Una mesa abierta

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EVANGELIO
Luke 14:1 NVI
1 Un día Jesús fue a comer a casa de un fariseo prominente. Era sábado, así que estos estaban acechando a Jesús.
Luke 14:7–14 NVI
7 Al notar cómo los invitados escogían los lugares de honor en la mesa, les contó esta parábola: 8 —Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar de honor, no sea que haya algún invitado más distinguido que tú. 9 Si es así, el que los invitó a los dos vendrá y te dirá: “Cédele tu asiento a este hombre”. Entonces, avergonzado, tendrás que ocupar el último asiento. 10 Más bien, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó, te diga: “Amigo, pasa más adelante a un lugar mejor”. Así recibirás honor en presencia de todos los demás invitados. 11 Porque todo el que a sí mismo se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. 12 También dijo Jesús al que lo había invitado: —Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos, a su vez, te inviten y así seas recompensado. 13 Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos. 14 Entonces serás dichoso pues, aunque ellos no tienen con qué recompensarte, serás recompensado en la resurrección de los justos.

Introducción

Los quince años de una mujer representan una edad muy importante en nuestra cultura latina porque simboliza el paso de niña a mujer. Sin duda es una ocasión precisa para celebrar, invitar amigos y familiares, ofrecer y recibir. Generalmente las familias ahorran y planifican durante meses cómo será la celebración, a quién invitarán y qué ofrecerán.
Don Ramón Santiago y su esposa son recolectores de basura en Axtla de Terrazas, un pueblo de unos 32.000 habitantes en el estado de San Luis Potosí en México. Ellos planificaron una pequeña fiesta para celebrar los quince años de su hija, Isela Anahí, con la sorpresa de que la mayoría de los invitados no asistió.
¿Podemos pensar por un momento lo que esto significa para una familia? De un lado está la ilusión del momento especial que se celebra y que ahora se desfigura con el rechazo de los invitados; de otro lado, nos encontramos con la cruda realidad cuando pensamos en la amistad y la cercanía con otras personas: muchas veces, quienes consideramos cercanos o amigos no lo son. Otro aspecto tiene que ver con el amor con el que los padres se entregan a sus hijos, y cómo enfrentan estas situaciones para proteger su bienestar.
Una mirada al interior de la situación puede dejarnos la imagen del rechazo a una familia por su estatus social. No sabemos quiénes eran los invitados, pero seguramente eran personas importantes para la niña y su familia.
Lo más significativo de la historia es que don Ramón, el padre de la niña, toma una decisión importante: sube un vídeo a Facebook ofreciendo comida para unas 40 personas. Su reclamo se convirtió en generosidad: sus esfuerzos y ahorros no podían echarse a la basura. Como familia pobre, sabían que la comida es sagrada y que no se debe botar. Este acto de generosidad se volvió hacia él y hacia su hija con la respuesta de personas que no conocían y que organizaron una fiesta que se volvió viral y que se llevó a cabo el pasado 23 de agosto.
Una fiesta sencilla se convirtió en el pretexto para unir a muchas personas y darle un lugar a una familia que decidió ser generosa con lo poco que tenía y que no esperaba nada a cambio. Quizás este sea también un milagro de multiplicación, porque la comida para cuarenta se convirtió en una fiesta con cerca de 2500 personas.
Esta anécdota nos deja ver, además, el valor de la mesa, la hospitalidad y la gratitud, valores muy cercanos a los que nos trae el evangelio el día de hoy, presentándonos a Jesús en el contexto de una cena a la que es invitado. Tanto la anécdota como el relato bíblico nos darán luces para comprender el mensaje de Dios para nosotros hoy.

Contexto Bíblico

La lectura del evangelio nos cuenta que Jesús fue a comer a la casa de un fariseo importante un sábado. Es importante recordar, como se mencionó el domingo pasado, que en adelante no veremos a Jesús en la sinagoga. Sin embargo, la reflexión sobre el sábado sigue latente: en la sinagoga, con la sanación de la mujer encorvada, y ahora, fuera de la sinagoga, con la sanación de un hombre hidrópico. Esto significa que la ausencia de Jesús en la sinagoga no representa ausencia de enseñanza y formación espiritual.
Estimamos que Jesús fue invitado por este fariseo aunque desconocemos las razones de la invitación. Se cree que durante los días de la semana los judíos acostumbraban a tener dos comidas en el día, pero en sábado tenían tres comidas. La comida principal era inmediatamente después del servicio de la mañana, más o menos al mediodía. Los líderes de la sinagoga se turnaban para invitar a sus colegas cada semana (Platt, 1993).
El prestigio de los líderes de la época no se limitaba a lo económico; este era necesario para lograr buenas relaciones sociales, las cuales daban un plus importante a la imagen de la persona. La concurrencia a estas comidas consistía en gente socialmente importante y destacada, ya que era la oportunidad que tenía el anfitrión para mostrar sus relaciones sociales. Allí asistían muchos fariseos, rabinos, líderes de comunidades, etc.
Por alguna razón Jesús estaba allí, observando. Pudo haber sido invitado como jefe de una comunidad, o podría haber sido llamado con alguna mala intención para ser acechado, pero el texto no es específico al respecto. Es importante saber que también se le permitía a la gente común acercarse sin ser invitada para observar. Esta es la razón por la que podría estar allí el hidrópico.
Esta primera mirada nos deja clara la separación social que existía en la cultura de Israel: por un lado, estaban los religiosos y políticamente correctos, aquellos que tenían una silla en la casa —hoy en día se diría «la gente de bien»— y, por otro, los pobres, enfermos, lisiados, ciegos y extranjeros, personas que, como Isela y su familia, no tenían posibilidades sociales y económicas para participar y solo podían limitarse a observar. Notemos que esta clasificación se daba en función de las posibilidades socioeconómicas y no de la dignidad de la persona.
De otro lado, la observación que hace Jesús tiene que ver con la actitud de los invitados. La mesa se preparaba de tal manera que las personas más importantes estarían al lado del jefe de la casa, y ese era el lugar que la mayoría buscaba. En realidad, este tipo de comidas eran un derroche de egolatría en el día del Señor. Es por eso que Jesús llama la atención a la audiencia en relación al lugar de honor. ¡Qué vergüenza sería que el dueño le pidiera a alguien levantarse de su asiento para cederlo a otra persona más importante!
La reflexión de Jesús está centrada en la costumbre judía que da un lugar de importancia a cada persona en la sociedad. Sus palabras son una invitación a la humildad. Más tarde, Pablo aconsejaría que nadie tenga más alto concepto de sí que el que debe tener (Rom 12:3). Jesús, quien sabía que no iba a ocupar el lugar de honor en esa mesa, invita a las personas a pensar con moderación. La enseñanza de Jesús es también una denuncia a un mundo que vive de las apariencias, donde las personas tienen un lugar conforme a sus posiciones o títulos.
La siguiente reflexión de Jesús la hace hacia el anfitrión. Como ya se ha mencionado, el propósito de estas comidas era mostrar la influencia social del jefe de la casa. No obstante, Jesús cuestiona ese actuar. Es importante recordar que esta comida se ofrecía en el día del Señor, y que el día del Señor era dedicado a alabar y adorar a Dios. Lo que se ofrecía debía ser un servicio. Implícitamente, Jesús vuelve a la reflexión del sábado trayendo otra forma de ver la comida especial del mediodía:
Luke 14:12–14 NVI
12 También dijo Jesús al que lo había invitado: —Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos, a su vez, te inviten y así seas recompensado. 13 Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos. 14 Entonces serás dichoso pues, aunque ellos no tienen con qué recompensarte, serás recompensado en la resurrección de los justos.
Jesús convierte esa comida en espacio de gracia, servicio y misión, en un lugar donde los asientos de honor se reservarían para los lisiados, los cojos y los ciegos. Lucas nos devuelve al principio del evangelio para recordarnos la misión de Cristo y, por lo tanto, la misión de la Iglesia. Los pobres, los enfermos y los extranjeros son quienes necesitan ser servidos. A ellos corresponde el lugar de honor. Aquellas personas que no tienen posibilidad de compensar y que necesitan ser vistas con dignidad.
El llamado de Jesús es un llamado a la inclusión. Al igual que el hidrópico, seguramente había otros enfermos y pobres observando la comida de los ricos sin poder participar de ella. Esta escena se convierte en el mayor cuadro de exclusión que podemos imaginar en el evangelio.
La mesa y la casa deben ser lugares abiertos para todas las personas y no para un grupo selecto y privilegiado.

Aplicación

Para la aplicación de este texto, el evangelio nos hace un llamado en dos vías:
En primer lugar, nos invita a quitar de nuestra mente la idea de ser «elegidos». Nosotros somos pueblo adquirido por Dios para anunciarlo; en otras palabras, somos colaboradores de Cristo en la misión de llevar el Reino de Dios.
Sin embargo, es necesario recordar que Jesús nos enseñó a vernos desde la igualdad. Las personas más importantes son las que tienen alguna necesidad, porque requieren la mano extendida de todos nosotros para poder salir adelante y vivir en dignidad. Jesús denuncia toda forma de exclusión quitando los lugares de privilegio en su mesa y, por tanto, en nuestra vida.
Es tarea del creyente mirar con amor y admiración a sus hermanos, reconociendo sus dones, talentos y ministerios. No podemos ser cristianos por fuera de la humildad. El Señor valora nuestra capacidad de hacer; Él nos ha bendecido con la posibilidad de alcanzar logros académicos, posiciones e incluso bienestar económico, pero nos llama a ser humildes y poner todo eso en las manos de Dios.
Una iglesia saludable y en crecimiento es aquella donde los miembros ponen sus dones en las manos de Dios y al servicio de la comunidad. En una iglesia sana no puede haber «gente de bien» y «gente del común», porque Cristo es todo en todos. En consecuencia, una iglesia sana y creciente es aquella en la que nos ayudamos mutuamente. En últimas, una iglesia sana se representa con una mesa circular, donde nadie es más que nadie y todos nos podemos ver a los ojos y reconocernos en el amor de Dios.
En segundo lugar, somos anfitriones en la mesa del Señor, y para ser buenos anfitriones necesitamos ser claramente incluyentes. Los lisiados, los pobres, los cojos y los ciegos de nuestro tiempo están representados en la diversidad de color, género e ideologías que manifiestan la multiforme gracia de Dios. Hoy en día están representados en nuestros hermanos latinos indocumentados que son perseguidos por el gobierno, en quienes se sienten rechazados por su color de piel o por su ascendencia. En las personas que son víctimas de la pobreza estructural, es decir, aquellas que no tienen la posibilidad de acceder a servicios de salud y educación dignos. En los desplazados por la violencia, en aquellos que piden asilo político. En las personas con limitaciones físicas, excluidas y estereotipadas como enfermas o incapacitadas. En quienes son discriminados por su condición sexual y de género. En los niños, niñas y adolescentes que son invisibilizados.
Jesús nos llama a abrir las puertas y los brazos de la iglesia y de nuestra vida a todas las personas que son rechazadas o estereotipadas en nuestros días. La inclusión debe ser una bandera cristiana que da testimonio de nuestra fe y del amor de Dios para la humanidad.
Como dice la Confesión de 1967: “La Iglesia, como comunidad reconciliada, es llamada a ser instrumento de reconciliación en un mundo dividido” (9.31).
Dios nos ha recibido con los brazos abiertos y espera que nosotros seamos personas de brazos abiertos.

Conclusión

Hoy en día, quizás hay muchas Iselas con sus familias esperando que alguien se siente en su humilde mesa. Cristo nos llama a ir justamente allí, donde está la necesidad, para llevar no solamente pan, sino la alegría del amor de Dios.
Cristo nos llama a celebrar la vida en humildad, servicio e inclusión. Así como la fiesta de Isela se convirtió en una gran fiesta para muchas personas a partir de un acto de amor y generosidad, Dios desea que nuestra vida sea una mesa de amor, generosidad y apertura al servicio de la humanidad más vulnerable.
Cristo nos llama a su mesa, la mesa de la gracia, donde no hay excluidos. Allí todos somos recibidos y enviados para que nuestras propias mesas reflejen el amor, la humildad y la inclusión del Reino de Dios.
Donde hay una mesa abierta, allí comienza el Reino de Dios. Donde hay exclusión, falta su presencia. Que nuestras mesas, nuestras casas y nuestra iglesia sean siempre reflejo de la gracia inclusiva del Reino.

Referencia

Platt, A. (1993) Estudios Bı́blicos ELA: Verdadero hombre, verdadero Dios (Lucas Tomo II) Ediciones Las Américas.
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