Una llamada especial: Entre la noche y la madrugada (2)
El reino de Dios es nuestra mayor necesidad. NO debe preocuparnos la vida porque Dios nos ha entregado el reino. Los tesoros del cielo no se agujerean. En Dios nuestro tesoro está seguro. Ningún ladrón podrá robarlo y ninguna polilla, destruirlo. Donde esté tu tesoro, allí estará tambien los deseos de tu corazón. Entonces, estén preparados, listos para el momento en que nos llame porque seremos recompensados.
El reino de Dios
Búsqueda
Preocupación
Un ejemplo de la naturaleza aclarará esto. Un árbol no tiene poder por sí mismo para mantenerse. Sus raíces son como manos vacías extendidas hacia el ambiente. Depende del sol, del aire, de las nubes y del suelo. Ni siquiera tiene la fuerza necesaria para absorber la nutrición que necesita. El sol es la fuente de su energía. ¿Pero significa esto que el árbol permanece inactivo? De ningún modo; sus raíces y hojas, aunque completamente receptivas, son enormemente activas. Por ejemplo, se ha estimado que la cantidad de trabajo realizado por un árbol grande en un solo día elevando agua y minerales desde el suelo hacia las hojas equivale a la cantidad de energía gastada por una persona que lleva trescientos baldes de agua, de a dos a la vez, subiéndolos por una escalera de más de tres metros. Las hojas también son verdaderas fábricas. También son tremendamente activas.
Lo mismo vale con respecto a los ciudadanos del reino. Reciben el reino como un regalo. Sin embargo, después de recibir el principio nuevo de la vida, los receptores se vuelven muy activos. Trabajan árduamente, no por medio de algo que les es inherente sino por el poder que continuamente les está dando el Espíritu del Señor. Ellos se “ocupan en su propia salvación” y pueden hacerlo porque “Dios es el que está obrando en ellos tanto el querer como el hacer por su beneplácito” (Fil. 2:12, 13.
Un tesoro que no se agota
Preparados/as
El significado de la expresión usada en el original, a saber: “Estén ceñidos vuestros lomos”, es que los mantos largos y holgados de los siervos no deben colgar sueltos, dificultando o imposibilitando el trabajo (cf. Hch. 7:58). Estos mantos debían ser arremangadas en el cinto, de modo que los siervos pueden trabajar cómodamente y están preparados para atender a su señor.