LA LENGUA, segunda parte
Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.
7 Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana;
8 pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.
9 Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios.
10 De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.
11 ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?
12 Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.
LA LENGUA ES UN MUNDO DE MALDAD
La lengua es:
LA LENGUA ES INDOMABLE
LA LENGUA PRODUCE COSAS CONTRADICTORIAS
Tal contradicción en la conducta es tan antinatural como inmoral. La palabra interrogativa ¿Acaso…? (11) espera como respuesta un fuerte “no”. Nadie que visitara las fuentes de agua salada como las que se encuentran cerca del mar Muerto esperaría hallar agua salada y agua dulce manando de la misma fuente. Si esto sucediera, el agua salada echaría a perder el agua dulce; lo malo contaminaría a lo bueno.
La higuera y la vid enseñan la misma verdad. “Como es la raíz, así será el fruto.” Jesús había recordado a sus oyentes que “¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?” (Mt. 7:16). Santiago se hace eco de esta verdad cuando pregunta: ¿Puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? (12).
3. Un remedio divino
Cuando Santiago declara: “Esto no debe ser así” (10) en los seguidores de Cristo, sabe que hay una solución para esta condición antinatural y esta confusión moral. Esa solución se halla en “la sabiduría que es de lo alto” (v. 17); se halla en la liberación de la duplicidad de ánimo que se obtiene cuando uno pide “con fe, no dudando nada” (1:5–8). Tiene razón Santiago cuando dice que nadie puede domar su lengua—¡pero Dios puede hacerlo! Jesús preguntó: “¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas” (Mt. 12:34–35). En otro lugar de los Evangelios el consejo del Señor es claro: “Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio” (Mt. 23:26). Cuando la vida interior está limpia y dominada por el Espíritu Santo, el habla del cristiano puede ser disciplinada de manera que sea agradable a Dios. La lengua, por indisciplinada que sea, está enjaulada en la boca, ¡y Dios puede dar gracia para cerrar la jaula cuando debe ser cerrada!