Expulsado.
Los sacerdotes y gobernantes de los judíos odiaban a Jesús; pero las multitudes se agolpaban a escuchar sus palabras de sabiduría y a presenciar sus milagros. El pueblo estaba conmovido por un profundo interés, y ansiosamente seguía a Jesús para escuchar las enseñanzas de tan admirable maestro.
Los creyentes en este mensaje fueron oprimidos en las iglesias. Durante algún tiempo el miedo impidió, a quienes no querían recibir el mensaje, que actuaran de acuerdo con lo que sentían; pero al transcurrir la fecha revelaron sus verdaderos sentimientos. Deseaban acallar el testimonio que los que aguardaban se veían compelidos a dar, de que los períodos proféticos se extendían hasta 1844. Los creyentes explicaron con claridad su error y expusieron las razones por las cuales esperaban a su Señor en 1844. Sus adversarios no podían aducir argumentos contra las poderosas razones expuestas. Sin embargo, se encendió la ira de las iglesias, que estaban resueltas a no recibir la evidencia y a no permitir el testimonio en sus congregaciones a fin de que los demás no pudieran oírlo. Quienes no se avinieron a privar a los demás de la luz que Dios les había dado fueron expulsados de las iglesias; pero Jesús estaba con ellos y se regocijaban a la luz de su faz.
Pero las iglesias en general no aceptaron la advertencia. Sus ministros, que, como centinelas “a la casa de Israel”, debieran haber sido los primeros en discernir las señales de la venida de Jesús, habían fracasado en aprender la verdad, ya sea por el testimonio de los profetas o las señales de los tiempos. Como las esperanzas y ambiciones mundanas llenaban su corazón, el amor a Dios y la fe en su Palabra se habían enfriado; y cuando se presentó la doctrina del advenimiento, sólo despertó su prejuicio e incredulidad. Que el mensaje fuera predicado mayormente por laicos se presentaba como un argumento en contra el mensaje. Como antaño, se oponían al testimonio claro de la Palabra de Dios con la pregunta: “¿Ha creído en él alguno de los gobernantes, o de los fariseos?” Y al ver cuán difícil tarea era refutar los argumentos extraídos de los períodos proféticos, muchos desalentaban el estudio de las profecías enseñando que los libros proféticos estaban sellados y no se podían entender. Multitudes que confiaban implícitamente en sus pastores se negaron a escuchar la advertencia; y otros, aunque convencidos de la verdad, no se atrevían a confesarlo “por miedo a ser expulsados de la sinagoga”. El mensaje que Dios había enviado para probar y purificar la iglesia reveló demasiado evidentemente cuán grande era el número de los que habían concentrado sus afectos en este mundo más bien que en Cristo. Los lazos que los unían a la Tierra eran más fuertes que los que los atraían al cielo. Eligieron escuchar la voz de la sabiduría mundanal y rechazaron el mensaje de verdad destinado a escudriñar los corazones.
Al rechazar la advertencia del primer ángel, rechazaron los medios que el Cielo había provisto para su rehabilitación. Despreciaron al mensajero misericordioso que habría corregido los males que los separaban de Dios, y con mayor ardor volvieron a buscar la amistad del mundo. Tal era la causa del terrible estado de mundanalidad, apostasía y muerte espiritual que imperaba en las iglesias en 1844. cs 430-431
Cuando el prelado vio que los razonamientos de Lutero eran incontrovertibles, perdió el dominio de sí mismo y en un arrebato de ira exclamó: “¡Retráctate!, o te enviaré a Roma, para que comparezcas ante los jueces encargados de examinar tu caso. Te excomulgo a ti, a todos tus secuaces y a todos los que te son o te fueren favorables, y los expulso de la iglesia”. Y en tono soberbio y airado finalmente dijo: “Retráctate, o no vuelvas más”. CS 146
Si los líderes de Israel hubiesen recibido a Cristo, los habría honrado como mensajeros suyos para llevar el evangelio al mundo. A ellos les fue dada primeramente la oportunidad de ser heraldos del reino y de la gracia de Dios. Pero Israel no conoció el tiempo de su visitación. Los celos y la desconfianza de los líderes judíos maduraron en abierto odio, y el corazón de la gente se apartó de Jesús.
El Sanedrín había rechazado el mensaje de Cristo y procuraba su muerte; por tanto, Jesús se apartó de Jerusalén, de los sacerdotes, del templo, de los dirigentes religiosos, de la gente que había sido instruida en la ley, y se dirigió a otra clase para proclamar su mensaje y para congregar a los que habrían de anunciar el evangelio a todas las naciones.
Así como la luz y la vida de los hombres fue rechazada por las autoridades eclesiásticas en los días de Cristo, así ha sido rechazada en toda generación sucesiva. Vez tras vez se ha repetido la historia de la retirada de Cristo de Judea. Cuando los reformadores predicaban la Palabra de Dios, no pensaban separarse de la iglesia establecida; pero los dirigentes religiosos no quisieron tolerar la luz, y los que la llevaban se vieron obligados a buscar otra clase, quienes anhelaran conocer la verdad. En nuestros días, pocos de los que profesan seguir a los reformadores están movidos por su espíritu. Pocos escuchan la voz de Dios y están listos para aceptar la verdad en cualquier forma que se les presente. Con frecuencia, los que siguen los pasos de los reformadores están obligados a apartarse de las iglesias que aman para proclamar la clara enseñanza de la Palabra de Dios. Y muchas veces los que buscan la luz se ven obligados por la misma enseñanza a abandonar la iglesia de sus padres para poder obedecer. DTG 198-199
En el gran conflicto final, Satanás empleará la misma táctica, manifestará el mismo espíritu y trabajará con el mismo fin que en todas las edades pasadas. Lo que ha sido volverá a ser, con la circunstancia agravante de que la lucha venidera estará señalada por una intensidad terrible cual jamás ha visto el mundo. Las seducciones de Satanás serán más sutiles, sus ataques más resueltos. Si le fuera posible, engañaría a los mismos escogidos (
Misterios. Es decir, las cosas que están ocultas a los que no tienen sincero interés por conocer la verdad. No son misterios en el sentido que no puedan entenderse o que deliberadamente les son abiertos a algunos y ocultados a otros. El Evangelio es “locura” para algunos (
