Oportunidades para la evangelización (Hechos 3:1-26)

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Introducción

Semana 1: Equipados para la evangelización (Hch 1:1-26). Jesús habla con sus discípulos justo antes de ascender al cielo. Elección de Matías como apóstol en lugar de Judas.
Nuestra base para testificar: lo que Cristo hizo y enseñó, su obra en la cruz y su resurrección.
Nuestro poder para testificar: el poder que recibimos a través del E.S.
Nuestra certeza para testificar: Cristo volverá para traer justicia y juicio.
Nuestro secreto para testificar: comunión, oración y estudio de las Escrituras.
Nuestro fundamento para testificar: la doctrina de los apóstoles.
Semana 2: Prioridades para la evangelización (Hch 2:1-47). Jesús envía el E.S. en el día de Pentecostés. Nacimiento de la iglesia. Primer discurso de Pedro.
Estar controlados por el E.S.: la llenura del E.S. es esencial.
Estar enfocados en la persona de Jesucristo: esto requiere conocerle bien.
Estar conectados con nuestra iglesia local: la comunión es un requisito para ser testigos.

La señal (v1-10)

Hechos de los Apóstoles 3:1–2 RVR60
Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo.
Los primeros dos versículos nos presentan a los protagonistas de la historia:
Los dos apóstoles. Pedro era el líder natural de los apóstoles; este rol seguirá siendo evidente durante la primera parte de Hechos. Juan era llamado “el discípulo amado”. Ambos son mencionados juntos varias veces en el relato bíblico. En esta ocasión “subían juntos al templo”; aún después de haberse formado la iglesia, los cristianos seguían asistiendo al templo (la separación completa entre cristianismo y judaísmo ocurriría de forma paulatina en un periodo de muchos años). Ellos fueron “a la hora novena, la de la oración” como parte de la costumbre judía de ir al templo tres veces al día a orar: a las 9 (“hora tercera”), a las 12 (“hora sexta”) y a las 3 de la tarde (“hora novena”).
Salmo 55:17 RVR60
Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, Y él oirá mi voz.
El hombre cojo de nacimiento. Su situación era desesperada. Tenía más de 40 años (Hch 4:22) y nunca había caminado. Siempre había dependido de otros, tanto para desplazarse (“era traído”, “ponían en el templo”) como para subsistir (“para que pidiese limosna”). Ni siquiera conocemos su nombre. En ese tiempo, el entorno era sumamente hostil para las personas con discapacidad: no había rampas de acceso, ascensores, pensión de discapacidad ni ayudas sociales. Este hombre estaba cada día en el templo, en la puerta “la Hermosa”, a la que se llegaba a través de unas escalinatas que él no podía subir por sí mismo. Después de tantos años en ese lugar, este hombre era bien conocido por las personas que asistían habitualmente al lugar.
Reflexión: el hombre estaba fuera del templo. Las oportunidades para la evangelización están afuera.
CONTEXTO GEOGRÁFICO
Imagen 1: el monte del templo en Jerusalén, visto desde el Monte de los Olivos (vista actual).
Imagen 2: el monte del templo en Jerusalén en tiempos de Hechos, visto desde el Monte de los Olivos (recreación). El primer templo fue construido por Salomón en 960 a.C. y destruido por los babilonios en 587 a.C. El segundo templo se construyó bajo el liderazgo de Zorobabel en 516 a.C. Fue renovado por Herodes a partir del 19 a.C. y continuó siendo construido hasta el 62-64 d.C; luego fue destruido por el general romano Tito en 70 d.C. Ocupaba una superficie de 150.000 m2 (500x300m).
Imagen 3: vista esquemática general. Se observa el “patio de los gentiles” (al que podían acceder los extranjeros) rodeado de pórticos, entre ellos el Pórtico de Salomón.
Imagen 4: vista esquemática del templo mismo. Se observan las escalinatas, la puerta “la Hermosa” (aunque algunos creen que era la misma “puerta de Nicanor”), el “patio de las mujeres” (al que podrían ingresar hombres y mujeres judíos), el “patio de los sacerdotes” (donde se hacían los sacrificios y al que sólo podían acceder los hombres) y el “lugar santo” que contenía también el “lugar santísimo”.
Hechos de los Apóstoles 3:3–5 RVR60
Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo.
El hombre esperaba simplemente una limosna de parte de Pedro y Juan. No tenía ninguna expectativa de algo mayor. Parece haber estado resignado a pasar el resto de su vida sobreviviendo de esta manera. Cuando Pedro fijó sus ojos en él, simplemente pensó que le darían algo de dinero.
Es interesante ver que Pedro manifestó un interés real en él, mirándolo fijamente, hablándole cara a cara y (más tarde) tomándolo de la mano. El cojo no sería simplemente una estadística en la lista de sanaciones de los apóstoles; era una persona real que estaba sufriendo por su situación desesperada y que necesitaba que se le mostrara compasión. Esta misma actitud debe estar presente en nosotros cuando compartimos el Evangelio.
Hechos de los Apóstoles 3:6–8 RVR60
Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios.
Mas” (pero): Este fue el punto de inflexión. A partir de aquí, la vida de este hombre cambiaría de forma radical.
La respuesta de Pedro fue totalmente inesperada para este hombre. El sólo esperaba una limosna que le ayudara a sobrevivir un día más en su situación miserable. Pedro no tenía riquezas materiales, pero tenía algo mucho mayor: la autoridad dada por Jesús a sus apóstoles para realizar señales en Su nombre (es decir, por Su autoridad) a fin de certificar el Evangelio que ellos proclamaban (propósito de las señales).
“Jesucristo de Nazaret”: Es interesante cómo Pedro utiliza tres palabras distintas:
Jesús”: el nombre que recibió al nacer como un niño.
Cristo”: el título del Mesías (ungido, persona nombrada por Dios para desempeñar un papel específico) prometido en el A.T., quien vendría a reinar y traer libertad a su pueblo.
de Nazaret”: el lugar donde Jesús pasó gran parte de su vida. Cuando fue muerto, este título fue puesto sobre la cruz, así que para los oyentes seguramente era una referencia a su sacrificio.
En base a esta autoridad, Pedro le da una orden: “levántate y anda”. El resultado fue instantáneo y completo: “al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo”. No fue sólo una solución temporal, sino una transformación profunda y definitiva (“completa sanidad”, Hch 3:16).
La respuesta del ahora ex-cojo fue una felicidad pura y explosiva, como probablemente no había sentido nunca en sus más de 40 años de vida. Esto lo llevó a saltar y alabar a Dios delante de todas las personas.
Hechos de los Apóstoles 3:9–10 RVR60
9 Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. 10 Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido.
No hubo dudas respecto de la identidad del hombre ni de la realidad de la sanación. Fue evidente para todo el pueblo. (Esto es muy distinto a muchos “milagros” que algunas iglesias proclaman en la actualidad, en los que nunca parece haber pruebas sólidas de sus efectos.)
La reacción de la gente al presenciar este hecho fue de asombro y espanto (gr. ekstasis: atónitos, “en shock”). Y esto los llevó a buscar respuestas, lo que fue aprovechado por Pedro para la proclamación del Evangelio.

Aplicación

La realidad de este hombre cojo nos recuerda nuestra propia situación cuando aún éramos pecadores bajo el juicio de Dios, sin esperanza en el futuro y sin posibilidad de solucionar el problema por nosotros mismo. También es la realidad de millones que aún están perdidos.
La obra de salvación en nosotros fue también instantánea y completa. Ya somos nueva criatura y ya tenemos vida en Cristo (“tiene vida eterna”, Jn 5:24). Recibimos mucho más de lo que nos habíamos atrevido siquiera a soñar.
¿Nuestra respuesta frente a esta salvación tan grande se parece a la respuesta del hombre cojo (“andando, y saltando, y alabando a Dios”)?

El mensaje (v11-16)

Hechos de los Apóstoles 3:11–12 RVR60
Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón. Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?
El ex-cojo seguía agarrado de Pedro y Juan, seguramente como una muestra de gratitud y felicidad. La multitud se reunió en el pórtico de Salomón, un lugar más amplio. Todos querían saber algo más acerca de la “copucha”.
Viendo esto Pedro”: Pedro vio claramente esto como una oportunidad para proclamar el evangelio. Él no necesitaba un “culto evangelístico” ni una campaña planificada por meses. Fue consciente de que Dios había realizado esta señal con el propósito específico de que el Evangelio fuera proclamado en ese lugar y ante esas personas.
por qué ponéis los ojos en nosotros”: Pedro quería evitar que la gente les atribuyera a él y a Juan un poder propio. Al contrario, utiliza el interés de los oyentes para presentar a Cristo.
Hechos de los Apóstoles 3:13–16 RVR60
El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Y por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros.
el Dios de nuestros padres”: Pedro es consciente de cuál es la audiencia a la que le está hablando, compuesta por judíos. Por lo tanto, no necesitaba argumentar acerca de la existencia de Dios o la historia de Israel. Él enfoca su mensaje en el verdadero punto de conflicto para ellos: Jesucristo como el Mesías prometido.
ha glorificado a su Hijo Jesús”: la palabra gr. pais, que se traduce aquí como “hijo”, también se podría traducir como “siervo”. Esto conecta con el concepto del “Siervo de Jehová” que está presente en Isaías. Ej:
Isaías 42:1 RVR60
He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones.
Isaías 52:13 RVR60
He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto.
Pedro quiere dejar muy claro que ese Jesús era el “Santo”, el “Justo” y el “autor de la vida” (Hch 3:14-15), todos atributos divinos que lo señalan como el Mesías prometido.
a quien vosotros entregasteis y negasteis”: Pedro es enfático en señalar la culpabilidad de su audiencia (“entregasteis”, “negasteis”, “pedisteis un homicida”, “matasteis”), ya que el reconocimiento del pecado es un requisito para el arrepentimiento. Él sabe que seguramente muchos de ellos mismos habían estado presentes en el juicio de Jesús ante Pilato un par de meses atrás. Hace un marcado contraste entre el Jesús que ellos rechazaron y mataron y el asesino Barrabás que ellos prefirieron, como lo relata el propio Lucas:
Lucas 23:18–19 RVR60
Mas toda la multitud dio voces a una, diciendo: ¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás! Este había sido echado en la cárcel por sedición en la ciudad, y por un homicidio.
a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos”: al igual que en su discurso anterior (Hch 2:31-32), Pedro se declara testigo (gr. martys, de donde también viene la la palabra “mártir”) de la resurrección de Jesucristo, evento fundamental de su argumentación de que Él es el verdadero Mesías. Él vio personalmente la tumba vacía y al Cristo resucitado.
por la fe en su nombre”: En su soberanía, Dios ha determinado derramar su gracia a través de la fe en su Hijo. Esto es cierto tanto en las señales milagrosas (en este caso, la fe de Pedro y Juan en el poder de Jesucristo) como en la salvación. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe (Ef 2:8).
Esta parte del discurso de Pedro podría resumirse en tres puntos:
Dios (se da por sabido, por estar dirigiéndose a una audiencia judía).
Hombre (se enfatiza la culpabilidad de los oyentes por haber rechazado y crucificado al Mesías).
Jesucristo (muerto en la cruz y resucitado, en su poder se realizó la sanidad del cojo).

Aplicación

Al igual que Pedro, nosotros debemos “ver” las oportunidades que Dios nos da para la proclamación del Evangelio. “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Jn 4:35).
Nuestro rol es ser testigos de la obra de Cristo. No necesitamos ganar debates ni tener una retórica superior a los demás, sino transmitir fielmente (con nuestras palabras y acciones) lo que Dios ha hecho.
Si bien el mensaje del Evangelio no se debe alterar jamás, sí debemos “adaptar” la forma de proclamarlo de acuerdo al contexto en el que nos encontremos. La predicación de Pedro a los judíos y la predicación de Pablo a los gentiles (ej: Atenas) fueron muy distintas en su forma, aunque no en su mensaje central.

La invitación (v17-26)

Hechos de los Apóstoles 3:17–21 RVR60
Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes. Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo.
Después de haber argumentado acerca de la culpabilidad de su audiencia, debida en parte a su ignorancia (aunque eso no los excusaba), Pedro afirma que todo fue parte del propósito soberano de Dios para “su Cristo”, que había sido anunciado a través de los profetas y que había venido para padecer (no aún para reinar). Los judíos y las autoridades romanas fueron instrumentos para un plan eterno.
Y por fin viene la invitación: “arrepentíos y convertíos”. No es un llamado a “aceptar a Jesús en tu corazón” ni a “hacer una oración”. Se trata de experimentar un cambio de mente y de propósito en relación con el pecado anterior (arrepentimiento) y poner su fe en el Cristo crucificado y resucitado para vivir bajo su voluntad (conversión). Ambos elementos van de la mano en la salvación.
El resultado será doble:
Sus pecados serán borrados (gr. exaleiphō: anular, cancelar). Su deuda ante Dios quedaría pagada y podrán estar reconciliados con Él.
Vendrán tiempos de refrigerio. Se refiere tanto al reposo del alma que experimenta el creyente en el presente como al “tiempo de la restauración” que Cristo instaurará cuando retorne a reinar en gloria y majestad en el Milenio, y del que seremos parte. Entonces el Mesías será rey sobre toda la tierra, como esperaban los judíos.
Hechos de los Apóstoles 3:22–26 RVR60
Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo. Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad.
Pedro continúa su discurso citando las palabras de Moisés acerca del futuro Mesías, que sería el “profeta” anunciado por Moisés:
Deuteronomio 18:15–16 RVR60
Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis; conforme a todo lo que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo a oír la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera.
Deuteronomio 18:19 RVR60
Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta.
La Biblia nos enseña que Cristo tiene tres “oficios” principales:
Profeta (hablar en nombre del Padre, revelarnos al Padre).
Sacerdote (hablar al Padre, nuestro único mediador).
Rey.
Pedro no tiene miedo de mostrar las consecuencias del rechazo al Mesías: toma la advertencia de Moisés (“yo le pediré cuenta”) y la hace aún más fuerte (“será desarraigada del pueblo”). El rechazo a Cristo no es algo que se pueda tomar a la ligera.
Dios hizo un pacto con Abraham, prometiéndole que en su simiente (es decir, en Jesucristo) serían benditas “todas las familias de la tierra”. Esta promesa también nos alcanzó a nosotros (los gentiles), pero comenzó con los judíos. Ellos recibieron al Mesías y a ellos se les proclamó primeramente el Evangelio. A medida que avance el relato en el libro de Hechos, veremos cómo esta buena noticia se expande más allá de Jerusalén, “hasta lo último de la tierra”.
Esta parte del discurso de Pedro podría resumirse en tres puntos:
Respuesta (arrepentimiento y conversión).
Perseverancia (una nueva vida en “refrigerio” y con la esperanza de un futuro glorioso bajo el reinado de Jesucristo).
Podemos observar que los “cinco puntos el Evangelio” están presentes en el discurso de Pedro.

Aplicación

La evangelización no está completa sin un llamado al arrepentimiento y la conversión. Los resultados no dependerán de nosotros mismos, sino de la obra poderosa que el Espíritu Santo realiza cuando el Evangelio es proclamado.
Las consecuencias del rechazo al Evangelio deben ser expuestas claramente.

Conclusión

Debemos abrir nuestros ojos para ver y utilizar las oportunidades que Dios nos da para la evangelización. Esto requiere una vida de comunión con Dios y una sensibilidad creciente a la voz de su Espíritu, así como una compasión verdadera por los perdidos.
Debemos presentar el Evangelio de manera clara y sin temor, contextualizando el mensaje para que sea entendible pero sin alterar su mensaje central.
Debemos llamar a las personas al arrepentimiento y la conversión, sabiendo que esta obra sólo puede ser realizada por el Espíritu Santo y no por nuestra propia capacidad.
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