ENTENDIENDO EL REINO DE DIOS

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INTRODUCCION

Cuando Dios le prometió a David que su simiente perduraría por siempre, la promesa implicaba tanto un Rey como un reino. Una de las tres promesas del Pacto Davídico es que Dios establecerá el reino de David para siempre (2 Samuel 7:12–13). Hay poca diferencia de opinión en cuanto a “Quién es Rey,” pero las aguas son más turbias cuando llegamos a la pregunta, “¿Qué es el reino de Dios?” Sin embargo, mucho del problema para entender el reino de Dios se deriva de no ver la conexión íntima entre el Rey y el reino. Puede parecer simplista decirlo, pero el punto de partida esencial para definir al reino es ver que el reino es la esfera sobre la cual Cristo reina. El “reino” se enfoca no tanto en una entidad como en un gobernante. Tener en mente este concepto fundamental, nos ayudará a ver más claramente el significado del “reino de Dios.” Anteriormente, discutimos el hecho de que el reino de Dios no es un reino geopolítico, porque no es en absoluto un reino terrenal en este siglo presente (vea el capítulo 9). La esencia y corazón del reino de Dios es el reino de Cristo el rey; por lo tanto, el reino no está limitado a la nación física de Israel. Conociendo que Cristo es el Rey a quien pertenece este reino, no buscamos un regreso del Israel físico a Palestina para establecer un reino. El reino de Cristo, como estamos a punto de ver, ya está establecido y en expansión. Actualmente Él está reinando, y el reino está creciendo. Consideremos el cumplimiento en el Nuevo Testamento de la promesa de Dios a David de darle a su simiente un reino eterno.

LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS SOBRE EL REINO

La enseñanza de Jesús está llena de lenguaje real en relación al reino de Dios. Las primeras palabras registradas de Su ministerio público hacen eco de aquellas de Juan el Bautista: “¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!” (Mateo 3:1–2) En particular, Él cuenta varias parábolas cuyo punto principal es que hay una manifestación presente y futura del reino. La parábola mayor en este sentido es como sigue: “Les refirió otra parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña. Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña? El les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? Él les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero.” (Mateo 13:24–30) Lo grande sobre esta historia particular es que Jesús mismo nos dice el significado: Respondiendo Él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles. De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga …” (Mateo 13:37–43) Entonces, la parábola enseña que el reino de Dios existe entre aquellos que ahora le pertenecen a Dios - ellos son los “hijos del reino.” En ese sentido, el reino de los cielos está aquí; ha llegado, y ha estado operando desde que Cristo lo inauguró en Su primera venida. Su manifestación presente es como la levadura - casi imperceptible, y aún así afecta toda la masa. Parece totalmente insignificante, como la semilla de mostaza, y aún así está creciendo hasta ser un árbol (Mateo 13:31–33). También hay un sentido en el cual el reino no ha llegado, es aún futuro (Lucas 22:18). Cuando venga en este sentido, todas las cosas serán arregladas, el juicio será ejecutado, y aquellos que por generaciones han sido miembros del reino de Dios heredarán un verdadero reino físico y espiritual, lo cual abarca los beneficios y bendiciones de estar asociados con el Rey: Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo (Mateo 25:31–34). Entonces, el reino de Dios ya está presente. Mora en Su pueblo mientras Cristo el Rey habite en sus corazones y gobierne sobre ellos como su Señor. Pero, por un lado, aún no es manifiesto en términos del juicio sobre los enemigos de Dios y de la exaltación debida y la recompensa de Sus súbditos leales; y por el otro lado, no es manifiesto en términos del poder, gloria y magnitud del reino siendo abiertamente mostrados. La tensión entre estos dos elementos del reino a menudo se explica diciendo que el reino de Dios está “ya, pero aún no.” Algunas cosas en cuanto al reino han sido o están siendo cumplidas, y otras están esperando cumplimiento. Esta distinción es crucial para entender el Nuevo Testamento cuando habla del reino de Dios. Al final de Su vida terrenal, Cristo está ante Pilato, el subordinado del Rey Herodes, aparentemente sujeto a él, pero en realidad, declarando Su reinado. Realmente, en la misteriosa providencia de Dios, la misma cruz de Cristo lo proclamó como el “Rey de los Judíos” (Juan 18:36–37; Mateo 27:37). Inmediatamente después de Su resurrección, el Rey Jesús declara: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos …” (Mateo 28:19–20) Aunque Cristo era para siempre el gobernante de todas las cosas, siendo co-igual con Dios el Padre, hay un sentido en el cual su título como Rey le fue otorgado a la luz de Su victoria sobre el pecado y la muerte en la cruz (Fil 2:5–11; vea Salmo 2). Su resurrección vindicó Su justicia y mérito, y Su ascensión fue en un sentido la coronación para Su reinado.

LA ENSEÑANZA DE LOS APÓSTOLES SOBRE EL REINO

¿Qué hizo Cristo cuando se convirtió en Rey? La respuesta es que Él le dio dones a los ciudadanos de Su reino. Él dio el Espíritu Santo a Su nuevo reino, para infundirle vida, para darle ayuda para hacer la obra del reino, para fortalecer a sus miembros frente a la oposición que experimentarían en este siglo. También, Él dotó a la iglesia con apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, para que los santos fuesen equipados para la obra del ministerio (Efesios 4:8–12). Él dio dones correspondientes a los objetivos y propósitos de este Nuevo Pacto sobre el cual Él reina. El gobierno real de Cristo en el Nuevo Pacto se enfoca en la iglesia. Ésa es la esfera en la que Su autoridad es primariamente ejercida, donde Su reinado es declarado. El Apóstol Pablo habla del reino de Cristo como rey sobre Su reino en términos de la iglesia: el Padre exaltó a Cristo “sobre todo principado y autoridad” y El lo dio “por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” (Efesios 1:20–23, énfasis mío). Este pasaje establece el punto de que todas las cosas están bajo el gobierno de Cristo, pero que la esfera en la que ese gobierno es ejercido más directamente en esta época es la iglesia. Entonces, el reino en esta época presente, se trata de “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17), y se expande a través de la proclamación del evangelio o las “buenas nuevas” del reino (Mateo 24:14; Marcos 1:14–15). Los apóstoles veían su predicación del evangelio como la “predicación del reino,” y quienes reciben el evangelio por lo tanto han sido “conducidos… hasta el reino del Hijo de Su amor” y son “ciudadanos del cielo” (Hechos 8:12; 20:29; 28:30–31; Colosenses 1:13; Fil 3:20). Los niños que nacen de ciudadanos de los Estados Unidos son contados automáticamente como ciudadanos de nuestro país, aunque hayan nacido en un país extranjero. De la misma manera, aquellos que son nacidos de nuevo por el Espíritu de Dios son hechos automáticamente parte del reino de Dios. La salvación es un cambio de ciudadanía - de ser un ciudadano de este presente siglo malo, a ser un ciudadano del reino de los cielos. Por lo tanto, el cristiano está en un viaje a lo largo del mundo como una persona viviendo en un país extranjero, tal como lo vimos en la vida de Abraham. El mensaje regular de los apóstoles a la iglesia primitiva resumió la vida de aquellos que ya son ciudadanos, pero aún no están disfrutando la paz y gloria de su hogar: “es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:21–22).

LA REVELACIÓN Y EL REINO

Aunque la iglesia fue advertida de tales tribulaciones y persecuciones, la venida de una oposición más intensa creó tensión y presión sobre la fe de los discípulos. Era una tensión muy comprensible, y la esencia de ella era: Si Cristo está reinando, ¿por qué nos están matando? Si Cristo está reinando, ¿por qué hay error y división? Si Cristo ha triunfado, ¿por qué no estamos triunfando? Primero, el libro de Apocalipsis nos dice que ciertamente Cristo reina. Segundo, los enemigos de Cristo serán justamente castigados a Su regreso. Tercero, los creyentes ciertamente están triunfando y avanzando, pero es como un avance en medio de la tormenta. No es el tipo de avance que ocurre en un desfile de victoria. Es el tipo de avance que ocurrió en el Día-D al final de la Segunda Guerra Mundial. Muchos en el Día-D pudieron haber pensado que los Aliados fueron derrotados. Grupos enteros perdieron sus vidas en ese conflicto. Durante el humo y la confusión, ¿quién fue victorioso? Con armas apuntando a sus caras mientras subían por una colina, con amigos cayendo muertos a diestra y siniestra, ¿cómo es posible que fuera una victoria? No obstante, ciertamente fue una victoria - una de las victorias militares más grandes de la historia. Así lo es con el avance de la iglesia. A los cristianos que recibieron primero el libro de Apocalipsis les fue dada esperanza y ánimo sobre la certeza del reino presente y el triunfo final de Cristo; sobre la realidad del reino en el presente y su gloriosa manifestación en el futuro. Hoy los cristianos tienen esta misma esperanza. Tal como el reino de David fue marcado por guerra y enemistad, nosotros experimentaremos la enemistad del maligno hasta que regrese el Señor; pero, ese enemigo nunca vencerá a ninguna de las verdaderas ovejas del Señor, y cada año que el Señor se demora es un año en el cual miles más son añadidos al reino de Dios. Por lo tanto, como el reino de David, el territorio del reino de Cristo siempre está expandiéndose dentro del territorio del enemigo, y ni uno de sus ciudadanos verdaderos será capturado y llevado de regreso al campamento enemigo (Mateo 16:16–19; Juan 10:27–30). El suyo es ciertamente “un reino inconmovible” (Hebreos 12:28).
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