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El pecado  •  Sermon  •  Submitted
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La restauracion con el sacrificio de Cristo, Romanos 8.20-21

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12 Cuando Adán pecó, el pecado entró en el mundo. El pecado de Adán introdujo la muerte, de modo que la muerte se extendió a todos, porque todos pecaron.

En estos versículos, el apóstol establece un paralelismo antitético entre la transmisión del pecado y de la muerte por obra del Primer Adán, y la comunicación de la justicia y de la vida mediante la obra del Postrer Adán, y muestra así una correspondencia entre nuestra caída y nuestra recuperación.

1. Como base de toda su argumentación, Pablo pone la afirmación de que Adán era tipo de Cristo (v. 14): «el cual (Adán) es figura (gr. tupos, de donde «tipo») del que había de venir». Es muy extraño que el apóstol use aquí la frase tou méllontos: el que está a punto de venir, en lugar del clásico ho erkhómenos: el que viene. F. Lafont propone la interpretación escatológica, no sólo por el verbo que Pablo usa, sino también por el sentido escatológico que parecen tener los versículos 17 y 21. Aunque es cierto que la consumación de la salvación coincidirá con la segunda venida de Cristo, el paralelismo que establece Pablo parece exigir cierta equivalencia entre las dos expresiones ya señaladas.

2. Pablo explica con todo detalle dicho paralelismo, y dice:

(A) Cómo transmitió Adán a su posteridad el pecado y la muerte (v. 12): El pecado entró en el mundo por medio de un solo ser humano (lit.). Un solo hombre abrió, con su pecado, las compuertas por las que penetró en el mundo la tremenda inundación de iniquidades y calamidades. De la mano del pecado, entró la muerte (v. Gn. 2:17), y así pasó la muerte a todos los seres humanos, por cuanto todos pecaron … (v. 12b, lit.). Aunque el original no dice que todos pecamos en Adán, todo el contexto, así como 1 Corintios 15:22 y el mismo hilo de la argumentación paulina, exigen que se entienda de esa forma: Todos morimos en Adán porque todos pecamos en Adán (el verbo está en aoristo; en el pasado y de una vez por todas). El verbo hamartano, como el sustantivo hamartía, indica un fracaso general por el cual la raza humana se convirtió en una raza «pecadora», es decir, incapaz de alcanzar el nivel moral que Dios exige de la conducta del ser humano. Esto fue efecto de nuestra unión corporativa con el Primer Adán, cabeza física y moral de la raza humana. Como se ve en el original, Pablo suspende aquí el hilo del paralelismo que había comenzado. Discuten los exegetas sobre si a Pablo se le pasó la apódosis o segundo miembro del período gramatical, y entonces habríamos de suplirlo de alguna manera, o si se halla en algún lugar de esta porción. Bullinger ha demostrado de modo contundente que Pablo recobra dicho hilo en el versículo 18, según veremos más adelante. Como es su costumbre, Pablo cree necesario hacer una digresión, la cual ocupa los versículos 13–17. En ella:

(a) Ve venir una objeción y sale al paso de ella: Al no haber ley, no puede imputarse el pecado, pues por la ley es el conocimiento del pecado. ¿Cómo, pues, morían los hombres antes de la Ley, si la muerte viene a causa del pecado? (vv. 13:14a). A esta objeción responde Pablo indirectamente, y dice que, hasta que vino la Ley, reinaba la muerte (v. 14) porque reinaba el pecado; la heredada pecaminosidad de la raza campaba por sus respetos, pero lo hacía no por transgresión de un mandamiento positivo, revelado directamente, sino en virtud del pecado (en singular) heredado de Adán y, por eso, llamado pecado original originado. Ese pecado, que, para toda la raza caída en Adán, es un «errar el blanco» (gr. hamartía), en Adán fue también transgresión (gr. parábasis), es decir, una «extralimitación» (lit.), ya que, al infringir el mandato divino, Adán pasó de la raya marcada por Dios. Esta transgresión de Adán causó nuestra caída, la de toda la raza, en la condición pecadora; por eso, se la llama pecado original originado.

(b) Sin embargo, y sin esperar al versículo 18 (donde reanuda el hilo del paralelismo), Pablo nos advierte que la obra de Cristo ha compensado el daño que nos produjo la caída (gr. paráptoma), resultado del tropiezo de Adán. Esa compensación tiene dos aspectos: Primero, en intensidad (v. 15), pues, si por la caída de uno (Adán), murieron los muchos (es decir, todos los demás), la gracia de Dios (el favor inmerecido del Padre) y el regalo en la gracia del (otro) uno hombre Jesucristo (lit.), esto es, la gracia encarnada en la persona (Jn. 1:14, 17) y en la obra (2 Co. 8:9) de Cristo, abundaron mucho más: el bien superó en riqueza y en hondura al mal introducido por la caída. Segundo, en extensión (v. 16), pues si el pecado de Adán puso, no sólo a él, sino a sus descendientes, frente al recto juicio (gr. krima, sentencia judicial) de Dios, que entregó a todos los hombres a una condenación (gr. katákrima, sentencia condenatoria) manifestada prácticamente en las muchas transgresiones (lit. caídas, esto es, pecados personales) que todos hemos añadido, como brotes naturales de nuestra condición pecadora, al pecado heredado de Adán, la obra del Calvario constituyó el medio provisto por Dios para compensar, no sólo el pecado heredado de Adán, sino también, virtualmente, todas las transgresiones humanas habidas y por haber, y hacer posible el que Dios pronuncie, sin faltar a la justicia, una sentencia de justificación (gr. dikaíoma).

(c) Pablo habla en términos universales; dirá después (v. 17) cómo se aplica personalmente dicha justificación aunque lo ha dicho con suficiente frecuencia en los capítulos 3 y 4. Ésta es la principal diferencia donde se rompe de alguna manera el paralelismo, pues el pecado se hereda, pero la gracia no se hereda (Jn. 1:12, 13), sino que se obtiene mediante la fe. Con esto, no se hace de menos a la obra de Cristo, pues (en opinión del traductor) tanto la gracia como la fe están a disposición de todos, como consecuencia de afirmaciones como las de Hechos 17:30 y 1 Timoteo 2:4, entre otros lugares. A quienes no son capaces de una fe personal, la obra de Cristo se aplica de forma tan automática como la herencia del pecado de Adán. ¿Cómo, si no, podría decir el apóstol que «donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia» (v. 20)?

(d) Pablo termina este paréntesis y pone de relieve la ventaja, ya probada, de la gracia sobre el pecado, mediante el contraste entre dos reinos: el reino de la muerte (v. 17), como consecuencia del pecado, y el reino de la vida, por medio de Jesucristo, para los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.

(B) Al reanudar el hilo de la argumentación, y empalmar con el versículo 12, aunque tiene a la vista lo que ha dicho ya en la digresión de los versículos 13–17, Pablo vuelve al paralelo antitético entre Adán y Cristo y muestra:

(a) Que (v. 18) así como por la caída (gr. paráptoma) de uno solo (Adán), la humanidad entera («todos los hombres») ha sido colocada bajo sentencia de condenación (gr. katákrima), así también la obra de justicia total de uno solo (Cristo en el Calvario) ha provisto para todos los hombres (virtualmente, potencialmente) una situación de justificación que confiere la vida.

(b) La razón (v. 19) de esta doble situación de la humanidad, en cuanto a la unión, por herencia, con el Primer Adán, por una parte, y en cuanto a la unión, por gracia (aplicable a los que la reciben por fe), con el Postrer Adán, por otra parte, es que: Así como por la desobediencia (gr. parakoé) de un hombre (Adán), los muchos (todos los demás) fueron constituidos pecadores, es decir (según indica el verbo griego) están ante el tribunal de Dios como reos dignos de condenación, así también por la obediencia de uno (Cristo. v. Fil. 2:8, 9), los muchos (todos los demás) serán constituidos justos, es decir, podrán aparecer ante el tribunal de Dios como libres de culpa y hechos justos por imputárseles la justicia de Cristo. Dos detalles son dignos de notar en este versículo:

Primero, que el original no dice «hechos justos» (inglés, made), según traducen equivocadamente la mayoría de las versiones inglesas (excepto la Good News Bible y la New World Translation). No se trata aquí de la regeneración interior, sino de la justificación forense, aun cuando ésta no se limita a una «declaración» (v. el comentario a 4:5).

Segundo, que, mientras el primer verbo está en pasado (aoristo), para mostrar que, por el acto de desobediencia de Adán, todos fuimos constituidos (de una vez por todas, desde Adán hasta el final de los tiempos) pecadores, el segundo verbo está en futuro: serán constituidos justos, no porque el apóstol se refiera a la consumación escatológica, sino porque esta justificación se aplicará (comp. con 4:24), a lo largo de los siglos, a los que vayan recibiendo (v. 17) la gracia de la justicia como un don obtenido mediante la obra de Cristo en el Calvario.

(C) Los versículos 20 y 21 son un complemento necesario de toda la porción. Pablo había mencionado el pecado y la muerte que existían en el mundo antes de la ley (vv. 13, 14), pero no había dicho nada de la época que media entre la donación de la Ley en el Sinaí y la obra de Cristo en el Calvario. Podría, pues, preguntarse: ¿No habrá dado la Ley algún remedio contra el pecado introducido por la desobediencia de Adán? Ya había dicho el apóstol que la Ley se limitaba a dar conocimiento del pecado (3:20), pero aquí apunta una idea que desarrollará más tarde en el capítulo 7: La ley, lejos de remediar el pecado existente, se introdujo para que se multiplicara la caída (v. 20, lit.). Pero, ¿pudo Dios dar una Ley para aumentar y multiplicar el pecado? La conjunción griega hina es final, no consecutiva; por tanto, no cabe traducirla «de modo que», sino «para que». Pero lo que Pablo intenta decir no es lo que Dios se proponía, sino que la Ley (personificada) se metió de lado, se introdujo de rondón (ése es el significado del verbo pareisérkhomai, compuesto de para, al lado de, eis, hacia, y érkhomai, venir); en otras palabras, la Ley no tenía una función perenne, sino solamente «parentética», como dice F. F. Bruce, en el curso de la Historia. Veamos:

(a) Qué función era ésa que la Ley cumplía: Hacer que el pecado mostrase toda su horrenda pecaminosidad (7:13) y, de ese modo, ayudase al pecador a percatarse de la extrema gravedad de su situación (7:9) y, con la gracia de Dios, aborrecer el pecado y arrepentirse para con Dios (Hch. 20:21). El espejo descubre las manchas, no las causa. Cuando entra el sol en una habitación, descubre el polvo y la suciedad que allí había, aunque pasaban desapercibidos.

(b) Ya que la Ley no ofreció el remedio para el pecado, ¿fue quizás un obstáculo a la eficacia de la obra de Cristo? ¡De ninguna manera! Pablo asegura (v. 20b) que «donde el pecado (he hamartía, nuestra condición pecadora, como consecuencia de la transgresión de Adán) se multiplicó o aumentó (lit.), sobreabundó la gracia», es decir, el remedio de Dios contra el mal del pecado sobrepasó al nivel de suciedad y abominación con que el pecado nos cubría a los ojos de Dios. La imagen es muy expresiva: Allí mismo, donde el pecado había crecido de nivel, la gracia de Dios lo sobrepasó. Viene a las mientes la marca que, en muchos lugares, señala el nivel al que llegó una extraordinaria inundación. Esa «marca» del pecado (como culpa a los ojos de Dios) queda sobrepasada (y borrada) por una mayor y más abundante inundación de la gracia de Dios. Así es como el régimen de la gracia reina victorioso para vida, y destrona al del pecado que reinaba para muerte. ¡Excelente conclusión del capítulo 5, donde se destaca la victoria contra el reinado de la muerte (v. 17), para introducirnos, en el capítulo 6, en la exposición paulina de la victoria sobre el poder del pecado (6:6, 12, 22) y, después, en el capítulo 7, la victoria sobre la Ley!

CAPÍTULO 6

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