Primera y Segunda Venida...dos épocas similares.
Hubo, fuera de la nación judía, hombres que predijeron el aparecimiento de un instructor divino. Esos hombres buscaban la verdad, y se les impartió el Espíritu de Inspiración. Tales maestros se habían levantado uno tras otro como estrellas en un firmamento oscuro, y sus palabras proféticas habían encendido esperanzas en el corazón de millares de gentiles.
Entre quienes los judíos llamaban gentiles había hombres que entendían mejor que los maestros de Israel las profecías bíblicas concernientes a la venida del Mesías.
El cumplimiento del tiempo había llegado. La humanidad, cada vez más degradada por los siglos de transgresión, demandaba la venida del Redentor. Satanás había estado obrando para ahondar y hacer insalvable el abismo entre el cielo y la tierra. DTG 26
Es cierto que en toda generación Dios había tenido sus agentes. Aun entre los paganos había hombres por medio de quienes Cristo estaba obrando para elevar a la gente de su pecado y degradación. Pero eran despreciados y odiados.
Muchos habían sufrido una muerte violenta. La oscura sombra que Satanás había echado sobre el mundo se volvía cada vez más densa. DTG Ibid
Mediante el paganismo, Satanás había apartado de Dios a los hombres durante muchos siglos; pero al pervertir la fe de Israel había obtenido su mayor triunfo. Al contemplar y adorar sus propias concepciones, los paganos habían perdido el conocimiento de Dios y se habían ido corrompiendo cada vez más. Así también había sucedido con Israel.
Los mensajeros celestiales contemplaban con asombro la indiferencia de ese pueblo a quien Dios llamara para comunicar al mundo la luz de la verdad sagrada. La nación judía había sido preservada como testigo de que Cristo debía nacer de la simiente de Abraham y del linaje de David; aun así, no sabía que su venida era inminente. En el templo, los sacrificios matutino y vespertino señalaban diariamente al Cordero de Dios; sin embargo, ni aun allí se habían hecho los preparativos para recibirlo. Los sacerdotes y maestros de la nación no sabían que estaba por acontecer el mayor evento de los siglos. Repetían sus rezos sin sentido y ejecutaban los ritos del culto para ser vistos de los hombres, pero en su lucha por obtener riquezas y honra mundanal no estaban preparados para la revelación del Mesías. Y la misma indiferencia saturaba toda la tierra de Israel. Los corazones egoístas y amantes del mundo no se conmovían por el gozo que embargaba a todo el cielo. Sólo unos pocos anhelaban ver al Invisible. A los tales fue enviada la embajada celestial.
El pueblo a quien Dios había llamado para ser columna y base de la verdad, había llegado a ser representante de Satanás. Hacía la obra que éste deseaba que hiciese, y seguía una conducta que representaba falsamente el carácter de Dios y lo hacía considerar por el mundo como un tirano. Los mismos sacerdotes que servían en el templo habían perdido de vista el significado del servicio que cumplían. Habían dejado de mirar más allá del símbolo, a lo que significaba. Al presentar las ofrendas de los sacrificios, eran como actores de una pieza de teatro.
El engaño del pecado había llegado a su culminación. Habían sido puestos en operación todos los medios para depravar el alma de los hombres. El Hijo de Dios, mirando al mundo, contemplaba sufrimiento y miseria. Veía con compasión cómo los hombres habían llegado a ser víctimas de la crueldad satánica. Miraba con piedad a quienes se estaban corrompiendo, matando y perdiendo. Habían elegido a un gobernante que los encadenaba como cautivos a su carro. Aturdidos y engañados avanzaban en lóbrega procesión hacia la ruina eterna; hacia la muerte en la cual no hay esperanza de vida, hacia la noche que no ha de tener mañana. Los agentes satánicos estaban incorporados a los hombres. Los cuerpos de los seres humanos, hechos para ser morada de Dios, habían llegado a ser habitación de demonios. Los sentidos, los nervios, las pasiones, los órganos de los hombres, eran movidos por agentes sobrenaturales en la complacencia de las concupiscencias más viles. La misma estampa de los demonios estaba grabada en los rostros de los hombres. Dichos rostros reflejaban la expresión de las legiones del mal que los poseían. Ese fue el panora ma que vio el Redentor del mundo. ¡Qué espectaculo contempló la Pureza infinita!
Los ángeles estaban maravillados por el glorioso plan de redención. Con atención miraban para ver cómo el pueblo de Dios iba a recibir a su Hijo, revestido con el manto de la humanidad; y fueron a la tierra del pueblo elegido. Las otras naciones creían en fábulas y adoraban falsos dioses. Pero los ángeles fueron a la tierra donde se había revelado la gloria de Dios y había brillado la luz de la profecía. Fueron sin ser vistos a Jerusalén, se acercaron a los que debían exponer los Sagrados Oráculos, a los ministros de la casa de Dios. Ya había sido anunciado al sacerdote Zacarías, mientras servía ante el altar, la proximidad de la venida de Cristo. Ya había nacido el precursor, y su misión estaba corroborada por milagros y profecías. Habían cundido las nuevas de su nacimiento y del maravilloso significado de su misión. Y sin embargo, Jerusalén no estaba preparada para dar la bienvenida a su Redentor.
En los campos donde el joven David apacentara sus rebaños, todavía había pastores que velaban por la noche. Durante esas silenciosas horas hablaban del Salvador prometido y oraban por la venida del Rey al trono de David. “Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”.
Si los líderes* [ver p. 33] de Israel hubieran sido fieles, podrían haber compartido el gozo de anunciar el nacimiento de Jesús. Pero hubo que pasarlos por alto.
