Las condiciones del discipulado
I. Un amor supremo por Jesucristo
II. Una negación del yo
así su discípulo se niega a sí mismo, no se tendrá a sí mismo como dueño ni fin. Se resuelve a no vivir conforme a sus inclinaciones, sino a hacer y soportar cuanto sea necesario en el curso que ha emprendido. Debe resolverse a vivir no para el placer, sino para la utilidad; no para obedecer la inclinación, sino el deber; no para sí mismo, sino para Dios
No se trata de abnegación, aunque está implícita, sino de renuncia personal. Negarse a sí mismo es cancelar absolutamente en sujeción el yo personal, que pretende controlar la vida y que se opone a cualquier interés que no sea el propio. Es anular el poder del yo para sustituirlo por el gran Tú de Dios que es Cristo
“¿Qué significa, en realidad, negarse a sí mismo? ¿Negar que uno existe, o que es lo que es? ¡No! Negarse a sí mismo es decirle a ese ‘YO’ (con mayúscula) que hay dentro de nosotros, y que nos inclina a ser egocéntricos, autónomos y autosuficientes, que no, que no queremos seguir nuestros propios planes ni servir a nuestros propios intereses, sino depender en todo de Dios y hacer y sufrir a todo cuanto Él tenga programado para nosotros. Ésta es la tarea más difícil para cualquier creyente, y la más penosa de las tres crucifixiones que Pablo menciona para el cristiano (Gá. 2:20; 5:24; 6:14). Si uno no crucifica ese ‘yo’ en aras del amor de Dios y del prójimo, de nada le sirve repartir todos sus bienes, ni siquiera entregar su cuerpo a las llamas (1 Co. 13:3). ¡Y que difícil es negar a ese ‘Yo’! Es una tarea constante, porque ese ‘Yo’ es capaz de revivir y levantar la cabeza aun detrás de las mas santas intenciones. ‘Cuidado con la gloria, Javier’ –viene a decir Iñigo de Loyola, en El Divino Impaciente, de Pemán- ‘porque hasta a la gloria de Dios le tengo miedo’. Efectivamente, ¡cuántas veces, detrás de una pretendida ‘gloria de Dios’, se esconde la gloria del ‘Yo’! Verdaderamente, ésta es la puerta estrecha (7:13, 14), pero es la que lleva a la vida, porque Cristo, nuestra vida (Col. 3:4) entró el primero por ella, se despojó a sí mismo (Fil. 2:6; lit. se vació a sí mismo; es decir, del esplendor y de la majestad que le correspondían, como Dios que era, igual al Padre)”.
Tomar la cruz
Una vida invertida en Cristo
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24). Para comprender bien lo que Cristo dice deberíamos comparar el pasaje con (Mr. 8:34), donde leemos que él llamó a la gente y a sus discípulos. Los que estuvieran listos a prestar oído a estas palabras deberían también estarlo a tres cosas: 1. Debían rehusar a hacer su propia satisfacción como la meta de su vida. 2. Debían cargar la cruz de distinción, menosprecio, reproche, censura; la cruz pesada de la burla, persecución, acosamiento, mortificación. 3. Debían aprender a practicar la obediencia, la sumisión, la sujeción. La metáfora de tomar la cruz ya mencionada en 10:38 tenía que completarse con una entrega completa. El Maestro no solamente buscaba discípulos que estuvieran dispuestos a cargar, buscaba también a los que prontos estuvieran a seguir. El discípulo no era a medias ni estático, era completo y dinámico. Cristo no buscaba ilusos que estuvieran dispuestos a aplaudirle, sino seguidores que anhelaran obedecerle. ¿Acaso no descubrimos una diferencia entre los dos tipos de seguidores de Mateo 4? Los primeros oyeron la voz seductora: ‘Venid en pos de mí’ y ‘ellos dejando al instante las redes, le siguieron” (v. 20). Luego; ‘Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre le siguieron’ (v. 22). Dejaron todo por seguir al Señor y mostraron tal valor en su proceder que el Maestro se transformó en la figura vital de sus experiencias”.