Un tesoro inagotable

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Luke 12:32–34 NVI
32 »No tengan miedo, mi rebaño pequeño, porque es la buena voluntad del Padre darles el reino. 33 Vendan sus bienes y den a los pobres. Provéanse de bolsas que no se desgasten; acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no hay ladrón que aceche ni polilla que destruya. 34 Porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón.

Introducción

El domingo pasado, el evangelio nos invitaba a pensar en la importancia de las relaciones familiares y el manejo que nosotros damos a los bienes materiales. Concluíamos que tenemos una herencia mejor que la material, basada en uno de los temas generales de esta sección del Evangelio: ser buenos prójimos. Una herencia de amor y compasión que nos impulsa a ser generosos.
En el relato, Jesús sigue su disertación procurando explicar lo que significa ser rico delante de Dios (Lucas 12:21). Para lograrlo, exhorta a sus discípulos —ya no a pensar en las riquezas— sino en la provisión de Dios. Los versículos 22 al 31 son un llamado a la confianza: «No se preocupen por su vida, qué comerán; ni por su cuerpo, cómo se vestirán» (12:22).
Estas palabras pueden parecer duras e incluso incoherentes para muchos de nosotros en nuestra sociedad, sin embargo, Jesús afirma además que la vida tiene más valor que la comida y el cuerpo más que la ropa, poniendo como ejemplo a los cuervos y a los lirios. Literalmente, Jesús está diciéndole a sus discípulos, a las personas que han decidido caminar con él, que no se preocupen por las cosas terrenales.
Sin duda, lo que estamos leyendo es Palabra de Dios. Pero ¿cómo entender esta despreocupación en un mundo capitalista y de alto nivel de consumo? Una de las claves para comprender estos pasajes tiene que ver con la razón de ser de los escritos de Lucas. Para ello, es preciso recordar que Lucas es el evangelista de los pobres. A lo largo de sus escritos podemos ver un interés especial por el cuidado de los pobres, lo cual se relaciona con la audiencia a la que escribe.
El Evangelio de Lucas fue escrito para una audiencia gentil, probablemente griega, por lo que adopta un estilo accesible al mundo helenístico y resalta la dimensión universal del mensaje de Jesús. Aunque profundamente religioso, su discurso subraya también las implicaciones sociales del evangelio: la justicia, la inclusión y el cuidado por los pobres. Es probable que Lucas conociera tradiciones comunes con Mateo, pero no necesariamente su evangelio completo. En su contexto, la comunidad cristiana ya estaba reflexionando sobre su relación con el judaísmo y comprendiendo su misión más allá de Israel.
Podemos recordar también que el contexto de Palestina en el siglo I estaba marcado por una fuerte desigualdad socioeconómica. Las élites, a menudo aliadas con Roma, acumulaban tierras y recursos, mientras la mayoría vivía en precariedad. En ese entorno, las palabras de Jesús adquieren un carácter profético y liberador.
En ese orden de ideas, esta integración entre lo religioso y lo social busca llevar a las personas a una transformación de vida que incluya a los más necesitados, los pobres y los vulnerables de la época. En ese sentido, las palabras de Jesús en el Evangelio de Lucas se convierten en una denuncia pública: mientras algunas personas atesoraban riquezas, otras vivían en condiciones de extrema pobreza. Esta situación debería ser parte de la preocupación activa de los cristianos. Podemos notar que Lucas insiste en este aspecto, ya como una realidad vivida en la comunidad cristiana primitiva, como se refleja en el libro de los Hechos:
Acts 2:44–45 NVI
44 Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común: 45 vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno.
La invitación de Jesús en el evangelio de Lucas trasciende el sentido de la preocupación. Nos invita a ver cómo Dios cuida generosamente de nosotros y hace su entrega confiando en que su ejemplo trascenderá en la comunidad de fe. “Confiar” es la palabra clave cuando se trata del cuidado propio, pero la preocupación por los pobres y vulnerados sigue siendo un foco de atención de Cristo. De ahí el valor que le dará a la categoría de Reino.
Los siguientes tres aspectos nos permitirán comprender el quehacer cristiano en la construcción del Reino de Dios y el invaluable tesoro que debemos conseguir.

1. Aprender a confiar

Luke 12:32 NVI
32 »No tengan miedo, mi rebaño pequeño, porque es la buena voluntad del Padre darles el reino.
El primer aspecto que nos trae la lectura del evangelio —como ya se ha mencionado— se desarrolla en el marco de la confianza. Ser discípulo de Jesús o ser buen prójimo no es un asunto de mero conocimiento; la práctica del discipulado está relacionada con la confianza.
El discípulo debe confiar en su maestro. Jesús habla a sus discípulos con tono de propiedad: “mi rebaño pequeño”. El buen pastor se encarga de su rebaño, un rebaño que puede ser pequeño, ya sea en número como en madurez. Vale la pena preguntar: ¿Qué es aquello que nos impide seguir a Cristo? ¿Por qué se nos hace difícil amar a nuestro prójimo, ser compasivos, escuchar la voz de Dios y compartir lo que tenemos?
El temor y la sensación de incertidumbre pueden hacer que nuestra confianza en Dios sea limitada. Sin embargo, Jesús anuncia que la buena voluntad del Padre es darnos el Reino. El Reino de Dios resulta ser un objetivo importante para el discípulo de Cristo. Comprenderlo implica pensar menos en nosotros y abandonarnos en las manos de Dios. Si Dios es el Señor del Reino, todo lo tenemos seguro y todas las cosas nos ayudan para bien.
Como creyentes necesitamos aprender a confiar. La mirada creyente es una mirada de fe, y la fe es creer a Dios, saber que ni la hoja de un árbol se mueve si no es su voluntad.

2. Aprender a soltar

Luke 12:33 NVI
33 Vendan sus bienes y den a los pobres. Provéanse de bolsas que no se desgasten; acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no hay ladrón que aceche ni polilla que destruya.
Un segundo aspecto importante en el pasaje tiene que ver con aprender a soltar. La invitación de Jesús es precisa: «Vendan sus bienes y den a los pobres». En un tiempo como el nuestro, en el que el ser humano quiere acumular y asegurar el futuro, es difícil asimilar las palabras de Jesús. Por eso, a menudo reducimos la enseñanza de Jesús a lo material, sin captar su llamado profundo a la solidaridad.
Pero Jesús está hablando de la importancia de aprender a soltar y ser solidarios. Jesús recuerda su denuncia pública y nos transmite un mensaje: nadie en la comunidad debería vivir en la pobreza. Aprender a soltar es un asunto que nace del corazón, no del bolsillo. Cuando aprendemos a soltar, nos hacemos solidarios y acudimos en ayuda de quien lo necesita.
La pobreza no es la voluntad de Dios. Ninguno de nosotros puede considerar que vive en pobreza porque Dios le ha dado lo que necesita para vivir. Por esa razón, quien es rico de corazón vive un amor expresado en el compartir de las riquezas (A. Grün).
Debemos aprender a soltar para dar con amor al que más lo necesita. Nuestro tesoro no es la casa, el carro, la carrera o la cuenta bancaria que tenemos. Nuestras bolsas deben ser un tesoro inagotable: un tesoro de amor y de compasión. Cuando compartimos de lo que Dios nos ha dado, somos verdaderamente ricos. Nuestro corazón se inclina a donde está nuestro tesoro.
Como cristianos debemos examinar dónde está nuestro tesoro, porque hacia allá se inclina nuestro corazón. Nuestro tesoro puede estar en las finanzas, en un ministerio, en una ofrenda que damos a la comunidad… y no en Cristo, en el amor, la solidaridad y la compasión. El tesoro inagotable que Dios nos da construye relaciones de amor, de confianza, de gratitud y genera vida y esperanza. La cuenta del amor en nuestras vidas siempre debe estar sumando.

3. Aprender a creer

Luke 12:34 NVI
34 Porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón.
Jesús termina afirmando que donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. Si no aprendemos a creer en el Dios que todo lo puede, que nos ha hecho ricos, que ha cambiado nuestra miseria humana por la gracia de la vida eterna, que nos ha hecho a su imagen, dándole significado a nuestra vida y a la dignidad humana, nuestra creencia es vana.
La religiosidad suele centrarse en el conocimiento doctrinal, pero la vida de fe —el camino de Jesús— se construye a través de la praxis. ¿En dónde está nuestro tesoro? ¿Hacia dónde va nuestra vida?
El ser humano puede caminar tras las riquezas de este mundo —la fama, el éxito, la superación personal— y seguir viviendo en la desgracia del dolor y de la culpa. Pero también puede proveerse del amor de Dios, de la fe, de la esperanza, para construir nuevos caminos, una nueva sociedad, para ver al otro como igual a mí y no como inferior. Creer en Dios es atesorar los valores del Reino de Dios.
Creer en Dios tiene que ver con la conciencia del ser humano, el cofre personal de donde sale todo lo bueno si hace de la relación con Dios su propio tesoro. De allí no puede salir maldad, ni odio, ni culpa, ni rencor, ni nada que degrade la dignidad humana.
El Cristo del Evangelio de Lucas es un Cristo que se interesa por los pobres y que transita en la preocupación por ellos y por los más vulnerables. Como creyentes debemos aprender a creer, no solo a memorizar fórmulas y oraciones, liturgias o versículos bíblicos, sino aplicarlos con fe para que nuestra vida sea un verdadero testimonio del Reino de Dios.

Conclusión

Refiere Anselm Grün: «La verdadera riqueza reside en nuestro interior, pues el tesoro está en nuestra alma. El amor es lo que fluye, y solo fluirá cuando fluya el dinero, cuando compartamos nuestros bienes». A la luz de esta enseñanza, podemos concluir que debemos aprender a confiar, a soltar y a creer. Cuando lo hagamos, cuando comprendamos que nuestro fundamento no está en las riquezas ni en los bienes materiales, todo lo demás fluirá, porque el amor es más fuerte.
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