TAMAR
I. TAMAR, NUERA DE JUDÁ. Probablemente era cananea, como su suegra, y estuvo casada primero con > Er, primogénito de Judá, el cual murió sin dejar descendencia. Según la costumbre del > levirato, se unió a su cuñado > Onán, el cual reshusó darle un hijo, por lo cual murió (Gn. 38:6–10). Mientras tanto, la esposa de Judá también murió y solo quedaba > Sela, todavía un niño, a quien Judá no consideró prudente embarcar en una unión de ese tipo, por miedo a que corriera la suerte de sus hermanos. La familia parecía destinada a extinguirse.
Tamar se encontró en una situación de debilidad: extranjera y dos veces viuda, con un suegro que por miedo rehusó cumplir los requisitos del levirato para perpetuar el nombre de su hijo y repartir la parte de la herencia que le pertenecía a su descendencia. Actuando con astucia creativa y mucho coraje, Tamar arriesgó su vida en solidaridad con su difunto esposo, y logró una reivindicación como persona «justa».
Aprovechando una coyuntura favorable, se vistió a la manera de una prostituta sagrada y se estacionó en el camino de > Timnat, por el que tenía que pasar un Judá satisfecho tras acabar el esquileo del rebaño. Judá, que no la reconoció, requirió sus servicios y, como anticipo del cabrito que había quedado en pagarle, ella le pidió una señal: «el anillo del sello, con la cinta y el bastón». Tras haber logrado ese anticipo, la misteriosa «ramera del camino» desaparece y nadie sabe decirle al enviado de Judá quién ha podido ser esa mujer cuando viene a llevarle el cabrito (Gn 38:12–23).
Al cabo de un tiempo le dicen a Judá que su nuera está embarazada y que, por tanto, es adúltera, pues debía haberse mantenido fiel a su tercer marido, Sela, quien tenía el derecho de casarse con ella conforme a la ley del levirato (cf. Dt. 25:5–10). Judá, jefe del clan y padre de Sela, condena a Tamar a muerte. Entonces ella le revela lo ocurrido en el camino y Judá lo reconoce (Gn. 38:25–27). Tamar se ha arriesgado, pero ha logrado lo que quería, es decir, ser madre y tener un descendiente, que no será ya de su primer esposo, sino del mismo padre de la tribu. Este pasaje pone de relieve la fidelidad materna de Tamar, que logra tener descendientes para la tribu de Judá: Fares y Zara. La historia termina con el nacimiento de estos dos gemelos (Gn. 38:6–30).
Tamar es la última de las «matriarcas» antiguas, una mujer que puede y debe compararse a Sara y Rebeca, a Lea y Raquel, aunque su origen sea probablemente cananeo. Frente a la mujer de Potifar, que aparece en el capítulo siguiente de la Biblia (Gn. 39) queriendo acostarse con José solo por placer, a pesar de estar casada con otro hombre, Tamar se acuesta por justicia (y a escondidas) con el padre de sus esposos muertos, para darles descendencia (que será descendencia mesiánica). Parece una prostituta y, sin embargo, es más justa que Judá, el patriarca de los judíos. No es ejemplar, en sentido espiritual, pero si un ejemplo de moral al servicio de la vida. Claus Westermann señala que «es característica de los relatos patriarcales que, cuando la justicia está en juego, solamente las mujeres inician la revuelta contra el orden establecido. Y en cada caso es reconocido que tal auto-defensa es justa» (Génesis 37–50, 56).
Los hijos de Tamar serán los fundadores de la tribu de Judá, de manera que ella (una mujer cananea) aparece como aquella que ha marcado para siempre la línea de la tribu más representativa del Israel posterior, como matriarca de la que proviene David, por medio de Farés (cf. Rut 4:12, 18–22; 1 Cro. 2–4), un antepasado del mismo Jesús (cf. Mt. 1:3; cf. Lc. 3:33).
