Ser a sus pies

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Luke 10:38–42 NVI
Mientras iba de camino con sus discípulos, Jesús entró en una aldea y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba lo que él decía. Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer. Así que se acercó a él y dijo: —Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude! —Marta, Marta —contestó el Señor—, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor y nadie se la quitará.

Introducción

Durante el verano solemos aprovechar el calor para realizar actividades en conjunto: ir a la playa, hacer picnics, salir de vacaciones o visitar a familiares y amigos. Cada actividad requiere preparación: prever tiempo y dinero, organizar lo que llevaremos o lo que ofreceremos si la reunión es en nuestra casa. Sin embargo, estas programaciones también pueden producir tensiones, porque todos queremos que todo salga bien. Como cada persona piensa de manera diferente, también las prioridades suelen ser distintas, aunque el objetivo sea el mismo: que la experiencia sea algo fascinante.
Algo semejante experimentaron Marta y María en nuestra lectura del evangelio. Son dos visiones distintas del amor ante la visita de alguien muy apreciado: Jesús. Imaginemos que Jesús viniera este verano a visitarnos. ¿Cómo lo recibiríamos? ¿Cómo arreglaríamos nuestra casa? ¿Qué tendríamos preparado? Y si tuviéramos una actividad en la iglesia y nuestro predicador invitado fuera Jesús de Nazaret, ¿cuáles serían nuestros preparativos? Seguramente también surgirían algunas discusiones buscando la mejor forma de agradar a nuestro invitado.
Por eso es importante mirar el relato de Marta y María a la luz de todo el capítulo 10, porque este capítulo nos lleva a pensar en el triple ministerio de toda persona cristiana. Es decir, responde a la pregunta: ¿Qué hace un creyente? ¿Cómo nos identificamos con Jesús? El capítulo 10 define este triple ministerio:
Representar a Dios (Lucas 10:1–23, envío de los 72).
Ser prójimos que muestran compasión (Lucas 10:25–37).
Ser adoradores que escuchan la Palabra de Dios (Lucas 10:38–42) (Wiersbe, 2025).
En este contexto, el pasaje de Marta y María adquiere sentido para nosotros como discípulos, es decir, como seguidores de Cristo que escuchan la Palabra y la aplican. Cabe resaltar que, en sus enseñanzas finales, Jesús advierte que el gozo no es por los resultados —espíritus que se someten— sino porque nuestros nombres están escritos en el libro de la vida. Y el eje de ese gozo es el amor, expresado en la pregunta: ¿Quién es mi prójimo? El prójimo es aquel a quien podemos ayudar, el necesitado al que extendemos la mano.
Con este trasfondo, podemos reflexionar en tres asuntos fundamentales del pasaje, que resaltan el buen querer de Marta y María y cómo sus actitudes iluminan nuestra vida de fe.

1. El amor como foco de hospitalidad

En las culturas orientales, incluida la de Israel, la hospitalidad es un aspecto clave de la vida comunitaria. Cuando una persona llega a una casa se acostumbra a lavar sus pies para darle descanso y sanar las heridas del camino. Llegar a una casa es encontrar paz.
También para nosotros la hospitalidad es familiar. Cuando alguien viene a nuestra casa queremos atenderlo de la mejor manera: la casa limpia, sábanas cómodas, implementos de aseo listos. Además, solemos llevar a nuestros invitados a conocer lugares importantes, preguntarles por su viaje, ofrecerles un café, compartir tiempo.
La hospitalidad es un aspecto importante, pero no todos la comprendemos de la misma manera. Eso fue lo que sucedió con Marta y María. Marta fue quien recibió a Jesús. Seguramente lavó u ordenó lavar sus pies, lo acomodó y le llevó al menos un vaso de agua. Marta se interesó por cada detalle de la casa, porque para ella la experiencia debía ser agradable para el visitante.
Por su parte, María centró su atención en atender a Jesús con su presencia: se sentó a sus pies para escucharlo y, seguramente, dialogar con Él. Ese diálogo era importante porque también ayudaba a comprender las necesidades del huésped y procurar atenderlas.
Marta y María expresaron amor de maneras distintas. Gary Chapman describe cinco lenguajes del amor: palabras de afirmación, tiempo de calidad, recibir regalos, actos de servicio y contacto físico. En Marta podemos reconocer actos de servicio y el dar detalles materiales; en María, palabras de afirmación y tiempo de calidad.
Lo que encontramos en el texto son dos formas de atención que, juntas, expresan una hospitalidad integral. Como comunidad estamos llamados a comprender y dialogar mediante estos lenguajes del amor para que la experiencia de la fe —tanto para quienes asisten regularmente como para quienes nos visitan— sea un verdadero refresco y sanidad para su alma. Sea cual sea nuestro lenguaje del amor, debemos ponerlo en práctica y llevarlo a la vida cotidiana. Estamos llamados a atender las necesidades de quienes nos rodean porque, en últimas, Cristo está encarnado en cada persona que encontramos, en la iglesia o en nuestro entorno particular.

2. La diversidad del amor en el servicio

El conflicto entre Marta y María es la ocasión perfecta para reconocer la diversidad del cuerpo de Cristo. Somos diferentes, y eso enriquece el servicio. Marta y María, con sus distintas maneras de ser, estaban atendiendo a Jesús de la mejor forma posible.
El servicio de Marta se comprende como diaconía. Recordemos que en Hechos 6:1–7 el ministerio de los diáconos también surge a partir de un conflicto. Marta estaba sirviendo como diaconisa, y Lucas destaca así el papel de la mujer en el ministerio de Jesús.
La atención de María podría verse como un descuido de la casa, pero era igualmente importante: estar presente ante el huésped.
Nuestra comunidad es diversa. Dios nos ha dado talentos distintos para servir a los demás. Somos canales de Dios mediante el servicio; somos sus manos, sus pies, su boca y, lo más importante, su corazón entregado al prójimo. Somos como el samaritano que se detiene y cuida al desvalido.
La iglesia es fuente de esperanza para la humanidad. Nuestro testimonio debe salir de las cuatro paredes del santuario para anunciar al mundo que Cristo Jesús está entre nosotros y que Dios tiene planes de paz y de bien para toda la humanidad.

3. El discípulado como camino a la misión

Finalmente, la Biblia nos insta a ser discípulos. Jesús responde a Marta que María ha elegido “la mejor parte”. Esto no significa que Marta se equivocara al servir, sino que el servicio necesita brotar de la relación con Jesús. Cuando Marta se queja, pierde de vista la razón de su servicio. Y el servicio solo tiene sentido cuando nace del amor que experimentamos en la fe.
Ser discípulos es el punto de partida para comprender la naturaleza del servicio. Antes de servir, es necesario sentarse a los pies del Maestro, escuchar su Palabra y comprender su amor. Cristo es la fuente viva de un servicio que sana y restaura la dignidad humana, que reconoce al otro como imagen de Dios y que se compromete con su bienestar, sin importar cuál sea nuestro lenguaje del amor.
Ser discípulos es la base del crecimiento de la iglesia, del testimonio al mundo y del mensaje de esperanza y transformación que compartimos desde la fe.

Conclusión

El pasaje de Marta y María no busca enfatizar su conflicto, sino mostrarnos la importancia de un servicio integral: un servicio que escucha la Palabra y actúa en beneficio de quienes nos rodean. Nos recuerda que somos llamados a ser prójimos al servicio de Dios y del mundo, y que el servicio es disfrute y fruto de la vida de fe.
Cada día necesitamos sentarnos a los pies de Jesús para dar sentido a nuestro servicio y a nuestra vida como cristianos.
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