1 Pedro 1:1-2 - Animados en la crisis
Animados en la crisis
Introducción:
Cada día nuestras noticias se llenan de historias que muestran la depravación de la humanidad y en cada una de ellas podemos ver la violación de algunos de los mandamientos de Dios. Cuando hablamos con otras personas, nos damos cuenta de las heridas que su cónyuge o los seres queridos les han causado, podemos ver también la tristeza que produce una enfermedad o el hecho de que nuestros familiares estén caminando de espaldas a Dios. Miramos a la iglesia y vemos que hay hermanos que están yendo por el camino equivocado o que están pasando situaciones bastante difíciles. Como podemos ver, las crisis y los problemas están a la orden del día. ¿Cómo podemos lidiar con todo este desastre a nuestro alrededor? Cuando en ocasiones “Ni siquiera podemos aclarar y resolver nuestros problemas, entonces, ¿cómo podemos animar a otros?
Hoy iniciamos una nueva serie sobre la primera carta de Pedro que hemos titulado “Esperanza en el Sufrimiento” y a lo largo de ella intentaremos resolver esos interrogantes. Acompáñeme en su Biblia 1 Pedro 1:1-2: Pedro, apóstol de Jesucristo: A los expatriados, de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos 2 según el previo conocimiento de Dios Padre, por la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre: Que la gracia y la paz os sean multiplicadas.
1. ¿Quién escribió la carta?
2. ¿A quién iba dirigida la carta?
3. Mensaje de Animo
1. ¿Quién escribió la carta?
Esta carta fue enviada aproximadamente por el año 63 o 64 D.C., tal vez un poco después del inicio de las persecuciones de Nerón. Lo primero que notamos en la primera parte del versículo 1, es que el escritor se identifica como “Pedro, apóstol de Jesucristo”. Como era costumbre en aquel entonces, el autor comienza su epístola presentándose a sí mismo y afirma dos cosas: que su nombre es Pedro y que escribe con autoridad apostólica, es decir que es uno de los doce apóstoles que Jesús escogió personalmente, que caminó con Jesús durante su ministerio terrenal y que además fue testigo de su resurrección.
Cuando vemos la vida de Pedro en la escritura, observamos que al principio Pedro no había comprendido lo que Jesús enseñaba sobre el sufrimiento, de hecho, Pedro no aceptaba que el Señor tuviera que padecer ni que sus seguidores tuvieran que sufrir. Recordemos que después de haber confesado que Jesús era el Hijo del Dios viviente, Pedro reprendió al Señor cuando Este comenzó a declarar que “debería ir a Jerusalén porque iba a sufrir muchas cosas y a morir, pero que al tercer día resucitaría”. Y Jesús le dice: en Mateo 16:23 ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres piedra de tropiezo; porque no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
Podríamos decir que para Pedro el sufrimiento era un estorbo, es decir, nunca vio el sufrimiento con esperanza. Por eso, lo que Pedro va a escribir en esta carta definitivamente es por la revelación del Espíritu de Dios, quien le permitió entender, a través del lente de la cruz y la resurrección de Jesús, el sufrimiento de una manera distinta. Además, al escribir esta carta, Pedro ya tenía treinta años de experiencia en el ministerio por lo que habla con gran madurez acerca de los padecimientos en la vida de los cristianos.
2. ¿A quién iba dirigida la carta?
La segunda parte del primer versículo nos dice que esta carta está dirigida a los expatriados, de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, es decir a los cristianos que vivían en cinco de las provincias romanas situadas en lo que ahora es Turquía. Es importante notar que estos hermanos estaban bajo presión por parte de la sociedad y la cultura romana. Pedro sabía que la situación iba a empeorar y por eso les escribe esta carta para enseñarles sobre la forma en la cual deben conducirse bajo circunstancias difíciles.
“Cuando uno vive en un ambiente hostil, la prioridad es sobrevivir y tratar de actuar y hablar de tal manera que se evite en lo posible el peligro. Es un desafío muy grande honrar a Dios en medio de circunstancias adversas”.
Muy probablemente el texto no está haciendo referencia a hermanos que son extranjeros en las provincias romanas, sino a creyentes que son originalmente de esos lugares, pero que, en virtud de su fe en Jesucristo, y que Dios los ha apartado para sí, los hace vivir como exiliados en su propia tierra. Ese llamamiento de Dios y esa vocación a Cristo debe afectar nuestra vida de tres maneras:
• Afecta a cómo miramos nuestras posesiones.
La acumulación de bienes ya no es una meta de nuestra vida, sino que tratamos las cosas materiales como bendiciones para disfrutar y herramientas para llevar a cabo nuestro ministerio de embajadores. Una característica de un embajador es que sabe que en cualquier momento tendrá que cambiar de residencia, por lo tanto, no se preocupa en acumular, ni se aferra a las posesiones. Por eso la Biblia en Colosenses 3:2 nos llama a poner la mira en las cosas de arriba y no en las de la tierra.
• Afecta también a nuestras relaciones.
Aunque, como embajadores fieles, somos llamados a amar incluso a los que nos persiguen, nuestra comunión y amistad más íntima ya no puede darse con los que no comparten nuestra relación con el Señor. Ahora consideramos que nuestros verdaderos hermanos no son los carnales, sino los espirituales. Con Jesús, decimos que “todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y hermana” (Mateo 12:50).
• Y, por último, afecta nuestras aspiraciones y nuestros deseos más profundos.
¿Para qué vivo? ¿Cuál es la meta de mi existencia? Pues, todo nuestro afán y deseos debe estar acorde con lo que dijo Pablo en 1 Tesalonicenses 1, “servir al Dios vivo y verdadero, 10 y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de entre los muertos, es decir, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera”.
3. ¿Qué les dice Pedro? ¿Cuál es el corazón del pasaje? ¿Qué quiere el Señor que sepamos en medio del sufrimiento?
En la parte final del versículo 1 y el versículo 2 Pedro continúa diciendo: elegidos, según el previo conocimiento de Dios Padre, por la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre: Que la gracia y la paz os sean multiplicadas.
Pedro les está recordando que, aunque son expatriados en su misma tierra, y estén siendo rechazados a causa de su fe, tienen una identidad en Cristo, Dios los ama. Él les está diciendo que la situación física o geográfica no es importante, que lo más importante para un creyente es su posición espiritual en Cristo, la cual han conseguido no por méritos propios sino por la gracia de Dios. Nuestra realidad en Cristo es lo único que puede ayudarnos en medio del sufrimiento y la aflicción. Por esa razón Pedro les habla sobre los aspectos que han intervenido en esa identidad en Jesucristo:
a) La Elección
Pedro les recuerda que han sido elegidos por Dios y llamados por Él para ser parte de su pueblo. Ya Moisés les había declarado eso Deuteronomio 14:2: Porque eres pueblo santo para el Señor tu Dios; y el Señor te ha escogido para que le seas un pueblo de su exclusiva posesión de entre los pueblos que están sobre la faz de la tierra.
La frase “elegidos según la presciencia de Dios o su previo conocimiento”, sugiere la idea de que la única explicación de la razón por la cual Dios eligió a los creyentes se encuentra en su voluntad soberana; En usted y en mí no había nada que pudiera atraernos hacia Dios, Él nos eligió porque quiso, porque esa era su determinación anticipada. Entonces, si somos elegidos por Dios según su previo conocimiento, nuestro sufrimiento no es un accidente, ni una señal de que Dios ha perdido el control. Nuestras pruebas están dentro de su soberanía.
La elección divina nos asegura que, independientemente de cuán intenso sea nuestro sufrimiento presente, el propósito final de Dios para nosotros no puede ser frustrado. Cuando el creyente es rechazado, perseguido o marginado por el mundo, puede aferrarse a su identidad como "elegido de Dios". Porque el sufrimiento puede quitarnos muchas cosas, pero no puede cambiar nuestra posición de hijos, que Dios nos ha dado.
b) Segundo Aspecto: La Santificación
Esto incluye tanto el proceso como el resultado, del trabajo que el Espíritu Santo está realizando en cada creyente, proceso mediante el cual el corazón del hombre es purificado del mal moral, y el “yo” es ajustado totalmente a la voluntad de Dios para cumplir el propósito eterno de Dios: “Que seamos santos porque Él es santo” (1 Pedro 1:16).
Wayne Grudem define este proceso con las siguientes palabras: “La santificación es una obra progresiva de Dios y los creyentes, que nos lleva a estar cada vez más libre del pecado y a que seamos más semejantes a Cristo en nuestra vida”.
En la "obra santificadora del Espíritu", como Pedro desarrollará más adelante en la carta, Dios utiliza las pruebas para purificar nuestra fe (1 Pedro 1:6-7). El fuego del sufrimiento consume las impurezas de nuestro carácter. No es una obra meramente teórica, sino que proporciona a cada creyente los recursos espirituales que necesita para soportar la adversidad.
c) Tercer Aspecto: La Obediencia
El efecto inmediato de nuestra separación para Dios es que produce en nosotros un deseo de obedecer a Dios. En este contexto, la frase “para obedecer” se refiere probablemente a nuestra respuesta positiva ante la proclamación del evangelio. Las Escrituras hablan no solamente de “creer el evangelio”, sino también de “obedecerlo”, como veremos más adelante en esta carta.
En tiempos de prueba, la obediencia a Cristo nos mantiene alejados de respuestas pecaminosas como la venganza, la desesperación o la negación de la fe. La obediencia en medio del sufrimiento proporciona un poderoso testimonio ante el mundo y nuestra conducta intachable puede llevar a que otras personas "glorifiquen a Dios en el día de la visitación".
d) El cuarto y último aspecto: La Justificación
Wayne Grudem la define como: “El acto legal instantáneo de parte de Dios mediante el cual Él declara que nuestros pecados están perdonados y que la justicia de Cristo nos pertenece y nos declara justos ante sus ojos”.
La justificación ante Dios, o lo que Pedro llama nuestro “rociamiento con la sangre de Jesucristo”. Nos lleva al lenguaje del Antiguo Testamento. Bajo el viejo pacto, todo tenía que ser purificado con sangre. En Éxodo 24 encontramos que los pactos se sellaban con sangre y cuando se rompían esos pactos, era necesario el sacrificio de un animal como señal de purificación, como dice Hebreos 9:13–14 13 porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros, y la ceniza de la becerra rociada sobre los que se han contaminado, santifican para la purificación de la carne, 14 ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?
Hermanos, en medio de nuestras tribulaciones debemos recordar que Cristo es el mediador del nuevo pacto en su sangre, y esto debe profundizar nuestra comprensión de por qué Pedro menciona el "rociamiento con su sangre". No es solo una referencia a la expiación, sino también al pacto que establece nuestra identidad como pueblo elegido de Dios y nuestras obligaciones de obediencia. Los exiliados viven bajo un pacto que define tanto sus privilegios como sus responsabilidades.
Es interesante el deseo con el que el apóstol Pedro concluye el versículo 2: “Que la gracia y la paz os sean multiplicadas”. La gracia antecede a la paz, porque, si no fuera por las constantes manifestaciones de la gracia de Dios en nuestras vidas, no hallaríamos paz. En tiempos de prueba, necesitamos una medida especial de la gracia divina. Y eso lo descubrió Pablo cuando dijo que la gracia de Dios es suficiente y que el poder de Dios se perfecciona en la debilidad (2 Corintios 12:9).
La paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7) es particularmente preciosa, nos inunda y nos invita a estar confiados en Dios, a pesar de que las circunstancias externas sugieren que deberíamos estar angustiados.
La palabra "multiplicadas" sugiere un flujo creciente, no una cantidad estática. Por lo tanto, a medida que el sufrimiento aumenta, la gracia y la paz de Dios se multiplican proporcionalmente para sostener a cada creyente.
En conclusión, en este pasaje podemos ver la relación que existe entre el sufrimiento y la gracia de Dios, Pedro relaciona la doctrina cristiana con la conducta del creyente, teniendo como base el ejemplo de Jesucristo que nos enseña que, aunque el sufrimiento es algo que debe esperarse en la vida cristiana, Dios nos fortalece en medio de ese sufrimiento para que su nombre sea glorificado.