Una vida impactante

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A la luz del ejemplo de Pablo aprendemos dos acciones necesarias para impactar al mundo: Predicar y pelear por el evangelio

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Introducción

Lee Strobel fue el editor jefe de uno de los periódicos más importantes de Estados Unidos.
Su posición le dio prestigio, y le abrió las puertas a ser de influencia para todo su país.
El problema era que este hombre más ateo no podía ser.
Desde que tenía uso de razón siempre negó la existencia de Dios. Creció rodeado de parientes y amigos ateos.
No fue hasta que estuvo en la universidad que sus convicciones se fortalecieron y radicalizaron aún más.
Sus recién estrenados conocimientos acerca de la evolución, y el liberalismo, lo convirtieron en un acérrimo defensor del ateísmo.
Su única meta era dejar en ridículo a cualquier persona que creyese en Dios, porque según él un creyente era un enclenque intelectual.
Para él, la vida no era más que un accidente del azar, la religión el opio del pueblo, y la iglesia un caldo de cultivo para la hipocresía.
El cristianismo era un tumor que tenía que ser extirpado.
La historia demostró que nada bueno puede salir de la religión.
La mayoría de las guerras y atrocidades humanas se cometieron en el nombre de Dios.
O al menos, eso es lo que creía Lee Strobel.
No obstante, un día su minúsculo imperio ateo se desplomó como un castillo de naipes.
Su querida esposa Leslie, llegó a casa, y las primeras palabras que le dijo a su marido fueron: “cariño, Dios me ha salvado.”
Palabras que para Strobel sonaron como la explosión de una bomba atómica que se llevó por delante todo lo que había construido desde su infancia.
Años después, en una entrevista, hablando acerca de este mismo momento, dijo lo siguiente: “Cuando Leslie me dijo que se había convertido en cristiana, la primera palabra que pasó por mi mente fue ‘divorcio’. No quería estar casado con una cristiana. Yo era ateo y pensaba que el cristianismo era una fantasía compuesta de leyendas y mitos, Lo último que quería era que mi esposa se convirtiera en una fanática. Alguien con quien no me casé. Me casé con una atea, y que ahora, que se hiciese cristiana no formaba parte del trato. Así que solo pensé ‘voy a irme’.”
Pero en vez de irse, como buen periodista, Strobel decidió investigar al cristianismo para demostrarle a Leslie que era una farsa.
Tras dos años de investigación, buscando todas las evidencias posibles para confirmar que Cristo fue un farsante, pasó lo inimaginable.
Lee Strobel se convirtió al cristianismo.
Las pruebas fueron irrefutables, Stroble necesitaba más fe para continuar siendo ateo que para ser cristiano.
Cuando fue confrontado por el evangelio, no tuvo otra alternativa que admitir su error, y reconocer que sólo Cristo es Salvador y Señor.
A partir de ese instante, se ha convertido en un apasionado defensor de Jesús y el mensaje de la salvación.
Dejó su trabajo como editor jefe, para ser pastor de una iglesia.
Escribió varios libros en contra del ateísmo, y que defienden la fe cristiana.
Algunos de los cuales, en su momento, fueron números uno de ventas.
¿Cómo es posible que una persona atea hasta la médula, llegue a ser uno de los defensores del cristianismo con más repercusión mediática?
¿Qué fue lo que le impactó de tal manera que pasó de ridiculizar a Dios, para convertirse en un defensor de Dios?
La respuesta es el evangelio de Jesucristo. El mensaje de la salvación.
Lee Strobel fue cambiado radicalmente por la verdad acerca de la vida y obra de Jesús.
Sólo Dios puede coger a un hombre que desprecia el mensaje de Cristo, y transformarlo en un predicador del mismo evangelio que antes odiaba.
Este cambio radical también fue evidente en la vida de otra persona que vivió hace siglos y que todos conocemos.
Estoy hablando del apóstol Pablo, quien pasó de destruir a la iglesia a sufrir por ella. De perseguir el nombre de Cristo a morir por Él.
El evangelio le transformó, y fue el mismo evangelio lo que le llevó a poner el impero romano patas arriba.
Si nosotros también buscamos impactar a nuestra sociedad, debemos ser igual de evangélicos que el apóstol.
Y si algo caracterizó el ministerio del Pablo, fue la centralidad, indispensabilidad y exclusividad del evangelio.
Por eso, él predicó y peleó por el evangelio de Jesucristo.
Tú y yo, también tenemos que dejar huella en este mundo, haciendo lo mismo que hizo el apóstol Pablo.
Algo que aprendemos en los versículos que estudiaremos esta mañana, Hechos 9:20-22.
Leamos estos versículos, Hechos 9:20-22:
20 Y enseguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas, diciendo: Él es el Hijo de Dios.
21 y todos los que lo escuchaban estaban asombrados y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén destruía a los que invocaban este nombre, y el que había venido aquí con este propósito: para llevarlos atados ante los principales sacerdotes?
22 pero Saulo seguía fortaleciéndose y confundiendo a los judíos que habitaban en Damasco, demostrando que este Jesús es el Cristo.
En este pasaje observamos dos acciones necesarias para impactar al mundo:
1. Impactaremos al mundo si predicamos el evangelio (9:20-21)
2. Impactaremos al mundo si peleamos por el evangelio (9:22)
Observad que el elemento central que Dios utiliza para transformar a nuestra sociedad, es el evangelio de Jesucristo.
Hoy en día nos enorgullecemos de nuestro título de “evangélicos.”
Pues si ese es el caso, si realmente queremos ser coherentes con el nombre que representamos, nuestra vida, nuestro ministerio, nuestro servicio debe girar en torno al evangelio.
El momento cuando somos lo “más evangélicos” que podemos ser, es cuando buscamos impactar al mundo con el mensaje de Cristo.
Somos evangélicos, no porque lo diga un letrero, sino porque predicamos y peleamos por el evangelio.
Veamos entonces la primera acción:

1. Impactaremos al mundo si predicamos el evangelio (9:20-21)

Leamos de nuevo los versículos 20 y 21: “Y enseguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas, diciendo: Él es el Hijo de Dios. Y todos los que lo escuchaban estaban asombrados y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén destruía a los que invocaban este nombre, y el que había venido aquí con este propósito: para llevarlos atados ante los principales sacerdotes?
En estos versículos observamos uno de los mayores reveses de la historia del cristianismo.
Saulo, perseguidor ávido, incesante e incansable de la iglesia, se convirtió en un predicador de Cristo.
Su respuesta inmediata al evangelio fue predicar el evangelio.
El versículo 20 comienza diciendo “en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas.”
O sea, justo después de su conversión, que se nos relata en los versículos 1-19, el apóstol comenzó a proclamar a Jesús.
Pablo no pudo callarse. Tan pronto como recobró la vista, tomo alimentos y cobró fuerzas, fue y predicó su nueva fe a otros.
Creo que, en un sentido, todos nos podemos identificar con lo que Pablo hizo.
Yo recuerdo cuando Dios me salvó. Lo único que quería hacer, era hablarle a mis amigos y familiares acerca de Jesús.
Estuviese donde estuviese, intentaba predicar el evangelio. Si me daban la oportunidad, la aprovechaba sin pensármelo dos veces.
Y si no me la daban, me daba igual, me tiraba de cabeza a la piscina, y ya descubriría al aterrizar si la piscina estaba vacía o no.
Así como yo, otras tantas personas, que de la única cosa que hablaban tras su salvación era de Cristo.
John Wesley lo resumió muy bien al decir, “si uno tiene la fe, predicará la fe.”
Lo que ya de primeras, hace que me pregunte: ¿qué es lo que ha sucedido?
Porque ahora, con el paso de los años, mi pasión por el evangelio no es lo que debía ser.
Algo que tristemente, también veo en otros creyentes. Algunos, incluso lo justifica como si fuese lo normal.
Pero ¿cómo es posible que tal cosa sea lo esperado?
Se supone que, con el tiempo, y el haber estado expuestos a la Palabra, hemos crecido, y nuestro amor por Dios ha madurado.
Deberíamos poder decir que hoy amamos a Cristo más y mejor de lo que le hemos amado el día de nuestra salvación.
Pues si es así, ¿cómo es que hoy hablamos menos de Él, de lo que hablábamos al comienzo de nuestro caminar en la fe?
¿Por qué hay tal desconexión entre el amor que afirmamos tener por Él, y la frecuencia con la que proclamamos Su mensaje?
Yo amo a mi esposa. Y después de siete años juntos, la amo más que cuando me casé.
Siempre que pueda voy a hablar bien de ella, porque la amo, y quiero que todo el mundo contemple el tesoro que Dios me ha dado.
Lo mismo sucede con Cristo, cuanto más lo amo, más voy a querer darlo a conocer.
Por lo que, si reconoces que tu pasión por el evangelio se ha enfriado, la pregunta que deberías hacerte es si has dejado tu primer amor.
¿Qué es lo que amas más? ¿A Cristo, o lo que otros piensan de ti?
Si le conocemos y amamos, no podemos callarnos. Esta es la razón por la que la pasión de Pablo por el evangelio no se enfrió.
Su deseo incesante de predicar a Jesús, fue como un fuego sin control que arrasó todo lo que encontró a su paso.
Allá a donde fue el apóstol proclamó el evangelio.
Cuando leemos Hechos 9:20-22 sólo estamos leyendo tres versículos, no obstante, abarcan tres años en el tiempo.
Durante estos tres años en Damasco, a la luz de Gálatas 1:17, aprendemos que Pablo viajó a Arabia.
Concretamente al reino de Nabatea a unos 270 Kms al sur de Damasco.
Pablo no fue hasta allá de turismo, sino que el propósito de su viaje fue proclamar el mensaje de la salvación.
En 2 Corintios 11:32-33 el apóstol relata como el rey de Nabatea le persiguió de vuelta hasta Damasco para intentar arrestarle.
Pablo era un recién convertido, y con la mejor intención del mundo decide recorrer a pie casi 300 Kms, para predicar el evangelio.
¿Y con que se encuentra? Con persecución. Y no una persecución cualquiera.
El mismo rey de Nabatea le persiguió de vuelta a Damasco.
Imaginaos el enfado que tenía encima que pisó los talones a Pablo durante 270 Kms.
Sin la menor duda, que este rey estaba decidido a prenderle.
Pero ¿por qué? ¿por qué Pablo era judío? ¿o ciudadano romano? ¡No! Porque predicó el evangelio.
Lo que demuestra que el mensaje de Pablo ofendía al pecador.
¿Cuántas veces no nos hemos planteado cómo presentar el evangelio para que las personas sean más receptivas, y no se ofendan?
Pero la verdad, es que, si uno es fiel a este mensaje, y lo predica, tal y como hizo Pablo, acabará ofendiendo a la gente.
¿Por qué? Porque el mensaje en sí ofende.
Esto no me da derecho a ser ofensivo. Mis palabras deben ser pacientes, y con misericordia.
Pero tengo que reconocer, que, si quiero presentar a Cristo exaltado, es indispensable confrontar al pecador con su pecado.
¿Tú dile de la manera más cariñosa posible a un incrédulo que no es tan bueno como piensa?
De hecho, que todas sus buenas obras no son más que trapos de inmundicia.
Literalmente, todas sus acciones, intenciones, deseos y pensamientos por muy buenos que sean, a los ojos de Dios son igual de asquerosos que los paños usados por las mujeres durante su menstruación.
Una auténtica basura.
Por supuesto que la gente se va a ofender al escuchar algo así.
La palabra de la cruz es necedad para los que se pierden. Es un mensaje que es locura.
No tiene sentido para el hombre sin Cristo.
Pero, aun así, si queremos impactar a nuestra sociedad tenemos que predicar este mensaje ofensivo para los incrédulos.
Nuestro impacto no se mide en base a cómo la sociedad nos respeta, o si somos relevantes, o tenemos presencia política.
Sino que es en base a nuestra fidelidad a la hora de predicar un mensaje impopular, que la gente no quiere escuchar, sin alterarlo ni lo más mínimo, por muy grande que sea la tentación.
Somos evangélicos ¿no? Pues que sea porque se nos conocer por predicar el evangelio a una sociedad que lo aborrece.
Y no un evangelio cualquiera, sino el evangelio que exalta a Cristo, lo que por definición humillará al hombre y ofenderá al pecador.
Pablo fue lo que hizo, tal y como observamos al final del versículo 20, “diciendo: ‘Él es el Hijo de Dios’”.
Al utilizar esta frase el apóstol está siendo bien enfático. Emplea un tipo de vocabulario que no da lugar a otro Jesús u otro Dios.
El mismo Jesús que conocían los judíos de las sinagogas, a quien crucificaron hacía un par de años, ahora Pablo lo estaba presentando como el Hijo de Dios.
Y no un Dios cualquiera, sino el Dios que ellos también conocían del Antiguo Testamento.
Jesús de Nazaret rechazado por Israel, crucificado por los romanos y resucitado por Dios, es el Hijo del Dios que sacó a Israel de Egipto, estableció su pacto con ellos, y les dio la Ley.
En otras palabras, el apóstol está afirmando con toda la claridad del mundo que Jesús es el mismo Dios que el Dios que se reveló a Israel durante los tiempos del Antiguo Testamento.
Sin esta verdad esencial no tenemos el mensaje de la salvación.
No sólo necesitábamos un hombre que pudiese sustituir a los hombres y morir en su lugar, sino que además necesitábamos a un ser de valor infinito que pudiese pagar nuestra deuda infinita.
Algo que sólo Dios pudo hacer encarnado en la persona de Jesús.
Si Cristo no fuese Dios nos quedaríamos sin evangelio. Pero gracias a Dios que Jesús sí es Dios.
No podemos predicar a un Jesús diferente que éste. De esto mismo depende el impacto que podamos tener en nuestra sociedad.
El problema es que el mundo no va a querer escuchar que Jesús es Dios. Porque eso supone que deben someterse a sus palabras.
Toda persona lo sepa o no, está bajo la obligación de obedecer a Cristo. Sin excepción alguna.
No hay atajos que nos lleven al cielo sin antes reconocer quien es Cristo, aceptar Su autoridad, someterse a Su señorío, y obedecer Su palabra.
Pero tú vete a este mundo perdido, y confronta a los incrédulos, diciéndoles que no tienen otra opción que obedecerle.
Se van a burlar y reír de ti. Pero no importa, porque este evangelio es el mensaje que Dios nos ha encomendado.
El impacto no depende de nuestra capacidad para hacerlo más atractivo, sino de la persona que el evangelio presenta: a Cristo.
Jesús transformó radicalmente a Pablo. Mirad el impacto que tuvo en su vida.
En Hechos 9:1-2, Saulo fue al sumo sacerdote para pedirle cartas para las sinagogas de Damasco, con el propósito de poder llevar cautivos a los cristianos de esa zona.
Los judíos de Damasco estaban encantados que por fin alguien viniese con la bendición del Sumo Sacerdote para arrestar a los cristianos que estaban poniendo el mundo patas arriba.
Estaban ansiosos por restablecer el orden, y mitigar la expansión de esta nueva aberración llamada “cristianismo.”
Pero ocurrió justo lo opuesto.
De camino a Damasco, Jesús se le aparece a Saulo en una luz del cielo, y le dice: “Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?”
Saulo le contesta: “¿Quién eres señor”? y Jesús responde: “Yo soy Jesús a quien tú persigues” (Hechos 9:4-5).
Este encuentro con Cristo significó simbólicamente la muerte de Saulo y el nacimiento del apóstol Pablo.
De la noche a la mañana, pasó de perseguir cristianos a identificarse con ellos. De buscar apagar la llama del cristianismo, a ser testigo de Cristo a lo ancho y largo del Imperio Romano.
Ahora estaba en Damasco predicando a Cristo y confundiendo a los judíos.
Ya no iba a las sinagogas para encadenar a los creyentes, sino para presentar el mensaje que libera a los incrédulos de las cadenas del pecado.
Jesús salió al encuentro de un asesino para transformarlo en un portavoz del mensaje de la vida eterna.
Así que no es una sorpresa que los judíos que escuchaban a Pablo dijeran con asombro lo que leemos en el versículo 21: “¿No es éste el que en Jerusalén destruía a los que invocaban este nombre, y el que había venido aquí con este propósito para llevarlos atados ante los principales sacerdotes?
Estaban perplejos, asombrados, llenos de incredulidad. Sus ojos no daban crédito a lo que están viendo: a Saulo predicar a Cristo el Hijo de Dios.
Lo que estos judíos no eran capaces de discernir, es que Pablo había sido impactado por Jesús y Su evangelio.
Ahora el apóstol pertenecía al grupo de aquellos que invocaban el nombre de Jesús, declarando que Él es Dios.
Es decir, la misma declaración que antes hacía hervir la sangre de Saulo, es la que obliga y motiva a Pablo a predicar a Cristo.
El mismo evangelio que escuchó Saulo fue el mismo evangelio que nosotros hemos creído.
El mismo Salvador que le salvó es el mismo Salvador que nos salvó a nosotros.
El mismo Cristo que predicó es el Mesías a quien nosotros también proclamamos.
Así que al igual que Pablo, si Jesús es Dios, y nos ha salvado, y le conocemos y amamos, debemos ponernos a predicar a Cristo de inmediato.
Si Pablo no pudo callarse, ¿por qué puedes hacerlo tú?
Si queremos impactar al mundo, la única manera es predicando el auténtico evangelio.
Pero en este pasaje encontramos una segunda acción necesaria para impactar al mundo:

2. Impactaremos al mundo si peleamos por el evangelio (9:22)

Leamos el versículo 22, “Pero Saulo seguía fortaleciéndose y confundiendo a los judíos que habitaban en Damasco, demostrando que este Jesús es el Cristo.”
Pablo no sólo predicó el evangelio, sino que además peleó por la verdad del mensaje acerca de Cristo.
El apóstol seguía fortaleciéndose en la predicación de este mensaje de manera que confundía a los judíos de Damasco quienes rechazaban la divinidad de Jesús.
O sea, Pablo crecía cada día en el poder del Espíritu.
El mismo Espíritu que fortaleció a Esteban, ahora fortalecía al apóstol para que creciese en el conocimiento de las Escrituras.
Hasta el punto que los judíos cuando le escuchaban se quedaban confundidos. Y la idea que transmite esta palabra es la de enfadarse.
Los judíos no estaban pensando, “a lo mejor tiene razón,” sino que lo que decían era: “Pero, ¿cómo se atreve éste a decir esas cosas?”
Estos hombres de Damasco se desesperaban con Pablo. No sabían cómo dejarle sin argumentos.
Se daban cuenta que no tenían palabras suficientes para callarlo.
El apóstol, fortalecido por el Espíritu, defendió desde el Antiguo Testamento que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios.
Tristemente, los judíos en vez de someterse a esta verdad y creer en el evangelio, crujieron sus dientes contra él.
Le acabaron odiando por causa de su mensaje, y, de hecho, intentaron matarlo.
Fijaos en Hechos 9:23-24: “Después de muchos días, los judíos tramaron deshacerse de él, pero su conjura llegó al conocimiento de Saulo. Y aun vigilaban las puertas día y noche con el propósito de matarlo…
Pero Pablo, aun así, no se amedrentó. Él continuó predicando y peleando por la verdad de Cristo.
Los judíos creían en Dios, tenían la Ley y los profetas.
Entonces, ¿cuál fue su error? Su visión de Jesús estaba equivocada.
Su evangelio era un falso evangelio, porque negaba la divinidad de Cristo.
Y si no poseemos la perspectiva correcta de quien es Jesús no podremos ser salvos. Por eso Pablo peleó por esta verdad.
Porque las consecuencias de perder o alterar el mensaje acerca de Cristo, serían catastróficas.
El apóstol estaba dispuesto a dar su vida con tal de preservar la pureza del evangelio.
Él estaba convencido de que tal sacrificio, valdría la pena.
¡Qué diferente es la situación hoy en día!
Vivimos en un momento histórico. En todo occidente, tenemos libertad religiosa.
No se nos persigue por nuestra fe. No se nos amenaza con la muerte. Nadie está al acecho para matarnos porque predicamos que Jesús es Dios.
En los 2000 años de historia de la iglesia, la época en la que nos encontramos es la de mayor libertad para predicar el evangelio.
Y en vez de empapelar las calles con el nombre de Cristo, parece que el cristianismo está más preocupado por no ofender a nadie, por ser políticamente correcto, que por pelear por el mensaje de Cristo.
Quiero leeros parte de una entrevista que le hicieron al supuesto pastor de una de las iglesias más grandes del mundo.
Cerca de 50.000 personas se congregan cada domingo para escuchar a este individuo:
KING: ¿Es difícil vivir la vida cristiana?
OSTEEN: No creo que sea difícil, a mí me va muy bien.
KING: Pero, ¿tú sigues normas, no es cierto? Eso no es fácil.
OSTEEN: No tengo reglas, aunque bueno… debo vivir una vida de integridad, no ser egoísta. Ya sabes, ayudar a otros.
KING: Te refieres, ¿a qué necesitamos hacer buenas obras para ser salvos?
OSTEEN: No lo sé, ¿a qué te refieres con eso?
KING: Lo digo porque en el programa tuvimos a pastores que enseñaron que tus obras no te salvan. Simplemente crees o no crees. Si crees en Cristo, entonces, vas al cielo. Si no crees en Él no importa lo que hayas hecho, no entrarás en el paraíso.
OSTEEN: Sí… no sé. Probablemente haya un punto intermedio. Yo creo que, si crees en Dios, si conoces a Jesús, vas a hacer buenas obras. No tiene sentido decir que soy un cristiano y nunca hacer nada.
KING: ¿Y si eres un judío o musulmán? ¿qué pasa? Ellos rechazan completamente a Cristo, pero también hacen buenas obras.
OSTEEN: ¿Sabes? No me atrevo a decir quien va al cielo y quién no. No lo sé.
KING: Pero si tú predicas que para ir al cielo tienen que creer en Cristo, entonces los musulmanes y los judíos están equivocados. ¿No es cierto?
OSTEEN: Bueno… no sé si están realmente equivocados... Pasé bastante en la Indica con mi padre… Y es cierto que no conozco todos los entresijos de su religión. Pero sé que aunque practican el hinduismo aman a dios… no lo sé. Se veían que eran sinceros… Así que no sé.
¿Cómo que no lo sabes?
La Biblia es bien clara al respecto.
En ningún otro que no sea Jesús de Nazaret hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en el cual podamos ser salvos (Hechos 4:12).
Este mensaje es exclusivo.
No hay otro camino, otra verdad, otra vida. Sólo Cristo salva.
Si tu no crees en Él, estas equivocado, y vas al infierno. Arrepiéntete y cree para el perdón de tus pecados.
A Pablo también lo entrevistaron. Y en su caso fue entrevistado por los hombres más poderosos de su tiempo.
Él estaba en cadenas, su vida estaba en juego.
Pero él no se avergonzó de Cristo.
Le daba igual lo que los hombres dijesen de él, su única preocupación era lo que Cristo Jesús, Dios y Señor, resucitado de entre los muertos, pensase sobre él.
Por eso no tuvo ningún reparo en predicar ante el mismo Cesar del Imperio Romano, que Jesús de Nazaret es Rey y Señor.
Pablo sabía que el poder para la salvación estaba en el evangelio y no en él.
De hecho, fue el apóstol quien escribió “porque el evangelio es poder de Dios para la salvación de todo el que cree ().
En otras palabras, sólo en el evangelio verdadero se encuentra el poder para impactar al mundo.
No es nuestra retórica, o la belleza de nuestro discurso lo que va a hacer que la gente crea en Jesús.
El poder está en el evangelio.
Por lo tanto, necesitamos predicar el evangelio, pero también es nuestra responsabilidad pelear por mantener su pureza.
Pablo lo tenía bien claro: si fue Cristo quien impactó su vida, entonces su mensaje tenía que ser acerca de la persona y obra de Cristo.
No de lo bueno que es el hombre, o las bendiciones que podemos recibir, si somos salvos.
Todo eso nos distraen del verdadero énfasis del mensaje: Jesús.
Observad como el versículo 22 dice que el apóstol “demostraba que este Jesús es el Cristo.”
Esta frase presenta a Jesús de Nazaret como el Mesías, es decir, el Ungido de Dios para reinar.
La expresión el Hijo de Dios alude al Salmo 2, donde se profetiza que el Hijo de Dios (Sal 2:7) recibirá el dominio sobre las naciones.
Por lo tanto, Pablo al proclamar que “Jesús es el Cristo,” está afirmando que es Dios y Rey conforme a las Escrituras.
Él es el Mesías, a quien Dios dará el Trono de David para siempre.
Su gobierno será perfecto. Su gloria será proclamada y manifestada a toda criatura habida y por haber.
El mensaje del evangelio no es un mensaje cualquiera, sino que es el testimonio excelso y sublime del glorioso Rey y Señor que tenemos.
El evangelio se trata única y exclusivamente de Cristo.
Fue Jesús quien llevó nuestros pecados en el madero.
Fue Él quien sufrió la ira de Dios por nosotros. Sólo su sangre satisfizo las perfectas demandas de la santidad de Dios.
Nos dio una nueva identidad en Él, pasando de ser enemigos de Dios a ser llamados sus hijos.
En Él tenemos la certeza de nuestra resurrección.
Es a Jesús resucitado, a quien esperamos que vuelva de los cielos y ponga sus pies sobre esta tierra para reinar sobre las naciones.
Él abrió las puertas al Padre, y ahora, nada nos separará de Su amor.
En Él somos declarados justos. En Él somos perdonados. Es en Él que seremos glorificados.
El pecado ha sido derrotado, la muerte ha sido vencida, el enemigo de nuestras almas ha sido eliminado, y todo gracias a la exclusiva obra de Cristo Jesús.
Lo que nos ha traído de muerte a vida. Lo que nos da alegría y gozo.
Lo que nos motiva a seguir caminando en obediencia.
Lo que nos da esperanza en esta tierra, es el evangelio de Jesucristo.
El más glorioso mensaje jamás comunicado al hombre.
Por lo tanto, no tenemos la libertad de manipular, variar, o silenciar la exclusividad de la persona de Cristo.
Es nuestra responsabilidad proclamar que Jesús es Dios y Rey absoluto, porque sólo Él es el Mesías, el Hijo de Dios.
Debemos pelear por este mensaje, porque es el único mensaje que Dios utiliza para transformar al mundo.
El apóstol no adaptó el evangelio a su contexto social. No manipuló la verdad de Jesús para que sus compatriotas judíos lo aceptasen.
Sino que lo presentó con claridad conforme a la revelación de Dios a pesar de la oposición que eso supuso.
Por lo tanto, no manipulemos el mensaje del evangelio, para que sea tolerante, y más atractivo a un mundo relativista y postmoderno.
Debemos ser bíblicos y presentar a Cristo tal y como el evangelio lo hace. Tenemos que predicar que Jesús hombre es Dios.
Él no vino para inspirarte, vino para salvarte.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda más tenga vida eterna.”
Por eso mismo, “Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan.”
El mensaje del evangelio no es popular.
Pero no importa, el mismo Espíritu que fortaleció a Pablo nos fortalece a nosotros.
La misma Palabra que predicó Pablo es la misma Palabra que predicamos nosotros.
Así que no tenemos excusa para ceder ante las presiones sociales.
Por eso debemos pelear por la verdad acerca de Cristo. Estar dispuestos a pagar el precio por defender la pureza del mensaje.
Da igual si la gente se ríe de nosotros, si nos menosprecian, o incluso nos matan, lo que importa es que Dios no se avergüence de ti porque no has peleado por el evangelio.

Conclusión

¡Qué el mensaje que proclamamos acerca de Cristo sea igual de glorioso como el mensaje que declaró el apóstol Pablo!
Sólo así podremos ser instrumentos en las manos de Dios para impactar al mundo.
No nos llamemos evangélicos porque es nuestra tradición, o porque buscamos alguna etiqueta que nos diferencie de los católicos.
Sino porque predicamos y peleamos por evangelio de Cristo sin sucumbir a la presión del mundo.
Que nuestro amor por Él sea tan grande, que nos sea imposible no hablarle a la gente de Él y Su salvación.
Concluyo con las palabras de J. C. Ryle que resumen la esencia de lo que hemos visto: “No tenemos ningún derecho a darle a los hombres algo diferente al evangelio puro de Cristo, un evangelio sin mezclas ni adulteraciones—el mismo evangelio que predicaron los apóstoles.”
Una última cosa, si Cristo no es glorioso para ti, si su belleza no te ha cautivado, si no has creído en el mensaje de la salvación, debes saber que ahora mismo vas de camino al infierno.
Pero también necesitas saber que hoy es el día de la salvación. Mañana puede ser tarde. Esta tarde puede ser tarde.
Ahora, en este instante, te pido y suplico que te arrepientas y creas en Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, para el perdón de tus pecados.
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