Orando con el Señor
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Creo que todos conocemos el momento de las instrucciones importantes. Tal vez lo recordamos de nuestra niñez, cuando nuestra mamá estaba por hacer un viaje o estaba por enviarnos a nosotros a un campamento, y entonces, llega el momento de las instrucciones importantes, esos minutos especiales en lo que fuimos preparados para lo que pudiera acontecer en las siguientes horas o días.
El Señor Jesús también nos dio —sí, a todos nosotros, a ti y a mí— las instrucciones importantes.
El Evangelio de Juan es bastante particular al compararlo con los otros, siendo que fue escrito cuando los otros ya estaban siendo difundidos. El Espíritu Santo inspiró a Juan para que compartiera su experiencia con Jesús, y él aportó aspectos que no estaban en los otros evangelios y enfatizó lo que consideró importante para nuestra edificación. Una buena parte de su material son recuerdos de la última noche antes de la crucifixión, aportando detalles que los otros evangelistas no habían incluído.
Entre ellos, tal vez bajo el título de las instrucciones importantes, está este momento de oración que ocupa el capítulo 17. Aquella noche fue, entre otras cosas, una noche de oración. Esta oración tuvo lugar luego de la institución de la Cena del Señor.
Consideremos como empieza:
Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.
El Maestro levanta los ojos al cielo, y se dirige al Padre. Los discípulos están alrededor, entre ellos Juan, pero Él está hablando con el Padre.
¿Qué tiene para decirle en aquel momento?
…la hora ha llegado…
Aquel momento tan anticipado había llegado. Jesús no desarrolló su vida en la tierra dejándose llevar por la corriente o el azar. Siempre supo exactamente lo que iba a ocurrir, y ahora estaba por enfrentar aquello para lo que había venido.
45Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. (Marcos 10:45)
Era lo que había sido anunciado por los profetas, tal como lo leemos en Isaías 53 y otros pasajes. El momento más importante de la historia había llegado.
¿Qué le pide el Hijo de Dios al Padre en ese momento?
…glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti…
Ser honrado, ¿en un instrumento de condena como la cruz?
Sí, justamente, la historia y las vidas de los millones que han creído lo confirman. La cruz ha sido, fue y será el emblema que glorifica a nuestro Salvador.
En esta oración, exponiendo ante nuestros asombrados oídos detalles de la comunión con el Padre, el Hijo habla sin esconder nada, exponiendo información acerca de su obra en la tierra.
…le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste.
Se está refiriendo al poder por el que puede transformar, efectiva y definitivamente, las vidas de aquellos que le dedican su confianza. El Padre le dio este poder al Hijo, un poder que se ejerce sobre todos (sobre toda carne), y es el poder de otorgar vida eterna a aquellos que son alcanzados por la obra del Padre. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo operan unidos en esta realización.
¿Eres tú uno de los que ha recibido la vida eterna que Jesús vino a entregar?
Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.
Esta declaración es poderosa, y muy esclarecedora. ¿En qué consiste esta vida eterna de la que Jesús siempre habló? En conocerle a Dios, personalmente, ni más ni menos. No hay otro Dios verdadero, y por medio de la fe en Jesús podemos conocerle personalmente, tratar con Él. Conocer a Jesucristo es conocer a Dios, con todo lo que eso implica.
Una vez más, ¿estas palabras te definen?
Si todavía no conoces personalmente a Dios al conocer a Jesús, este es el momento adecuado para hacerlo.
Luego de definir en qué consiste la vida eterna que vino a ofrecer, el Hijo le vuelve a pedir al Padre que lo glorifique.
Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.
La vida del Hijo, quien se despojó de su gloria para venir a salvarnos, consistió en honrar y glorificar al Padre. Había llegado el momento en que recuperara su resplandor.
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Los seres humanos somos seres relacionales. Establecemos relaciones, alianzas, nos asociamos con otros, compartimos tareas y disfrutamos buenos momentos cuando estamos con otros. Dios nos hizo así, y no es de sorprenderse que haya establecido la relación entre sus hijos como una prioridad y una medida de protección.
He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos.
Jesús está teniendo su momento de oración justo antes de ser arrestado e ir a la cruz. Le acaba de decir al Padre que llegó la hora, el momento culminante de la historia de la humanidad había llegado, aquel en el que derramaría su sangre hasta la muerte para que los que creemos en Él pudiéramos recibir perdón de pecados y vida eterna.
Y entonces, ¿de qué le va a hablar al Padre? ¡De sus seguidores! ¿Eres uno de los discípulos de Jesús?
Observa cuidadosamente la manera en que el Maestro define a sus discípulos:
He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
Estas palabras definen de una manera muy particular a los que creen en Jesús.
Del Padre. ...tuyos eran, y me los diste… Los discípulos de Jesús son personas en las que Dios está obrando, y que de alguna manera han reaccionado positivamente a la obra de Dios en ellos. Vivimos bajo la cuidadosa mirada de Dios, como las ovejas que Él quiere llevar de regreso al redil.
Guardan su Palabra. …han guardado tu palabra. Los hijos de Dios escuchan su voz, la consideran, la retienen y la obedecen. El propio Jesús nos habla: …las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron… Aquí hay bastante de la responsabilidad que tenemos los seguidores de Jesús. El Maestro nos da las palabras que recibió del Padre, pero nosotros tenemos que tomar la decisión de recibirlas, retenerlas, obedecerlas. No es suficiente con que las palabras del Padre lleguen a nuestros oídos; tiene que habar una decisión de nuestra parte. ¿Has escuchado la voz de Dios? ¿Has recibido afirmativamente sus palabras para retenerlas, obedecerlas y vivir por ellas?
Reconocen a Jesús como el Enviado de Dios para la salvación. …han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Los hijos de Dios reconocen la diferencia, saben que Jesús no fue solamente “otro personaje de la historia”. Jesús es el Hijo de Dios, el Enviado del Padre, el Mesías, el Único Salvador.
Luego de definir a sus seguidores, el Maestro le va a pedir al Padre por ellos, por nosotros.
Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.
¿Qué le pide Jesús al Padre para sus discípulos? El Maestro distingue claramente a los suyos. No todas las personas reciben de Dios lo que pidió el Hijo, sino solamente los que han notado la diferencia y siguen a Jesús.
Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos.
Los hijos de Dios son diferentes a las demás personas. Son de Dios. Parecen iguales a todos los demás, pero existe una inmensa diferencia entre ellos y los que no han creído en Jesús. El Salvador es glorificado, honrado, en sus vidas.
Llegamos, entonces, a lo que le pide Jesús al Padre al abandonar el mundo físicamente.
Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos.
Los discípulos de Jesús necesitan ser guardados, protegidos, defendidos. ¿Por qué?
¿Por qué pagamos un seguro de salud o un seguro para nuestro auto? Porque existe la posibilidad de que nos enfermemos o tengamos un accidente. Es por los riesgos.
De la misma manera, los hijos de Dios viven una situación de riesgo en este mundo, y por eso el Salvador oró por nuestra protección.
Jesús habla como si ya no estuviera allí, como que ya había salido del mundo. Físicamente ya no estaría, pero sus discípulos sí. Entonces le pide encarecidamente:
…Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre…
Le pide al Padre su protección. Pero no perdamos el detalle de cómo se va a manifestar esa protección:
…para que sean uno, así como nosotros.
Dios sabe exactamente lo que necesitamos, y nos hace falta prestar atención a esta verdad: Nuestra unidad con el Padre, con el Hijo, con el Espíritu y entre nosotros es una medida de protección y defensa. Vivimos en el ambiente hostil del mundo, estamos detrás de las filas enemigas y vamos a ser objeto de ataques. El Señor nos concede el milagro de la unidad como medida de protección.
Durante su ministerio terrenal, el Maestro defendió a los suyos, y los mantuvo unidos, con Él y entre ellos. Al abandonar físicamente el mundo, los encomendó al cuidado del Padre, sabiendo que enfrentarían la hostilidad del sistema espiritual.
Sabiendo que tú y yo íbamos a leer estas palabras, el Señor quiso alegrarnos:
…hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos.
Observemos la forma particular que asume esta protección de parte de Dios:
Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.
La Palabra hace una diferencia radical. El Señor nos ha dado su Palabra, y el mundo, que no la recibe, no es indiferente a eso, sino que asume una posición ofensiva, aborreciéndonos.
Los hijos de Dios viven en el mundo, pero no pertenecen allí. Que quede muy claro: no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Si creíste en Jesús, este no es tu lugar, y este sistema no es tu hogar. No somos de aquí.
Aunque no pertenecen al mundo, el Señor no pide que los quite de aquí sino que los proteja. Sería fantástico para nosotros ya estar en la presencia del Padre, sin luchas ni amenazas, pero el Señor mismo sabe que tiene un propósito para nuestra presencia aquí. Estamos siendo protegidos, guardados, por el Padre.
La verdad de Dios nos santifica, nos distingue, nos hace diferentes. Atesoremos la Palabra, la verdad de Dios, porque hace la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios.
Los hijos de Dios hemos sido enviados, así como lo fue el Hijo. La Gran Comisión define nuestra vida. El Señor nos envió, y de acuerdo a eso tenemos una tarea que cumplir, la de hacer discípulos hasta que Él regrese.
El Señor Jesús sabía de ti, de nosotros, aún en aquel momento tan remoto en el que oró al Padre pidiendo su protección. Aclaró, creo que por nuestro bien, que no solamente pedía por Pedro, Juan, Andrés, Jacobo y los demás, sino por ti, por mí, y por cada uno de los que hemos creído en Él, y los que creerán.
Examinemos las verdades contenidas en este momento de su oración.
Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.
Jesús insiste en pedir que seamos uno, que haya unidad, con Él y entre nosotros.
El mundo va a creer como resultado de esta unidad.
Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.
El Señor ha provisto los recursos (aunque no los entendamos completamente) para que esta unidad se concrete.
La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.
Nos dio su gloria. ¿Cómo es eso? Todavía no nos vemos brillar. Pero su presencia está en nuestras vidas, su Espíritu habita en nosotros, y por eso contamos con su provisión para que esta unidad espiritual se produzca, y que haya otros que crean, como resultado.
El Señor nos quiere con Él, allí donde Él está.
Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.
Hay un hogar que nos espera, en la presencia de Dios.
No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
Que verdaderamente el amor con el que el Señor nos ha amado permanezca en nosotros, así como su poderosa y gloriosa presencia.