La Segunda Bienaventuranza
Los que lloran
¿Cómo sabemos si de verdad nos hemos arrepentido?
Una ilustración y un ejemplo sorprendentes del espíritu sobre el cual el Salvador aquí pronunció su bendición se encuentra en Lucas 18:9–14. Ahí se presenta a nuestra consideración un vívido contraste. En primer lugar, se nos muestra a un fariseo que confiaba en sí mismo como justo alzando la vista a Dios y diciendo: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano”. Puede que todo esto haya sido verdad del modo en que él lo veía, sin embargo, este hombre volvió a su casa en un estado de condenación. Sus vestidos finos eran trapos, sus ropas blancas estaban inmundas, aunque no lo sabía. Después se nos muestra al publicano que estaba lejos y que, en el lenguaje del salmista, estaba tan atribulado por sus iniquidades que no era capaz de levantar la mirada (Salmos 40:12). No se atrevía a alzar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho. Consciente de la fuente de corrupción que había dentro de él, clamó: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Ese hombre volvió a su casa justificado porque era pobre en espíritu y lloró por su pecado.
Entre más cerca viva el cristiano de Dios, más va a llorar por todo lo que lo deshonra