La toalla y la cruz

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Juan 13:1-20

Introducción:

Hermanos y hermanas, permítanme decirles algo: nunca nos parecemos más a Jesucristo que cuando servimos con humildad. Hay quienes quieren la corona, pero no quieren la cruz. Quieren autoridad, pero no quieren la toalla.
En Juan 13, Jesús —el Rey de gloria, el Hijo de Dios, el Creador del universo— se arrodilla, toma una toalla, y comienza a lavar los pies sucios de doce hombres, ¡incluido el que lo traicionaría! ¡Qué escena tan poderosa!
Ahora bien, este no es solo un acto de cortesía. ¡Es una revelación divina del carácter de Cristo y un modelo radical para cada creyente!
Hermanos, ¿alguna vez han considerado cuán radical es el amor de Jesucristo? No hablo de una idea abstracta, sino de un amor que se arrodilla, que toma una toalla, que lava pies sucios. El capítulo 13 de Juan nos lleva al aposento alto, a una escena íntima y solemne, justo antes del momento más oscuro y glorioso de la historia: la cruz.
Jesús sabía que Judas lo traicionaría. Sabía que Pedro lo negaría. Sabía que todos lo abandonarían. Y aun así... los amó hasta el fin (Juan 13:1). ¿Y cómo lo demostró? Con una toalla en sus manos y agua en un lebrillo.
Hermanos, el diablo quiere que pensemos que grandeza es aplauso, trono y poder. Pero Dios nos muestra que la verdadera grandeza se encuentra en la humildad, en el servicio, en la entrega.
Jesús no predicó un sermón aquí. Dio un ejemplo vivo. Nos mostró que si queremos impactar al mundo, no es con fama ni fuerza, sino con una toalla en la mano y amor en el corazón.
Hoy veremos tres verdades gloriosas de este pasaje, y cada una nos acerca más al corazón de Cristo. Vamos a caminar juntos por este relato santo. Quiero que veamos la majestad que se humilla, el Maestro que sirve, y el mandato que transforma.

Cuerpo:

I. La Majestad que se Humilla

Primero, la primer verdad gloriosa de este pasaje y de esta dinámica es vemos una majestad que se humilla, leamos Juan 13:3-4
Juan 13:3–4 BTX
3 sabiendo que el Padre le había puesto todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios y a Dios iba, 4 se levanta de la cena, pone a un lado el manto, y tomando una toalla, se la ciñó;
Ponga atención a esto: Jesús sabía quién era. Sabía que era Dios en carne, dueño del universo, el Alfa y la Omega. Y sabiendo esto… ¡se levantó y se humilló! ¿No es esto asombroso?
Hoy en día, las personas se sienten importantes por el título que llevan, la ropa que usan, o la silla donde se sientan. Pero Jesús —el Señor de señores— se quita su manto y toma una toalla. ¡Qué contraste!
La mayoría de los líderes quieren ser servidos. Jesús sirve. La mayoría quieren subir. Jesús baja.
Esto, mis hermanos, nos confronta. Porque si Jesús, siendo Dios, se humilló voluntariamente, ¿qué excusa tenemos nosotros para el orgullo?
“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir…” (Marcos 10:45)

II. El Maestro que Sirve

La segunda cosa que deseo que usted vea en este pasaje es: no solo vemos una majestad que se humilla, sino que también vemos un Maestro que sirve, leamos Juan 13:5-10
Juan 13:5–10 BTX
5 luego echó agua en el lebrillo y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con la toalla con que estaba ceñido. 6 Llega, pues, a Simón Pedro. Le dice: Señor, ¿Tú me lavas los pies? 7 Respondió Jesús y le dijo: Tú no entiendes ahora lo que Yo hago, pero lo comprenderás después de estas cosas. 8 Le dice Pedro: ¡No me lavarás los pies jamás! Jesús le respondió: Si no te lavo, no tienes parte conmigo. 9 Le dice Simón Pedro: ¡Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza! 10 Jesús le dice: El que ha sido bañado no tiene necesidad de lavarse sino los pies, pues está todo limpio; y vosotros estáis limpios, aunque no todos.
Imagínate a Jesús, con sus manos santas, tocando los pies sucios, polvorientos, quizás heridos, de aquellos que en unas horas lo abandonarían. ¡Este es el corazón de Dios en acción!
Y luego llega a Pedro… y Pedro se resiste. ¡Claro que sí! Porque el orgullo natural se ofende con la gracia divina. Pedro no podía entender que el Maestro estaba haciendo el trabajo de un esclavo. Pero Jesús le dice algo profundo:
“Si no te lavo, no tendrás parte conmigo.”
Aquí Jesús no solo estaba limpiando pies, estaba enseñando que todos necesitamos ser lavados espiritualmente. Que nuestro caminar diario ensucia el alma, y solo Él puede purificarnos.
Este acto también es un mensaje claro:
Si Jesús sirvió con humildad, ¿cómo no vamos a servir nosotros a otros?
Si Él se agachó, ¿por qué nos cuesta tanto hacerlo?
Si Él tocó lo más bajo, ¿por qué huimos del trabajo invisible?
¡Oh, cuánto necesita la iglesia volver a la toalla!

III. El Mandato que Transforma

La tercera y última que quiero que veamos y deseo poner en su corazón es: no solo vemos la majestad que se humilla y el Maestro que sirve sino que también vemos el mandato que transforma, leamos Juan 13:14-17
Juan 13:14–17 BTX
14 Pues si Yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. 15 Porque ejemplo os di, para que como Yo os hice, así también hagáis vosotros. 16 En verdad, en verdad os digo, un siervo no es mayor que su señor, ni un enviado es mayor que el que lo envió. 17 Si sabéis estas cosas, bienaventurados sois si las hacéis.
Aquí Jesús cambia el tono. Ya no solo es un acto de amor; ahora es un mandato divino. Y no es opcional.
Él no dijo: "si sienten ganas", o "cuando estén de buen humor". Dijo:
“Ejemplo os he dado…”
Y luego, en el verso 17, dice algo poderoso:
“Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis.”
Muchos saben. Pocos hacen. Hay muchos cristianos con bibliotecas llenas, pero con toallas vacías. La bendición no viene solo por saber... sino por obedecer.
Jesús nos está llamando a un estilo de vida radical:
Donde servimos sin buscar reconocimiento.
Donde perdonamos al que nos ha fallado.
Donde amamos incluso cuando duele.
La verdadera transformación no está en las palabras, sino en el ejemplo.

Conclusión:

"De la toalla... a la cruz"
Esa noche, Jesús tomó una toalla. Al día siguiente, tomaría la cruz.
La toalla fue el anticipo del Calvario. Los pies que Él lavó... pronto correrían a esconderse. Y aun así, los amó hasta el fin.
¿Sabes por qué? Porque Jesús no solo lavó pies: ¡Él lavó almas con Su sangre! Y hoy, te ofrece la misma limpieza.
¿Estás caminando por la vida con los pies sucios del pecado? ¿Estás lejos, como Pedro, diciendo “jamás me lavarás”? ¿O estás listo para humillarte ante el Maestro y decir: “Lávame, Señor”?
Jesús no vino a darnos un código moral. Vino a modelarnos un camino de amor sacrificial.
Así que hoy te pregunto con urgencia:
¿Tienes una toalla en la mano o estás esperando que otros te sirvan?
¿Estás lavando pies o compitiendo por tronos?
¿Te pareces más al Rey de reyes o al mundo orgulloso?
Me gustaría concluir con el pasaje que denota el sentir y la exaltación de Cristo, leamos por último Filipenses 2:3-9
Filipenses 2:3–9 BTX
3 Nada hagáis por rivalidad ni por vanagloria, sino con humildad, considerándoos los unos a los otros como superiores a vosotros mismos. 4 No mirando cada cual por su propio interés, sino también por el de los demás. 5 Considerad entre vosotros lo que hubo también en Jesús Cristo, 6 el cual, existiendo en forma de Dios, no quiso por usurpación ser igual a Dios, 7 sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8 y hallándose en la condición de hombre, se humilló a Sí mismo al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio el Nombre que es sobre todo nombre;
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