COMO ARREGLAR TU RELACION CON DIOS
Caminar con Dios significa simplemente vivir en presencia de Dios (Gn. 17:1). Una vida regulada por su voluntad, inspirada por su Espíritu y dedicada a sus propósitos. Implica:
I. Una total rendición. El nombre Enoc significa «dedicado», uno entregado a Dios, para quedar amoldado a su mente y voluntad.
II. Una comunión ininterrumpida. «¿Andarán dos juntos, si antes no se han puesto de acuerdo?» (Am. 3:3). La buena compañía hace corto el viaje.
III. Un progreso continuado. Caminar con Dios significa un creciente conocimiento de Él. La luz en este camino resplandece más y más. No hay detención con Él. Las ruedas llenas de ojos no reposan.
IV. Completa separación. No podrías imaginarte a Enoc tomando parte en los pecaminosos placeres del mundo. «Sed santos» (Lv. 20:7), porque Yo soy santo». Dios es luz, y los que aman la luz no caminan en tinieblas.
V. Perseverancia inquebrantable. Caminó con Dios durante 300 años. No una vez a la semana, ni tampoco unos minutos por la mañana o por la tarde, sino de continuo, y en medio de todos los cuidados y pruebas de una vida normal de familia. No era un eremita ni era un recluso.
VI. Confianza sin temor (Sal. 23). Cuando podemos decir «Tú estás conmigo», ¿por qué hemos de temer? Mayor es el que está con nosotros que todo el que pueda estar en contra de nosotros. Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria sobre el pecado, sobre el mundo, sobre la muerte, y sobre el diablo (1 Co. 15:57).
VII. Intensa satisfacción. «Tuvo testimonio de haber agradado a Dios» (He. 11:5). ¡Qué consolación! Al actuar así es indudable que desagradaría a muchos. Por cuanto no sois del mundo, por esto el mundo os aborrece (Jn. 15:18).
VIII. Futura bienaventuranza. «Le llevó Dios.» Éste es el epitafio escrito acerca de un hombre que fue sepultado en el Cielo antes de morir. Prosiguió caminando con Dios «en vestiduras blancas» (Ap. 3:20. Una figura de la transformación de la Iglesia en la Segunda Venida del Señor (Jud. 14:15).
IX. Una fe simple. «Por la fe, Enoc fue trasladado» (He. 11:5). Él evidentemente creía que Dios se lo llevaría sin gustar la muerte, y así lo hizo Él. Por la fe en Cristo, Dios sigue tomando a personas a su compañía, capacitándolas para que le agraden, y transformándolas a su semejanza. «Que andéis como es digno del Señor» (Col. 1:10).
Caminar con Dios significa simplemente vivir en presencia de Dios (Gn. 17:1). Una vida regulada por su voluntad, inspirada por su Espíritu y dedicada a sus propósitos. Implica:
I. Una total rendición. El nombre Enoc significa «dedicado», uno entregado a Dios, para quedar amoldado a su mente y voluntad.
II. Una comunión ininterrumpida. «¿Andarán dos juntos, si antes no se han puesto de acuerdo?» (Am. 3:3). La buena compañía hace corto el viaje.
III. Un progreso continuado. Caminar con Dios significa un creciente conocimiento de Él. La luz en este camino resplandece más y más. No hay detención con Él. Las ruedas llenas de ojos no reposan.
IV. Completa separación. No podrías imaginarte a Enoc tomando parte en los pecaminosos placeres del mundo. «Sed santos» (Lv. 20:7), porque Yo soy santo». Dios es luz, y los que aman la luz no caminan en tinieblas.
V. Perseverancia inquebrantable. Caminó con Dios durante 300 años. No una vez a la semana, ni tampoco unos minutos por la mañana o por la tarde, sino de continuo, y en medio de todos los cuidados y pruebas de una vida normal de familia. No era un eremita ni era un recluso.
VI. Confianza sin temor (Sal. 23). Cuando podemos decir «Tú estás conmigo», ¿por qué hemos de temer? Mayor es el que está con nosotros que todo el que pueda estar en contra de nosotros. Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria sobre el pecado, sobre el mundo, sobre la muerte, y sobre el diablo (1 Co. 15:57).
VII. Intensa satisfacción. «Tuvo testimonio de haber agradado a Dios» (He. 11:5). ¡Qué consolación! Al actuar así es indudable que desagradaría a muchos. Por cuanto no sois del mundo, por esto el mundo os aborrece (Jn. 15:18).
VIII. Futura bienaventuranza. «Le llevó Dios.» Éste es el epitafio escrito acerca de un hombre que fue sepultado en el Cielo antes de morir. Prosiguió caminando con Dios «en vestiduras blancas» (Ap. 3:20. Una figura de la transformación de la Iglesia en la Segunda Venida del Señor (Jud. 14:15).
IX. Una fe simple. «Por la fe, Enoc fue trasladado» (He. 11:5). Él evidentemente creía que Dios se lo llevaría sin gustar la muerte, y así lo hizo Él. Por la fe en Cristo, Dios sigue tomando a personas a su compañía, capacitándolas para que le agraden, y transformándolas a su semejanza. «Que andéis como es digno del Señor» (Col. 1:10).
5Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.
1Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;
Juan 15.13
13Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.
1 Juan 2.15
15No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
1 Juan 2.16
16Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.
1 Juan 2.17
17Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
12Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo;b el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
Lucas 16.13
13Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Diosa y a las riquezas.1
4¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.
15Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal;
1Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto.
14Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
16No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé.
1.213. LA TRIPLE RELACIÓN DEL CRISTIANO
Juan 15
Este capítulo será siempre una hondura insondable de instrucción espiritual, por cuanto los veinte «Yo» que se encuentran en él son cada uno de ellos un árbol de la vida tan grande como Dios, cargado de los frutos de la gracia. Todas las palabras de Jesucristo son eternamente lozanas y en sazón. El aliento de la vida eterna ha sido soplado en ellas, por lo que están destinadas a vivir para siempre. Todo el capítulo podría dividirse en tres partes, mostrando cada uno de ellas una relación distintiva con el creyente.
I. Nuestra relación con Cristo (vv. 1–11). Aquí se nos enseña que es una relación de
1. VIDA: «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos» (v. 5). La conexión es vital. Cada pámpano es hecho partícipe de la vida que está en la vid. Así, por su gracia somos hechos «partícipes de la naturaleza divina», plantados en Él, que es la vida de los hombres y la plenitud de la Deidad corporalmente (1 Jn. 5:11).
2. DEPENDENCIA TOTAL. «Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros» (v. 4). El principal propósito de la rama no es meramente sacar toda la vida que pueda de la vid para mantener su propia existencia, sino dar fruto. Para esto, es absolutamente necesaria una comunión ininterrumpida con la vid. Para ser fructíferos para Dios (el Labrador), tenemos que permanecer en Cristo cada momento, para que su Espíritu y Palabra permanezcan continuamente en nosotros.
3. COOPERACIÓN. «Separados de Mí, nada podéis hacer» (v. 5). La vid y las ramas laboran juntamente en llevar fruto. Jesús, como la verdadera Vid, desea que el Padre sea glorificado en la feracidad de aquellos que, como ramas, son unidos a Él mediante una amante fe, siendo hechos partícipes de su gracia y Espíritu. Si el «beneplácito» de Dios ha de ser obrado en nuestras vidas, lo será gracias a su obra en nosotros tanto en cuanto al querer como al hacer (Fil. 2:13). Una rama estéril es una deshonra para la vid; las fructíferas dan gloria a su nombre.
4. GRANDES POSIBILIDADES. «Si permanecéis en Mí, pedid todo lo que queráis, y os será hecho» (v. 7). ¿Quién ha probado jamás todas las potencialidades espirituales que yacen ocultas en estas pocas y sencillas palabras: «YO EN VOSOTROS» (v. 4). Nuestra unión con Cristo pone al alcance de los hombres aquellas cosas que les son en principio imposibles. Pablo sabía el poder de ello cuando dijo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil. 4:13). Tened fe en Dios.
II. Nuestra mutua relación (vv. 12–17). «Que todos sean uno», ésta fue la oración de nuestro Señor por sus seguidores (Jn. 17:21). Como creyentes, estamos estrechamente relacionados unos con otros. Aquí tenemos:
1. UNA UNIDAD DE VIDA. Cada rama está poseída por la misma savia (el Espíritu), y depende de la misma fuente. Una sola vida espiritual, gobernada por la única Cabeza, anima a todo el cuerpo de Cristo. «Cristo nuestra vida.» Todos somos nacidos del mismo Espíritu y formamos parte de la misma familia.
2. UNIDAD DE AMOR. «Que os améis unos a otros, como Yo os he amado» (v. 12). Amarse unos a otros como Cristo nos ha amado es amar con el amor de Dios derramado en nuestros corazones. Su amor fue inmerecido, desprendido y permanente. Nosotros lo amamos a Él porque Él nos amó primero, así que si su amor está en nosotros, no esperaremos hasta ser amados antes de amar a otros. Persistiremos en amar primero, porque es el amor de Cristo en nosotros. El que ama a Dios amará asimismo a su hermano (1 Jn. 4:21). Amarse unos a otros es la marca universal del discipulado (Jn. 13:35).
3. UNIDAD DE AMISTAD. «Os he llamado amigos, porque todas las cosas que le oí a mi Padre, os las he dado a conocer» (v. 15). Hacer su voluntad constituye la esencia de esta santa amistad (v. 14). «Todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano» (Mt. 12:50). En nuestra obediencia a la voluntad de Dios somos introducidos a esta divina hermandad, donde el «secreto del Señor» viene a ser propiedad común (Sal. 25:14). Fue precisamente por la fidelidad de Abraham a la voluntad de Dios que Él se preguntó: «¿Encubriré Yo a Abraham lo que voy a hacer?» (Gn. 18:17).
4. UNIDAD DE OBRA. «Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto» (v. 16). Nuestra unidad de vida y privilegio lleva a la unidad de servicio. Hemos sido unidamente escogidos y designados para ir y llevar el fruto del carácter de Cristo en nuestras vidas para la gloria del Padre, no para la gloria del pámpano individual. Allí donde esta verdad es conocida experimentalmente no hay lugar para los celos ni la envidia. Si un pámpano tiene más éxito que otro, habrá un gozo mutuo de que el corazón del Labrador ha recibido dicha. La fuente de toda feracidad no está en la rama, sino en la vid. «De Mí será hallado tu fruto» (Os. 14:8).
III. Nuestra relación con el mundo (vv. 18–27). Ésta puede ser expuesta con las siguientes palabras:
1. SEPARACIÓN. «No sois del mundo» (v. 19). Todo el mundo yace en el maligno, pero vosotros habéis sidos elegidos de entre el mundo. Escogidos para ser un pueblo especial para Él mismo, no porque fuerais mejores o más poderosos que otros, sino porque el Señor os amó (Dt. 7:6–8). Llamados por su gracia, purificados por su Sangre, y hechos aptos para su comunión mediante la morada de su Espíritu.
2. OPOSICIÓN. «Porque no sois del mundo…, por eso el mundo os aborrece» (v. 19). Tan pronto como vinimos a ser hijos de Dios el mundo dejó de conocernos, y nos menospreció como a forasteros y peregrinos (cf. 1 Jn. 3:1). El verdadero discípulo no puede esperar pasarlo mejor que su Maestro (Mt. 10:22). La «contradicción de pecadores» debe ser esperada por todos aquellos que quieran seguir en los pasos de Cristo (He. 12:2–4). «Bienaventurados seréis cuando por mi causa os vituperen… porque vuestro galardón es grande en los cielos» (Mt. 5:11).
3. TESTIMONIO. «Y vosotros daréis testimonio también, porque estáis conmigo desde el principio» (v. 7). Hemos sido separados por Él para ser sus testigos, en medio de una generación torcida y perversa. En cualquier tribunal ordinario, los testigos son personas separadas; no están allí para ver y ser vistas, sino para dar su testimonio. Nuestra parte en este gran tribunal del mundo, en el que Cristo sigue siendo juzgado y condenado, es como testigos de Él. Cuanto más íntimamente le conozcamos a Él: su Palabra, su obra, y su voluntad, tanto más poderosa y convincente será la evidencia que presentemos (Lc. 24:28). Somos sus testigos de estas cosas. ¿Qué cosas? Somos testigos de su muerte, porque hemos sido resucitados de los muertos; de su ascensión, porque estamos sentados juntamente con Él en lugares celestiales. «Así alumbre vuestra luz» (Mt. 5:16).
1.214. LA TRIPLE RELACIÓN DEL CREYENTE
Juan 15
Este capítulo es una continuación de las últimas palabras de nuestro Señor a sus aturdidos discípulos, y revela:
I. Nuestra relación con Cristo. Nuestra unión con Él implica:
1. UNIDAD DE VIDA. «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos» (v. 5). La vida que está en el pámpano es la misma vida que está en la vid. Es la savia de la vid la que opera en el pámpano. Así que es Dios quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer de su buena voluntad (Fil. 2:13).
2. TOTAL DEPENDENCIA. Sin la vid, el pámpano no puede hacer nada, sino secarse y morir: «El que en mí no permanece, es echado fuera como el pámpano, y se seca» (v. 6). La esterilidad en la vida cristiana es evidencia de una relación quebrantada. No crecen uvas de un pámpano sin savia. Pablo conocía este poder del Espíritu residente. «Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece» (Fil. 4:13). Ser lleno de su Espíritu es la primera condición para llevar fruto.
3. COOPERACIÓN. «En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto» (v. 8). La vid podría decirle al pámpano: «Separado de mí, nada puedes hacer». Pero en un esfuerzo unido ambos pueden llevar a cabo su propósito. Sin Cristo la Iglesia no puede hacer nada que glorifique al Padre. Pero no osaremos decir que sin la Iglesia Cristo no puede hacer nada, porque Él podría fácilmente enviar legiones de ángeles como heraldos del Evangelio; pero Él ha escogido a los redimidos por su Sangre y salvos por su gracia para ser sus testigos. En esto reside la responsabilidad de la Iglesia.
II. Nuestra relación unos con otros.
1. TODOS UNO EN CRISTO. Los pámpanos son todos en una vid. «Os he puesto para que vayáis y llevéis fruto» (v. 16). Nosotros somos hechura suya. Creados en Cristo Jesús para buenas obras (Ef. 2:10). Cada creyente individual es miembro de su Cuerpo, y, como tales, miembros unos de los otros.
2. UNO EN AMOR. «Que os améis unos a otros, como yo os he amado» (v. 12). Éste es el nuevo mandamiento de Cristo a su pueblo renacido (Jn. 13:34). Éste fue el mensaje que oyeron al principio de su vida cristiana (1 Jn. 3:11). ¡Ay, qué lentos que somos en aprenderlo! Uno puede tener grandes dones, gran sabiduría, gran fe; pero sin amor, nada es (1 Co. 13:2).
3. UNO EN OBRA. Tenemos sólo un Señor, y un propósito en la vida: dar fruto que permanezca (v. 16). Para este fin Él dio esta promesa llena de gracia: «Para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé» (v.
III. Nuestra relación con el mundo. Nuestra posición en el mundo es de:
1. SEPARACIÓN. «No sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo» (v. 19). Habiendo sido hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús, somos ahora, en carácter, extranjeros y peregrinos en el mundo. Separados para Dios, y salvos de la ira que viene sobre un mundo que «yace en poder del maligno» (1 Jn. 5:19).
2. OPOSICIÓN. Porque no sois del mundo, … por eso el mundo os aborrece» (v. 19). Éste es el odio de Caín, que mató a su hermano Abel porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas (1 Jn. 3:12). La vida del creyente está opuesta al espíritu que está en el mundo. Él no puede odiar a los impíos, pero sí que puede resistir, y resiste, a todo lo que tiene sabor al diablo. Orar por nuestros enemigos es el ejemplo de Cristo de resistencia pasiva. Le basta al discípulo ser como su Señor (Mt. 10:25).
3. TESTIMONIO. «El Espíritu de verdad… él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también» (vv. 26, 27). Somos sus testigos, como también lo es el Espíritu Santo (Hch. 5:32). Sobre el testimonio de estos dos testigos quedará establecida su Palabra. Cuando su Palabra arda en nuestros corazones como «fuego encerrado en nuestros huesos», entonces, como Pedro y Juan, nos sentiremos constreñidos a decir: «No podemos menos de decir lo que hemos visto y oído» (Hch. 4:20). «Vosotros sois mis testigos.» Hay un ¡ay! para los que ocultan su luz (1 Co. 9:16, 17).
1.213. LA TRIPLE RELACIÓN DEL CRISTIANO
Juan 15
Este capítulo será siempre una hondura insondable de instrucción espiritual, por cuanto los veinte «Yo» que se encuentran en él son cada uno de ellos un árbol de la vida tan grande como Dios, cargado de los frutos de la gracia. Todas las palabras de Jesucristo son eternamente lozanas y en sazón. El aliento de la vida eterna ha sido soplado en ellas, por lo que están destinadas a vivir para siempre. Todo el capítulo podría dividirse en tres partes, mostrando cada uno de ellas una relación distintiva con el creyente.
I. Nuestra relación con Cristo (vv. 1–11). Aquí se nos enseña que es una relación de
1. VIDA: «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos» (v. 5). La conexión es vital. Cada pámpano es hecho partícipe de la vida que está en la vid. Así, por su gracia somos hechos «partícipes de la naturaleza divina», plantados en Él, que es la vida de los hombres y la plenitud de la Deidad corporalmente (1 Jn. 5:11).
2. DEPENDENCIA TOTAL. «Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros» (v. 4). El principal propósito de la rama no es meramente sacar toda la vida que pueda de la vid para mantener su propia existencia, sino dar fruto. Para esto, es absolutamente necesaria una comunión ininterrumpida con la vid. Para ser fructíferos para Dios (el Labrador), tenemos que permanecer en Cristo cada momento, para que su Espíritu y Palabra permanezcan continuamente en nosotros.
3. COOPERACIÓN. «Separados de Mí, nada podéis hacer» (v. 5). La vid y las ramas laboran juntamente en llevar fruto. Jesús, como la verdadera Vid, desea que el Padre sea glorificado en la feracidad de aquellos que, como ramas, son unidos a Él mediante una amante fe, siendo hechos partícipes de su gracia y Espíritu. Si el «beneplácito» de Dios ha de ser obrado en nuestras vidas, lo será gracias a su obra en nosotros tanto en cuanto al querer como al hacer (Fil. 2:13). Una rama estéril es una deshonra para la vid; las fructíferas dan gloria a su nombre.
4. GRANDES POSIBILIDADES. «Si permanecéis en Mí, pedid todo lo que queráis, y os será hecho» (v. 7). ¿Quién ha probado jamás todas las potencialidades espirituales que yacen ocultas en estas pocas y sencillas palabras: «YO EN VOSOTROS» (v. 4). Nuestra unión con Cristo pone al alcance de los hombres aquellas cosas que les son en principio imposibles. Pablo sabía el poder de ello cuando dijo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil. 4:13). Tened fe en Dios.
II. Nuestra mutua relación (vv. 12–17). «Que todos sean uno», ésta fue la oración de nuestro Señor por sus seguidores (Jn. 17:21). Como creyentes, estamos estrechamente relacionados unos con otros. Aquí tenemos:
1. UNA UNIDAD DE VIDA. Cada rama está poseída por la misma savia (el Espíritu), y depende de la misma fuente. Una sola vida espiritual, gobernada por la única Cabeza, anima a todo el cuerpo de Cristo. «Cristo nuestra vida.» Todos somos nacidos del mismo Espíritu y formamos parte de la misma familia.
2. UNIDAD DE AMOR. «Que os améis unos a otros, como Yo os he amado» (v. 12). Amarse unos a otros como Cristo nos ha amado es amar con el amor de Dios derramado en nuestros corazones. Su amor fue inmerecido, desprendido y permanente. Nosotros lo amamos a Él porque Él nos amó primero, así que si su amor está en nosotros, no esperaremos hasta ser amados antes de amar a otros. Persistiremos en amar primero, porque es el amor de Cristo en nosotros. El que ama a Dios amará asimismo a su hermano (1 Jn. 4:21). Amarse unos a otros es la marca universal del discipulado (Jn. 13:35).
3. UNIDAD DE AMISTAD. «Os he llamado amigos, porque todas las cosas que le oí a mi Padre, os las he dado a conocer» (v. 15). Hacer su voluntad constituye la esencia de esta santa amistad (v. 14). «Todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano» (Mt. 12:50). En nuestra obediencia a la voluntad de Dios somos introducidos a esta divina hermandad, donde el «secreto del Señor» viene a ser propiedad común (Sal. 25:14). Fue precisamente por la fidelidad de Abraham a la voluntad de Dios que Él se preguntó: «¿Encubriré Yo a Abraham lo que voy a hacer?» (Gn. 18:17).
4. UNIDAD DE OBRA. «Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto» (v. 16). Nuestra unidad de vida y privilegio lleva a la unidad de servicio. Hemos sido unidamente escogidos y designados para ir y llevar el fruto del carácter de Cristo en nuestras vidas para la gloria del Padre, no para la gloria del pámpano individual. Allí donde esta verdad es conocida experimentalmente no hay lugar para los celos ni la envidia. Si un pámpano tiene más éxito que otro, habrá un gozo mutuo de que el corazón del Labrador ha recibido dicha. La fuente de toda feracidad no está en la rama, sino en la vid. «De Mí será hallado tu fruto» (Os. 14:8).
III. Nuestra relación con el mundo (vv. 18–27). Ésta puede ser expuesta con las siguientes palabras:
1. SEPARACIÓN. «No sois del mundo» (v. 19). Todo el mundo yace en el maligno, pero vosotros habéis sidos elegidos de entre el mundo. Escogidos para ser un pueblo especial para Él mismo, no porque fuerais mejores o más poderosos que otros, sino porque el Señor os amó (Dt. 7:6–8). Llamados por su gracia, purificados por su Sangre, y hechos aptos para su comunión mediante la morada de su Espíritu.
2. OPOSICIÓN. «Porque no sois del mundo…, por eso el mundo os aborrece» (v. 19). Tan pronto como vinimos a ser hijos de Dios el mundo dejó de conocernos, y nos menospreció como a forasteros y peregrinos (cf. 1 Jn. 3:1). El verdadero discípulo no puede esperar pasarlo mejor que su Maestro (Mt. 10:22). La «contradicción de pecadores» debe ser esperada por todos aquellos que quieran seguir en los pasos de Cristo (He. 12:2–4). «Bienaventurados seréis cuando por mi causa os vituperen… porque vuestro galardón es grande en los cielos» (Mt. 5:11).
3. TESTIMONIO. «Y vosotros daréis testimonio también, porque estáis conmigo desde el principio» (v. 7). Hemos sido separados por Él para ser sus testigos, en medio de una generación torcida y perversa. En cualquier tribunal ordinario, los testigos son personas separadas; no están allí para ver y ser vistas, sino para dar su testimonio. Nuestra parte en este gran tribunal del mundo, en el que Cristo sigue siendo juzgado y condenado, es como testigos de Él. Cuanto más íntimamente le conozcamos a Él: su Palabra, su obra, y su voluntad, tanto más poderosa y convincente será la evidencia que presentemos (Lc. 24:28). Somos sus testigos de estas cosas. ¿Qué cosas? Somos testigos de su muerte, porque hemos sido resucitados de los muertos; de su ascensión, porque estamos sentados juntamente con Él en lugares celestiales. «Así alumbre vuestra luz» (Mt. 5:16).
1.214. LA TRIPLE RELACIÓN DEL CREYENTE
Juan 15
Este capítulo es una continuación de las últimas palabras de nuestro Señor a sus aturdidos discípulos, y revela:
I. Nuestra relación con Cristo. Nuestra unión con Él implica:
1. UNIDAD DE VIDA. «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos» (v. 5). La vida que está en el pámpano es la misma vida que está en la vid. Es la savia de la vid la que opera en el pámpano. Así que es Dios quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer de su buena voluntad (Fil. 2:13).
2. TOTAL DEPENDENCIA. Sin la vid, el pámpano no puede hacer nada, sino secarse y morir: «El que en mí no permanece, es echado fuera como el pámpano, y se seca» (v. 6). La esterilidad en la vida cristiana es evidencia de una relación quebrantada. No crecen uvas de un pámpano sin savia. Pablo conocía este poder del Espíritu residente. «Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece» (Fil. 4:13). Ser lleno de su Espíritu es la primera condición para llevar fruto.
3. COOPERACIÓN. «En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto» (v. 8). La vid podría decirle al pámpano: «Separado de mí, nada puedes hacer». Pero en un esfuerzo unido ambos pueden llevar a cabo su propósito. Sin Cristo la Iglesia no puede hacer nada que glorifique al Padre. Pero no osaremos decir que sin la Iglesia Cristo no puede hacer nada, porque Él podría fácilmente enviar legiones de ángeles como heraldos del Evangelio; pero Él ha escogido a los redimidos por su Sangre y salvos por su gracia para ser sus testigos. En esto reside la responsabilidad de la Iglesia.
II. Nuestra relación unos con otros.
1. TODOS UNO EN CRISTO. Los pámpanos son todos en una vid. «Os he puesto para que vayáis y llevéis fruto» (v. 16). Nosotros somos hechura suya. Creados en Cristo Jesús para buenas obras (Ef. 2:10). Cada creyente individual es miembro de su Cuerpo, y, como tales, miembros unos de los otros.
2. UNO EN AMOR. «Que os améis unos a otros, como yo os he amado» (v. 12). Éste es el nuevo mandamiento de Cristo a su pueblo renacido (Jn. 13:34). Éste fue el mensaje que oyeron al principio de su vida cristiana (1 Jn. 3:11). ¡Ay, qué lentos que somos en aprenderlo! Uno puede tener grandes dones, gran sabiduría, gran fe; pero sin amor, nada es (1 Co. 13:2).
3. UNO EN OBRA. Tenemos sólo un Señor, y un propósito en la vida: dar fruto que permanezca (v. 16). Para este fin Él dio esta promesa llena de gracia: «Para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé» (v.
III. Nuestra relación con el mundo. Nuestra posición en el mundo es de:
1. SEPARACIÓN. «No sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo» (v. 19). Habiendo sido hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús, somos ahora, en carácter, extranjeros y peregrinos en el mundo. Separados para Dios, y salvos de la ira que viene sobre un mundo que «yace en poder del maligno» (1 Jn. 5:19).
2. OPOSICIÓN. Porque no sois del mundo, … por eso el mundo os aborrece» (v. 19). Éste es el odio de Caín, que mató a su hermano Abel porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas (1 Jn. 3:12). La vida del creyente está opuesta al espíritu que está en el mundo. Él no puede odiar a los impíos, pero sí que puede resistir, y resiste, a todo lo que tiene sabor al diablo. Orar por nuestros enemigos es el ejemplo de Cristo de resistencia pasiva. Le basta al discípulo ser como su Señor (Mt. 10:25).
3. TESTIMONIO. «El Espíritu de verdad… él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también» (vv. 26, 27). Somos sus testigos, como también lo es el Espíritu Santo (Hch. 5:32). Sobre el testimonio de estos dos testigos quedará establecida su Palabra. Cuando su Palabra arda en nuestros corazones como «fuego encerrado en nuestros huesos», entonces, como Pedro y Juan, nos sentiremos constreñidos a decir: «No podemos menos de decir lo que hemos visto y oído» (Hch. 4:20). «Vosotros sois mis testigos.» Hay un ¡ay! para los que ocultan su luz (1 Co. 9:16, 17).