Iglesia Influyente (Sal y Luz)
Iglesia Influyente
Sal de la tierra
La sal era un artículo de mucho valor y de gran demanda en el tiempo de Jesús. Los griegos decían que era divina; los soldados romanos frecuentemente recibían su sueldo en sal (de allí “salario”) y se consideraba una ofrenda digna para los dioses. Cumple varias funciones: purifica, preserva, cura, da sabor y despierta sed. Recuerdo de mi niñez cómo mi padre carneaba los cerdos y preservaba la carne en un cajón con hileras de sal. Aun en días calurosos, la carne no se echaba a perder.
El discípulo debe ser una influencia que purifica, preserva, cura, da sabor y despierta sed en el sentido espiritual y moral. Si manifiesta las características del verdadero discípulo (vv. 3–12), su testimonio tendrá este efecto. La sal que usamos hoy en día no puede perder su sabor, pero la sal que usaban en el primer siglo se producía en el mar Muerto y tenía una mezcla de varios minerales. La sal podría diluirse en agua y perderse, dejando los demás minerales, parecidos a la sal. También el creyente, o la iglesia, pueden perder su salinidad, guardando las apariencias, pero no deja de ser insípido y no cumple su propósito.
Contexto del texto
Luz del Mundo
Realmente Cristo es la luz del mundo (comp. Juan 1:4–9; 8:12). Los creyentes son la luz del mundo solamente en la medida que Cristo mora y reina en sus vidas. Más bien, el creyente refleja la luz de él. Cultivar diariamente una comunión vital con Cristo es la única manera para asegurar que la lámpara esté encendida. Cuando la luz está encendida, para cumplir su función debe colocarse en un lugar alto y visible, como una ciudad asentada sobre un monte (v. 14). Sería absurdo encender una lámpara, cuya función es iluminar en la obscuridad, y esconderla de modo que no se vea la luz. Así los discípulos deben vivir delante del mundo y en el mundo. Sus vidas deben ser visibles a todos de modo que puedan ver el poder y beneficios del evangelio: sus vidas transformadas y sus buenas obras a favor de otros. La motivación debe ser la de glorificar a Dios, no de ensalzarse a sí mismos. Glorificar a Dios significa dejar que él se vea tal cual es: todo poder, todo amor, toda bondad y toda misericordia.