Feliz Navidad
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Introducción
Introducción
Desde niño, siempre me han encantado las obras de teatro y hace unas semanas, al iniciar diciembre, me detuve a ver dos puestas en escena sobre la Navidad. En ambas, se repetía una frase: hay que recuperar el “espíritu de la Navidad”. Según estas obras, el espíritu navideño tenía que ver con alegría, luces, regalos y un ambiente festivo. Sin embargo, luego de ver estas obras me puse a pensar:
¿Qué pasa con aquellos que están enfrentando momentos difíciles en esta época? Familias con seres queridos en el hospital, o aquellos que están de duelo por la pérdida de alguien amado. Para ellos, las luces y los regalos pueden parecer vacíos, incluso sin sentido.
¿Es este acaso, el espíritu de la Navidad?
En Lucas 1:57-80, la historia de Zacarías, Elizabeth y el nacimiento de Juan el Bautista nos ofrece una perspectiva completamente diferente. Este pasaje nos lleva a un espíritu navideño que trasciende las circunstancias: un gozo y una esperanza que surgen al contemplar y adorar a Dios. Este es un espíritu que podemos cultivar sin importar lo que enfrentemos en la vida.
Esta mañana descubriremos que el verdadero gozo y la esperanza de la Navidad no se encuentran en luces que se apagan o tradiciones que pasan, sino en la fidelidad de Dios, en el cumplimiento de Sus promesas, y en la luz de Cristo que ha venido a iluminar nuestras vidas para siempre
No importan nuestras circunstancias: para el creyente, la Navidad es feliz porque tenemos un Dios fiel que merece toda nuestra alabanza. Él se ha dado a conocer a nosotros en Cristo, y eso transforma todo. Así que, con corazones llenos de gratitud, vamos juntos a leer la palabra de Dios.
Cuando a Elisabet se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, dio a luz un hijo. Y sus vecinos y parientes oyeron que el Señor había demostrado Su gran misericordia hacia ella, y se regocijaban con ella. Al octavo día vinieron para circuncidar al niño, y lo iban a llamar Zacarías según el nombre de su padre. «No, sino que se llamará Juan», respondió la madre. Y le dijeron: «No hay nadie en tu familia que tenga ese nombre» Entonces preguntaban por señas al padre, cómo lo quería llamar. Él pidió una tablilla y escribió lo siguiente: «Su nombre es Juan». Y todos se maravillaron. Al instante le fue abierta su boca y suelta su lengua, y comenzó a hablar dando alabanza a Dios. Y vino temor sobre todos los que vivían a su alrededor; y todas estas cosas se comentaban en toda la región montañosa de Judea. Todos los que las oían las guardaban en su corazón, diciendo: «¿Qué, pues, llegará a ser este niño?». Porque la mano del Señor ciertamente estaba con él. Su padre Zacarías fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó diciendo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, Porque nos ha visitado y ha traído redención para Su pueblo, Y nos ha levantado un cuerno de salvación En la casa de David Su siervo, Tal como lo anunció por boca de Sus santos profetas desde los tiempos antiguos, Salvación de nuestros enemigos Y de la mano de todos los que nos aborrecen; Para mostrar misericordia a nuestros padres, Y para recordar Su santo pacto, El juramento que hizo a nuestro padre Abraham: Concedernos que, librados de la mano de nuestros enemigos, Le sirvamos sin temor, En santidad y justicia delante de Él, todos nuestros días. “Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo; Porque irás delante del Señor para preparar Sus caminos; Para dar a Su pueblo el conocimiento de la salvación Por el perdón de sus pecados, Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, Con que la Aurora nos visitará desde lo alto, Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, Para guiar nuestros pies en el camino de paz». Y el niño crecía y se fortalecía en espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que apareció en público a Israel.
Lo que acabamos de leer no es simplemente el nacimiento de un niño, sino el cumplimiento perfecto de todas las promesas de Dios a Su pueblo. Es la gloriosa manifestación de Su fidelidad al pacto de gracia. Veamos juntos cómo esta fidelidad transforma el gozo de una familia en una esperanza eterna para todos nosotros:
1. El gozo en la fidelidad de Dios (Lucas 1:57-66)
1. El gozo en la fidelidad de Dios (Lucas 1:57-66)
Nuestro texto inicia con estas palabras “Cuando a Elisabet se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, dio a luz un hijo” (v. 57).
Aquí vemos cómo las palabras del ángel Gabriel a Zacarías se cumplen con precisión divina (Lucas 1:13). Contra todo pronóstico, el niño nació.
Cualquier padre o madre conoce esa tensión en el embarazo: la fragilidad de la vida, los riesgos constantes. Ahora imagina el caso de Elisabet, una mujer de edad avanzada, en una categoría de altísimo riesgo. Pero lo que parecía imposible para los hombres, Dios lo hizo realidad.
Con este nacimiento, no solo se cumplió una promesa personal para una pareja de ancianos, sino que Dios también estaba cumpliendo Sus promesas redentoras desde el Antiguo Testamento. El nacimiento de Juan, el precursor del Mesías, no es un evento aislado; es parte del gran plan de redención de Dios. Por esta razón, los vecinos y parientes, al presenciar este milagro, reconocieron que el Señor había demostrado Su gran misericordia. No fue casualidad que vieran este nacimiento como una obra de la gracia soberana de Dios.
La palabra griega ‘misericordia’ (eleos) del Vs.58 evoca la compasión de Dios hacia Su pueblo, una compasión manifestada repetidamente a lo largo de la historia de Israel. Ahora, esa misericordia encuentra una nueva y poderosa expresión en el nacimiento de Juan, el precursor del Mesías.
Recordemos que desde Génesis 3:15, Dios prometió un Redentor que aplastaría la cabeza de la serpiente, una promesa que marcó el inicio del plan redentor para la humanidad caída. A lo largo de los siglos, mediante profetas como Isaías y Malaquías, Dios reafirmó Su compromiso de enviar al Mesías. Isaías habló de una voz que clamaría en el desierto, preparando el camino del Señor (Isaías 40:3), mientras que Malaquías anunció a un mensajero que iría delante del Señor, en el espíritu y poder de Elías (Malaquías 3:1; 4:5-6
El nacimiento de Juan el Bautista no es un evento aislado, sino una pieza clave en este gran rompecabezas de la redención. Es la señal de que Dios está cumpliendo Su plan eterno, avanzando hacia el cumplimiento de la promesa de enviar al Salvador que traería luz a la oscuridad y paz a un mundo perdido. Con Juan, Dios prepara el escenario para la llegada de Cristo, el cumplimiento máximo de Su fidelidad y gracia
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Amados, así como Dios cumplió Su palabra a Zacarías y Elisabet, podemos confiar en que Él cumple Sus promesas en nuestras vidas hoy. Esto incluye Su promesa de salvación para todos los que creen (Juan 3:16) y Su presencia constante en nuestras vidas (Mateo 28:20). El mismo Dios que cumplió Su palabra entonces, es fiel hoy y lo será siempre. ¡Confiemos en Su fidelidad!
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Lucas continúa la historia con la circuncisión de Juan, realizada ocho días después de su nacimiento, tal como lo ordenaba la Ley (Génesis 17:12; Levítico 12:3). Este acto no era meramente un rito cultural, sino una incorporación visible al pacto de Abraham, una señal tangible de que Juan pertenecía al pueblo de Dios y era un heredero de las promesas del pacto de gracia. En esta acción, vemos la fidelidad de Zacarías y Elisabet al confiar en Dios y su pacto, así como la soberana gracia de Dios al incluir a Juan en Su gran plan redentor.
En medio de este momento solemne surge una tensión inesperada:
Los vecinos y familiares esperaban que el niño se llamara Zacarías, siguiendo la tradición de perpetuar el nombre del padre (v. 59).
Sin embargo, Elizabeth, en obediencia al mandato de Dios, declara con firmeza: “No, se llamará Juan” (v. 60). Esta afirmación va en contra de las normas sociales, pero refleja su sometimiento a la revelación divina. Este acto de obediencia refleja su sometimiento a la revelación divina, mostrándonos que la obediencia a Dios debe estar por encima de las expectativas humanas, incluso cuando desafía nuestras tradiciones.
Cuando consultan a Zacarías, él confirma escribiendo: “Su nombre es Juan” (v. 63). Este acto no solo es un testimonio de obediencia, sino también de la restauración de la fe de Zacarías.
El nombre “Juan” significa “El Señor ha mostrado gracia.” Dios escogió este nombre para anticipar al pueblo el propósito de la vida de este niño: proclamar la gracia de Dios que se manifestará plenamente en Cristo.
Al obedecer el mandato de nombrarlo Juan, Zacarías y Elizabeth están rindiendo a su hijo a los propósitos de Dios, reconociendo que no es simplemente “su hijo,” sino un instrumento divino en el plan de redención. De manera hermanos, que Zacarías y Elizabeth son modelos de cómo nuestras vidas, y las de nuestras familias, deben estar alineadas con los propósitos de Dios.
Acto seguido leemos como el mutismo de Zacarías, que comenzó como un juicio divino por su incredulidad (Lucas 1:20), llego a su fin en el momento en que escribe el nombre “Juan.” En este acto de obediencia, su lengua es desatada, y lo primero que hace es bendecir a Dios (v. 64). Zacarías no usa sus primeras palabras para expresar sus propios sentimientos, sino para glorificar a Dios.
La reacción de los vecinos y familiares es de asombro y reverencia (v. 65). La frase “el temor vino sobre todos” refleja una conciencia de que Dios está obrando de manera poderosa. Este temor no es miedo, sino una profunda reverencia por la actividad divina.
Además, se nos dice que “estas cosas se comentaban por toda la región montañosa de Judea” (v. 65), de manera que este evento tuvo un impacto duradero en la comunidad.
Hermanos, ¿cómo no reconocer que Dios también está obrando poderosamente entre nosotros hoy? Cada familia restaurada, cada vida transformada por la gracia de Dios, es una señal de Su reino avanzando en Cristo. Lo que Dios está haciendo entre nosotros no debe permanecer oculto. Debería ser proclamado en nuestra comunidad, porque cada evidencia de Su gracia apunta a la gloria de Su nombre y al poder del evangelio.
En resumen, el nacimiento de Juan el Bautista no solo marcó el cumplimiento de una promesa personal, sino que señaló el avance del plan redentor de Dios. Esto nos llama a confiar en Su fidelidad, obedecer Su palabra y encontrar nuestro gozo en glorificarle.
Veamos ahora como Zacarías, al ser restaurado, respondió con adoración. Esto nos lleva al segundo punto: la alabanza que brota de un corazón transformado.
2. La Alabanza que Brota de un Corazón Transformado (Lucas 1:67-75)
2. La Alabanza que Brota de un Corazón Transformado (Lucas 1:67-75)
Esta alabanza de Zacarías ha sido llamada el “Benedictus” debido a su apertura: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel” (Lucas 1:68). En la traducción latina de la Biblia, conocida como la Vulgata, esta frase se traduce como “Benedictus Dominus Deus Israel”, y de ahí proviene el nombre. Esta designación refleja el espíritu de adoración y gratitud que impregna todo el cántico, centrado en la fidelidad de Dios al cumplir Sus promesas de redención y salvación para Su pueblo.
Esta alabanza de Zacarías no es solo un cántico, es una profecía inspirada por Dios. Lucas nos dice que Zacarías estaba “lleno del Espíritu Santo” y “profetizó” (v. 67). Esto muestra cómo el Espíritu Santo ha estado obrando a lo largo de este capítulo:
primero en María (1:35)
luego en Elizabeth (1:41)
ahora en Zacarías.
Es como si cada uno estuviera añadiendo su voz a un gran coro de adoración que culminará con las voces de los ángeles celebrando el nacimiento del Mesías (2:13-14). Es un recordatorio de que toda esta historia apunta a la fidelidad y la gracia redentora de Dios.
La lengua de Zacarías, que había estado silenciada durante nueve meses, finalmente es liberada para un propósito maravilloso: glorificar a Dios. Este momento no es solo una restauración física, sino una transformación espiritual que refleja cómo un corazón transformado por el Espíritu Santo no puede contener la alabanza. La adoración fluye naturalmente de alguien que ha experimentado la gracia y la fidelidad de Dios.
Lo que ocurrió en Zacarías también apunta a lo que Cristo haría al traer el bautismo con el Espíritu Santo (Lucas 3:16). Esta promesa se cumplió en Pentecostés, cuando el Espíritu llenó a los creyentes y los capacitó para proclamar las maravillas de Dios (Hechos 2:4, 11). El cántico de Zacarías, entonces, se convierte en un anticipo de la alabanza que todos los redimidos levantarían al Señor por Su obra redentora hoy.
Amados, de aqui aprendemos que la verdadera adoración fluye de un corazón lleno del Espíritu y que es consciente de la fidelidad de Dios. Nos desafía a reflexionar: ¿Nuestra adoración surge de un corazón transformado por el evangelio o está condicionada por nuestras circunstancias?
Zacarías bendice al Señor, Dios de Israel” (v. 68) por que:
“ha visitado” (episkeptomai) No se refiere a una visita casual, sino a una intervención divina para salvar a Su pueblo. Esto conecta con pasajes como Éxodo 4:31, donde se menciona que Dios visitó a Su pueblo en Egipto antes de liberarlos. Zacarías ve en el nacimiento de Juan y la inminente llegada de Cristo una continuidad en el plan redentor de Dios.
El término “redención” (lutrosis) evoca el acto de Dios de rescatar a Su pueblo de la esclavitud. Aquí no se trata de una redención política, como algunos esperaban, sino de una redención espiritual que culminará en Cristo. En Cristo, esta redención alcanzará su plenitud, liberando a los creyentes del pecado y la muerte (Efesios 1:7).
Ha levantado para Israel un “cuerno de salvación” v. 69 apunta al Mesías, quien sería el cumplimiento de las promesas hechas a David (2 Samuel 7:13; Salmos 132:17). Este lenguaje refleja la esperanza mesiánica de un Salvador poderoso que liberaría a Su pueblo de sus enemigos.
Zacarías vincula su alabanza al cumplimiento de las promesas hechas por Dios “a través de los profetas” (v. 70). Aquí, Zacarías reconoce la fidelidad de Dios en tres niveles:
Promesas a los Profetas: Desde Isaías hasta Malaquías, los profetas hablaron de un Salvador que traería justicia y restauración. Zacarías ve en Cristo el cumplimiento de estas profecías (Isaías 9:6-7; Malaquías 4:2-6).
El Pacto Davídico: Al mencionar la “casa de su siervo David” (v. 69), Zacarías celebra el pacto hecho con David en 2 Samuel 7: que uno de sus descendientes establecería un reino eterno. Jesús, como “Hijo de David,” es el cumplimiento de esta promesa (Lucas 1:32-33).
El Pacto Abrahámico: En los vv. 72-73, Zacarías menciona la “misericordia prometida a nuestros padres” y “el juramento hecho a Abraham” (Génesis 12:2-3; 22:16-18). Este pacto garantizaba que todas las naciones serían bendecidas a través de la descendencia de Abraham, lo cual se cumple en Cristo.
Zacarías está haciendo una gran confesión al reconocer que Israel no solo necesita liberación política o externa, sino una transformación interna. Al señalar la necesidad de servir a Dios en santidad y justicia, implícitamente está confesando la condición espiritual de apostasía en la que se encuentra el pueblo. Israel, aunque era el pueblo del pacto, había fallado en vivir según los estándares de Dios y necesitaba un Salvador que los reconciliara con Él.
Esta confesión apunta a Cristo, quien no solo redimiría al pueblo de sus pecados, sino que también transformaría sus corazones para que pudieran servir a Dios con una obediencia verdadera, motivada por amor y gratitud. En este cántico, vemos el reconocimiento de la necesidad de redención espiritual y la anticipación de la obra transformadora de Jesús, quien haría posible que sirvamos a Dios “sin temor” porque nuestra relación con Él ha sido restaurada.
De manera que la redención no solo nos libera del pecado, sino que nos capacita para servir a Dios con alegría. Esto nos recuerda que nuestra vida cristiana no es una lista de reglas, sino una respuesta de gratitud al evangelio.
Aprendemos de esta alabanza que la Navidad no es solo un tiempo de luces y regalos, sino una celebración de la fidelidad de Dios al enviar a Cristo. Este testo nos llama a levantar nuestras voces y nuestros corazones en adoración, glorificando a Dios por Su redención y Su fidelidad eternas. Que nuestra alabanza sea, como la de Zacarías, una proclamación de que Dios cumple Sus promesas y nos capacita para vivir para Su gloria.
Hemos visto cómo la fidelidad de Dios y Su plan redentor transformaron la incredulidad de Zacarías en una alabanza llena del Espíritu. Pero esta alabanza no es un fin en sí misma; apunta a una realidad aún mayor: la llegada de la luz que disipa toda tiniebla, Jesucristo, el amanecer de lo alto>
3. La Luz que Brilla en la Oscuridad (Lucas 1:76-80)
3. La Luz que Brilla en la Oscuridad (Lucas 1:76-80)
Zacarías en su profecía se dirige ahora a su hijo recién nacido, declarando su papel único en el plan redentor de Dios. Juan será “profeta del Altísimo” (v. 76), conectando a Juan con la larga línea de profetas del Antiguo Testamento, y el mensajero anunciado en Malaquías 3:1: “Yo envío mi mensajero delante de mí, el cual preparará el camino delante de mí”.
Juan no es el Salvador, pero tiene el alto privilegio de preparar el camino para Él. En Isaías 40:3, la imagen de “enderezar caminos” comunica la idea de remover obstáculos espirituales y preparar corazones para recibir al Mesías. Este es un llamado a la conversión, al arrepentimiento y a la renovación espiritual.
La misión de Juan no se limita a predicar moralidad, sino que apunta a la salvación en Cristo. Este “conocimiento de salvación” no es meramente intelectual, sino experiencial. Involucra un arrepentimiento genuino que lleva a experimentar “el perdón de pecados” (v. 77), lo que hace eco de la esencia del evangelio: la reconciliación con Dios a través de la gracia.
El énfasis en el perdón de pecados conecta a Juan con el propósito eterno de Dios. Desde los sacrificios del templo hasta el anuncio de Gabriel sobre Jesús como “Salvador” (Lucas 2:11), el perdón de pecados es la clave para la reconciliación del hombre con Dios. Juan prepara al pueblo para recibir esta gracia en Cristo.
Zacarías declara que la salvación que Juan anunciará es fruto de “la tierna misericordia de nuestro Dios” (v. 78). Aquí encontramos la motivación de Dios detrás de toda la obra redentora: no es nuestra dignidad ni nuestras obras, sino la compasión de Dios.
v. 78, traducido como “el amanecer de lo alto” evoca a Cristo como la luz que brilla en medio de la oscuridad. Esto cumple profecías como Isaías 9:2: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz”. Cristo es la luz del mundo (Juan 8:12), quien alumbra no solo nuestra oscuridad espiritual, sino también nuestra desesperanza.
Los que “están sentados en tinieblas y en sombra de muerte” (v. 79). Representa la condición de la humanidad caída, separada de Dios y bajo el peso del pecado y la muerte. La “sombra de muerte” refleja la impotencia del hombre para liberarse por sí mismo. Pero Cristo, el “Sol de justicia” (Malaquías 4:2), trae luz, vida y esperanza.
El amanecer que Zacarías describe no es simplemente el nacimiento de un niño, sino el cumplimiento de las promesas del pacto. Es la inauguración de la nueva creación, donde Cristo como la luz del mundo disipa las tinieblas del pecado y establece la paz entre Dios y los hombres.
El cántico de Zacarías concluye con una poderosa afirmación: Cristo no solo ilumina, sino que guía “nuestros pies por el camino de la paz”. Esta paz (shalom) es mucho más que la ausencia de conflicto; es la plenitud y el bienestar que resultan de estar reconciliados con Dios.
Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo,
Esta paz no es algo que el hombre pueda producir, sino un don divino obtenido por medio de la obra de Cristo en la cruz.
El “camino” implica un proceso continuo de caminar en la luz de Cristo. No solo somos llamados a recibir la paz, sino a vivirla y reflejarla en nuestras relaciones y misión en el mundo. Esta paz es un eco del propósito eterno de Dios: reconciliarnos con Él y entre nosotros (Efesios 2:14-18).
Hermanos, la paz que Cristo nos da no es un sentimiento pasajero, sino un llamado a un estilo de vida transformado. Nos desafía a vivir reconciliados con Dios y con los demás, a reflejar el evangelio en nuestras palabras y acciones. La luz de Cristo ha brillado en nuestra oscuridad, guiándonos hacia una paz que trasciende toda comprensión. ¡Vivamos en esa luz!
Conclusion:
Esta mañana comenzamos preguntándonos qué es realmente el espíritu de la Navidad. ¿Es solo un ambiente festivo, luces brillantes y regalos efímeros? ¿Qué significado tiene para quienes enfrentan pérdidas, dolor o incertidumbre? Pero al meditar en Lucas 1:57-80, hemos visto que la Navidad del creyente trasciende todo eso. Es un llamado a contemplar la fidelidad inquebrantable de Dios, a dejarnos transformar por Su gracia, y a caminar iluminados por la luz de Cristo, incluso en las noches más oscuras.
El cántico de Zacarías nos recuerda que Dios no solo cumple Sus promesas, sino que lo hace en el momento perfecto, trayendo redención, esperanza y paz a un mundo quebrantado. La Navidad no es simplemente un recuerdo de lo que sucedió hace siglos, sino una celebración de lo que Dios sigue haciendo hoy: visitándonos con Su misericordia, transformando corazones, y guiándonos hacia la paz eterna en Cristo.
Entonces, al mirar las luces de esta temporada, mientras compartes el 24 una cena con tu familia, recuerden juntos que hay una luz que nunca se apaga: la luz de Cristo, que brilla en medio de cualquier circunstancia. Este es el verdadero espíritu de la Navidad: no un sentimiento pasajero, sino un gozo eterno que brota al adorar al Dios que cumple Sus promesas.
Hermanos, el Dios que visitó a Zacarías y Elizabeth, que envió a Juan para preparar el camino, y que dio a Su Hijo para redimirnos, es el mismo Dios que está con nosotros hoy. Por eso, sin importar lo que enfrentes esta Navidad, hay esperanza, hay luz, y hay gozo para ti.
“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a Su pueblo.”
Que esta verdad transforme tu vida y llene tu corazón de adoración.
Adoremos a Dios en esta Navidad. ¡Este es el verdadero espíritu de esta temporada: un espíritu de adoración, gratitud y esperanza eterna!
¡Feliz Navidad! 🌟