Vivir en Cristo: El Propósito de Nuestra Existencia

El gozo que satisface el corazon.  •  Sermon  •  Submitted   •  Presented
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Nuestro llamado es conocer y proclamar a Cristo, para que otros conozcan y proclamen a Cristo y algún dia disfrutar de Cristo por la eternidad.

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Vivir es Cristo, Morir es Ganancia (Filipenses 1:19–26)

Introducción

Hay verdades en la Biblia que sacuden el alma. Filipenses 1:21 es una de ellas: «Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia». Estas palabras del apóstol Pablo deberían hacernos temblar y a la vez despertar. ¿Ganancia la muerte? ¿Quién puede hablar así? Imaginemos por un momento a una persona en su lecho de muerte diciendo: “Morir es lo mejor que me podría pasar”. Nos parecería un delirio... a menos que entendamos lo que Pablo entendía. Él, encarcelado y enfrentando la posibilidad real de la ejecución, declara con audacia que si vive, vive para Cristo; y si muere, mejor aún, ¡porque se encontrará con Él cara a cara!
¿Podemos nosotros decir lo mismo, honestamente? ¿Podemos declarar que nuestra vida entera pertenece a Cristo, y que perder la vida terrenal sería una ganancia? Esta declaración confronta nuestros valores más profundos. Nos desafía a examinar para quién o para qué estamos viviendo realmente. En este mensaje vamos a desmenuzar este texto y permitir que su mensaje encienda un fuego santo en nuestros corazones. Prepárate: este sermón no será cómodo. Será directo, apasionado y profundamente confrontador, porque la Palabra de Dios viene a despertarnos de toda apatía espiritual.
Pablo escribe estas palabras desde la prisión, encadenado por causa de Cristo. Sin embargo, no habla con tristeza ni desesperación, sino con gozo y propósito. Hoy necesitamos ese mismo fuego, esa claridad de propósito que nos lleve a vivir de manera que nuestra existencia entera tenga un solo centro: Jesucristo. Y que incluso la muerte, lejos de ser una tragedia final, se vea como la puerta a una gloria mayor. ¡Oh, cuánto necesita escuchar esto la iglesia de hoy! Vivimos en una generación acomodada, que le teme al sufrimiento y huye del tema de la muerte. Pero la realidad es que ninguno escapará de su cita final en esta tierra. La pregunta es: ¿Estás listo para ese momento? ¿Estás viviendo hoy de tal manera que puedas decir sin mentir: “Para mí, vivir es Cristo” y entonces también “morir es ganancia”?
Vamos a emprender juntos este viaje por Filipenses 1:19–26 con un propósito: que el Espíritu Santo sacuda nuestro corazón. Que despierte a los que duermen en la apatía, que consuele a los tímidos dándoles valor, y que nos mueva a acciones radicales de consagración a Jesús. No saldremos de aquí igual; la Palabra de Dios nos va a confrontar y cambiar. ¿Estás dispuesto a escuchar aunque duela? ¿A dejar que Dios te hable aunque te confronte? Si es así, abre tu corazón, porque Dios quiere encender un fuego nuevo en tu interior.
Antes de entrar de lleno, oremos brevemente en nuestro espíritu: “Señor, habla a mi vida; no quiero vivir para nada más que para Ti. Cámbiame hoy. Amén.” Con esa expectativa, consideremos primero nuestra condición humana caída a la luz de este pasaje.

La Condición Humana Caída

Hermanos, la verdad es que nuestra condición natural está en tensión con la verdad de Filipenses 1:21. Por naturaleza, el ser humano no vive para Cristo ni considera la muerte como ganancia. Más bien, vivimos para nosotros mismos. Desde la caída, el pecado nos ha curvado hacia adentro, haciéndonos egoístas, temerosos y adictos a nuestra propia comodidad. ¿No es cierto? El hombre sin Dios vive diciendo: "Para mí, el vivir es yo mismo, mis placeres, mis logros... y el morir es pérdida total". Aparte de Cristo, la muerte  es una pérdida, algo terrible de lo cual huir. El pecado nos robó la perspectiva eterna y nos encadena al miedo: miedo a perder control, a perder placeres, miedo a la muerte.
Piensa en cómo la gente a tu alrededor trata el tema de la muerte: con silencio incómodo, con chistes nerviosos, o intentando distraerse. Muchos evitan pensar en ello; buscan prolongar la vida a toda costa, aferrándose a cualquier esperanza temporal. Incluso algunos creyentes, en la práctica, viven esclavizados por el temor a morir. ¿Por qué? Porque todavía sus corazones no terminan de convencerse de que Cristo vale más que esta vida. Nos encanta esta vida: nuestras rutinas, familias, sueños terrenales… y eso no es malo en sí. Pero el problema surge cuando esas cosas ocupan el trono que solo Cristo debe ocupar. La condición caída es vivir como si esta vida material fuera lo máximo y como si la eternidad no fuera real.
Examinemos nuestro propio corazón: ¿Para quién estoy viviendo yo? Puede que de labios digamos: "Soy cristiano". Pero en la práctica, ¿qué es el centro de tu vida? ¿Qué consume tus pensamientos, tu tiempo, tus recursos? ¿Es realmente Cristo, su gloria, su voluntad? ¿O son tus propios planes, tu trabajo, tu entretenimiento, tus placeres? Seamos honestos delante de Dios. La humanidad caída busca su propia ganancia, no la de Cristo. Por eso nos cuesta tanto decir "morir es ganancia" – porque en el fondo consideramos que ganancia es lo que obtenemos aquí y ahora. Nos aferramos a nuestros pecados favoritos, a nuestras zonas de confort, como si nada más importara. ¡Qué trágico engaño del enemigo! Él quiere mantenernos tibios, amando un poco a Dios pero también amando al mundo, para que nunca podamos declarar con sinceridad "vivir es Cristo".
El miedo a la muerte, en última instancia, revela que algo anda mal en nuestras prioridades o en nuestra fe. Hebreos 2:15 dice que, sin Cristo, los seres humanos están "sujetos a servidumbre por el temor de la muerte" – es una esclavitud real. Cuando no hemos hallado plena seguridad en Jesús, la muerte nos aterra porque es entrar en lo desconocido, rendir el control, dejar nuestros tesoros terrenales. Y ojo: el diablo usa ese temor. Usa el miedo a morir para hacernos cobardes, para apagarnos el celo, para seducirnos a buscar ahora todo lo que podamos en este mundo, en lugar de invertir en el venidero.
Incluso dentro de la iglesia, la condición caída se manifiesta en una vida cristiana a medias. ¡Cuántos cristianos nominales viven igual que el mundo! Dicen creer en el cielo, pero viven aferrados a la tierra. Dicen que Jesús es su Salvador, pero no le entregan sus vidas por completo. Rehúsan sacrificar su comodidad por el evangelio. Siguen coqueteando con pecados, posponiendo la consagración radical. Quizá asisten el domingo, pero de lunes a sábado “el vivir es YO”. Buscan primero su éxito, su dinero, sus hobbies, y si sobra tiempo, algo de Dios. Y claro, ante esa perspectiva materialista, morir sería una tragedia: significa perderlo todo, ver truncados sus planes egoístas. ¡Qué lejos está eso del cristianismo auténtico!
Hermanos, necesitamos arrepentirnos de esta mentalidad caída. Necesitamos ver que vivir para nosotros mismos es una farsa que nos deja vacíos y sin esperanza eterna. Jesucristo confronta brutalmente esta actitud cuando dice: «El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará» (Mateo 10:39). En otras palabras, si sigues aferrado a tu vida, a tu voluntad, la terminarás perdiendo. Pero si la rindes a Cristo, encontrarás la vida verdadera. ¿Lo creemos en serio?
Aquí es donde viene la primera sacudida: ¡Arrepiéntete de vivir para ti mismo!. Deja de tratar tu vida como si fuera tu posesión absoluta. No lo es. La Biblia dice: «Dios es el dueño de nuestras vidas»teologiasana.com, no nosotros. Cada latido de tu corazón está en Sus manos. ¿Y sabes? Él exige el primer lugar. Dios no acepta ser segundo de nadie. O Cristo es tu vida... o estás espiritualmente muerto, aunque respires.
Tal vez piensas: "Yo no vivo para mí, vivo para mi familia, para mis seres queridos." Eso suena noble, pero ni aun la familia debe usurpar el lugar de Cristo. Amar a la familia es bueno, pero amar más a la familia que a Dios es idolatría. Otros viven para sus estudios, sus sueños, su ministerio incluso – sí, ¡hay quienes hacen del ministerio su identidad en vez de Cristo mismo! Todo eso es parte de la condición caída: tomando buenas cosas y haciéndolas supremas, cuando solo Cristo debe ser supremo.
Y en cuanto al pecado, ¿qué diremos? No podemos pasar por alto que muchos no viven para Cristo porque en realidad viven para algún pecado encubierto. Amigo, no puedes servir a dos señores. No puedes decir "Cristo es mi vida" y a la vez alimentar lujuria, rencor, avaricia, orgullo... ¡Hay que hacer morir lo terrenal! John Owen, un pastor puritano, lanzó esta advertencia seria: «Ocúpate de matar al pecado o el pecado te matará a ti»solosanadoctrinablog.wordpress.com. ¿Lo entiendes? Si no crucificas tu pecado, tu pecado te está matando espiritualmente. Es imposible vivir para Cristo y al mismo tiempo abrazar aquello que llevó a Cristo a la cruz. Arrepintámonos. Confesemos con honestidad dónde hemos estado viviendo para nosotros mismos, para el mundo o para Satanás. Esta es la condición humana caída: un corazón dividido, temeroso, idólatra, que necesita ser transformado por el poder de Dios.
A menos que enfrentemos esta verdad incómoda, no estaremos listos para abrazar plenamente el mensaje glorioso de Filipenses 1:21. Así que deja que el Espíritu Santo te examine. Si ahora mismo te das cuenta de que no has estado viviendo principalmente para Cristo —que quizás has estado dormido en la fe, frío, acomodado, y que la muerte te produce terror porque no estás seguro de tu eternidad o estás apegado a este mundo— entonces es hora de humillarte y pedir perdón. ¡Dios nos muestra nuestra enfermedad (nuestro pecado) no para condenarnos sin remedio, sino para ofrecernos la medicina de su gracia!
Habiendo mirado esta oscura realidad de nuestro corazón humano, estamos listos para ver el antídoto glorioso en la Palabra. Vamos a la Escritura: veamos cómo Pablo podía tener una perspectiva tan radicalmente opuesta a la del hombre natural. Veamos la explicación bíblica de este pasaje, para descubrir el secreto de una vida cuyo centro es Cristo y cuyo fin es ganancia.

Explicación Bíblica

Abramos la Biblia en Filipenses 1:19–26. Pablo escribe desde la prisión en Roma, encadenado por predicar a Jesús. Humanamente hablando, su situación es crítica: podría ser liberado o podría ser ejecutado. En ese contexto él dice en el versículo 19: «Porque sé que, por vuestra oración y la suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación». Pablo confía en que, gracias a las oraciones de los hermanos y al poder del Espíritu Santo, todo lo que está viviendo – incluso el encarcelamiento – Dios lo usará para su bien y liberación. Aquí “liberación” (o “salvación”, según la versión) significa que, sea libre o muera, en cualquier caso Pablo será rescatado por Dios. ¡Qué perspectiva tan rendida a la soberanía de Dios! Pablo entiende que su vida está en las manos del Señor, no en manos del César. Si Dios quiere que viva, viviré para Cristo; y si Dios permite que muera, me llevará con Cristo. En cualquier escenario, él gana.
En el versículo 20 continúa: «conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte». ¡Presta atención! El anhelo supremo de Pablo no es salvar el pellejo, no es salir de la cárcel a toda costa. Su anhelo es no ser avergonzado, es decir, no flaquear en su testimonio, no negarle a Jesús por miedo. Él quiere tener la valentía de honrar a Cristo sea viviendo o muriendo. Lo que más desea es que Cristo sea magnificado, engrandecido, en su cuerpo en cualquier resultado. En otras palabras, Pablo ora: “Señor, ya sea que siga viviendo o que muera pronto, que mi vida o mi muerte te honren. Que todo esto sirva para mostrar Tu grandeza”. ¡Qué corazón! Aquí vemos la esencia de alguien que puede decir “vivir es Cristo, morir es ganancia”: su mayor preocupación es glorificar a Jesús en todo.
Y entonces viene el versículo 21, el centro de este pasaje: «Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia». Cada palabra cuenta. Pablo dice “para mí”, lo cual indica que es algo personal, internalizado. No es un lema vacío; es su convicción más profunda. Vivir es Cristo. ¿Qué significa eso? Significa que la vida de Pablo pertenece a Cristo, gira en torno a Cristo, exalta a Cristo, depende de Cristo. Cristo es el origen, el sustento y el propósito de cada uno de sus días. Si Pablo despierta por la mañana, su pregunta es: “Señor, ¿cómo te sirvo hoy? ¿Cómo te honro?”. Su identidad no está en ser fariseo (como lo fue antes), ni en ser ciudadano romano, ni en su oficio de hacer tiendas, ni aun en ser apóstol. Su identidad, su razón de ser es Cristo mismoCristo es su vida. En Gálatas 2:20 Pablo explica esta realidad diciendo: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí». Él entiende que, al creer en Jesús, hubo una unión espiritual tan real que ahora la vida de Jesús fluye en él. La vida cristiana no es simplemente imitar a Cristo externamente; es Cristo viviendo en nosotros por su Espíritu. Por eso, vivir es Cristo: porque cada latido espiritual, cada paso de fe, es Cristo actuando en nosotros.
Te pregunto: ¿Es Cristo el que da sentido a tu existencia? ¿O estás viviendo por otros motivos? Para Pablo, Jesucristo lo era todo. Cristo es “el autor y consumador de la fe” (Heb. 12:2), el pan de vidala luz del mundosu buen Pastor, su Señor, su Amigo fiel, su Tesoro. Pablo había probado las mieles de la comunión con Jesús y nada más le satisfacía. ¡Así debería ser con cada creyente! Que podamos decir con sinceridad: “Mi vida vale porque Cristo es mi vida. Si no tuviera a Cristo, no tendría nada. Con Cristo lo tengo todo. Vivo por Él, vivo para Él, vivo en Él”.
Ahora, la segunda parte de la frase: “y el morir es ganancia”. Aquí está la bomba para nuestra mentalidad natural. ¿Cómo que ganancia? Sí, para el que vive en Cristo, morir no es pérdida sino ganar algo mejor. ¿Qué podría ser mejor que la vida aquí? Pablo lo explica en los versículos siguientes. Mira el 22-23: «Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor». ¡Allí está! Morir es ganancia porque es “partir y estar con Cristo” en plenitud, y eso es “muchísimo mejor” que incluso la mejor vida aquí. Mientras vivimos en la tierra, conocemos a Jesús por la fe, experimentamos su presencia por el Espíritu Santo, sí. Pero todavía vemos como en un espejo, oscuramente. En cambio, al morir, el creyente “partirá” de este mundo y estará cara a cara con su Señor. Toda barrera será removida, ya no habrá pecado estorbando nuestra comunión, no habrá distancia. Entraremos a la alegría eterna de estar con el Amado de nuestra alma. ¡Esa es la ganancia suprema!
El apóstol Juan vio en visión algo de esta gloria y exclamó: «¡He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres! Él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte…» (Apoc. 21:3-4). ¿Te das cuenta? Para el cristiano, la muerte ya no es castigono es pérdida; Cristo la ha transformado en la puerta de entrada al cielofacebook.com. Como bien resumió un autor: “Para el cristiano, la muerte ya no es castigo, sino puerta al cielo. Morimos en Cristo para vivir en Él, y así verlo cara a cara”facebook.com. ¡Aleluya! Cristo con su propia muerte y resurrección quitó el aguijón de la muerte. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Cor. 15:55). Si perteneces a Jesús, la muerte no te puede robar nada de valor eterno; al contrario, te conduce a tus verdaderas riquezas.
Thomas Watson, un pastor puritano de hace siglos, expresó esta verdad de forma preciosa: «El cristiano debe vivir de tal manera que la muerte sea una ganancia.»teologiasana.com. Piensa en eso: que tu estilo de vida, tus prioridades, sean tales que, cuando mueras, en lugar de perder tus tesoros, los alcances. ¿Y qué tesoro alcanza el creyente al morir? A Cristo mismo en su plena gloria. Watson también dijo: “La muerte no es el fin para el creyente, sino el comienzo de la eternidad”teologiasana.com. Ciertamente, al morir no terminamos, sino que entramos en la vida que realmente es vida. Por eso Pablo suspira por partir con Cristo; no es un deseo morboso de morir por escapar de problemas, es que ama tanto a Jesús que anhela estar con Él sin intermediarios. ¡Qué perspectiva tan diferente a la del mundo! El incrédulo ve la muerte como el fin de sus placeres; el creyente la ve como el comienzo de su mayor placer: deleitarse en Dios para siempre.
Notemos algo importante: Pablo tiene “deseo” de partir, sí, pero no es suicida ni impaciente fuera de la voluntad de Dios. No malinterpretemos: un cristiano no anda buscando la muerte por sus propias manos; más bien, pierde el temor a la muerte y la puede recibir con paz cuando Dios la disponga, sabiendo en quién ha creído. Pablo incluso dice en el verso 22: *«Si el vivir en la carne resulta en beneficio de la obra, no sé qué escoger...». Y en el 24-25: «Quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros. Y confiado en esto, sé que quedaré, que aún permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo de la fe». Aquí Pablo reconoce: “Aunque personalmente anhelo estar con Cristo ya, también sé que ustedes (la iglesia) todavía me necesitan. Así que estoy dispuesto a posponer mi ganancia personal por el bien de ustedes, si Dios así lo quiere”. ¡Qué corazón tan parecido al de Jesús! Cristo mismo dijo: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» en Getsemaní. Pablo se somete: “sea como sea, Señor, si me dejas aquí, lo dedicaré a fructífera labor por tus hijos; si me llevas, disfrutaré de Ti”. En ambos casos, Cristo es glorificado.
Entonces, ¿qué vemos en Pablo? Vemos a un hombre libre del miedo a la muerte y libre del egoísmo al vivir. Libre del miedo a la muerte porque confía plenamente en la obra redentora de Jesús – sabe que la muerte solo lo llevará a casa. Y libre del egoísmo al vivir porque ya no vive para sí, sino para Cristo y Su iglesia. Esta es la verdadera libertad del cristiano: vivir o morir, somos del Señor (Rom. 14:8). El pastor Richard Baxter, otro siervo de Dios de la tradición puritana, aconsejaba: «Vive cada día como si fuera el último»teologiasana.com. ¿Por qué? Porque cuando cada día se vive para Cristo, con la eternidad en perspectiva, entonces uno está siempre listo para ir con Él. Baxter también dijo: «El cristiano debe vivir con una perspectiva eterna»teologiasana.com y «El amor de Cristo nos constriñe a vivir para Él»teologiasana.com. ¡Amén! El amor que Jesús nos mostró al salvarnos, al perdonarnos y prometernos vida eterna, nos presiona por dentro a dedicarle nuestra vida entera. Nos obliga de amor, no por fuerza externa sino por gratitud interna, a ya no vivir para nosotros, sino para Aquel que murió y resucitó por nosotros (2 Cor. 5:14-15).
Recapitulando la explicación: Pablo puede afirmar que vivir es Cristo y morir es ganancia porque: (1) Está unido a Cristo por la fe; Jesús es su todo en la vida. (2) Tiene asegurada la esperanza de estar con Cristo después de la muerte, gracias a la redención. (3) Ama a Cristo y a la iglesia más que a sí mismo, por eso incluso su deseo de partir está sujeto al plan de Dios y al beneficio de otros. En la cosmovisión de Pablo, Cristo lo llena todo: pasado (Cristo lo redimió de ser blasfemo perseguidor), presente (Cristo es su vida diaria), y futuro (Cristo será su ganancia eterna). ¡Oh, que esa también sea nuestra visión!
Pero tal perspectiva no nace de la nada. Es fruto de la obra de redención de Cristo en el corazón. Sin la cruz y la resurrección de Jesús, Pablo nunca podría hablar así. Esto nos lleva a la sección final: la Redención. ¿Qué hizo Cristo para transformar la muerte en ganancia, y cómo respondemos nosotros a esa verdad? Aquí es donde aplicamos todo al corazón y hacemos un llamado.

Redención

Escucha con atención: solo el evangelio de Jesucristo puede tomar a un pecador temeroso y egoísta, y convertirlo en alguien que declare “morir es ganancia.” ¿Cómo es posible esto? Por la redención obrada en la cruz. En la cruz, nuestro Señor Jesús derrotó el poder del pecado y de la muerte. Él, el único inocente, murió cargando nuestros pecados, soportando el castigo que merecíamos. Sufrió el aguijón de la muerte en lugar nuestro. Pero al tercer día resucitó victorioso, rompiendo las ataduras de la muerte. La Biblia dice que Jesús «quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio» (2 Tim. 1:10). ¡Aleluya! Eso significa que, para el que está en Cristo, la muerte ya no es una condena, sino una sierva que nos introduce a la presencia de Dios. Cristo desarmó a la muerte. Como cantaba un antiguo himno: “Él conquistó la tumba; mi vida escondió en Él”. Si Cristo pagó por mis pecados, entonces “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1). Ya no tengo que temer enfrentar el juicio de Dios al morir, porque Jesús lo enfrentó por mí en la cruz. Por eso el creyente puede mirar a la muerte y decir: “¿Qué me puedes hacer? ¿Llevarme con mi Salvador? ¡Eso es ganancia!”
Quiero hablarte a ti, querido amigo o hermano que me escuchas, directamente al corazón. Cristo murió y resucitó para darte esta seguridad gloriosa. Él te redimió no solo para perdonar tus pecados y librarte del infierno (¡aunque eso ya es maravilloso!), sino también para transformar tu manera de vivir aquí. Él compró tu vida con Su sangre, para que ahora vivas para Él«Él murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Cor. 5:15). ¿Lo ves? La redención produce una vida nueva, centrada en Cristo. Ya no te perteneces; perteneces a quien te rescató. Esa es la esencia de la doctrina reformada de la “sola gratia” y “solus Christus”: solo la gracia de Dios, a través de la obra de Cristo, puede salvarte y hacerte suyo por completo. No es por tus méritos, es por la obra soberana de Dios que has sido traído de muerte a vida. Y ahora, como fruto de esa gracia irresistible, tu corazón es cambiado para amar a Dios sobre todas las cosas. De eso se trata la santificación: Cristo formándose en ti día a día, por el poder del Espíritu. Él te da un nuevo corazón que puede finalmente decir: “Abba, Padre... hágase Tu voluntad”.
¿Recuerdas a Tomás, el incrédulo discípulo, cuando vio a Cristo resucitado? Exclamó: «¡Señor mío, y Dios mío!». Esa debe ser nuestra respuesta a la redención: reconocer a Jesús como Señor mío y Dios mío. Rendirnos sin reservas. Dejar caer las armas de la rebeldía y la autosuficiencia a Sus pies. Arrepentirnos y creer totalmente en Él. Solo así podremos experimentar esa seguridad de la que Pablo habla. Porque seamos claros: esta promesa de que morir es ganancia no aplica a todos indiscriminadamente. Para el que está sin Cristo, morir no es ganancia, es pérdida eterna, es entrar en la condenación justa de Dios. Si alguien me escucha hoy y sabe en su interior que no ha entregado su vida a Jesús, que sigue en sus pecados, entonces debes temblar ante la muerte. Porque “la paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23) no solo física sino espiritual, eterna separación de Dios. No permanezcas ni un minuto más en esa condición! Cristo te ofrece perdón hoy mismo. Te llama con urgencia: “Arrepiéntete y cree en el evangelio.” Clama a Él: “¡Jesús, sálvame! Yo quiero que Tú seas mi vida, quiero que Tu muerte sea mi ganancia. Lávame, perdóname, transfórmame.” Él no rechaza al corazón contrito. Hoy es el día de salvación. Entrega tu vida a Cristo, y entonces tú también podrás enfrentar la muerte sin terror, sabiendo a quién perteneces.
Ahora, hablo a los creyentes, a los que ya hemos confiado en Cristo: Hermanos, ¡no desperdiciemos la redención tan grande que hemos recibido! Si Jesús nos compró con Su sangre, vivamos para Él con todo el corazón. No seamos cristianos de nombre solamente; seamos discípulos radicales. El mundo necesita ver gente para quien Cristo lo es todo. ¿De qué sirve confesar doctrinas reformadas con la boca si nuestros corazones siguen fríos? La sana doctrina debe incendiar el alma, no adormecerla. Los puritanos que tanto nos inspiran eran gente de profunda teología y profundo fuego espiritual. Conocían a Dios y eso los hacía vivir de rodillas, llorar por los perdidos, romper con el pecado, consagrarse sin reservas. Thomas Watson, por ejemplo, escribió extensamente sobre la gloria que espera al creyente tras la muerte. Él pintaba la vida eterna en colores tan vívidos que movía a sus oyentes a anhelar el cielo por encima de la tierra. Decía en una de sus enseñanzas que el día de la muerte del creyente es su día de ascenso a la gloria; que debemos estar contentos de vivir, sí, pero listos para morir en cualquier momento, porque nos espera el abrazo eterno de Dioses.scribd.comes.scribd.com. ¿Vives tú con esa “maleta hecha”, por así decir, listo para irte con el Señor cuando Él quiera? ¿O estás tan enredado en las cosas temporales que te daría terror soltarlo todo ahora?
¡Hermano, hermana! La redención de Cristo te llama a una entrega total. Él dio todo por ti; responde dándole todo de ti. Ya basta de medias tintas. Basta de jugar a la iglesia. El tiempo es corto, la eternidad es larga. Cristo te quiere ardiendode pasión por Él. Quizá dices: "Tengo miedo de consagrarme tanto, de sufrir, de morir..." Pero mira lo que Jesús promete: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Apoc. 2:10). ¡Hay una corona de vida esperándonos! Nada que sacrifiques aquí se comparará con la recompensa de gloria y, sobre todo, con Cristo mismo recibiéndote al final. Jim Elliot, un misionero del siglo XX que murió asesinado por tribus a las que predicaba, escribió antes de morir: «No es ningún tonto el que entrega lo que no puede conservar para ganar lo que no puede perder». Él entendió el mensaje: tu vida aquí de todos modos no la podrás conservar; tarde o temprano la perderás. Pues entrégala voluntariamente a Dios ahora, inviértela en Sus propósitos, porque así ganarás lo que jamás perderás: la vida eterna, la comunión con Cristo, gozo sin fin.
Así que, ¿qué vas a hacer con esta palabra hoy? Esto no es solo para escuchar y decir "qué bonito sermón". ¡No! Dios nos está llamando a responder con acciones concretas. Permíteme ser muy claro y directo (porque así lo demanda este mensaje): Arrepiéntete de tu tibieza. Confiesa tus idolatrías secretas. Rompe con ese pecado que has tolerado; no más excusas, no más aplazar la santidad. Entrega tus temores al Señor – especialmente el temor a la muerte. Dile: "Señor, creo que Tú venciste la muerte por mí; ayúdame a abrazar esa verdad y a vivir sin miedo". Comienza a vivir cada día a la luz de la eternidad. Organiza tu vida en torno a Cristo: tus prioridades, tu uso del tiempo, tu dinero, todo. Que tu familia, tus compañeros, vean el cambio: que digan "Algo pasó, ahora Cristo es el centro en su vida".
Puede que Dios no nos llame a todos a morir como mártires (como a algunos sí ha llamado), pero sí nos llama a morir a nosotros mismos cada día. Jesús dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9:23). Esa es la actitud: morir a tu egoísmo diariamente, cargar la cruz de la obediencia, y seguir a Jesús. Paradójicamente, esa “muerte” al yo es la que nos permite vivir verdaderamente. Cada sacrificio por Cristo en esta vida resultará en gozo y realización mayores, tanto aquí como en la eternidad.
Tal vez pienses: "Esto suena muy radical, muy difícil". ¡Claro que en nuestras fuerzas es imposible! Pero aquí recordamos la promesa: tenemos la suministración del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19). No estamos solos en este llamado. El mismo Espíritu Santo que sostuvo a Pablo en prisión vive en ti, creyente. Él te llenará de poder, de fe, de valentía sobrenatural para vivir y morir para la gloria de Dios. Pídele que te llene ahora mismo. Que queme la escoria de tu comodidad y plante en ti un celo santo. Dios honra esa oración sincera. Él quiere verte vivir plenamente para Cristo más de lo que tú lo deseas. Así que no temas pedirle: "Espíritu Santo, haz real en mí Filipenses 1:21. Cambia mi corazón. Que Jesús sea mi todo."
Llegamos al cierre de este mensaje, y lo quiero hacer de manera pastoral y urgente. Te ruego, en el amor de Cristo: responde hoy a esta palabra. No salgas de aquí igual. Dios te ha hablado; no endurezcas tu corazón. Si necesitas reconciliarte con Dios, hazlo ahora. Si necesitas tomar decisiones drásticas —dejar un mal hábito, perdonar a alguien, dedicarte a servir en algo, testificar a ese amigo— hazlo hoy, no mañana. No sabemos cuánto tiempo nos queda de vida en la tierra. Lo que sí sabemos es que, si estamos en Cristo, lo mejor está por venir. Por tanto, ¡vive sin reservas para Él ahora! Vuela ligero, suelta el lastre del pecado y de las vanidades. Vive de tal modo que cuando llegue tu hora final, puedas decir como el apóstol: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe" (2 Tim. 4:7). Y entonces saludes a la muerte como a una amiga que te llevará ante tu Padre celestial.
Imagínate ese momento, el día en que cierres tus ojos aquí. Si estás en Cristo, abrirás tus ojos en la presencia gloriosa de Jesús. ¡Verás su rostro radiante de amor, escucharás Su voz diciéndote "Bien, buen siervo y fiel... entra en el gozo de tu Señor"! Toda lágrima será enjugada. Todo dolor quedará atrás. Entrarás en el descanso y el gozo que ni ojo vio ni oído oyó. Eso es lo que nos espera. ¿No vale la pena, entonces, vivir cada segundo para Él? Claro que sí. Vale la pena mil veces. Como exclamó Watson: “Oh, santos, desead la muerte, es el día de vuestra ascensión a la gloria celestial”es.scribd.com. En otras palabras, no le temamos, anhelemos la plena comunión con nuestro Señor.
Ahora, mientras finalizamos, haz tuya la decisión de Pablo. Dile al Señor en oración: “Jesús, para mí el vivir serás Tú, y el morir lo consideraré ganancia. Ayúdame. Me consagro a Ti.” Esa es la respuesta que Dios espera. Una entrega fresca, radical, genuina.
Y yo, como tu hermano y pastor en Cristo, te animo y te advierto con todo mi ser: No vivas para lo que perece; vive para Aquel que permanece para siempre. No temas a la muerte; teme más bien desperdiciar tu vida en tonterías. Cristo vive, y porque Él vive, tú también vivirás eternamente. Llénate de esa esperanza. Cuando Cristo es tu vida, vivirás con propósito y morirás con victoria.
¡Avancemos pues, con corazones encendidos! Que Monterrey, que México, que el mundo vean a una iglesia que arde de amor por Cristo, gente extraña que no le teme a la muerte porque ha sido conquistada por el Rey de reyes. Así los perdidos querrán lo que nosotros tenemos. Una vida así de consagrada es la luz más poderosa en medio de la oscuridad. Es tiempo de despertar, iglesia. Es tiempo de vivir para Cristo con todo el corazón. Él lo entregó todo por nosotros; no le demos las sobras. Entreguémosle todo, hasta nuestro último aliento.
Termino con este llamado pastoral y urgente: Si hoy escuchas Su voz, no endurezcas tu corazón. Arrepiéntete donde debes arrepentirte. Reafirma tu fe donde has dudado. Y levántate a vivir en santidad y misión. El Espíritu de Dios te capacitará. Haz tuyo el lema de Filipenses 1:21. Escríbelo en tu mente y en tu alma: "Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia." Que al salir de aquí lo recuerdes al levantarte mañana, y cada mañana que Dios te dé. Y cuando llegue el día final, tus seres queridos puedan decir: “Él/ella vivió para Cristo, y ahora ha partido a su ganancia eterna.”Esa será nuestra victoria definitiva en Jesús.
Que el Señor selle estas verdades en nuestros corazones. ¡A Él sea la gloria, por los siglos de los siglos! Amén.
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