Juan 4 (1a parte)
Introducción
Lo que le costo a Dios salvar un alma
1. El Señor condescendió para salvar
2. El fue humillado para salvarnos
Entonces le dijo a Jesús:
—Usted es judío, y yo soy una mujer samaritana. ¿Por qué me pide agua para beber?
3. El Señor sufrió el desprecio para salvarnos
La inagotable disposición de Cristo a recibir a los pecadores es una verdad de oro que deberíamos atesorar en nuestros corazones y transmitir diligentemente a otros. El Señor Jesús está mucho más dispuesto a escuchar que nosotros a orar, y mucho más dispuesto a conceder favores que nosotros a pedirlos. Tiende su mano durante todo el día a los desobedientes y a los que le niegan. Tiene pensamientos de conmiseración y compasión hacia el más vil de los pecadores, aunque ellos no piensen en Él. Permanece a la espera para otorgar su misericordia y su gracia al peor y más indigno si clama a Él. Nunca dejará de cumplir su famosa promesa: “Pedid, y recibiréis”, “buscad, y hallaréis”. El que se pierda descubrirá en el día final que no tuvo porque no pidió.
En primer lugar, debemos señalar la mezcla de tacto y condescendencia con que trató Cristo a una pecadora negligente.
En segundo lugar, debemos señalar la disposición de Cristo a tener misericordia de los pecadores negligentes
En tercer lugar, debemos señalar la excelencia inapreciable de los dones de Cristo comparados con las cosas de este mundo.
absoluta necesidad de convicción de pecado antes de que un alma pueda convertirse a Dios
En quinto lugar, debemos señalar la inutilidad de cualquier religión basada únicamente en el formalismo.
CONCLUSIÓN:
Por último, debiéramos advertir la misericordiosa disposición de Cristo a revelarse a sí mismo al mayor de los pecadores