es correcto (Génesis 18:25; Apocalipsis 6:9–11).
Los pobladores de Tiro y Sidón, quienes dependían de los judíos para sus alimentos (ve Esdras 3:7), de alguna manera habían disgustado al rey Herodes y estaban en peligro de perder su ayuda.
De manera puramente política sobornaron a Blasto, quien estaba a cargo del dormitorio privado del rey, y por consiguiente era un funcionario de confianza; y él a su vez convenció al rey que recibiera a la delegación.
Fue una oportunidad para que el arrogante rey exhibiera su autoridad y gloria, y que los delegados le complacieran a él con sus lisonjas.
El historiador judío Josefo dijo que esta escena tuvo lugar durante un festival en honor a Claudio César, y que el rey vestía un hermoso ropaje de plata en honor a la ocasión.
No sabemos lo que Herodes dijo en su discurso, pero sí sabemos por qué lo dijo: quería impresionar al pueblo. ¡Y lo logró! Ellos le siguieron la corriente a su ego herodiano y dijeron que era un dios, y él disfrutó de cada instante.
Pero no dio la gloria al Señor, así que toda esa escena no era otra cosa que idolatría. “Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria” (Isaías 42:8 y ve 48:11).
En lugar de que Herodes matara a Pedro, ¡fue el Dios de Pedro quien mató a Herodes!
Tal vez el mismo ángel que libró a Pedro también hirió al rey. Herodes contrajo alguna dolencia en los intestinos y murió cinco días más tarde, según Josefo. Era el año 44 d. de C.
Este evento es más que un pequeño episodio de la historia antigua, porque tipifica el mundo y sus pobladores hoy.
A los ciudadanos de Tiro y Sidón les preocupaba sólo una cosa: recibir suficiente comida para llenar los estómagos. Por cierto, la comida es esencial para la vida, pero cuando estamos dispuestos a pagar cualquier precio para conseguirla, estamos haciendo mal.
Al lisonjear al rey y llamarle dios, la delegación sabía que podía conseguir lo que quería.
Es fácil ver en el rey Herodes una ilustración del futuro “hombre de pecado” que un día gobernará el mundo y perseguirá al pueblo de Dios (2 Tesalonicenses 2; Apocalipsis 13).
Este “hombre de pecado” (o Anticristo) se hará llamar dios y exigirá que todo el mundo le adore; pero Jesucristo volverá y lo castigará junto con todos los que le siguen (Apocalipsis 19:11–21).
El mundo todavía vive para el elogio y el placer. El hombre se ha convertido en su propio dios (Romanos 1:25).
El mundo todavía vive para lo físico y no toma en cuenta lo espiritual (ve 1 Juan 2:15–17). Vive por el poder y la lisonja en lugar de por la fe y la verdad, y un día será juzgado.
La iglesia de hoy, como Israel de la antigüedad, sufre debido a personas como Herodes que usan su autoridad para oponerse a la verdad.
Empezando con el faraón de Egipto, el pueblo de Dios a menudo ha sufrido bajo gobernantes y gobiernos déspotas, pero Dios siempre ha preservado su testimonio en el mundo.
Dios no siempre castiga a los funcionarios malos como castigó a Herodes, pero siempre vigila a su pueblo y cuida de que no sufran y mueran en vano. Nuestra libertad de hoy fue comprada por su esclavitud.
La iglesia primitiva no tenía peso político ni amigos en altas posiciones para hacer uso de su influencia a su favor. En lugar de eso acudieron al trono más alto de todos, el trono de la gracia.
Eran personas que oraban, porque sabían que Dios podía resolver sus problemas. El trono glorioso de Dios era mayor que el trono de Herodes, y el ejército celestial de Dios siempre podía más que los débiles soldados de Herodes.
Los creyentes no necesitaban sobornar a nadie en la corte. Simplemente llevaron su caso a la corte más alta y lo dejaron con el Señor.
Y ¿cuál fue el resultado? “Pero la palabra del Señor crecía y se multiplicaba” (Hechos 12:24).
Este es otro de los sumarios de Lucas, o informes de progreso, que empezó en Hechos 6:7 (ve 9:31; 16:5; 19:20; 28:31).
Lucas logra el propósito de su libro y nos muestra cómo la iglesia se esparció por el mundo romano desde sus diminutos principios en Jerusalén. ¡Qué estímulo para nosotros hoy!
Al principio de Hechos 12, parece que Herodes está en control y que la iglesia está perdiendo la batalla. Pero al fin del capítulo Herodes está muerto y la iglesia completamente viva ¡está creciendo rápidamente!
¿El secreto? ¡Una iglesia que ora!
Dios obra cuando las iglesias oran, y Satanás todavía tiembla “cuando ve al santo más débil de rodillas”.
OREMOS
Related Media
See more
Related Sermons
See more
Earn an accredited degree from Redemption Seminary with Logos.