YO SE EN QUIEN HE CREÍDO
introduccion
Pablo está consciente del plan de Dios. El se llama a sí mismo “apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios”. Sí, él está en prisión—abandonado, solitario, esperando la muerte—pero no está pensando en eso. En cambio, él está consciente de estar en la voluntad de Dios. El hecho de que Dios lo haya llamado a hacer una obra es su más alto pensamiento. Él está ocupado por la verdad de que es un “apóstol”, un “enviado”, alguien que Jesús ha tomado como su “instrumento escogido” (Hechos 9:15, 16). Nunca pierda de vista el hecho de que usted también es escogido y enviado por Dios a hacer una obra para Él.
La promesa de Dios
Segundo, Pablo está consciente de la promesa de Dios. Al escribir, él está pensando en “la promesa de la vida que es en Cristo Jesús”. ¡Es asombroso que un hombre al borde de la muerte pueda estar tan consciente de la vida! Pero Pablo sabía que lo que le iba a ocurrir no sería el fin. Sabía que en el momento que el verdugo cerrara sus ojos en muerte, él abriría sus ojos en vida en la presencia de Dios (vea Filipenses 1:21–23).
I. CONSEJOS PARA SEGUIR EN LA BATALLA
Pablo dice que él le ha confiado un depósito a Dios. Quiere decir que le ha confiado tanto su trabajo como su vida. Podría parecer que él había sido retirado a mitad de la carrera; el que terminara como un criminal en una cárcel romana podría parecer el final de toda su obra. Pero él había sembrado la semilla y predicado el Evangelio, y dejaba el resultado en las manos de Dios. Pablo le había confiado a Dios su vida; y estaba seguro de que estaba a salvo tanto en la vida como en la muerte. ¿Por qué estaba tan seguro? Porque conocía a Aquel en Quien había creído. Siempre debemos recordar que Pablo no dice que sabía lo que había creído. No había llegado a un credo o a una teología por un conocimiento intelectual, sino llegó a un conocimiento personal de Dios. Conocía a Dios personal e íntimamente; sabía cómo era en Su amor y en Su poder; y para Pablo era inconcebible el que Dios le pudiera fallar.
Yo sé que mi Redentor vive,
Y al fin se levantará sobre el polvo
7He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. 8Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.
6Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.
1Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús.
3Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo.
8Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio,
16En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta. 17Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen.
II. LA CONFIANZA DEL MUNDO Y LA CONFIANZA EN DIOS Y EN SU PALABRA
1 No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros,
Sino a tu nombre da gloria,
Por tu misericordia, por tu verdad.
2 ¿Por qué han de decir las gentes:
¿Dónde está ahora su Dios?
3 Nuestro Dios está en los cielos;
Todo lo que quiso ha hecho.
4 Los ídolos de ellos son plata y oro,
Obra de manos de hombres.
5 Tienen boca, mas no hablan;
Tienen ojos, mas no ven;
6 Orejas tienen, mas no oyen;
Tienen narices, mas no huelen;
7 Manos tienen, mas no palpan;
Tienen pies, mas no andan;
No hablan con su garganta.
8 Semejantes a ellos son los que los hacen,
Y cualquiera que confía en ellos.a
9 Oh Israel, confía en Jehová;
El es tu ayuda y tu escudo.
10 Casa de Aarón, confiad en Jehová;
El es vuestra ayuda y vuestro escudo.
11 Los que teméis a Jehová, confiad en Jehová;
El es vuestra ayuda y vuestro escudo.
12 Jehová se acordó de nosotros; nos bendecirá;
Bendecirá a la casa de Israel;
Bendecirá a la casa de Aarón.
13 Bendecirá a los que temen a Jehová,
A pequeños y a grandes.b
2 ¿Por qué han de decir las gentes:
¿Dónde está ahora su Dios?
3 Nuestro Dios está en los cielos;
Todo lo que quiso ha hecho.
4 Los ídolos de ellos son plata y oro,
Obra de manos de hombres.
5 Tienen boca, mas no hablan;
Tienen ojos, mas no ven;
6 Orejas tienen, mas no oyen;
Tienen narices, mas no huelen;
7 Manos tienen, mas no palpan;
Tienen pies, mas no andan;
No hablan con su garganta.
8 Semejantes a ellos son los que los hacen,
Y cualquiera que confía en ellos.a
9 Oh Israel, confía en Jehová;
El es tu ayuda y tu escudo.
10 Casa de Aarón, confiad en Jehová;
El es vuestra ayuda y vuestro escudo.
11 Los que teméis a Jehová, confiad en Jehová;
El es vuestra ayuda y vuestro escudo.
12 Jehová se acordó de nosotros; nos bendecirá;
Bendecirá a la casa de Israel;
Bendecirá a la casa de Aarón.
13 Bendecirá a los que temen a Jehová,
A pequeños y a grandes.
2 ¿Por qué han de decir las gentes:
¿Dónde está ahora su Dios?
3 Nuestro Dios está en los cielos;
Todo lo que quiso ha hecho.
4 Los ídolos de ellos son plata y oro,
Obra de manos de hombres.
5 Tienen boca, mas no hablan;
Tienen ojos, mas no ven;
6 Orejas tienen, mas no oyen;
Tienen narices, mas no huelen;
7 Manos tienen, mas no palpan;
Tienen pies, mas no andan;
No hablan con su garganta.
8 Semejantes a ellos son los que los hacen,
Y cualquiera que confía en ellos.a
1 No te impacientes a causa de los malignos,
Ni tengas envidia de los que hacen iniquidad.
2 Porque como hierba serán pronto cortados,
Y como la hierba verde se secarán.
3 Confía en Jehová, y haz el bien;
Y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad.
4 Deléitate asimismo en Jehová,
Y él te concederá las peticiones de tu corazón.
5 Encomienda a Jehová tu camino,
Y confía en él; y él hará.
6 Exhibirá tu justicia como la luz,
Y tu derecho como el mediodía.
7 Guarda silencio ante Jehová, y espera en él.
1 No te impacientes a causa de los malignos,
Ni tengas envidia de los que hacen iniquidad.
2 Porque como hierba serán pronto cortados,
Y como la hierba verde se secarán.
3 Confía en Jehová, y haz el bien;
Y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad.
4 Deléitate asimismo en Jehová,
Y él te concederá las peticiones de tu corazón.
5 Encomienda a Jehová tu camino,
Y confía en él; y él hará.
6 Exhibirá tu justicia como la luz,
Y tu derecho como el mediodía.
7 Guarda silencio ante Jehová, y espera en él.
III. UNA PALABRA TUYA BASTARA ()
2Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, 3sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
4y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; 5y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.
44Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.
(2) Su necesidad. Describe el día en que se quebró su confianza. Su esclavo enfermó y pronto se hizo evidente que su enfermedad era muy seria. No importaba cuántas órdenes diera al personal médico, estas no tenían poder alguno sobre su estado. A pesar de que el centurión estaba dispuesto a pagar personalmente los honorarios del doctor, ningún médico podía ser de ayuda.
El centurión empezó a darse cuenta de que se trataba de una situación sobre la cual no tenía control alguno. Cuando se enfrentó a los grandes asuntos de la vida, como la enfermedad y el dolor, descubrió cuán pequeño e impotente era.
(3) Su confianza. Explica que el Señor Jesucristo había estado enseñando en Capernaum con gran poder y había hecho extraordinarios milagros al curar a los enfermos. El centurión debió de haber oído acerca de estos acontecimientos y quizá algunos de sus hombres se habían mezclado con las multitudes mientras el Señor hablaba. Solo cuando parecía que la situación era desesperada y que el siervo iba a morir, el centurión llegó a convencerse de que el Señor Jesús era Dios y le podría ayudar.
(4) Su vergüenza. Mientras el centurión pensaba en todo esto, se vio abrumado por el sentimiento de su propia indignidad. ¿Quién era él para pedir un favor al Señor Dios? Otras personas lo tenían en alta consideración, pero el centurión se dio cuenta de que Dios conocía su corazón y todos sus pecados secretos. ¿Cabría esperar que Jesús lo ayudase?
Pregunta a la clase si ellos se han sentido alguna vez así. Explica que, cuando las personas realmente piensan en encontrarse con Dios, empiezan a abrumarse por su indignidad y pecado. (Si hay tiempo, menciona la experiencia de Pedro, Lucas 5:8). Si nosotros, al igual que el centurión, queremos pedir ayuda a Dios, primero hemos de darnos cuenta de cuán grande y santo es Él y cuán débiles y pecadores somos nosotros. (Quizá nos sintamos orgullosos de ser el capitán o el monitor de la escuela y nos gusta que otras personas se fijen en nuestros logros). El centurión apartó pronto sus éxitos de su mente cuando la posibilidad de estar cara a cara con el Señor de la Gloria se hizo real. ¡Cuánto más deberíamos hacerlo nosotros!
Explica que se sintió tan indigno que envió a algunos de los ancianos judíos a que le pidieran a Jesús que sanase a su siervo. Ellos estuvieron muy dispuestos y añadieron su propio tributo a la amabilidad y generosidad del centurión. ¡Qué situación tan interesante! Los ancianos pensaban que el centurión era un hombre bueno. ¡Pero él mismo era tan consciente de su pecado interior que no se atrevía a estar ante el Señor! El Señor Jesús escuchó a los ancianos y pronto se puso en camino hacia la casa del centurión.
Describe los pensamientos en la mente del centurión mientras Jesús se acercaba. Le aliviaba pensar que su siervo pronto estaría bien, pero de repente se dio cuenta de lo que había hecho. ¡El mismísimo Señor al que temía ver iba a entrar en su casa!
¿Por qué se sintió así el centurión? Porque se daba cuenta de que el Señor Jesucristo era Dios el Señor. También porque se daba cuenta de quién es Dios. Dios el Señor es terrible y santo. Aborrece el pecado y sabe todas las cosas de cada uno de nosotros. La Biblia dice: Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta (Hebreos 4:13). Él puede ver en nuestros corazones y conoce todos nuestros pensamientos más secretos. Todos nuestros horribles hechos y pensamientos le son visibles. No podemos ofrecer excusas o mentir al Señor. Él sabe lo que realmente somos.
(5) Su gran fe. Cuando el Señor y la multitud que lo acompañaba habían llegado casi a la casa del centurión, vieron que una segunda delegación iba hacia ellos. ¿Qué querían? Sin duda, Jesús iba tan rápidamente como podía.
Tenían otro mensaje para el Señor de parte del centurión. No tenía que molestarse en ir más lejos. Al centurión no le parecía que pudiese invitar al Señor a su casa. En lugar de ello, Jesús solamente necesitaba pronunciar la palabra y el siervo sanaría. El centurión creía que Jesús podía ordenar a la enfermedad con la misma facilidad con la que él ordenaba a sus propios hombres (versículos 7–8). Explica que, si el centurión hubiese sabido de alguna situación inquietante en algún puesto fronterizo distante, habría enviado rápidamente a un grupo de soldados para que se ocupasen de ella. Él no tenía que ir personalmente. Se ocupaba de los problemas por “control remoto”. Se daba cuenta claramente de que, puesto que Jesús era Dios, podía hacer lo mismo. Con una palabra podía sanar a cualquier distancia.
El Señor Jesucristo se maravilló cuando escuchó estas palabras, pues demostraban que el centurión tenía una gran fe. Junto a su sentido de indignidad y pecaminosidad, creía con todo su corazón en el poder de Cristo (como Dios) para responder a su oración. Jesús se volvió hacía la multitud y predicó un sermón en una frase: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.
(6) Nuestra fe. ¿Qué nos diría hoy el Señor? ¿Tenemos fe en Él? ¿Nos imaginamos, como hacían los judíos, que creemos en Él, pero en realidad no lo hacemos porque no le pedimos la salvación? Al igual que hicieron la mayoría de estos judíos, ¿llegamos a comprender nuestra pecaminosidad? ¿Creemos verdaderamente que el Señor Jesucristo es Señor de todas las cosas y capaz de perdonarnos y hacernos cambiar? Se puede medir la fe por nuestra reacción ante el Señor en las situaciones de la vida real, y no por si hemos ido a la escuela dominical durante mucho tiempo.
El resultado. Cuando los mensajeros regresaron a la casa del centurión, la salud del siervo había sido restablecida por completo. El Salvador nunca falla. Si tan solo confiáramos en Él como lo hizo el centurión, nosotros veríamos y experimentaríamos también grandes cosas.