EL SALVADOR QUE CONQUISTÓ LA MUERTE

Sermon  •  Submitted
0 ratings
· 266 views

Una certeza indiscutible de la vida es que un día terminará. Job se lamentaba así: "El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores, sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece" (Job 14:1-2).

Notes
Transcript
Sermon Tone Analysis
A
D
F
J
S
Emotion
A
C
T
Language
O
C
E
A
E
Social
View more →

INTRODUCCIÓN

Una certeza indiscutible de la vida es que un día terminará. Job se lamentaba así: "El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores, sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece" (). Como lo expresó la mujer sabia de Tecoa al rey David: "Porque de cierto morimos, y somos como aguas derramadas por tierra, que no pueden volver a recogerse; ni Dios quita la vida, sino que provee medios para no alejar de sí al desterrado" (). El salmista preguntó retóricamente: "¿Qué hombre vivirá y no verá muerte? ¿Librará su vida del poder del Seol?" (). Tal como hay un tiempo para nacer, también hay un tiempo para morir (). En el Moisés anotó la brevedad de los días del hombre: "Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos" (). Isaías (), Santiago () y Pedro () usaron la hierba que se seca rápidamente para ilustrar la naturaleza efímera de la vida humana. Santiago les recordó a los orgullosos que son "neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece" ().
La muerte lanza su larga sombra () sobre cada aspecto de la existencia humana. Acaba sus sueños, se burla de sus esperanzas y la llena de miedos. Las personas han buscado desesperadamente sin tener éxito, durante siglos, evadir la muerte. Uno de los intentos de alta tecnología más recientes para evadir la muerte es la Criónica. La Criónica es "una tecnología especulativa de apoyo a la vida que busca preservar la vida humana en un estado que será viable y tratable por la medicina futura". El procedimiento requiere el uso del frío extremo para preservar el cuerpo (o a veces solo la cabeza y el cerebro).
Pero nadie puede engañar permanentemente la muerte; al final siempre va a ganar. Salomón escribió que "No hay hombre que tenga potestad... sobre el día de la muerte" (), mientras dice que "está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio". La universalidad de la muerte se deriva de la universalidad del pecado. Pablo escribió: "La muerte entró por un hombre... [Porque] en Adán todos mueren" (). Por medio de Adán "el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (; , ; ).
La Biblia describe a la muerte como un enemigo () y como tal se le teme grandemente; describe metafóricamente la muerte como el "rey de los espantos". David exclamó: "Mi corazón está dolorido dentro de mí, y terrores de muerte sobre mí han caído" (). El autor de Hebreos escribió sobre los que "por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidum­bre" (). Tal miedo provoca que la gente busque alivio en el materialismo (), el hedonismo (; ) y la religión falsa ().
Pero las buenas nuevas del evangelio son que Jesucristo ha conquistado la muerte. En Él declaró: "De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte". Consoló a Marta de la muerte de su hermano Lázaro con esta promesa: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente" (). Se describió como "el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera" () y afirmó: "Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre" (Jn. v.51). Jesús hizo esta promesa a los discípulos: "Porque yo vivo, vosotros también viviréis" (). Pablo recordó a Timoteo que "nuestro Salvador Jesucristo. Quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio" (). El escritor de Hebreos insistió en que solo por medio de la fe en Jesucristo es posible librarse del miedo a la muerte: "Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre" (). Debido a que Cristo libró a los creyentes de la muerte, los creyentes pueden decir triunfalmente con Pablo: "¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo" (). Al morir, Cristo destruyó la muerte. Ha quitado su aguijón, conquistado su espanto y la ha convertido en un amigo que acompaña a quienes lo aman a Él, a su presencia.
Durante la vida de Jesús, Él realizó milagros incontables que manifestaban su poder divino (). Sanó enfermos, echó fuera demonios y resucitó a muertos. Pero nada revela más claramente la grandeza de su poder que su propia resurrección. Entonces a partir de lo dicho vamos a ver tres manifestaciones del poder de Cristo sobre la muerte, cada una de la cuales cumple una profecía específica. Su poder se reveló en su muerte, su sepultura y su resurrección.

I. La victoria de Jesucristo sobre la muerte se reveló en su muerte ()

John 19:31–37 LBLA
31 Los judíos entonces, como era el día de preparación para la Pascua, a fin de que los cuerpos no se quedaran en la cruz el día de reposo (porque ese día de reposo era muy solemne), pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y se los llevaran. 32 Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero, y también las del otro que había sido crucificado con Jesús; 33 pero cuando llegaron a Jesús, como vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas; 34 pero uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y al momento salió sangre y agua. 35 Y el que lo ha visto ha dado testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice la verdad, para que vosotros también creáis. 36 Porque esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No sera quebrado hueso suyo. 37 Y también otra Escritura dice: Miraran al que traspasaron.
Juan 19.31-37
Uno de los aspectos más inquietantes de la muerte es el elemento sorpresa. La muerte suele venir repentina e inesperadamente, dejando palabras por decir, planes por terminar, sueños por realizar y esperanzas por cumplir.
Sin embargo, no fue así con Jesús. La muerte no pudo sorprenderlo porque Él la controlaba. En Jesús declaró: Habiendo logrado la obra de la redención, Jesús exclamó: "Consumado es" y después, "habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu" (). La muerte había intentado sin éxito tomar su vida en múltiples ocasiones (p. ej., ; ; , , ; ; ; ; ), pero no moriría hasta el momento preciso predeterminado en el plan divino. Su muerte no fue la de una víctima; fue la muerte de la victoria.
Jesús murió mucho más rápido de lo que era normal para las víctimas de la crucifixión. Lo crucificaron en la hora tercera o las 9:00 a.m. () y murió en la hora novena o las 3:00 p.m. (). De este modo, Jesús estuvo en la cruz solamente durante seis horas. A la mayoría de las personas crucificadas las dejaban ahí por dos o tres días; por ejemplo, los dos ladrones crucificados junto con Jesús aún estaban vivos después de que Él murió (). Por eso, cuando José de Arimatea pidió a Pilato el cuerpo de Jesús, el gobernador "se sorprendió de que ya hubiese muerto; y haciendo [ir] al centurión, le preguntó si ya estaba muerto" (). Solo después de ser "informado por el centurión, dio el cuerpo a José" (). El Señor murió pronto porque entregó su vida cuando quiso hacerlo.
45). El Señor murió pronto porque entregó su vida cuando quiso hacerlo.
45). El Señor murió pronto porque entregó su vida cuando quiso hacerlo.
Los judíos, en un acto de hipocresía repugnante, por cuanto era la prepara­ción de la pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz en el día de reposo (pues aquel día de reposo era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se Ies quebrasen las piernas, y fuesen quitados de allí. Les preocupaba que los cuerpos de Jesús y los dos ladrones no quedasen en la cruz en el día de reposo, cuyo inicio era al caer el Sol. Los romanos usualmente dejaban los cuer­pos de los crucificados hasta la putrefacción o hasta que los pájaros o animales los comían. Aquel día de reposo era de gran solemnidad (porque se trataba del día de reposo de la semana de Pascua), lo cual extremaba la preocupación de los líderes judíos, derivada evidentemente de . Dejar los cuerpos expuestos en la cruces, según ellos, habría profanado la tierra. Nada ilustra más claramente la hipocresía extrema de sus mentes a la cual los había llevado el legalismo pernicioso. Observaban con celo la minucia de la ley, mien­tras mataban aI mismo tiempo a su autor y en quien se cumplía; se preocupaban escrupulosamente con no profanar la tierra, pero no les preocupaba su propia profanación por matar al Hijo de Dios.
Quebrar las piernas de los crucificados (procedimiento conocido como crurifragium) se hacía cuando había razón para adelantar la muerte de un cru­cificado. Requería golpear las piernas de la víctima con un mazo de hierro. Ese procedimiento truculento aceleraba la muerte, en parte por el golpe y la pérdida adicional de sangre, pero principalmente por producir asfixia. Las víctimas ya no podían seguir usando sus piernas para ayudarse a levantarse para respirar, de modo que cuando la fuerza de sus brazos se agotaba, se asfixiaban.
Después de que Pilato concedió la petición de los judíos, fueron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él. Más cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. Pero para estar seguro de que ya estaba muerto, uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Los soldados eran expertos en determinar la muerte, era parte de su trabajo. No tenían nada que ganar mintiendo sobre la muerte de Jesús. Su testimonio y el del centurión () son prueba irrefutable de que Jesús, en efecto, ya estaba muerto. No estaba en coma y luego revivió con el frío de la tumba, como afirman algunos escépticos que niegan la resurrección.
Al entregar su vida como lo hizo, el Señor aseguró que los soldados cumplie­ran la profecía. De acuerdo con y , no debía quebrarse ningún hueso del cordero pascual. Jesús era el cumplimiento perfecto de dicho cordero y como taI no podía tener ningún hueso roto. Más allá de esa imagen está la profecía explícita del : "Él guarda todos sus huesos; ni uno de ellos será quebrantado"; a ésta se refería Juan cuando escribió: "Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo".
Su muerte temprana también llevó a que lo traspasaran con la lanza para asegurarse de que estaba muerto. Aquel acto inusual de perforar el costado de Jesús era esencial para cumplir la profecía; como también otra Escritura dice: "Mirarán al que traspasaron". El apóstol citó , donde Dios declaró:
El hecho de que Dios dijera "me mirarán a mí, a quien traspasaron" afirma que Jesús era Dios Encarnado. El cumplimiento final de esta profecía se dará en la segunda venida de Cristo, cuando el remanente de Israel arrepentido se lamentará por haber rechazado y matado a su Rey ().
La explicación fisiológica de la sangre y el agua se ha discutido mucho. Podría ser que el corazón del Señor literalmente estallara por la agonía y la pena mental tremenda asociada con cargar el pecado y el abandono del Padre. En cualquier caso, que el testimonio ocular de Juan sea el de alguien que lo vio, da testimonio y cuyo testimonio es verdadero, enfatiza que Jesús estaba muerto sin lugar a dudas. El relato de Juan no es indirecto, fábula o leyenda; es un registro histórico sobrio de acontecimientos reales. Su propósito al relatar el cumplimiento preciso de la profecía en la muerte de Jesús era que sus lectores también creyeran "que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, [tengan] vida en su nombre" (). Claramente, Cristo controló su propia muerte para cumplir las Escrituras.

II. La victoria de Jesucristo sobre la muerte se reveló en su sepultura ()

John 19:38–42 LBLA
38 Después de estas cosas, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió permiso a Pilato para llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato concedió el permiso. Entonces él vino, y se llevó el cuerpo de Jesús. 39 Y Nicodemo, el que antes había venido a Jesús de noche, vino también, trayendo una mezcla de mirra y áloe como de cien libras. 40 Entonces tomaron el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en telas de lino con las especias aromáticas, como es costumbre sepultar entre los judíos. 41 En el lugar donde fue crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual todavía no habían sepultado a nadie. 42 Por tanto, por causa del día de la preparación de los judíos, como el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Jesús no mostró su poder divino solamente sobre la muerte, al controlar todos sus detalles, sino algo aún más notable, también controló las circunstancias de su sepultura después de su muerte. Como ocurrió con su muerte, Cristo reveló de este modo su deidad y cumplió la profecía bíblica. En el profeta escribió que: Los romanos normalmente se negaban a permitir que los ejecutados por sedición recibieran sepultura, los dejaban a los buitres y a los animales de carroña, en una muestra de indignidad final. Los judíos no rechazaban la sepultura de nadie, pero sepultaban a los delincuentes en un lugar aparte, a las afueras de Jerusalén.
Pero aun si no lo sepultaban con los delincuentes comunes, ¿cómo iban a enterrar a Jesús con un rico? Él no provenía de una familia adinerada, los apóstoles no podían considerarse ricos. La respuesta es que Jesús, "muerto en la carne, pero vivificado en espíritu" (), movió el corazón de un rico, José de Arimatea. José aparece en los cuatro Evangelios pero solamente en los relatos de la sepultura de Jesús. Era rico (), miembro prominente del sanedrín () y no estuvo de acuerdo con la decisión de condenar a Jesús (). José era un hombre bueno y justo (), esperaba el reino de Dios (). Era discípulo de Jesús (), aunque secretamente por miedo de los judíos. El apóstol Juan no suele elogiar a los discípulos secretos (). Sin embargo, presentó a José de manera positiva en vista de su valentía para pedir a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús. José había exhibido el miedo cobarde y pecaminoso de perder su prestigio, poder y posición mientras el Señor estaba vivo. Pero ahora se exponía a un peligro aún mayor al acercarse a Pilato (quien en ese momento debía estar hastiado de los líderes judíos) y haber pedido el cuerpo de un hombre ejecutado por ser un rey rival del emperador. Sin embargo, más allá de la tumba, el Señor movió el corazón de José para agilizar el asunto. Después de asegurarse de que Jesús estaba muerto en efecto (), Pilato le concedió a José que tomara el cuerpo.
Una vez recibida la aprobación del gobernador, José inmediatamente se llevó el cuerpo de Jesús y preparó con rapidez la sepultura. José contó con la ayuda de Nicodemo, otro miembro del sanedrín, el que antes había visitado a Jesús de noche, (). Aunque mantuvieron en secreto su lealtad a Jesús mientras estuvo vivo, José y Nicodemo afrontaron con valentía la ira del resto del sanedrín para sepultar su cuerpo. Nicodemo llevó un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras (alrededor de sesenta y cinco libras actuales). Esa cantidad de especias se habría usado para ungir el cuerpo de un rey o de una persona rica y prominente. La mirra era una resina fragante y pegajosa, que solía mezclarse en polvo con áloes, un polvo aromático hecho de aceite de sándalo. José y Nicodemo tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos. A diferencia de los egipcios, los judíos no embalsamaban a sus muertos; usaban especias fragantes para contener el olor de la putrefacción tanto como fuera posible. Las especias probablemente se esparcieron a todo lo largo de las tiras de ropa con que se envolvió el cuerpo del Señor. Después se echaron más fragancias alrededor y por debajo del cuerpo del Señor. Debemos observar que ni José, ni Nicodemo, ni las mujeres () esperaban la resurrección del Señor. Si hubieran creído sus repetidas predicciones de que lo haría (; ; ; ; ), no se habrían preocupado por preparar su cuerpo tan completamente para la sepultura.
Juan 19.
Solamente Juan relata que en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo. Mateo revela que la tumba era de José (). La cercanía de la tumba fue providencial porque llegaba el día de reposo y todo el trabajo tendría que cesar. Allí, pues, por causa de la preparación (el viernes que casi había terminado) de la pascua de los judíos y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús. La tumba de José había sido labrado en una peña como se hacía comúnmente, y fue sellada al hacer rodar una gran piedra a la entrada ().
José y Nicodemo estaban motivados por la necesidad de terminar antes del comienzo del día de reposo. Pero había una razón más importante por la cual era necesario que la sepultura del Señor ocurriese antes de la puesta del sol. En Jesús había predicho: Para las cuentas de los judíos, una parte de un día era un día completo (; ; ; ). La sepultura del Señor debía darse mientras aún era viernes para poder estar tres días en la tumba (parte de la tarde del viernes, el sábado y parte de la mañana del domingo). En su sepultura, como en su muerte, Jesús orquestó todos los detalles para cumplir el propósito de Dios ya revelado.

III. La victoria de Jesucristo sobre la muerte se reveló en su resurrección ()

La demostración final de la victoria de Cristo sobre la muerte y, por lo tanto, una prueba de su deidad, fue su resurrección. También fue el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento. David escribió del Mesías, hablando proféticamente: (; ; ).
John 20:1–10 LBLA
1 Y el primer día de la semana María Magdalena fue* temprano al sepulcro, cuando todavía estaba* oscuro, y vio* que ya la piedra había sido quitada del sepulcro. 2 Entonces corrió* y fue* a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo*: Se han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto. 3 Salieron, pues, Pedro y el otro discípulo, e iban hacia el sepulcro. 4 Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro; 5 e inclinándose para mirar adentro, vio* las envolturas de lino puestas allí, pero no entró. 6 Entonces llegó* también Simón Pedro tras él, entró al sepulcro, y vio* las envolturas de lino puestas allí, 7 y el sudario que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con las envolturas de lino, sino enrollado en un lugar aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó. 9 Porque todavía no habían entendido la Escritura, que Jesús debía resucitar de entre los muertos. 10 Los discípulos entonces se fueron de nuevo a sus casas.
Juan 20.
El domingo, el primer día de la semana, sería para siempre el día apartado por los creyentes para conmemorar la resurrección maravillosa de su Señor (; ). A la larga se hizo conocido como el día del Señor () y aquel primer día del Señor, María Magdalena fue de mañana al sepulcro. Los Evange­lios Sinópticos registran a varias mujeres que fueron a la tumba esa mañana (; ; , ). Juan sólo menciona a María y dice que ella fue siendo aún oscuro, a diferencia de los demás, que llegaron después de la salida del sol (). Evidentemente, las mujeres salieron juntas, pero María se adelantó a las demás y llegó primero a la tumba. Al ver quitada la piedra del sepulcro, temió lo peor. Sin duda, supuso que los salteadores de tumbas habían irrumpido en la tumba y habían robado el cuerpo del Señor, luego corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto". Así, María, que corrió al encuentro de Pedro y Juan, no estaba presente en la tumba cuando los ángeles se aparecieron a las otras y anunciaron la resurrección de Cristo (; ; ). Entonces regresó sola a la tumba, vio los ángeles y se encontró con el Señor resucitado ().
Aunque inicialmente eran escépticos de las explicaciones de María y las otras mujeres de la tumba vacía (), a la larga Pedro y al otro discípulo (Juan, quien nunca se nombró) fueron al sepulcro. Corrieron los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Juan se detuvo afuera y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. El miedo, a lo desconocido o a que algo terrible le hubiera ocurrido al cuerpo del Señor, como María lo temía, le impidió entrar. Sin embargo, Simón Pedro no tenía esos miedos. Tan impetuoso como siempre, llegó detrás de Juan y entró en el sepulcro.
Lo que vio era extraordinario. El cuerpo de Jesús no estaba por ningún lado, pero los lienzos con los cuales lo habían sepultado estaban puestos allí. A diferencia de Lázaro, quien necesitó ayuda para quitarse la ropa de la sepultura después de la resurrección (), el cuerpo glorificado de Jesús en la resurrección simplemente atravesó los lienzos, tal como en poco tiempo atravesaría una pared para entrar en una habitación cerrada (, ). Incluso el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no estaba puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Este detalle aparentemente pequeño muestra que la tumba se dejó ordenada y pulcra. En contraste, los salteadores de tumbas difícilmente se habrían tomado el tiempo de enrollar el sudario y, en su prisa, habrían dejado esparcidas las prendas sobre toda la tumba. Más probablemente, ni siquiera habrían quitado los lienzos, pues habría sido más fácil transportar el cuerpo mientras estaba envuelto. Probablemente los ladrones tampoco hubieran dejado los lienzos porque contenían especias costosas. La presencia de la mortaja en la tumba también demuestra que la historia inventada de los líderes judíos (que lo discípulos robaron el cuerpo de Cristo () es falsa. Si habían robado el cuerpo, ¿por qué los discípulos habrían de deshonrarlo quitándole la mortaja y las especias que lo cubrían?
Entonces Juan entró también a la tumba y vio, y creyó que Jesús había resuci­tado. La tumba vacía, las prendas bien dobladas en el sepulcro y el sudario proli­jamente enrollado fueron suficientes para Juan; aun cuando Pedro y él no habían entendido las Escrituras, que era necesario que él resucitase de los muertos (). No está claro si Pedro creyó en ese momento, aunque parecería sugerir que no lo hizo (la frase "maravillándose de lo que había sucedido" podría traducirse también como "preguntándose qué habría sucedido"). Ya fuera con fe o con desconcierto, volvieron los discípulos a los suyos.
El escenario estaba listo para las apariciones del Señor resucitado, tales apari­ciones erradicarían toda duda sobre la veracidad de su resurrección. La narración de Juan se centra ahora en la primera de esas apariciones a María Magdalena.
Related Media
See more
Related Sermons
See more