DTG Cap. 16: En su templo

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Introducción

En nuestras vidas, muchas veces nos olvidamos de nuestra verdadera identidad. Cuando se pierde el enfoque en Cristo y la misión que nos ha dado, tendemos a comenzar a hacer las cosas para satisfacer nuestros propios deseos y no para vivir para Cristo. Muchas veces nos olvidamos de Cristo y tendemos a hacer nuestra voluntad y no la de Cristo. Comenzamos a tomar decisiones que solo tomaríamos sin Cristo, comenzamos a querer satisfacer nuestra carne en vez de nuestro Dios, nos olvidamos del prójimo y comenzamos a crear un dios ajeno a Dios: nosotros mismos. Este fue el caso de los sacerdotes y gobernantes judíos, tanto de forma personal como forma corporativa.
Esto se reflejó en el sentido corporativo de diferentes maneras. Entre ellas están las siguientes:

La mayoría permitieron que la avaricia les dominara.

Los sacerdotes y gobernantes eran llamados a ser representantes de Dios ante la nación. Debieran haber corregido los abusos que se cometían en el atrio del templo. Debieran haber dado a la gente un ejemplo de integridad y compasión. En vez de buscar sus propias ganancias, debieran haber considerado la situación y las necesidades de los adoradores, y debieran haber estado dispuestos a ayudar a aquellos que no podían comprar los sacrificios requeridos. Pero no obraban así. La avaricia había endurecido sus corazones. DTG 130.1

La corrupción tomó el control.

Los negociantes pedían precios exorbitantes por los animales que vendían, y compartían sus ganancias con los sacerdotes y gobernantes, quienes se enriquecían así a expensas del pueblo. Se había enseñado a los adoradores a creer que si no ofrecían sacrificios, la bendición de Dios no descansaría sobre sus hijos o sus tierras. Así se podía obtener un precio elevado por los animales, porque después de haber venido de tan lejos, la gente no quería volver a sus hogares sin cumplir el acto de devoción para el cual había venido. DTG 129.1

Se apartaron del propósito original del uso del templo.

En ocasión de la Pascua, se ofrecía gran número de sacrificios, y las ventas realizadas en el templo eran muy cuantiosas. La confusión consiguiente daba la impresión de una ruidosa feria de ganado, más bien que del sagrado templo de Dios. Podían oírse voces agudas que regateaban, el mugido del ganado vacuno, los balidos de las ovejas, el arrullo de las palomas, mezclado con el ruido de las monedas y de disputas airadas. La confusión era tanta que perturbaba a los adoradores, y las palabras dirigidas al Altísimo quedaban ahogadas por el tumulto que invadía el templo. Los judíos eran excesivamente orgullosos de su piedad. Se regocijaban de su templo, y consideraban como blasfemia cualquier palabra pronunciada contra él; eran muy rigurosos en el cumplimiento de las ceremonias relacionadas con él; pero el amor al dinero había prevalecido sobre sus escrúpulos. Apenas se daban cuenta de cuán lejos se habían apartado del propósito original del servicio instituido por Dios mismo. DTG 129.2
Muchas veces, nosotros permitimos que de cierta manera, este sea nuestro comportamiento aunque no nos demos cuenta.

Cuerpo

Jesús quiere que recordemos que:

Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Cor. 3:16-17)

En la purificación del templo, Jesús anunció su misión como Mesías y comenzó su obra. Aquel templo, erigido para morada de la presencia divina, estaba destinado a ser una lección objetiva para Israel y para el mundo. Desde las edades eternas, había sido el propósito de Dios que todo ser creado, desde el resplandeciente y santo serafín hasta el hombre, fuese un templo para que en él habitase el Creador. A causa del pecado, la humanidad había dejado de ser templo de Dios. Ensombrecido y contaminado por el pecado, el corazón del hombre no revelaba la gloria del Ser divino. Pero por la encarnación del Hijo de Dios, se cumple el propósito del Cielo. Dios mora en la humanidad, y mediante la gracia salvadora, el corazón del hombre vuelve a ser su templo. Dios quería que el templo de Jerusalén fuese un testimonio continuo del alto destino ofrecido a cada alma. Pero los judíos no habían comprendido el significado del edificio que consideraban con tanto orgullo. No se entregaban a sí mismos como santuarios del Espíritu divino. Los atrios del templo de Jerusalén, llenos del tumulto de un tráfico profano, representaban con demasiada exactitud el templo del corazón, contaminado por la presencia de las pasiones sensuales y de los pensamientos profanos. Al limpiar el templo de los compradores y vendedores mundanales, Jesús anunció su misión de limpiar el corazón de la contaminación del pecado—de los deseos terrenales, de las concupiscencias egoístas, de los malos hábitos, que corrompen el alma... DTG 132.2
Al ver Jesús lo que estaba ocurriendo, Él veía no solo un templo contaminado con el ruido y los malos negocios, sino que veía que este era la verdadera naturaleza de los corazones de cada persona presente. La gente había perdido el enfoque de el propósito de el templo físico y el templo del corazón.
De la misma manera, nos pasa a nosotros. Hay que preguntarse: ¿Si Jesús entraría al templo de mi corazón, estaría contento o comenzaría a pegarle a todos con un látigo? Muchas veces nosotros nos olvidamos de nuestro propósito que es agradar a Dios. Todas las cosas como el dinero, el trabajo, familia, carro, casa, etc. son cosas buenas que el Señor nos otorga, pero perdemos el enfoque cuando comenzamos a poner estas cosas por encima del Proveedor. Nos convertimos como los vendedores y el bullicio. En vez de el culto al Señor, el foco de atención son nuestros intereses. El Señor nos llama a darle el lugar correcto a las cosas. Todo tiene su lugar, pero a Dios le pertenece el primer lugar. Tomando todas las bendiciones que el Señor da, pero sin olvidar el propósito de nuestro templo que es tenerlo en primer lugar.

Jesús murió por nosotros (Colossians 2:13-15)

Viendo la condición de estos dos tipos de templos nos da más vista hacia lo que Jesús vino a redimir. Él vino a purificar cada santuario, no el templo físico, sino que el pecado de la humanidad. Él vino a vencer el pecado para que todos pudiesen recibir la oportunidad a la redención. Nuestro santuario estaba apagado, muerto, pero con su sangre vino a darle vida. Tan solo hay que permitir que todos los días de nuestras vidas Él sea el que purifique nuestro templo, que como sacerdote Él mantenga nuestro templo. Para esto hay que permitirle y cada día aceptar su gracia por medio del perdón, oración y estudio de la Palabra.

Jesús quiere entrar a tu corazón (Apoc. 3:20)

Jesús vino a salvar lo que se había perdido, a darle vida a nuestro santuario muerto.
La confusión se acalló. Cesó el ruido del tráfico y de los negocios. El silencio se hizo penoso. Un sentimiento de pavor dominó a la asamblea. Fué como si hubiese comparecido ante el tribunal de Dios para responder de sus hechos. Mirando a Cristo, todos vieron la divinidad que fulguraba a través del manto de la humanidad. La Majestad del cielo estaba allí como el Juez que se presentará en el día final, y aunque no la rodeaba esa gloria que la acompañará entonces, tenía el mismo poder de leer el alma. Sus ojos recorrían toda la multitud, posándose en cada uno de los presentes. Su persona parecía elevarse sobre todos con imponente dignidad, y una luz divina iluminaba su rostro. Habló, y su voz clara y penetrante—la misma que sobre el monte Sinaí había proclamado la ley que los sacerdotes y príncipes estaban transgrediendo,—se oyó repercutir por las bóvedas del templo: “Quitad de aquí esto, y no hagáis la casa de mi Padre casa de mercado.” DTG 131.2
Mientras esto ocurría, Jesús les estaba mostrando en parte su verdadera identidad de forma clara. Esto le dio a las personas una decisión que tomar: aceptar a Jesús como Mesías o no. Muchos lo aceptaron, pero otros no. De la misma forma se nos presenta a nosotros una decisión que tomar: ¿permito que entre o no? Ya sabemos que Él es el Mesías, pero ¿en realidad he permitido que Él entrase a mi corazón? En este momento debemos reflexionar sobre esto, pero teniendo en cuenta que el Creador del universo quiere salvarte, limpiarte y hacerte nuevo.

Conclusión

Por medio de este capítulo pudimos ver la realidad de nuestras vidas y nuestro propósitos como seres creados, no solo como seres humanos. Jesús nos recuerda que somos templo del Espíritu Santo, que Jesús murió por nosotros y que quiere entrar a tu vida a limpiar y purificar tu santuario. Para esto hay que tomar la decisión de permitir que Él pueda hacer esto por medio de la entrega completa a Él.
¿Quienes quieren tener santuarios limpios?
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