Introducción Hechos 1:1-5
Introducción al libro de los Hechos
Introducción:
El eminente psicólogo estadounidense William James decía: “Es solo al arriesgar nuestra persona hora tras hora que se vive”. El popular conferencista y motivador Earl Nightingale afirma: “Dondequiera que hay peligro, allí acecha la oportunidad; dondequiera que hay oportunidad, allí acecha el peligro”.
Pablo y sus amigos dirían de corazón: “¡Amén!” a estas dos afirmaciones, y respaldarían su voto con el testimonio de sus vidas. Después de todo, en la iglesia primitiva, a Pablo y a Bernabé se los conocía como “hombres que han expuesto su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (15:26).
Por esto, Intrépidos en Cristo parece ser el título lógico para este estudio de Hechos 13–28, volumen suplementario de Dinámicos en Cristo, que cubre Hechos 1–12. Si tenemos la dinámica del Espíritu Santo en nuestra vida, sin duda no estaremos satisfechos con “la vida cristiana acostumbrada”. Querremos que el Señor nos ponga donde está la acción real y que haga que nos atrevamos a ser pioneros en lugar de espectadores cómodos.
“Los pescadores saben que el mar es peligroso y la tempestad terrible”, escribía Vicente van Gogh, “pero nunca han hallado en estos peligros suficiente razón para quedarse en tierra”. Si el peligro no frena a los pescadores profesionales, cuyo principal interés es ganar dinero, ¿por qué debería detener a los que pescan almas y tienen a la vista valores eternos?
¡Sí, ha llegado el momento de ser más Intrépidos en Cristo!
Warren W. Wiersbe
HECHOS DE LOS APÓSTOLES. Quinto libro del NT. Este título general, que data del siglo II, no significa que este libro narre todos los hechos y gestas de los apóstoles. El objeto del libro es el de mostrar la expansión del cristianismo entre los paganos, expansión en la que los apóstoles fueron los instrumentos bajo la dirección del Espíritu Santo. En vanguardia se hallan al principio Pedro, y después Pablo. Pero los apóstoles son frecuentemente presentados como un cuerpo ejecutivo (Hch. 1:23–26; 2:42; 4:33; 5:12, 29; 6:2; 8:1, 14; 15:6–23). El libro va dedicado a un hombre llamado Teófilo, evidentemente un prominente cristiano procedente de la gentilidad. El autor cita una relación que había escrito anteriormente de la vida y de las enseñanzas de Cristo. No puede referirse a otra cosa más que al tercer Evangelio. Razones:
1. Este Evangelio se dirige también a Teófilo.
2. Tiene como tema la vida y doctrina de Cristo hasta su ascensión (Lc. 24:51).
3. Al presentar el ministerio de Cristo, insiste en su misión universal, que también ocupa la perspectiva del autor de Hechos.
4. El vocabulario de ambos libros presenta numerosas analogías. Aunque el autor no da su nombre en ninguna de ambas obras, emplea la primera persona plural en ciertos pasajes que relatan los viajes de Pablo (Hch. 16:10–17; 20:5–21:18; 27:1–28:16. Ello indica asimismo que fue su acompañante. Durante el segundo viaje del apóstol, se reunió con él en Troas y lo acompañó hasta Filipos. Y fue en esta misma ciudad que volvió a unirse a él en su tercer viaje. Fue con él a Jerusalén, y lo acompañó de Cesarea a Roma. Las tradiciones más antiguas de la época inmediatamente posterior a la de los apóstoles atribuyen el tercer Evangelio y Hechos a Lucas. Las alusiones a Lucas en las epístolas de Pablo concuerdan con lo que se dice en Hechos de sus viajes. No podemos decir de ningún amigo de Pablo que lo acompañara con tanta fidelidad. Col. 4:14 y Flm. 24 nos hacen ver que Lucas estaba con Pablo en Roma. Las epístolas redactadas en las épocas en las que, según Hechos, Lucas no estaba con Pablo, no lo mencionan. Además, la utilización de términos médicos (cfr. Hobart, La langue médicale de St. Luc), el estilo clásico, todo ello junto al manifiesto conocimiento que se evidencia del mundo grecorromano, tanto en su organización política como legislativa, militar y cultural, dan evidencia de que el autor estaba bien instruido, como corresponde a un médico. Así, se puede aceptar sin dudas de ninguna especie que Lucas fue el autor del tercer Evangelio y de Hechos. El objeto del libro de los Hechos ya ha sido mencionado. El cap. 1 relata los últimos encuentros del Señor Jesús con sus discípulos durante los cuarenta días, su promesa del Espíritu Santo, su orden de anunciar el Evangelio a todo el mundo (v. 8), su ascensión, y los hechos de sus discípulos hasta Pentecostés. Tenemos a continuación la historia de la iglesia de Jerusalén con posterioridad a Pentecostés, describiéndose ciertos hechos característicos (2:1–8:3): las primeras conversiones, la primera oposición, el primer acto de disciplina eclesiástica, el primer mártir. Cada uno de estos relatos es seguido de una breve exposición de la situación de la iglesia posterior a estos hechos (cfr. 2:41–47; 4:23–37; 5:11–16, 41, 42; 6:7; 8:1–3). En estos episodios, Pedro tiene un papel destacado, hasta el primer mártir, Esteban, que introduce el siguiente período. Después tenemos un relato de la transformación de la iglesia en iglesia misionera, ofreciendo la salvación a todos los hombres, únicamente por la fe en Jesucristo (8:4–12:25). Esta sección de Hechos describe cinco acontecimientos importantes:
1. La obra de Felipe en Samaria y la conversión del funcionario etíope (8:4–40).
2. La conversión de Saulo y sus primeras predicaciones (9:1–30).
3. La actividad misionera de Pedro, en Siria, que llevó a la conversión de Cornelio, dando a la iglesia la certidumbre de que el Evangelio era también para los gentiles (9:31–11:18).
4. La fundación de un nuevo centro de expansión entre los gentiles, la Iglesia de Antioquía, compuesta mayormente de cristianos surgidos de la gentilidad (11:19–30).
5. La persecución desatada por Herodes, por la cual las autoridades políticas rechazan el cristianismo de una manera definitiva (cap. 12). A continuación se da el relato del establecimiento de la fe cristiana en los principales centros del imperio, sobre todo por acción de Pablo (cap. 13), hasta el final del libro de los Hechos. Esto tiene lugar en el curso de tres grandes viajes. El primero a Chipre y al interior de Asia Menor (13–14), que lleva al Concilio de Jerusalén, en el que reconoce de manera formal la posición de los gentiles procedentes del paganismo en el seno de la iglesia, no sometidos ni a la circuncisión ni a la observancia de la Ley, fuera de unas cosas necesarias que sí están obligados a guardar (15:19, 20, 23–29). El segundo viaje llevó a Pablo a Macedonia y a Grecia (18:23–20:3), finalizando en la última visita de Pablo a Jerusalén (20:4–21:26), donde fue arrestado. Sigue su propia defensa ante los judíos, ante Félix, Festo, Agripa, y sus dos años de cautiverio en Cesarea (21:27–26:32), después de lo cual fue enviado a Roma, a causa de haber apelado a César (27:1–28:16). Anunció el Evangelio durante dos años en la ciudad imperial (28:17–31). Muchos piensan que Hechos fue escrito al final de estos «dos años», esto es, el 63 d.C. Otros opinan que Lucas se detiene aquí porque éste había cumplido su propósito al escribir este libro: mostrar al apóstol llevando el Evangelio hasta Roma. O quizá porque tuviera la intención de escribir otro libro en el que relatar los sucesos acontecidos con posterioridad. En este caso se podría situar la redacción de Hechos algunos años más tarde.
El Primer Tratado
Apropiadamente se ha declarado que este libro es como una continuación de los Evangelios y un preludio a las Epístolas. En realidad los Evangelios concluyen su narración con la muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo. Y, a su vez, las Epístolas suponen ahora formadas unas congregaciones cristianas a las que van dirigidas. Por tanto, para llenar esa laguna intermedia entre Evangelios y Epístolas (paulinas y generales), refiriéndonos a la expansión del movimiento cristiano a partir de la ascensión del Señor, se encuentra el libro de Los Hechos.
Es menester hacer notar en el v. 1 la expresión con que Lucas caracteriza el primer relato (el Evangelio de Lucas): … todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar. Lucas indica que Jesús, además de su enseñanza, mostró el ejemplo de su vida. El tercer Evangelio, más que para proveer información histórica, está para nuestra edificación.
Apropiadamente se ha declarado que este libro es como una continuación de los Evangelios y un preludio a las Epístolas. En realidad los Evangelios concluyen su narración con la muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo. Y, a su vez, las Epístolas suponen ahora formadas unas congregaciones cristianas a las que van dirigidas. Por tanto, para llenar esa laguna intermedia entre Evangelios y Epístolas (paulinas y generales), refiriéndonos a la expansión del movimiento cristiano a partir de la ascensión del Señor, se encuentra el libro de Los Hechos.
Es menester hacer notar en el v. 1 la expresión con que Lucas caracteriza el primer relato (el Evangelio de Lucas): … todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar. Lucas indica que Jesús, además de su enseñanza, mostró el ejemplo de su vida. El tercer Evangelio, más que para proveer información histórica, está para nuestra edificación. En griego hay que dar pleno valor al verbo “comenzar”. Jesús comenzó a hacer y a enseñar, una locución que se interpreta como si Lucas quisiera decir que el ministerio público de Jesús no era sino principio de su obra, cuya continuación ahora va a narrar él en Los Hechos. De hecho, podemos concluir que la obra de los apóstoles se presenta como continuación y complemento de la de Jesús. Podemos decir que la afirmación de las verdades que encontramos en el NT representa la consecuencia inevitable de la predicación del evangelio de Jesucristo.
Jesús Comenzó hacer y a enseñar
En griego hay que dar pleno valor al verbo “comenzar”. Jesús comenzó a hacer y a enseñar, una locución que se interpreta como si Lucas quisiera decir que el ministerio público de Jesús no era sino principio de su obra, cuya continuación ahora va a narrar él en Los Hechos. De hecho, podemos concluir que la obra de los apóstoles se presenta como continuación y complemento de la de Jesús. Podemos decir que la afirmación de las verdades que encontramos en el NT representa la consecuencia inevitable de la predicación del evangelio de Jesucristo.
Jesús dio mandamiento por el Espíritu Santo
Notamos la mención que Lucas hace del Espíritu Santo al referirse a los mandamientos que Jesús da a los apóstoles. El griego permite que la frase por el Espíritu Santo (v. 2) pueda referirse también a la elección de los apóstoles. Pudiera ser que Lucas se refiera a las dos cosas, mandamientos y elección, hechas ambas por Jesús, movido por el Espíritu Santo. Cuando Lucas habla de que Jesús da esos mandamientos por el Espíritu Santo, continúa la norma que sigue en el Evangelio de Lucas, donde muestra inspiración especial en hacer destacar la intervención del Espíritu Santo: en la concepción de Jesús (Luc. 1:15, 35, 67), en la presentación de éste en el templo (Luc. 2:25–27) y cuando realiza las actividades de su ministerio público (Luc. 4:1, 14, 18; 10:21; 11:13). Es obvio, entonces, que también ahora lo sigue haciendo por el Espíritu Santo. También es obvio que el Espíritu Santo no llegó por primera vez en el día de Petecostés.
Jesús padeció
Jesús se presento vivo con muchas pruebas indubitables
Pruebas Indubitables
La realidad de su resurrección (v. 3a). Algunos de los creyentes pudieron haber dudado cuarenta días antes (Marcos 16:9–14), pero ahora no cabría duda de que Jesús en verdad había resucitado de los muertos. Para fortalecer su fe, les dio “muchas pruebas indubitables”, que Lucas no explicó. Sabemos que cuando Jesús se reunió con sus discípulos les invitó a tocar su cuerpo, e incluso comió delante de ellos (Lucas 24:38–43). Sean las que sean las pruebas que les dio, fueron convincentes.
La fe en la resurrección de Cristo fue importante para la iglesia debido a que su poder espiritual dependía de ello. También, el mensaje del evangelio incluye la verdad de la resurrección (Romanos 10:9–10; 1 Corintios 15:1–8); y si Jesús estuviera muerto, la iglesia no tendría nada que decir. Finalmente, la posición oficial de los judíos fue que los discípulos se habían robado el cuerpo de Jesús de la tumba (Mateo 28:11–15), y los creyentes tendrían que refutar esto al testificar a la nación.
Estos creyentes fueron escogidos para ser testigos especiales de la resurrección de Cristo, y ese fue el énfasis de su ministerio (Hechos 1:22; 2:32; 3:15; 5:30–32). La mayoría de los habitantes de Jerusalén sabían que Jesús de Nazaret había sido crucificado, pero no sabían que había resucitado de los muertos. Por sus palabras, su andar, y sus obras poderosas, los creyentes dijeron al mundo que Jesús aún vivía. Esta fue “la señal del profeta Jonás” que Jesús había prometido a la nación (Mateo 12:38–41): su muerte, sepultura y resurrección.
Jesús habló Cuarenta días sobre él Reino de Dios
La venida de su reino (v. 3b). Esto se refiere al reino de Dios en los corazones y vidas de aquellos que han confiado en él (ve Mateo 6:33; Romanos 14:17; 1 Juan 3:1–9). Al leer los cuatro Evangelios descubrirás que los apóstoles tenían una fuerte noción política del reino, y se preocupaban especialmente por sus propios cargos y privilegios. Siendo judíos leales, anhelaban la derrota de sus enemigos y el establecimiento final del glorioso reino bajo el reinado del Mesías. No se daban cuenta de que primero debía haber un cambio espiritual en los corazones de las personas (ve Lucas 1:67–79).
Jesús no los reprochó cuando de nuevo le preguntaron acerca del futuro reino judío (Hechos 1:7). Después de todo, él les había dado el entendimiento para que comprendieran las Escrituras (Lucas 24:44), por lo cual sabían lo que estaban preguntando. Pero Dios no nos ha revelado su calendario, y es inútil especular. Lo importante no es tener curiosidad por el futuro sino estar ocupados en el presente, proclamando el mensaje del reino espiritual de Dios. Este es otro énfasis del libro de Hechos (ve Hechos 8:12; 14:22; 20:25; 28:23, 31).
La Promesa del Padre
En el libro de Los Hechos, y sin duda en todo el NT, es difícil diferenciar entre la obra del Espíritu y la del Cristo resucitado. Y en realidad no necesitamos hacer tal cosa, debido a que la llegada del Espíritu es el cumplimiento de la promesa de Jesús: Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mat. 28:20).
Jesús llama al Espíritu Santo la promesa del Padre (v. 4), pues repetidas veces había sido prometido en el AT para los tiempos mesiánicos (Isa. 44:3; Eze. 36:26, 27; Joel 2:28–32). También Jesús lo había anunciado varias veces durante su ministerio público para después de que él se marchara (ver Luc. 24:49; Juan 14:16; 16:7). Ni se contenta con decir que recibirán el Espíritu Santo sino que, haciendo referencia a una frase de Juan el Bautista (ver Luc. 3:16), dice que serán bautizados en el Espíritu Santo, es decir, sumergidos en él.
Juan Bautizo con Agua
El bautismo en el Espíritu Santo que los discípulos habían de anticipar, un bautismo que contrasta con el bautismo de Juan en agua, se ha de entender en términos de la referencia obvia al testimonio de Juan en Lucas 3:16, 17: Yo a la verdad, os bautizo en agua. Pero viene el que es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado. El os bautizará en el Espíritu Santo y fuego. El bautismo de Juan en agua fue caracterizado por arrepentimiento, y claramente él no pensó en que este hecho poseía en sí alguna garantía de salvación. Si hubiera tenido una garantía así, no hubiera rechazado a tantos (Luc. 3:7). Este bautismo en agua fue ofrecido solamente a aquellos que habían mostrado evidencia de que ya se habían arrepentido (Luc. 3:8). Sin embargo, Juan buscaba más allá de su bautismo en agua un bautismo en el Espíritu Santo y fuego (Luc. 3:17). Evidentemente alude con ello a la gran efusión en Pentecostés (Hech. 11:16), que luego se tratará con detalle (ver Hech. 2:1–4).
Bautizo con Espíritu Santo dentro de no Muchos días
El poder del Espíritu Santo (vs. 4–8). Juan el Bautista había anunciado un bautismo futuro del Espíritu Santo (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33; y ve Hechos 11:16), y ahora esa profecía se cumpliría. Jesús también había prometido la venida del Espíritu (Juan 14:16–18, 26; 15:26–27; 16:7–15). Sería una investidura de poder para los discípulos, de modo que pudieran servir al Señor y realizar su voluntad (Lucas 24:49). Juan había hablado del bautismo del “Espíritu Santo y fuego”, pero Jesús no dijo nada en cuanto a fuego. ¿Por qué? Porque el bautismo de fuego tiene que ver con el juicio futuro, cuando la nación de Israel atraviese la tribulación (Mateo 3:11–12). La aparición de “lenguas repartidas, como de fuego” en Pentecostés (Hechos 2:3) no se puede denominar un bautismo.