Salmo 7

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Salmo 7

Salmo de David, quien lo cantó al SEÑOR acerca de Cus, de la tribu de Benjamín.

A ti acudo en busca de protección, oh SEÑOR mi Dios.

¡Sálvame de los que me persiguen! ¡Rescátame!

Si no lo haces, me atacarán como leones,

me despedazarán y no habrá quien que me rescate.

Oh SEÑOR, Dios mío, si he hecho mal

o soy culpable de injusticia,

si he traicionado a un amigo

o he saqueado a mi adversario sin razón,

entonces que mis enemigos me capturen.

Deja que me pisoteen

y arrastren mi honor por el suelo.

Interludio

¡Levántate, oh SEÑOR, con enojo!

¡Hazle frente a la furia de mis enemigos!

¡Despierta, Dios mío, y trae justicia!

Reúne a las naciones delante de ti;

gobiérnalas desde lo alto.

El SEÑOR juzga a las naciones.

Declárame justo, oh SEÑOR,

¡porque soy inocente, oh Altísimo!

Acaba con la maldad de los perversos,

y defiende al justo.

Pues tú miras lo profundo de la mente y del corazón,

Oh Dios justo.

Dios es mi escudo,

quien salva a los de corazón recto y sincero.

Dios es un juez honrado;

todos los días se enoja con los malvados.

Si una persona no se arrepiente,

Dios afilará su espada,

tensará su arco y le pondrá la cuerda.

Preparará sus armas mortales

y disparará sus flechas encendidas.

Los malvados conciben el mal;

están preñados de dificultades

y dan a luz mentiras.

Cavan una fosa profunda para atrapar a otros,

luego caen en su propia trampa.

Los problemas que provocan a otros se vuelven en su contra;

la violencia que maquinan les cae sobre su propia cabeza.

Daré gracias al SEÑOR porque él es justo;

cantaré alabanzas al nombre del SEÑOR Altísimo.

Introducción

Hemos hablado antes de cómo el sufrimiento nunca es en vano. Sin embargo, un tema curioso y muchas veces malentendido en la Biblia es el de la justicia y el juicio.
El juicio divino no es un momento de venganza, sino de separación: los justos y los impíos reciben cada uno lo que les corresponde.
En el Salmo 7, David nos muestra las dos caras de esta justicia:
Cómo Dios obra a favor de su pueblo,
y cómo actúa contra los impíos,
revelándose como el Juez Justo.
A través de este salmo, descubrimos el carácter santo, recto y fiel de Dios en medio de la injusticia humana. Leamos Salmo 7.

Clamor por la Justicia Divina (Psa. 7:1–2)

David abre con una súplica de salvación, apelando —como siempre— al carácter de Dios. Esta vez, lo invoca como Juez Justo.
No sabemos con certeza quién era “Cus benjamita”; algunos sugieren que podría ser una figura hostil de la tribu de Benjamín, incluso Saúl, dada la similitud con lo que dice en el versículo 4. En cualquier caso, David enfrenta acusaciones falsas y calumnias.
El contraste es claro:
O confiamos en Dios como nuestro defensor,
o nos entregamos al “león” que devora.
Así comienza un tema que recorre todo el salmo: cuando somos probados, ¿nos rendimos al temor y la destrucción, o confiamos que el Juez justo obrará justicia?

El Examen Divino (Psa. 7:3–5)

David se ofrece al examen del Juez: “Si he hecho esto…”. Aquí vemos un principio bíblico profundo: Dios examina el corazón (Jer. 17:10), y nos llama también a autoexaminarnos (1 Cor. 11:28, 31; 2 Cor. 13:5).
Este examen no es para condenar al creyente, sino para revelar lo que hay dentro. En el versículo 9, la palabra “probar” sugiere que Dios discierne las motivaciones y pensamientos más íntimos.
En la vida cristiana, cada prueba es un examen divino.
Bajo tensión, afloran los verdaderos deseos y temores del corazón. Las pruebas no nos deforman: nos revelan. Es oportuno para poder examinarnos por lo que somos de verdad y hacer un diagnóstico correcto. 

Las Pruebas que Redimen y Condenan (Psa. 7:6–11)

David pide que Dios intervenga y convierta las circunstancias injustas en ocasión para manifestar Su justicia.
Lo que para el impío es destrucción, para el justo se convierte en refugio y fortalecimiento.
“Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días.” (v. 11)
Los juicios de Dios no son arbitrarios: son pedagogías del alma.
A los justos, los afirma y purifica (Rom. 8:28; 1 Pe. 1:6–7).
A los impíos, los deja caer bajo el peso de su propia maldad.
Las pruebas de Dios redimen y revelan.
No conocemos el refugio de Cristo sino cuando lo necesitamos desesperadamente.

El Juicio como Consecuencia Propia (Psa. 7:12–17)

David no clama por venganza, sino por justicia. Deja en manos de Dios decidir quién merece castigo o honra.
A la vez, reconoce que hay misericordia para el arrepentido.
Dios permite que la maldad misma del impío lo destruya. David describe este proceso con una imagen poderosa: el malvado “concibe maldad”, “queda preñado de iniquidad” y “da a luz engaño”. Es decir, lo que el pecador gesta con esperanza termina dándole muerte.
El Nuevo Testamento retoma esta enseñanza:
“Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” (Rom. 12:19)
David practicó esto —devolviendo bien por mal—, pero Cristo lo llevó a su máxima expresión: soportó la injusticia perfecta para cumplir la justicia perfecta.

Conclusión

Al final, este salmo apunta inevitablemente a Jesucristo, quien fue examinado, probado y declarado justo por el Padre.
Él pasó la prueba en nuestro lugar, para que nosotros pudiéramos refugiarnos en Él.
Dios sigue siendo el Juez Justo y Omnisciente, quien defiende al íntegro de corazón y asegura que la maldad no quedará impune.
Por tanto:
Refúgiate en el Juez Justo.
Deja que Él examine tu corazón.
Confía en que Su justicia se manifestará a su tiempo.
Descansa en Cristo, tu defensa perfecta.
Alaba antes de ver la vindicación, porque el carácter de Dios no cambia con las circunstancias.
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