Dediquémonos a la oración
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INTRODUCCIÓN
INTRODUCCIÓN
A veces siento que en la vida cristiana la oración es como el ejercicio físico. Todos en algún momento hemos pensado que necesitamos hacer más ejercicio, incluso reconocemos los beneficios y la necesidad que tenemos que realizar alguna actividad física. Estamos convencidos de que, incluso, nos sentiremos mejor si nos ejercitamos, podremos manejar mejor la ansiedad y el estrés de la vida, evitaremos el sobrepeso y otras enfermedades, y además estaremos más sanos y fuertes físicamente.
Sin embargo, a pesar de todo esto, para la gran mayoría de personas, el ejercicio físico es un desafío. Mantener la disciplina y la motivación es un desafío.
Y creo que así nos pasa, o al menos a mí, con la oración. Sabemos que necesitamos orar más, estamos convencidos de que es bueno para nuestras almas el mantener una comunicación con nuestro Dios y Padre. Y yo debo reconocer que, así como me falta más ejercicio en mi vida (eso creo que se nota), así también debo dedicar más tiempo a la oración.
De hecho, cuando evaluamos las prioridades que los apóstoles del Señor establecieron en su ministerio, vemos que la oración tenía un lugar primordial.
En Hechos de los Apóstoles 6:4 encontramos la primera crisis en la historia de la iglesia porque amenazaba su unidad. Creo que todos estamos familiarizados con este texto, pero hay algo que me llamó la atención, y no quiero ser dogmático en esto, pero creo que el orden que establecen los apóstoles es importante, en el versículo 4, en su respuesta al problema ellos dijeron “»Y nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra»”
Y, de nuevo, no quiero ser dogmático en esto, pero creo que el orden es intencional. La oración debe ocupar un lugar central en nuestras vidas y nuestros ministerios. Sin embargo, al igual que con el ejercicio, generalmente, por dedicar tiempo a otras cosas, no oramos como deberíamos.
Y, la respuesta no es caer en un legalismo ni en unas vanas repeticiones para decir que he pasado 2 horas orando al día, pero sí hacer de la oración algo central en nuestras vidas. El problema es que muchas veces la oración es algo que no podemos medir para bien, sino, únicamente para mal. Es decir, si estamos orando muchas horas al día, eso no quiere decir que estemos bien, así eran los fariseos. Pero si estamos orando poco, entonces sí podemos estar seguros de que las cosas no van bien.
La respuesta no está tanto en cuánto tiempo oramos, sino en si verdaderamente hay una dependencia de Dios en nuestras vidas.
Y creo que éste es el problema. Tendemos a confiar más, o al menos en mi caso, tendemos a confiar más en nuestros esfuerzos que en la oración para que Dios haga algo.