Llamado a Reedificar el Templo
Hageo, cuyo nombre significa «festivo», fue uno de los profetas post-exílicos, un contemporáneo de Zacarías. Hageo tenía las cualidades de un buen pastor. Un activista, cuya palabra estaba en sintonía con los corazones del pueblo y con la mente de Dios, actuaba como el mensajero del Señor que trasmite el mensaje divino, y comunica a sus desalentados compañeros la seguridad de la presencia del Señor.
Datos sobre Hageo.
Presenta una tremenda contemporaneidad la reflexión a la que invita Jehovah al pueblo, por medio de Hageo. No han sido deseos ni fuerzas para trabajar de lo que ha carecido el pueblo. Prueba de esto es que a ellos no les faltó ni tiempo ni energías para trabajar en sus propias casas. Las obras del templo habían estado detenidas por muchos años, pero en sus propias viviendas no faltó mano de obra. Vistosos y caros artesonados adornaban sus techos.
Nada se sabe de su vida personal. No se menciona el nombre de su padre, como se hace en el caso de Isaías, Jeremías y otros profetas. Tampoco se indica el lugar donde nació y vivió, lo que se indica en el caso de Amós y Jeremías».
La fecha que con toda precisión se ofrece sobre el año en que Hageo recibió el mensaje de Dios, ubica el ministerio del profeta entre quienes retornaron del exilio durante un período de cuatro meses en el 520 a.C. El mensaje viene del Señor por medio de Hageo a Zorobabel y Josué, y está dirigido a todo el pueblo, y llama a una colaboración entre el liderazgo profético, el sacerdocio y el liderazgo político, teniendo en cuenta que la voluntad de Dios se cumple en su pueblo.
Hageo, cuyo nombre significa «festivo», fue uno de los profetas post-exílicos, un contemporáneo de Zacarías. Hageo tenía las cualidades de un buen pastor. Un activista, cuya palabra estaba en sintonía con los corazones del pueblo y con la mente de Dios, actuaba como el mensajero del Señor que trasmite el mensaje divino, y comunica a sus desalentados compañeros la seguridad de la presencia del Señor.
El denominador común, por decirlo así, de sus mensajes es el siguiente: La sanación de los males del pueblo estaba en manos de Yahweh, supremo rector del Universo y de la Historia (1:11; 2:6, 7). Dios está cerca, accesible a todo ser humano que le busca (2:4, 19).
Se percibe de manera clara un notable disgusto en la forma en que Dios se dirige al pueblo. Este pueblo, en vez de “mi pueblo”, como en tantas otras ocasiones, denota el disgusto divino. Ahora hay reproche. Son su gente, pero no merecen llamarse así. El texto enfatiza que es el pueblo el que retiene el comienzo de las obras. Se han de dar por enterados que son ellos, y nadie más, los culpables de la demora.
En los versículos 2 y 4, Hageo contrasta dos hechos lamentables, triste resultado de un egoísmo autodefensivo ante una economía deteriorada. El profeta ve en esta pasividad de 18 años la causa, más bien que el efecto, del bajo estado moral de la población.
Se percibe de manera clara un notable disgusto en la forma en que Dios se dirige al pueblo. Este pueblo, en vez de “mi pueblo”, como en tantas otras ocasiones, denota el disgusto divino. Ahora hay reproche. Son su gente, pero no merecen llamarse así. El texto enfatiza que es el pueblo el que retiene el comienzo de las obras. Se han de dar por enterados que son ellos, y nadie más, los culpables de la demora.
Nótese que (v. 2) «no decían que no iban a reedificar el Templo, sino: No ha llegado aún el tiempo» (Henry). Es precisamente de esa frase del versículo 2 de donde toma pie el Señor para decirles (v. 4): «¿Es para vosotros tiempo de habitar en vuestras casas artesonadas mientras esta casa está en ruinas?» Como si dijese: «No tenéis tiempo para edificar mi templo, pero tenéis abundante tiempo para construiros casas lujosas».
Presenta una tremenda contemporaneidad la reflexión a la que invita Jehovah al pueblo, por medio de Hageo. No han sido deseos ni fuerzas para trabajar de lo que ha carecido el pueblo. Prueba de esto es que a ellos no les faltó ni tiempo ni energías para trabajar en sus propias casas. Las obras del templo habían estado detenidas por muchos años, pero en sus propias viviendas no faltó mano de obra. Vistosos y caros artesonados adornaban sus techos.
Casas artesonadas: El pueblo, aunque negligente en la construcción del templo, embelleció sus propias casas cubriendo las paredes con costosos paneles, como en el templo de Salomón, donde «todo era cedro; ninguna piedra se veía» (1 R 6.18).
La actitud de esta situación es sorprendente e incuestionable. El reino de Dios se ve detenido en su desarrollo en tanto y cuanto sus súbditos prefieren ocuparse de sus propios negocios, abandonando sus deberes para con su Señor. Los tiempos demandan actitudes decididas de servicio y compromiso.
Por supuesto que el punto principal de todo esto no era condenar que tuvieran casas atractivas, sino la importancia que tiene el saber reconocer las prioridades. En ese caso, Dios y el profeta criticaron a quienes tomaban las decisiones, porque no tenían a Dios y su voluntad como prioridad número uno. El mundo y la vida están llenos de factores que, si los dejamos, puedan torcer las normas que han de regir nuestras vidas. Además el maligno es muy astuto y manipula esos factores, procurando hacernos cambiar nuestras prioridades. Es obvio que eso fue lo que pasó en Jerusalén en aquel entonces.
Esta justa recriminación de Dios a Su pueblo debería ser tenida muy en cuenta por muchos creyentes cuya opulencia material y «tren de vida» contrastan con frecuencia con la penuria económica de su iglesia como congregación y aun de los pastores de la misma.
¿Con qué espíritu podía aquel pueblo ir al templo a adorar, verlo medio en ruinas y venir de sus bien cuidadas casas? Esta situación demanda urgentemente una palabra profética. Es por esto que se conmina al pueblo que reflexione muy seriamente, y que considere el amargo resultado de su actitud. En síntesis, se le viene a decir: “A costa del servicio que deberíais haber prestado a Jehovah, reconstruyendo el templo, os habéis ocupado de vuestros propios asuntos. Habéis gastado todo vuestro tiempo en vuestras casas, en vuestros cuerpos y en vuestros campos. Y aun lo que ganáis cae como en saco roto; no os luce, ni estáis satisfechos. Todo os sale mal”.
La complacencia del Señor será ver que el pueblo obedece y termina la reedificación del templo. La presencia de un templo restaurado, con un elaborado culto, con su sistema de sacrificios, es vital. El v. 9 da a entender que el Señor, antes que respondamos, sabe qué hay dentro de nuestro corazón. Descubre que en los oyentes no hay una inmediata y positiva respuesta. Por eso vuelve a la carga. Fustiga la desordenada búsqueda del placer y la comodidad de su pueblo.
De esta forma tan cruda, la Palabra recuerda que somos responsables de nuestras propias acciones, y que éstas desencadenan consecuencias.
Este código está escrito indeleblemente a lo largo y ancho de la Biblia. El pecado acarrea castigo; la obediencia cosecha bienaventuranza. Dar genera vida; retener la mano, empobrece (Mal. 3:8–11). Quienes triste y equivocadamente anteponen lo material a Dios lo pierden todo.
Semillero homilético
Jehovah reina
1:1–15
I. Jehovah de los Ejércitos nos habla, v. 5.
1. No podemos escudriñar completamente su grandeza.
2. Sin embargo, podemos palpar su sabiduría, v. 6.
II. Jehovah de los Ejércitos nos manda, v. 5.
1. La clave para la preparación: refleccionad, v. 5.
2. La clave para la acción: reedificad, v. 8.
3. Reedificamos vidas tanto como edificios.
III. Jehovah de los Ejércitos nos asombra, vv. 10, 11.
1. Que nos enfoquemos en su poder y su juicio.
2. Que escuchemos su voz en este día.
Conclusión: La indiferencia nos limita, no importa la vocación que tengamos. Tenemos que reconocer los momentos en que mostramos indiferencia. Después de reconocerlos, hay que cambiar la actitud tanto como la acción. Se requiere de mucha valentía y coraje para cambiar los hábitos. La madurez se muestra cuando estamos dispuestos a sacudir nuestra indiferencia. El Señor nos apoyará y nos enseñará un nuevo y mejor estilo de vida.
Semillero homilético
Jehovah reina
1:1–15
I. Jehovah de los Ejércitos nos habla, v. 5.
1. No podemos escudriñar completamente su grandeza.
2. Sin embargo, podemos palpar su sabiduría, v. 6.
II. Jehovah de los Ejércitos nos manda, v. 5.
1. La clave para la preparación: refleccionad, v. 5.
2. La clave para la acción: reedificad, v. 8.
3. Reedificamos vidas tanto como edificios.
III. Jehovah de los Ejércitos nos asombra, vv. 10, 11.
1. Que nos enfoquemos en su poder y su juicio.
2. Que escuchemos su voz en este día.
Conclusión: La indiferencia nos limita, no importa la vocación que tengamos. Tenemos que reconocer los momentos en que mostramos indiferencia. Después de reconocerlos, hay que cambiar la actitud tanto como la acción. Se requiere de mucha valentía y coraje para cambiar los hábitos. La madurez se muestra cuando estamos dispuestos a sacudir nuestra indiferencia. El Señor nos apoyará y nos enseñará un nuevo y mejor estilo de vida.
Semillero homilético
Jehovah reina
1:1–15
I. Jehovah de los Ejércitos nos habla, v. 5.
1. No podemos escudriñar completamente su grandeza.
2. Sin embargo, podemos palpar su sabiduría, v. 6.
II. Jehovah de los Ejércitos nos manda, v. 5.
1. La clave para la preparación: refleccionad, v. 5.
2. La clave para la acción: reedificad, v. 8.
3. Reedificamos vidas tanto como edificios.
III. Jehovah de los Ejércitos nos asombra, vv. 10, 11.
1. Que nos enfoquemos en su poder y su juicio.
2. Que escuchemos su voz en este día.
Conclusión: La indiferencia nos limita, no importa la vocación que tengamos. Tenemos que reconocer los momentos en que mostramos indiferencia. Después de reconocerlos, hay que cambiar la actitud tanto como la acción. Se requiere de mucha valentía y coraje para cambiar los hábitos. La madurez se muestra cuando estamos dispuestos a sacudir nuestra indiferencia. El Señor nos apoyará y nos enseñará un nuevo y mejor estilo de vida.
Se percibe de manera clara un notable disgusto en la forma en que Dios se dirige al pueblo. Este pueblo, en vez de “mi pueblo”, como en tantas otras ocasiones, denota el disgusto divino. Ahora hay reproche. Son su gente, pero no merecen llamarse así. El texto enfatiza que es el pueblo el que retiene el comienzo de las obras. Se han de dar por enterados que son ellos, y nadie más, los culpables de la demora.
¿Con qué espíritu podía aquel pueblo ir al templo a adorar, verlo medio en ruinas y venir de sus bien cuidadas casas? Esta situación demanda urgentemente una palabra profética. Es por esto que se conmina al pueblo que reflexione muy seriamente, y que considere el amargo resultado de su actitud. En síntesis, se le viene a decir: “A costa del servicio que deberíais haber prestado a Jehovah, reconstruyendo el templo, os habéis ocupado de vuestros propios asuntos. Habéis gastado todo vuestro tiempo en vuestras casas, en vuestros cuerpos y en vuestros campos. Y aun lo que ganáis cae como en saco roto; no os luce, ni estáis satisfechos. Todo os sale mal”.