amargura
La amargura es el pecado más fácil de justificar y el más difícil de diagnosticar porque es razonable disculparlo ante los hombres y ante el mismo Dios. A la vez, es uno de los pecados más comunes, peligrosos y perjudiciales y –como veremos– el más contagioso.
Al escribir este libro, es mi esperanza y oración que la persona amargada no solamente se dé cuenta de que en verdad eso es pecado, sino que además encuentre la libertad que sólo el perdón y la maravillosa gracia de Dios le pueden ofrecer
III. NATURALEZA Y ORIGEN DEL PECADO
A. Una definición precisa de pecado
Hasta este punto en este capítulo hemos supuesto que hay conocimiento común de lo que es el pecado, y hemos tratado de mostrar cómo la observación común indica que el hombre es pecador, caído de un estado moral y espiritual más alto. Ahora es necesario dar una definición más exacta de nuestros términos. Lo que necesitamos no es tanto una definición lexicográfica como lo que el lógico llama una definición precisamente, es decir, una definición que da por sentado un cierto conocimiento común del significado del término pero busca aclarar cualquiera incertidumbre que pueda existir.
Filosóficamente hablando, el pecado por lo común se define como una subdivisión del problema del mal. Existe en nuestra cultura general la idea del bien o un sentido del deber. Comúnmente este sentido se encuentra como un dato en la conciencia individual cuando llega, por contraste, un sentido de algo que no debe ser. La palabra «mal» en el uso de una persona cualquiera es todo lo que él siente que no debe ser.
Muchos filósofos dividen el tema del mal en mal natural y mal moral. Lo primero incluye calamidades en la naturaleza en las cuales los valores personales temporales que sentimos que no deben ser destruidos son destruidos pero de los cuales las personas finitas no pueden ser consideradas culpables o responsables.
El mal moral se limita a los acontecimientos o actitudes en que los valores personales sufren daño y sentimos que no deben ser, y sufren en tal manera que sentimos que hay personas culpables o responsables.
Algunos limitarían la palabra pecado a los males morales en los cuales hay la idea de una ofensa contra Dios, mas bien que contra el hombre, pero probablemente el uso corriente identificaría el pecado con el daño a valores personales al que se le puede fijar culpa.
Hay una amplia divergencia de opiniones entre los filósofos en cuanto al criterio de lo que debe, o no debe, ser. Hay varias importantes escuelas de pensamiento tocante a la cuestión de lo que es bueno y lo que es malo. La respuesta cristiana es que Dios nos ha dado el sentido del deber, y que él ha revelado el criterio y la sustancia de lo que es bueno y de lo que es malo. El mero hecho de que tenemos un criterio de lo que debemos, o no debemos, ser, un sentido bien diferente del sentido del placer o deseo, es inexplicable sobre una base meramente naturalista. Volvamos entonces el punto de vista cristiano.
«Pecado es la falta de conformidad a la ley de Dios, o la transgresión de ella». Estas palabras del Catecismo menor de Westminster se basan en 1 Juan 3:4: «Pues el pecado es infracción a la ley». El punto de vista bíblico del pecado, sin embargo, no depende enteramente del concepto de ley, porque los escritores bíblicos apelan al carácter santo de Dios como base de la ley. «Santos seréis, porque santo soy yo, Jehová vuestro Dios» (Lv 19:2) es la presuposición constante. Fue la revelación del carácter santo de Dios (Is 6:1–6) lo que hizo a Isaías reconocer su corrupción pecaminosa. Así el pecado no es solamente la violación de la ley divina, que es una expresión de la voluntad de Dios; más profundamente, es la violación de la expresión del carácter santo de Dios. Es la corrupción de la bondad que Dios impartió originalmente a sus criaturas, especialmente es la corrupción de la santidad con que Dios dotó al hombre originalmente cuando lo creó a su imagen.
El carácter divino es expresado por la voluntad divina en la ley divina. Los cristianos generalmente entienden que los Diez Mandamientos y la ley del amor (cf. Éx 20:1–17 y Lc 10:27) constituyen un breve resumen de la santa ley moral de Dios para el hombre. Y todo esto se basa en el carácter santo de Dios.
Luego, en conclusión, podemos definir el pecado como cualquier cosa en la criatura que no exprese o sea contraria al carácter santo del Creador.
B. El origen del pecado en el universo
1. Pre–humano
Según la Biblia, el pecado original humano no es el primer pecado en el universo. El primer pecado humano se atribuye sencillamente a la autocorrupción voluntaria de la criatura sujeta a tentación. La narración se da en Génesis 3, y el hecho del pecado original humano se explica en Romanos 5:12–21 y en otros lugares. Según el relato de Génesis 3, el hombre fue creado con una naturaleza santa en comunión con Dios, y colocado en un ambiente que era totalmente bueno; pero el hombre fue tentado a pecar por un ser personal de otro tipo u orden, quien había pecado anteriormente contra Dios. Este hecho indica que la historia del pecado original del hombre no pretende ser un relato del origen absoluto del pecado en el mundo.
El relato del pecado humano original es de más valor para nosotros por causa de que este pecado fue inducido por el tentador. Aparte de la doctrina de que Adán fue nuestro representante, la cabeza «federal» de la raza humana, y que nosotros, representados por él, pecamos en él, en nuestra experiencia común el pecado es inducido por el pecado anterior. Somos, en Adán e individualmente, pecadores culpables y corrompidos, pero ningún ser humano ha sido la fuente del origen absoluto del pecado en el universo. Por eso tenemos que buscar el origen del pecado en el tentador.
2. El tentador original
El tentador en la narración de Génesis es una inteligencia personal mala. Las palabras «la serpiente» deben en mi opinión, leerse como un nombre propio, o como un título funcionando como nombre propio. La narración de Génesis no tiene nada que decir acerca de un reptil biológico. No se dice que la «serpiente» era uno de los «animales del campo», sino más astuta que cualquiera de ellos (v. 1) y destinada a una maldición más grande que cualquiera (v. 14). Las culebras no comen polvo literalmente (Gn 3:14; Is 65:25), sino el ser postrado y comer polvo es una metáfora antigua para la humillación de un enemigo. No hay tanta antipatía natural entre seres humanos y serpientes (v. 15) como la hay entre humanos e insectos. Tenemos que enseñar a los niños a evitar los reptiles venenosos. El significado total de la «enemistad» del versículo 15 es la enemistad entre «la serpiente» y el Redentor prometido. «La serpiente» es Satanás y aparece en toda la Biblia como el enemigo principal de Dios y el hombre, el instigador de todo tipo de mal.
¿Qué dice la Biblia acerca del origen prístino del pecado, antes de la caída del hombre? Hay indicación definida en la Biblia de que la humanidad no es el único orden de seres personales creados entre quienes el pecado ha llegado a ser una realidad. En Judas versículo 6 hay una referencia a «ángeles que no guardaron su dignidad sino que abandonaron su propia morada». El versículo paralelo, 2 Pedro 2:4, habla de «los ángeles que pecaron». Los escritores bíblicos presumen que Satanás es el jefe de los ángeles caídos. En 1 Juan 3:8 leemos: «El diablo peca desde el principio». 1 Timoteo 3:6 sugiere que el pecado raigal o básico de Satanás fue el orgullo. Las palabras de Jesús son más explícitas: «El [el diablo] ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad; [esto es evidente] porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira de suyo habla, porque es mentiroso y padre de mentira» (Jn 8:44).
La declaración de Jesús de que el diablo es, desde el principio, un homicida y mentiroso se basa probablemente en el hecho de que por la mentira Satanás obró la caída del hombre, en que el hombre (1) llegó a ser sujeto a la muerte física, (2) sujeto al castigo eterno, «la muerte segunda», y (3) llegó a ser muerto espiritualmente, eso es, alejado de la comunión con Dios.
Hay expositores que sostienen que, aparte de las referencias bien claras a la caída de Satanás antes dadas, las acusaciones proféticas de Babilonia (Is 13 y 14, especialmente 14:12–14) y del rey de Tiro (Ez 28:1–19 especialmente los versículos 12–19) contienen referencias al estado original de Satanás y de su caída. Tenemos que rechazar «el significado doble» en exégesis, pero no está fuera de razón sostener que ciertas partes de esta profecía pueden contener analogías que arrojan luz sobre este estado original de Satanás y su caída.
3. El pecado sin remedio
Las declaraciones bíblicas en cuanto a la caída de Satanás no son muy completas. Sin embargo, el relato bíblico del origen del pecado prístino es bien claro: El pecado tomó realidad primeramente en un orden de seres personales que no constituyen una especie (Mt 22:30; Mr 12:25; Lc 20:35, 36). No tienen solidaridad comunal ni responsabilidad comunal representativa. Su pecado fue el acto de individuos como individuos y no involucra el principio «federal» o de representación.
Este orden de seres, aparentemente con entendimiento completo y adecuado del carácter santo de Dios y la participación de su carácter santo en sus criaturas, fueron dotados con el poder de elegir espiritual y éticamente. Algunos de estos seres, incluyendo a Satanás como jefe, deliberadamente escogieron corromper su carácter santo dado por Dios, y además escogieron esparcir su corrupción tanto como fuera posible en la creación de Dios. Puesto que su pecado fue, suponemos, un acto premeditado con conocimiento adecuado y completo, es análogo al acto consciente y responsable después de la convicción por el Espíritu de cuyo acto Jesús dijo que el pecador es «reo de juicio eterno» (Mr 3:29). En otras palabras pecaron sin remedio. Para un estudio penetrante de la psicología de un acto determinativo y una actitud permanente de pecado, compare el soliloquio de Satanás en la primera parte del Paraíso perdido de Milton. Se presenta a Satanás como rehusando la idea misma de arrepentimiento y afirmándose en la actitud: «¡Mal, se tú mi bien!» Según la Biblia, el pecado se originó en un acto de libre albedrío en que la criatura con entendimiento adecuado de la cuestión, deliberada y responsablemente eligió corromper el carácter santo con que Dios había dotado a su creación.