Sermón sin título (40)
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Hermanos, abramos nuestras Biblias en Juan capítulo 6, versículos del 1 al 15.
Este pasaje es más que una historia sobre un milagro. Es una revelación del corazón del hombre y del carácter de Cristo.
Juan lo incluye no solo para mostrar lo que Jesús hizo, sino para que entendamos quién es. El propósito de este Evangelio, recordemos, está en 20:31:
“Estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.”
Así que el milagro que leeremos hoy no busca impresionar, sino producir fe.
Es una señal, una evidencia visible de una verdad espiritual invisible.
Y la verdad central es esta: Cristo es suficiente para saciar al hombre en su necesidad más profunda.
El escenario es simple: una multitud hambrienta, unos discípulos confundidos, y un Cristo soberano.
Miles de personas siguen a Jesús porque han visto señales. Lo buscan por los beneficios, no por la verdad.
Y ese es precisamente el problema que el texto revela: la gente quiere el pan de Cristo, pero no al Cristo del pan.
Esa misma tendencia persiste hoy.
Queremos un Salvador que alivie nuestras cargas, pero no un Señor que gobierne nuestras vidas.
Queremos bendiciones sin obediencia, ayuda sin arrepentimiento, consuelo sin transformación.
Por eso este texto nos confronta. No solo muestra la compasión de Jesús, sino también Su autoridad.
Él no vino a llenar estómagos, sino a reinar sobre corazones.
Aquí, Jesús usará el hambre física como una lección espiritual.
El milagro apunta a algo más grande: Él mismo es el Pan de Vida que descendió del cielo.
Y Juan estructura esta sección para que lo entendamos en dos niveles:
primero, el acto milagroso (vv.1–15), y luego el discurso interpretativo (vv.22–71).
La señal y la palabra van juntas.
Por eso, nuestra tarea hoy no es admirar el milagro, sino entender lo que significa.
Este texto nos mostrará que el Señor no solo proporciona, sino que gobierna;
que no solo satisface, sino que discierne;
que no solo alimenta, sino que reina.
Y al seguir el flujo del pasaje veremos cómo Su suficiencia se despliega en cinco actos:
Cristo se retira para reinar.
Cristo nos prueba para revelar nuestra incredulidad.
Cristo provee por Su poder creador.
Cristo preserva por Su fidelidad pactual.
Cristo rechaza la falsa adoración para asegurar la verdadera.
Todo el pasaje nos enseña una sola verdad:
la suficiencia soberana de Cristo frente a la insuficiencia humana.
Por eso, antes de pensar en el pan que falta, miremos al Señor que no falta.
Antes de hablar de la necesidad, contemplemos al que la gobierna.
Juan no quiere que salgamos maravillados del milagro, sino transformados por el Mesías.
I. Él se Retira para Reinar
I. Él se Retira para Reinar
Después de esto, Jesús se fue al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberias. Y una gran multitud lo seguía, pues veían las señales que realizaba en los enfermos. Entonces Jesús subió al monte y se sentó allí con Sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.
El texto comienza diciendo que Jesús “se fue al otro lado del mar de Galilea”.
Juan nos muestra que después del rechazo de los líderes judíos (Juan 5), el Señor no se detiene ni se esconde. Se aparta porque su hora aún no ha llegado y porque todo lo hace conforme al plan del Padre.
Lo que parece un retiro geográfico es, en realidad, una declaración de gobierno.
Cristo no se aleja para huir, sino para reinar. La oposición de los hombres no altera el propósito eterno de Dios.
Vs. 3 “Entonces Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.”
En la Biblia, el monte es el lugar donde Dios se revela y desde donde gobierna:
en el Sinaí dio su ley
en el Carmelo mostró su poder
en Sion estableció su trono.
Aquí, Jesús sube al monte como el verdadero Señor de Israel.
El verbo “sentarse” indica enseñanza y dominio. Antes de alimentar, Cristo reina. Antes de obrar, establece orden. Lo que sigue en el pasaje nace de ese reposo soberano.
Y ese reposo no es pasividad, sino control. Jesús reposa porque todo está bajo su mano. Así fue desde el principio:
en Génesis, Dios descansó no por cansancio, sino porque había completado su obra y la gobernaba.
Ese patrón se repite aquí: el Hijo reposa porque la provisión que vendrá está asegurada por su poder.
Nada de lo que ocurrirá —ni la multitud hambrienta, ni la prueba de los discípulos, ni la falsa adoración— lo toma por sorpresa.
Todo está bajo su soberanía.
“Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos”.
Este detalle conecta el monte con el Éxodo.
Así como Dios liberó a Israel de la esclavitud para llevarlo al reposo, ahora Jesús se presenta como el nuevo Moisés, guiando a un nuevo pueblo hacia el reposo verdadero.
El monte de Galilea anticipa el monte de Sion.
La Pascua antigua liberó de Egipto; la Pascua definitiva, que se cumple en Cristo, libera del pecado.
El reposo que Israel solo probó parcialmente se cumple ahora en el Hijo, que reposa no en un monte físico, sino en la comunión perfecta con el Padre.
Aplicación:
si Jesús gobierna sentado, nosotros debemos aprender a servirle confiados, sin ansiedad.
El tiene control absoluto de todo, por lo tanto debemos dejar el activismo que nace del temor —esa urgencia por “hacer algo” para sostener lo que solo Cristo puede sostener— y a aprender a mirar antes de movernos, a orar antes de actuar, a escuchar antes de hablar.
Vivimos en una cultura agotada, donde el ruido y la productividad definen el valor, el creyente debe recordar que su vida y ministerio nacen del reposo del Señor.
Jesús subió al monte, se sentó y desde allí proveyó.
Así también hoy, desde su trono celestial, sigue gobernando y proveyendo para su iglesia.
Hermano, deja de vivir como si todo dependiera de ti y comienza a vivir como si Cristo realmente reinara.
Si Él está sentado, tú puedes arrodillarte en confianza.
Si Él gobierna, tú puedes descansar en obediencia.
Ese es el milagro antes del milagro: la fe que reposa en el Señor que reina.
II. Él nos Prueba para Exponer Nuestra Incredulidad
II. Él nos Prueba para Exponer Nuestra Incredulidad
Cuando Jesús alzó los ojos y vio que una gran multitud venía hacia Él, dijo* a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para que coman estos?». Pero decía esto para probarlo, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: «Doscientos denarios de pan no les bastarán para que cada uno reciba un pedazo» Uno de Sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, dijo* a Jesús: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero ¿qué es esto para tantos?»
Juan no registra esta escena como una simple conversación logística. Nos muestra a Cristo obrando pedagógicamente.
Jesús levanta los ojos —imagen que refleja tanto compasión como dominio— y al ver la multitud hambrienta, dirige su mirada a Felipe. La pregunta no busca información, sino transformación: “¿Dónde compraremos pan para que coman estos?”.
El texto dice claramente: “Esto decía para probarlo”. La prueba no tiene por fin descubrir algo desconocido para Jesús, sino revelar lo que aún no ha madurado en la fe del discípulo. Las preguntas de Cristo no buscan datos, buscan corazones.
Felipe responde con cálculo humano: “Doscientos denarios de pan no bastarán…”. Es una respuesta racional, prudente, realista, pero incrédula. Mide la necesidad por los recursos visibles, no por la persona que tiene delante.
Andrés, aunque más sensible, incurre en la misma lógica: “Aquí hay un muchacho con cinco panes… pero ¿qué es esto para tantos?”.
Ambos representan la fe común del creyente: una fe que ve a Cristo, pero no termina de confiar en Su suficiencia. Están frente al Creador del pan, pero razonan como si todo dependiera del mercado.
Juan nos permite ver que Cristo prueba la fe no para destruirla, sino para purificarla.
Como en el Éxodo, donde Dios probó a Israel con el maná:
Entonces el Señor dijo a Moisés: «Yo haré llover pan del cielo para ustedes. El pueblo saldrá y recogerá diariamente la porción de cada día, para ponerlos a prueba si andan o no en Mi ley.
Aqui, el nuevo Moisés prueba a sus discípulos para que descubran su necesidad de depender de Él.
Las pruebas de Dios siempre exponen dónde descansa nuestra confianza: si en el cálculo o en la comunión, si en los recursos o en el Redentor.
Jesús sabía lo que iba a hacer, pero ellos no sabían lo que Él ya había dispuesto hacer. Ese es el punto de la fe: caminar cuando solo Él ve el resultado
Aquí hay un patrón que atraviesa toda la Escritura: Dios guía a sus siervos al límite para revelar que Él no tiene límites:
Lo hizo con Abraham en el monte Moriah,
con Moisés en el mar Rojo,
con Elías en Sarepta,
y ahora con los discípulos en Galilea.
Aplicación:
Hermanos, el Señor hoy, sigue probando a los suyos para mostrarles Su suficiencia.
Él nos coloca deliberadamente frente a necesidades que exceden nuestra capacidad, no para avergonzarnos ni abandonarnos, sino para formarnos; cuando nos vemos sin recursos, no estamos solos, estamos siendo instruidos.
La incredulidad calcula y concluye: "No alcanza".
La fe madura, en cambio, confiesa: "Señor, Tú sabes lo que vas a hacer".
Por tanto, este texto nos llama a dejar de medir la obra de Dios por nuestro presupuesto y a medirla por Su fidelidad. La prueba no busca respuestas fáciles, sino una comunión más profunda que nos mueva de mirar la escasez a mirar al Cristo soberano.
La pregunta de Jesús —¿Dónde compraremos pan?— sigue probándonos hoy, y la respuesta de fe nunca es un cálculo, sino una confesión del control glorioso de nuestro Señor.
Veamos ahora como, después de la prueba, Cristo revela Su poder.
III. Él Provee por Su Poder Creador
III. Él Provee por Su Poder Creador
«Hagan que la gente se siente», dijo Jesús. Y había mucha hierba en aquel lugar; así que se sentaron. El número de los hombres era de unos cinco mil. Entonces Jesús tomó los panes, y habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban sentados; y lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que querían.
Hermanos, este pasaje describe la obra creadora de Cristo en acción. El mismo que en Génesis formó todas las cosas con su palabra, ahora multiplica materia en sus manos.
Jesús comienza dando una orden: “Hagan que la gente se siente”. Esto no es logística, es teología. El pueblo debe descansar antes de recibir.
La escena está llena de ecos del Salmo 23: “En lugares de verdes pastos me hace descansar”. Juan nota ese detalle —“había mucha hierba”— no como una curiosidad, sino como una señal teológica: el Buen Pastor hace recostar a su rebaño para alimentarlo.
Jesús es el Pastor-Creador que dispone el lugar y ordena al grupo.
Luego, “tomó los panes y habiendo dado gracias, los repartió”. No hay un gesto espectacular. Simplemente dio gracias.
La palabra griega es eucharistēsas (de donde viene "Eucaristía"), y conecta este acto con la misma actitud con la que más tarde instituirá la Cena del Señor. (Mt 26:26).
Lo que Jesús hace aquí prefigura no solo una provisión temporal, sino una comunión eterna. Cada pan multiplicado anticipa el pan que descenderá del cielo: Su propio cuerpo ofrecido por la vida del mundo.
El milagro es una parábola viva del evangelio: Cristo no solo provee comida; Él mismo es la provisión.
Juan añade el clímax de la provisión: “les dio cuanto querían”. Nadie se quedó con hambre. El pan del cielo no se mide por escasez, sino por suficiencia. Cuando Cristo da, da con plenitud. La multiplicación revela Su carácter: la generosidad del Hijo de Dios.
Aplicación:
El texto nos enseña que el Señor no está impresionado por nuestros "doscientos denarios".
Él no pide nuestros grandes recursos, sino nuestra obediencia.
El milagro se desata cuando un muchacho pone sus cinco panes insignificantes en las manos correctas.
Dicho de otro modo, la fe no consiste en tener lo suficiente; la fe consiste en entregarlo todo al que es Suficiente.
¿Cuántas veces nos paraliza el "pánico de Felipe"? Miramos nuestros dones limitados y nos declaramos en bancarrota. Pero el Señor no multiplica lo que guardamos pecaminosamente en reserva por miedo; Él multiplica lo que rendimos en obediencia.
IV. Él Preserva por Su Fidelidad Pactual (Juan 6:12–13)
IV. Él Preserva por Su Fidelidad Pactual (Juan 6:12–13)
"Cuando se saciaron, dijo* a Sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada». Ellos los recogieron, y llenaron doce cestas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido."
Hermanos, el milagro ha alcanzado su clímax. Todos están saciados. Pero la obra de Cristo no ha terminado. En esta orden de Jesús encontramos uno de los fundamentos más gloriosos de nuestra seguridad eterna.
A primera vista, parece un simple acto de mayordomía. "Recojan los pedazos que sobran". No hay que desperdiciar.
Pero la razón que da Jesús es un punto de quiebre teológico. Él no dice "para que tengamos comida mañana". Él dice: "...para que nada se pierda nada“.
Esa frase, en el griego original, es hina mē ti apolētai. Es una cláusula de propósito divino.
¿Por qué es esto tan crucial?
Porque, ¡es la misma gramática y el mismo verbo glorioso que Jesús usará unos versículos más adelante, en Juan 6:39, para definir su misión redentora! "Y esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que Él me ha dado, yo no pierda nada (mē apolesō), sino que lo resucite en el día final."
¿Vemos la conexión?
El pan recogido anticipa a las almas preservadas. ¡Esta es la doctrina de la Perseverancia de los Santos en una parábola viva!
El Cristo que se inclina soberanamente para asegurarse de que ni una migaja de pan de cebada se pierda en la hierba, es el mismo Cristo que no permitirá que se pierda un alma redimida por Su sangre preciosa.
Nuestra seguridad no descansa en cuán fuerte nos agarramos de Él, sino en cuán firmemente Él nos sostiene.
Y la evidencia es tangible: "llenaron doce cestas". El número no es casual. Doce es el número del pacto (las 12 tribus de Israel, los 12 apóstoles). Es la provisión completa, ordenada y preservada para todo el pueblo de Dios.
Hermanos, Los mismos discípulos que dudaron —Felipe con sus cálculos, Andrés con su escepticismo— son ahora los que cargan la evidencia de la sobreabundancia de Cristo. El Señor no solo proveyó; transformó a los escépticos en mayordomos de Su gracia.
Este es el Cristo del pacto: el que provee abundantemente, y el que preserva fielmente. Él no desperdicia ni migajas ni almas.
V. Él Rechaza la Falsa Adoración para Asegurar la Verdadera (Juan 6:14–15)
V. Él Rechaza la Falsa Adoración para Asegurar la Verdadera (Juan 6:14–15)
La gente, entonces, al ver la señal que Jesús había hecho, decían: «Verdaderamente Este es el Profeta que había de venir al mundo» Por lo que Jesús, dándose cuenta de que iban a venir y por la fuerza hacerle rey, se retiró Él solo otra vez al monte.
Hermanos, el milagro termina con abundancia, pero el corazón humano sigue vacío. La multitud ve el poder de Jesús y saca la conclusión equivocada. Reconocen que es "el Profeta", pero pecaminosamente lo reducen a su propia agenda.
Quieren un rey que les llene el estómago y los libere de Roma; ven el pan, pero no ven su pecado, y por lo tanto, no ven la necesidad de la cruz.
Ellos intentan "tomarlo por la fuerza" para hacerlo rey. Este es el corazón de toda falsa adoración, ayer y hoy: tratar de usar a Dios para nuestros propios fines. Es el evangelio de la prosperidad. Es la fe que quiere los beneficios de Cristo sin el señorío de Cristo.
Y aquí vemos la fidelidad gloriosa de nuestro Salvador. Jesús rehúsa esa corona. Él no vino a ser un rey político manipulado por las masas; vino a ser el Cordero de Dios que cumple la voluntad del Padre. Por eso "se retira al monte, Él solo". No huye por miedo; se retira en obediencia, escogiendo la comunión con el Padre por encima del aplauso de la multitud.
Jesús tuvo que elegir entre la corona que ellos le ofrecían y la cruz que el Padre le pedía. Si Él hubiera aceptado ese trono terrenal, habría perdido la cruz que nos salva. Al rechazar la corona del mundo, aseguró nuestra redDención.
Aplicación:
La aplicación para nosotros es directa y confrontadora.
¿Seguimos a Jesús por quién es Él, o por lo que puede darnos?
¿Queremos un "Jesús útil" que resuelva nuestros problemas, o al Señor soberano que perdonó nuestros pecados?
La verdadera fe no busca los beneficios, busca a Cristo.
Como iglesia, estamos llamados a la misma fidelidad: nuestra misión se fundamenta en la comunión con Dios y la verdad de la cruz, no en la popularidad.
No estamos aquí para "hacer rey a Jesús" con nuestro entusiasmo; estamos aquí para rendirnos al Rey que ya reina.
Conclusión:
Conclusión:
El relato de la multiplicación de los panes termina donde comenzó: en el monte. Todo el pasaje gira en torno a esa escena. Jesús sube, se sienta, prueba, provee, preserva y se retira.
Lo que para la multitud fue una comida, para el evangelista fue una revelación paradigmática: Cristo es el Señor del reposo, el nuevo Moisés, el Cordero de la Pascua y el Pan del cielo que no pierde nada de lo que el Padre le da.
El monte de Galilea apunta más alto.
Cada monte de la historia bíblica —Sinaí, Carmelo, Sion— encuentra su cumplimiento en el monte celestial donde el Hijo ahora reina.
Desde allí, Cristo sigue haciendo lo mismo que hizo aquel día: proveyendo, preservando y gobernando para la gloria del Padre y el bien de su pueblo.
Por eso, nuestra respuesta debe ser esta:
Si Cristo reina sentado, tú puedes servir en reposo.
Si Él gobierna desde lo alto, tú puedes confiar desde lo bajo.
Si Él preserva lo que multiplica, tú puedes descansar en su fidelidad.
Hermanos, deja de buscar panes y comienza a buscar al Pan. Deja de coronar a Cristo según tus deseos y ríndete al Cristo que ya reina.
El Cristo que multiplicó pan para la multitud ahora alimenta con su gracia a los redimidos;
y el Cristo que rehusó una corona terrenal nos dará, un día, una corona incorruptible.
Por eso, la única respuesta posible es adoración:
«Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas».
