Una esperanza viva

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Pedro comienza on una vibrante doxologia (alabanza)

Estos versículos constituyen una de las más bellas porciones de la Palabra de Dios, pues nos describen admirablemente las riquezas de la herencia que Dios nuestro Padre tiene preparada para los que le aman.

1. Pedro comienza con una vibrante doxología (v. 3): «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo». Es la misma fórmula que usa Pablo en 2 Corintios 1:3; Efesios 1:3.

2. Prosigue Pedro diciendo (v. 3b): «Por su gran misericordia (gr. éleos, vocablo bien conocido), Él nos ha otorgado el nacer de nuevo (lit. nos reengendró) a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos». Donde vemos que:

(A) La salvación no se debe a ningún mérito ni esfuerzo por parte nuestra, sino únicamente a la gran misericordia de Dios (comp. con Gá. 6:16; Tit. 3:5), quien se apiadó de nosotros en su pura buena voluntad.

(B) «El cual … nos reengendró» (gr. anaguennésas, en participio de aoristo). La expresión es equivalente a la palinguenesía («nacimiento de nuevo») de Tito 3:5 (comp. con Jn. 1:13; 3:3, 5—nacer de arriba—, Ro. 6:4–5; Ef. 2:1, 5; 4:22–24; 1 Jn. 3:9). Dice R. Franco: «Significa el proceso por el cual el hombre es elevado a una vida nueva más alta que la que le pertenece por su naturaleza». El mismo Pedro la describe (2 P. 1:4) como un «compartir la naturaleza divina», aunque en esta última expresión va implicada ya la conducta del creyente.

(C) Tras de la causa eficiente principal, Pedro expresa la causa final, esto es, el objetivo de este nuevo nacimiento: «para una esperanza viva». Esto quiere decir que no entramos de inmediato a disfrutar de la herencia prometida, «porque en esperanza fuimos salvos» (Ro. 8:24, comp. con 2 Ts. 2:16). Llama «viva» a esta esperanza, porque no es una ilusión muerta mustia por el desengaño, sino segura, que no engaña ni avergüenza, sino que sostiene y dirige a la vida eterna (v. Ro. 5:5; Tit. 1:2; 3:7).

(D) Menciona a continuación la causa eficiente instrumental, al decir (v. 3, al final): «mediante la resurrección de Jesucristo de entre (gr. ek) los muertos». En efecto, a esta resurrección del Señor atribuye el apóstol Pablo nuestra justificación (Ro. 4:25), nuestra vida nueva con Cristo (Ro. 6:3–10) y nuestra resurrección gloriosa (1 Co. 15:20 y ss.).

3. Describe a continuación las características de la herencia que esperamos (v. 4). Cuatro son dichas características: (A) «No puede acabarse» (gr. áphtharton, incorruptible). (B) «No puede mancharse o echarse a perder» (gr. amíanton, el mismo vocablo de He. 7:26; 13:4; Stg. 1:27). (C) «No puede menguarse ni debilitarse» (gr. amáranton, inmarcesible; no se marchita). (D) «Reservada» (gr. tetereménen). El verbo griego está en participio de pretérito, para dar a entender que Dios la ha provisto para nosotros (comp. con Jn. 14:2) y la guarda celosamente (ése es el sentido del verbo teréo, que indica una conservación positiva, no una mera custodia que impide la sustracción o el daño) para nosotros, no en la tierra, sino en el cielo (comp. con Mt. 6:19–21). Todos sabemos lo que significa, por ejemplo, un billete de tren o de avión «con reserva»: Aquel asiento no puede ser ocupado por ninguna otra persona, sino por nosotros. Aun así, el billete puede perderse o ser robado (v. de nuevo, Mt. 6:19–21), pero nuestra «reserva» en los cielos no se puede perder ni echar a perder: está segura en las manos de Dios.

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