DESCRIPCIÓN DE LA VERDADERA PIEDAD.

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Sepamos, entonces, en primer lugar, la piedad consiste del conocimiento correcto de las verdades divinas o los principios fundamentales del evangelio, los cuales todos los hombres deben conocer y dominar.
Ahora bien, si alguno quiere saber más en detalle qué son esos principios de la verdad divina o los fundamentos de la fe cristiana, los cuales son lo esencial de la Verdadera Piedad, respondo:
1. Que hay un Dios eterno, infinito, santísimo, omnisapiente, absolutamente justo, bueno y lleno de gracia, o la Deidad gloriosa que existe en tres Personas ––el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— y estos son uno, a saber, uno en su esencia. 2. Que este Dios, por su gran amor y bondad, nos ha dado una regla de fe y práctica segura e infalible que son las Santas Escrituras. Por ellas, podemos conocer, no solo que hay un Dios y Creador, sino también la manera como fue creado el mundo, con los designios o la razón por la cual hizo todas las cosas. También nos es dado saber cómo entró el pecado en el mundo y cuál es la justicia que Dios requiere para nuestra justificación--2 (o la liberación de la culpabilidad del pecado), a saber, por un Redentor: su propio Hijo, a quien mandó al mundo. No existe ninguna otra regla o camino para saber estas cosas a fin de que los hombres sean salvos aparte de la revelación o los registros de las Sagradas Escrituras, siendo el misterio de la salvación muy por encima del razonamiento humano y por lo tanto, imposible conocer por medio de la iluminación natural en los hombres.
3. Que nuestro Redentor, el Señor Jesucristo, quien es la Garantía del Nuevo Pacto y el único Mediador entre Dios y los hombres, es realmente Dios (de la esencia del Padre) y realmente hombre (de la sustancia de la virgen María), teniendo estas dos naturalezas en una Persona, y que la redención, paz y reconciliación son únicamente por medio de este Señor Jesucristo.
4. Que la justificación y el perdón del pecado son exclusivamente
por esa satisfacción plena que Cristo hizo de la justicia de Dios y se
logran solo por fe a través del Espíritu Santo.
5. Que todos los hombres que son o pueden ser salvos tienen que ser
renovados, regenerados y santificados por el Espíritu Santo.
6. Que en el Día Final habrá una resurrección de los cuerpos de
todos los hombres.
7. Que habrá un juicio eterno, a saber, todos comparecerán ante el
tribunal de Jesucristo en el gran Día y darán cuenta de todas las cosas
hechas en el cuerpo, y que habrá un estado futuro de gloria y felicidad
eterna para todos los creyentes verdaderos, y de tormento y
sufrimiento eterno para todos los no creyentes y pecadores, quienes
viven y mueren en sus pecados.
Ahora bien, en el verdadero conocimiento y creencia de estos principios (que son el fundamento de la verdadera religión o de la fe cristiana) radica la Verdadera Piedad en lo que respecta a su parte esencial.
En segundo lugar, Piedad en lo más profundo es una conformidad
santa con estos principios sagrados y divinos, que el hombre natural no
comprende.
La Verdadera Piedad consiste de la luz de las verdades y la vida de gracia sobrenaturales, Dios manifestándose a la luz de esos gloriosos principios y obrando la vida de gracia sobrenatural en el alma por medio del Espíritu Santo.
Consiste del conocimiento salvador y personal de Dios y Jesucristo y de habérsele quitado las cualidades pecaminosas del alma y habérsele infundido hábitos celestiales en su lugar o en una conformidad e inclinación hacia el corazón de Dios, aferrándose a todas las verdades que nos han sido dadas a conocer y encontrando las poderosas influencias del evangelio y del Espíritu de Cristo sobre nosotros, de manera que nuestras almas son a imagen y parecido de su muerte y resurrección.
Esto es Verdadera Piedad. No es meramente atenerse a los principios naturales de moralidad ni a un conocimiento dogmático o teórico de los evangelios sagrados y sus
preceptos; sino una conformidad fiel a los principios del evangelio, cumpliendo nuestros deberes con la mejor predisposición hacia Dios al igual que hacia los hombres, para que nuestra conciencia se mantenga libre de ofensas hacia ambos (Hech. 24:16).
Consiste en abandonar el pecado y aborrecerlo como la peor maldad y aferrarse a Dios de corazón, valorándolo a él por sobre todas las cosas, estando dispuestos a sujetarnos al principio del amor divino, a todas sus leyes y mandatos.
La piedad lleva al hombre a decir con el salmista: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?” (Sal. 73:25). San Agustín7 dice: “Aquel que no ama a Cristo por sobre todas las cosas, no lo ama en absoluto”
El que tiene Verdadera Piedad es celoso de la obra de la religión al igual que de la paga de la religión.
Hay algunos que sirven a Dios para poder servirse de Dios. En cambio, el cristiano auténtico anhela gracia, no solo que Dios lo glorifique en el cielo, sino también poder él glorificar a Dios en la tierra. Exclama: “Señor, dame un corazón bueno en lugar de muchos bienes”. Aunque ama muchas cosas además de amar a Dios, no ama esas cosas más de lo que ama a Dios
Este hombre teme al pecado más que a los sufrimientos, y por lo tanto prefiere sufrir que pecar.
En tercer lugar, para poder tener un conocimiento completo y
perfecto de ella, quizá no esté de más describir su forma (2 Timoteo 1:13 “13 Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús.”
2 Timoteo 3:5 RVR60
5 que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita.
junto con las vestimentas que usa continuamente. Las partes
externas de la Verdadera Piedad son muy hermosas. No sorprende que
lo sean, ya que fueron diseñadas por la sabiduría del único y sabio
Dios, nuestro Salvador, cuyas manos son totalmente gloriosas. Pero
esto, la formación de la Piedad, siendo uno de los más elevados y más
admirables actos de su sabiduría eterna, por supuesto excede toda
gloria y belleza. Su forma y hermosura externa son tales que no
necesitan artificios humanos para adornarla o para demostrar o
destacar la beldad de su semblante; porque no hay nada defectuoso en
lo que respecta a su forma evangélica y apostólica, debido a que surgió
de las manos de su gran Creador. Como de pies a cabeza no hay nada
superfluo, igualmente sus líneas y figura, venas, nervios y tendones:
todos están en un orden tan exacto y admirable, que nada se le puede
agregar a su belleza. Por lo tanto, cualquiera que agrega o altera
cualquier cosa relacionada con la forma de la verdadera Piedad, la
mancha y profana en lugar de embellecerla. Además, Dios ha
prohibido estrictamente que se haga esto. “No añadas a sus palabras,
para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso” (Prov. 30:6),
adjudicando a Dios algo que no es suyo. ¿Acaso no llaman los papistas
adoración a Dios a esas ceremonias supersticiosas y vanas usadas en
su iglesia? ¿Y qué es esto más que mentirle? Además, tratar de cambiar
o alterar algo a la forma de la Piedad es cuestionar a Dios, como si Dios
no supiera cuál es la mejor manera de adorarle y tuviera que recurrir al
hombre para obtener su ayuda, sabiduría e ingenio, agregando muchas
cosas que este considera decentes y necesarias. ¿Acaso no es cuestionar
el cuidado y la fidelidad de Dios, suponer que no tendría cuidado él de
incluir en su bendita Palabra las cosas que son imprescindibles para la
Piedad, sin tener que depender del cuidado y sabiduría del hombre
débil para que agregue lo que él omite?
Todos, entonces, pueden percibir que la Verdadera Piedad nunca
cambia su semblante. Su aspecto no ha cambiado ni en lo más
mínimo del que tenía en la antigüedad. No, ciertamente nada le
resulta más insólito que esas vestimentas pomposas, esas vestiduras,
supersticiones, imágenes, cruces, sales, óleo, agua bendita y otras
ceremonias que para muchos son necesarias para su existencia. Por lo
Descripción de la verdadera piedad 7
tanto, hay que tener cuidado de no confundir la forma falsa de la
Piedad con la verdadera. Solo falta destacar una cosa más, a saber,
tenemos que estar seguros de recibir el poder de la Piedad junto con su
forma, pues su forma sin su vida interior y su poder de nada sirve: es
como el cuerpo sin el alma, la mazorca sin el grano o el alhajero sin
las joyas. Tampoco debe nadie descuidar su forma, porque
recordemos lo que el Apóstol dice de “forma de doctrina” (Rom. 6:17)
y de “la forma de las sanas palabras” (2 Tim. 1:13); porque así como
hemos de aferrarnos a la fe auténtica, hemos también de profesarla.
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