la resurrección de Jesús
1. La evidencia de su resurrección, 24:1–12
Lucas tiene un fuerte acento apologético en su relato. Si hay algo que él va a demostrar hasta la saciedad en toda su obra lucana, es la resurrección del Señor Jesús, por cuanto es el corazón de la fe cristiana. Con ella comienza una nueva historia para la humanidad, y en especial para el pueblo cristiano: la historia del triunfo de la vida sobre la muerte; de la justicia sobre la injusticia. La resurrección autentica y legitima la fe cristiana.
(1) Su sepulcro vacío, 24:1–3. Las primeras personas en cerciorarse de la resurrección de Jesús fueron las mujeres. El día de reposo terminaba al ponerse el sol, pero ellas decidieron ir al sepulcro al día siguiente, muy temprano en la mañana, esto es, aún siendo oscuro; llevando las especias aromáticas para concluir de amortajar el cuerpo del Señor. Según la creencia popular los demonios predominaban en la noche, y es probable que animadas por ese temor, decidieran postergar la tarea para el día siguiente (v. 1). Pero al llegar, la piedra que cubría el sepulcro no estaba en su lugar. Algunos eruditos creen que aquella roca pesaba alrededor de una tonelada, y se habrían necesitado al menos unos 20 hombres para quitarla. Estas piedras eran circulares y las hacían rodar por una ranura previamente diseñada para ello a la entrada de la cueva (v. 2). Pero lo más sorprendente es que el cuerpo del Señor tampoco estaba (v. 3). El sepulcro vacío es la tercera huella importante del calvario (junto con la cruz vacía y el velo del templo rasgado por la mitad), para recordarle a la historia permanentemente que Jesús es Dios de vivos y no de muertos (comp. 20:37, 38, 41–44). El sepulcro vacío es el mudo testigo de la resurrección de Jesús.
(2) El testimonio celestial; de los ángeles, 24:4–7. Los ángeles juegan un papel preponderante en la narración de Lucas en torno al evento de Cristo: desde el nacimiento de Jesús (1:26–2:20); hasta su muerte (22:39–23:54) y resurrección (24:4). Incluso van a ser factores fundamentales en la Gran Comisión que encontramos al inicio del libro de Hechos, y que es el eslabón preciso entre los dos volúmenes de la obra lucana (comp. 24:50, 51 con Hech. 1:9–11).
a. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?, 24:4, 5. Mientras las mujeres estaban desconcertadas, sin encontrar explicación a lo que habían presenciado, dos varones aparecieron de pie cerca de ellas; lo cual nos recuerda el sentido de testimonio urgente que tiene la misión (comp. 10:1 y 19:29 con Éxo. 31:18; Deut. 17:6). En el AT, los ángeles se presentaban generalmente con apariencia de seres humanos, como en este caso (comp. Jos. 5:13, 14). Además, siempre aparecen con vestidos o cuerpos radiantes (comp. 2 Rey. 6:17; Dan. 10:5, 6). Esta experiencia les llenó de sumo temor … y bajaron la cara a tierra como señal de respeto, pero además como consecuencia del fulgor que reflejaba la gloria de aquellos seres. Este cuadro de ángeles visitando a seres humanos para dar buenas noticias, provocando en ellos un temor reverencial, es típico en Lucas (comp. v. 4 con 1:11–13; 1:28–33; 2:9–14). Y en todos los casos señalados en torno a la encarnación de Dios, tanto a Zacarías, María como a los pastores, los ángeles les animaron a no tener miedo; sin embargo, en esta experiencia de la resurrección no lo hacen. Probablemente es señal de la inminente noticia que debían entregar, y de la urgencia del mandamiento para las mujeres de anunciarla a los discípulos.
La pregunta de los ángeles evidencia la esencia misma del evangelio del reino de Dios: vida eterna (comp. Juan 10:10). El reino de Dios no tiene absolutamente nada que ver con la muerte, más aún cuando Cristo ha resucitado por el poder de Dios. El mensaje del evangelio es de luz y de vida (comp. 1 Jn. 1:1–3, 5–7). No es en el templo, la cruz ni en el sepulcro donde hay que buscar a Jesús. En otras palabras, no es entre los muertos donde hay que buscar a Jesús; sino revelado en las Sagradas Escrituras que son las que dan testimonio de él, y muestran en forma meridianamente clara cómo encontrarlo (comp. vv. 25, 27, 32, 44–46, con Juan 5:37–40). De hecho, Lucas se ha esmerado por mostrar aquello a través de todo su relato (v. 5).
Joya bíblica
Como ellas les tuvieron temor y bajaron la cara a tierra, ellos les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” (24:5).
Hoy la gran mayoría de las personas viven sin entender las consecuencias maravillosas de la muerte y resurrección de Jesús. No han comprendido aún que Jesús no es un Dios de crucifijo, de sepulcro y aún de templo; moribundo, agonizante y enclaustrado. Al contrario, es un Dios vivo, de gloria y majestad. Igual que las mujeres buscaron el cuerpo de Jesús en un sepulcro y no lo hallaron, hoy hay millares de personas que, del mismo modo, buscan a Jesús en “sepulcros” modernos que el hombre ha fabricado, y por supuesto tampoco lo encuentran. Esos “sepulcros” son: religión, moralidad, buenas obras, tradición, filosofía, sectas, meditación trascendental, secularismo, humanismo, astrología, cientismo. A Jesús ya no lo encontramos en una cruz, desde donde pronunciara el sermón más agonizante de toda la historia de la humanidad; tampoco en una fría tumba donde lo sepultaron; ni tampoco en algún templo decorado donde se privilegien sacrificios a favor de la salvación. Peor aún en todos los sepulcros que el hombre, la historia y la modernidad han construido. A Jesús lo encontramos vívidamente revelado en su Palabra, y ella es la única que da testimonio verdadero de él, por medio del Espíritu Santo que la ha inspirado (comp. Isa. 53:3–6). Por tanto, el gran imperativo de la cristiandad es el encuentro personal con Jesucristo, el Señor resucitado. A diferencia de religiones que evocan a líderes muertos e impotentes, la fe bíblica-cristiana proclama al único Señor que destruyó el poder de la muerte y el pecado: Jesucristo. Él vino a buscar y salvar lo que se había perdido, de modo tal que, no es el hombre quien busca a Dios, sino Dios en Cristo quien busca al hombre. ¡El desafío, por tanto, es dejarse encontrar; él está buscándole!
b. No está aquí; más bien, ha resucitado, 24:6. Esta frase es lo que algunos llaman la prueba negativa de la resurrección del Señor. En la Semana Mayor, o Semana Santa o Pascua, la iglesia cristiana recuerda las llamadas “siete palabras de Jesús” en la cruz. Lucas registra la primera, segunda y séptima. Sin embargo, aquellas siete carecen de valor sin esta última ofrecida por los ángeles en el domingo de resurrección (el día del Señor; dies dominica, en latín). Por ello se debería hablar de siete palabras y una más. Esta palabra, posresurrección es la que autentica todas las demás, porque en realidad la cruz es sombra de la tumba vacía. Hay que mirar la cruz pero desde la perspectiva de una tumba vacía, que es la tercera huella del Calvario (junto con la cruz y el velo rasgado). El anuncio glorioso es que Jesús no pertenece al mundo de los muertos. La muerte no lo podía retener porque él es la vida en sí mismo. Ha resucitado (egeíro1453) es la nota final de toda una composición escrita con dolor, lágrimas y sangre. Es el anuncio que tiene eco de lo expresado por los ángeles también en 2:11, “os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor”. Jesús nació para morir, sí, pero sobre todo para resucitar. La resurrección es la esencia misma del evangelio; sin ella toda la fe cristiana es descalificada (1 Cor. 15:3–8). Los ángeles resaltan el hecho de que las palabras de Dios se cumplen en la historia soberanamente, más allá del entorno circunstancial. Acordaos no es una palabra de reproche, pero sí de estímulo a valorar y celebrar las promesas de Dios (comp. 9:22; 18:32, 33). Desde Galilea y entre los marginados, Jesús planeó cuidadosamente toda su agenda redentora que ahora llegaba a su fin en su persona, palabra y obra (4:16–20), pero que habría de continuar en la historia a través del ministerio de la iglesia (comp. vv. 46–49 con Hech. 1:8).
Lo mejor está por venir
24:5–7
Había una mujer que había sido diagnosticada con una enfermedad incurable y a la que le habían dado sólo tres meses de vida. Así que empezó a poner sus cosas “en orden”. Contactó a su sacerdote y lo citó en su casa para discutir algunos aspectos de su última voluntad. Le dijo qué canciones quería que se cantaran en su misa de cuerpo presente, qué lecturas hacer y con qué traje deseaba ser enterrada. La mujer también solicitó ser enterrada con su Biblia favorita. Todo estaba en orden y el sacerdote se estaba preparando para irse cuando la mujer recordó algún muy importante para ella.
—Hay algo más—dijo ella, exaltada.
—¿Qué es?—preguntó el sacerdote.
—Esto es muy importante—continuó la mujer—. Quiero ser enterrada con un tenedor en mi mano derecha.
El sacerdote quedó impávido mirando a la mujer, sin saber exactamente qué decir.
—¿Eso lo sorprende?—preguntó la mujer
—Bueno, para ser honesto, estoy intrigado con la solicitud—dijo el sacerdote.
—En todos los años que he asistido a eventos sociales y cenas de compromiso—empezó a explicar la mujer—recuerdo que cuando se retiraban los platos del platillo principal, siempre había alguien que se inevitablemente agachaba y me decía: “Quédate con tu tenedor”. Siempre ha sido mi parte favorita porque sabía que algo mejor estaba por venir … como un pastel de chocolate o un pastel de manzana. ¡Algo maravilloso y sustancioso! Así que, quiero que la gente me vea dentro de mi ataúd con un tenedor en mi mano y quiero que se pregunten: “¿Qué pasa con el tenedor?”. Después, quiero que usted les diga: “Se quedó con su tenedor porque lo mejor está por venir”.
Así es en la vida y al momento de la muerte de un creyente fiel; él sabe que partirá a la eternidad para encontrarse con su Señor y que lo mejor aún está por venir.
Temor a la muerte
24:1–12
Arturo Toscanini fue uno de los más grandes directores musicales del siglo XX; nació en Italia en 1867 y murió en Nueva York en 1957. Aunque Toscanini era un gran hombre, tenía un temor terrible a la muerte. Cada vez que veía una corona o guirnalda de flores le recordaba la muerte. Pero sus admiradores nunca supieron de este temor. Un día, luego de un concierto, uno de ellos depositó una guirnalda de flores a los pies de este director. Cuando Toscanini vio la guirnalda, palideció, quedó paralizado por un instante, y luego escapó por una puerta lateral, corrió rápidamente y sólo se detuvo cuando llegó a su habitación del hotel, donde permaneció encerrado el resto del día y de la noche.
El temor a la muerte es quizá el más grande de los temores del ser humano; pero la Biblia nos enseña que con su resurrección Cristo no sólo venció la muerte, sino que también nos llena de esperanza, sabiendo que la muerte no es el fin, sino un nuevo comienzo. Él venció la muerte con poder.
2. La evidencia de su enseñanza, camino a Emaús, 24:13–35
Prácticamente este pasaje es inédito de Lucas, por cuanto Marcos apenas dedica un par de versículos para registrar el viaje (Mar. 16:12, 13), mientras que Lucas tiene un relato muy extenso y rico en detalles narrativos. En este pasaje clásico de Lucas se destacan tres aspectos relevantes para nuestra humanidad contemporánea. El camino a Emaús es un modelo de: la tragedia humana (vv. 13–27); el encuentro con el Cristo resucitado (vv. 28–31); y la misión de la iglesia. Por ello este relato es una auténtica analogía histórica de lo que sucede en nuestro mundo hoy, porque también somos caminantes, forasteros y peregrinos de la historia. Finalmente, algunos han asociado el otro peregrino compañero de Cleofas con Lucas mismo. Esto es muy improbable, aunque no se lo puede descartar dogmáticamente. El fuerte argumento a favor de la identidad lucana es el hecho, curioso por cierto, de que nunca nombra al segundo caminante sino sólo a Cleofas; y se piensa por ello que es un acto de humildad y nobleza de Lucas, como probablemente lo hace Juan en su Evangelio cuando habla del “discípulo amado” (21:20–25). Es probable que aquel ignoto peregrino haya sido su fuente ocular, y por esa razón, honrando su anonimato, Lucas no lo precise. De todos modos, Lucas en este texto precisa dónde se manifiesta Jesús resucitado: en los caminos de la humanidad; en las Sagradas Escrituras; en al acto solidario de compartir la unidad y el compromiso (Cena del Señor); y en la iglesia como cuerpo suyo.
(1) Camino a Emaús; la desesperanza, 24:13–16. Nada en torno al drama de la cruz tiene sentido sino es únicamente desde la perspectiva de la resurrección de Cristo. Esto queda demostrado plenamente en este relato lucano. Es el mismo primer día de la semana (v. 1a), y tiempo de desesperanza para los discípulos de Jesús. Dos de los discípulos regresaban a su casa con el recuerdo de un Cristo cadáver a cuestas. Este es un claro reflejo de aquellos que también transitan por la vida sin el más mínimo sentido de esperanza eterna: religiosos pero vacíos en gran manera. Emaús, cuyo nombre significa “manantiales calientes”, era una aldea campesina que estaba como a 11 km de Jerusalén (v. 13). Aunque había varios sitios con el mismo nombre, se cree que su ubicación corresponde a lo que hoy es el sector de El-Qubeibah.
El contenido de su animada pero amarga conversación giraba alrededor de todos los últimos acontecimientos en Jerusalén: ¡ninguna Pascua como aquella! (v. 14). Dios es maravillosamente creativo para acercarse a cada ser humano en particular. Según el relato de Lucas, a los primeros que se aparece Jesús resucitado es a estos dos peregrinos de Emaús. Se acercó como otro caminante anónimo, al puro estilo de su encarnación: vino a poner su tienda entre los mortales, para vivir y sentir como ellos (comp. Juan 1:14). Lo maravilloso del evangelio, y del relato de Lucas en especial, es mostrarnos un Dios tan humanado que su divinidad es casi imperceptible a no ser por sus maravillosos portentos. Lucas muestra un Jesús que vino para caminar codo a codo con nosotros y compartir nuestras frustraciones y pesares, y para señalarnos el camino de salida y de gloria (v. 15).
Estos discípulos conocían personalmente al Señor, pero no le reconocieron (epignósko1921), pues sus ojos estaban velados (kratéo2902) No significa que estaban en una especie de trance, o que mágicamente Jesús ocultó su rostro. Algunos opinan que puesto que Jesús tenía ya un cuerpo glorificado no era posible reconocerlo con facilidad. Sin embargo, la palabra griega sugiere que lo más probable es que Jesús marchaba disfrazado, como con una capucha sobre su cabeza, por ejemplo, y con sus manos cubiertas (v. 16, comp. Juan 1:26).
(2) Jesús los confronta con el testimonio de las circunstancias, 24:17–24. Las primeras palabras del resucitado no son de reproche personal, de arengas triunfalistas ni de perspectivas espiritualoides. Más bien, son de absoluto interés en su dolor y su incapacidad de comprender el misterio de su misión. La pregunta de Jesús no implica desconocimiento, sino que es una estrategia de interacción con ellos. Aquello muestra una vez más que es Dios quien siempre toma la iniciativa en provocar un acercamiento con el ser humano. La resurrección no había cambiado para nada el carácter pastoral de Jesús.
Estos piadosos peregrinos estaban cargados de tristeza y desconsuelo (v. 17). Si había algo escandaloso y difícil de ignorar eran las ejecuciones públicas de los romanos, mucho más en el contexto de una celebración judía y con las características muy particulares del martirio de Jesús. Cleofas no puede esconder su asombro de cómo es posible que al menos un forastero o extranjero (paroikéo3939) en Jerusalén no supiera de las cosas ocurridas en esos días. Jesús continúa con su estrategia de ignorarlo todo, para provocar su testimonio y sobre la base de aquel animarlos amorosamente. Lucas enfatiza por las palabras de Cleofás que toda la nación judía fue responsable de la muerte de Jesús (vv. 19, 20). Cleofas y su compañero hacen un estricto y objetivo resumen de todo lo acontecido desde el portentoso ministerio del Señor, su juicio, muerte y resurrección; y aún el testimonio de las mujeres. Incluso dan el asunto de su esperanza por totalmente perdida, pues en ese tiempo reconsideraba que el cadáver entraba en descomposición después de tres días (v. 21b). Todo implica que ellos estaban muy bien informados de todos los sucesos, pero desesperanzados, pues ellos se consideran discípulos de aquel nazareno ajusticiado de quien, desde su perspectiva, sólo queda el recuerdo. Al menos cuatro veces usan la palabra nuestros al referirse a las mujeres y a los discípulos que visitaron el sepulcro vacío.
Además, se revela la expectativa mesiánica común de los judíos: la redención política de Israel (comp. v. 21 con 2:30, 38). La idea básica de redimir es liberar (comp. Hech. 1:6). Reconocen que Jesús era un profeta poderoso de Dios, en palabra y obras, pero están un poco lejos de entender que él es algo más: es el Señor mismo. Es que no basta tener un concepto bueno y hasta ortodoxo de Jesús para conocerlo. Probablemente, la confesión de ellos refleje la convicción real de los demás discípulos de Jesús. Finalmente reconocen que, a pesar de las varias noticias de la resurrección de Jesús, a él no le vieron (v. 24). Qué triste es admitir que dos mil años después esta situación no ha cambiado en millares de seres humanos, pues tampoco lo han visto aún.
(3) Jesús los confronta con el testimonio de la Escritura, 24:25–27. Luego de escuchar pacientemente y con ternura, sin duda, las palabras de aquellos piadosos pero desesperanzados discípulos, el Forastero—Jesús—se convierte en un erudito maestro de la ley, para explicar y demostrar magistralmente cómo es que se cumplen en el ministerio de Cristo todas las Escrituras del AT. Las primeras palabras, nuevamente, no son un reproche ni rechazo a su incredulidad. Oh en este texto es un vocativo que indica afecto y cariño, y no asombro por su ignorancia. Insensatos (anóetos453) es una palabra que se puede traducir también como “tontitos”. Jesús lamenta, no con ira, la lentitud de ellos para comprender las profecías mesiánicas (v. 25); en forma retórica indica que era necesario que el Cristo o Mesías padeciera y que luego de aquello entrara en su gloria, esto es, resucitara (v. 26, comp. vv. 46; 9:22).
Lucas edita lo que debieron haber sido horas de intensa instrucción bíblica—o rabínica—mientras llegaban a Emaús. En resumen, registra que Jesús les demostró o interpretó (diermenéuo1329) en todas las Escrituras todo lo que se expresaba en torno al ministerio del Mesías. Sólo los maestros judíos muy eruditos podían ser capaces de una colosal tarea como esta, y sin duda que eso debió haber impresionado gratamente a los lectores de Lucas. Seguramente, el Señor incluyó en su disertación la interpretación de textos clave como Deuteronomio 18:15–18; Salmo 2:7; 16:10; 22:14–18; Isaías 9; 11; 53; 61:1, 2, por ejemplo. En otras palabras, Jesús intentó ajustar correctamente la expectativas mesiánicas de ellos, para demostrarles la verdadera misión del Cristo de Dios, y de ese modo, prepararlos para comprender e interiorizar mejor el encuentro personal del que serán objeto dentro de poco. Debió haberles explicado que él vino a salvar a los perdidos, y no a liberar una nación de otra, aunque su interés son las naciones en todo el mundo. Es que no se puede ir más allá del conocimiento de las Escrituras, sino tenemos un conocimiento personal de la Palabra encarnada que es Jesucristo (v. 27). A la inversa, para conocer más acerca de Jesús, el medio provisto por Dios es su eterna Palabra: las Escritura. Este pasaje muestra que Jesús realizó todos los planes eternos de Dios, en cuanto a la redención del hombre; y anima a los creyentes a descubrir el sentido de la vida verdadera, a través de las Escrituras.
(4) Jesús los confronta con el testimonio del pan, 24:28–31. Al fin llegaron a la aldea de Meaux. Jesús, haciendo uso de sus correctos modales de comportamiento ético, y además para probar la hospitalidad de aquellos (comp. Gén. 19:2), hizo como que iba más adelante (v. 28). Una vez más se hace manifiesta una de las virtudes más importantes en la cultura oriental, especialmente en la hebrea: la hospitalidad. Estos peregrinos, aun sin saber de quién se trataba, insistieron amigablemente (parabiázomai3849) para que aquel forastero posara con ellos en vista de que el día ya ha declinado. La insistencia era parte de la hospitalidad judía (comp. Jue. 19:5–9; 1 Sam. 28:23). Es obvia la reacción de aquel que vino a buscar y salvar lo que se había perdido: Entró, pues, para quedarse con ellos (v. 29). Aquí hay dos pequeñas y preciosas lecciones: Primera, la hospitalidad debe ser generosa y sin posibilidad ni interés de resarcimiento (comp. 14:12–14); Segunda, Jesús busca al perdido para quedarse en su vida como Señor, y no para ser un ornamento de la religión.
Parte de la hospitalidad era ofrecer pan a los huéspedes, no importa la hora ni las condiciones (comp. 11:5, 6), pero ocurre algo curioso e ilógico: era el anfitrión—jefe de familia—quien debía ofrecer el pan, pero el Forastero toma su lugar. Tomó el pan, lo bendijo y se los ofreció. Jesús realiza aquí los mismos gestos de la cena pascual con sus discípulos (v. 30, comp. 22:19). El único lugar que le corresponde a Jesús es el de Señor; una vez más, si él no es Señor, entonces no es nada. Pero ocurrió algo maravilloso durante la celebración del pan (v. 30), que Lucas—como muchas otras cosas—nos la deja a nuestra sana imaginación. A partir de aquello, los ojos de Cleofas y su compañero fueron abiertos y le reconocieron. Sugiero algunas explicaciones de porque los ojos de estos peregrinos fueron abiertos justo en la celebración del pan: Primera, por la bendición especial: tomó el pan, lo bendijo y les dio. El pan se ofreció por una razón conceptual más que nutricional. Compartir es el alma del proyecto de Dios realizado en y por medio de Jesús: Si Dios compartió su vida con nosotros, lo menos que debemos hacer con los demás es lo mismo. Para que podamos participar de la redención, el pan vivo que es Jesús debía ser inmolado primero y luego ofrecido. Es curioso que ni siquiera se menciona el vino, porque la siguiente vez será en la celebración de las bodas del Cordero; además, esta no era una segunda edición de la cena pascual, sino sólo una señal de identificación mesiánica. Si el pan no tuviera relación con la identidad de Jesús, ¿por qué justo en ese momento él debía desaparecer? Si ya tenían el significado en su corazón, su presencia corporal ya no era necesaria en ese momento (comp. 22:17, 18). Segunda, al ofrecer la bendición debió haber descubierto su cabeza de la capucha que el texto griego sugiere, y como señal de reverencia a Dios; por lo que su rostro quedó al descubierto para sus discípulos. Tercera, al elevar el pan al cielo para ofrecer la bendición, sus manos heridas debieron haberse hecho evidentes. El cuerpo resucitado de Jesús no borró las huellas de la cruz (comp. Juan 20:26–29), como para que aun en la eternidad jamás olvidemos el verdadero costo de nuestra redención (comp. Apoc. 19:13, 16). Cuarta, por el testimonio apostólico del pan ofrecido en la cena pascual realizada cuatro días antes. Es obvio que Cleofas y su compañero no estuvieron en la institución de la misma, pero sí debieron haber escuchado de los once todo lo que ocurrió en aquella última cena, pues se evidencia que eran muy cercanos a ellos (comp. v. 22–24, 33–35). Es típico que cuando alguien muere recordamos con mayor intensidad sus últimos momentos. Cleofas y su amigo tuvieron al menos un día entero—sábado—para escuchar las últimas historias de Jesús de boca de los once y las mujeres. Quinta, por la figura de Jesús como el pan de vida, que debía ser ofrecido para redención (comp. Juan 6:35). Aquellos peregrinos debieron haber escuchado posiblemente, la asociación del pan con Jesús por parte de sus discípulos. Sexta, por la iluminación del Espíritu Santo de Dios, si bien aún no había venido para quedarse definitivamente como ocurriría más tarde en Pentecostés, no es menos cierto que cubrió en forma muy especial el ministerio del Señor desde su nacimiento (comp. 1:35, 41; 3:22; 4:1, 14, 18). ¿Por qué no había de revelar ahora, el evento más importante de la historia, a los dos primeros discípulos que posteriormente se convertirían en los precursores de la predicción de la resurrección de Cristo?
Lucas concluye esta parte de la narración señalando que una vez que ocurrió la revelación de su identidad ante los peregrinos de Emaús, él desapareció de su vista (v. 31). Otra posible traducción literal es: “Él se hizo invisible”. Es evidente que el tipo de cuerpo que tenía Jesús ahora ya resucitados es el mismo tipo de cuerpo prometido a sus discípulos en su propia resurrección futura (comp. 1 Cor. 15:35–50). A juzgar por las evidencias concretas, este cuerpo tiene ciertas facultades sobrenaturales, propias de una dimensión gloriosa. De la misma manera que Jesús desapareció aquí en Emaús, apareció ante sus discípulos cuando ellos por temor habían asegurado muy bien las puertas del aposento donde estaban (comp. Juan 20:19–29). Todo lo dicho revelaba que en efecto aquel Forastero era Jesús. Él pudo haber tomado la forma de otro, pero ningún otro podía jamás tomar la forma de él. Por tanto quien desee dejarse encontrar por Jesús debe estar atento a las señales de su sacrificio expiatorio, y luego creer apasionadamente. Este segmento muestra que quienes deseen hospedar a Cristo en su vida deben invitarle oportunamente a quedarse en y con ellos. Aquellos peregrinos habían escuchado su testimonio, ahora estaban listos para el encuentro de fe personal (v. 31).
(5) Retorno de Emaús; el testimonio, 24:32–35. Al final de su relato, Lucas presenta al menos dos ejemplos de decisiones equivocadas que es preciso rever: las mujeres cuando fueron al sepulcro a buscar entre los muertos al que Autor de la vida, como diría Pedro; y segundo, los peregrinos de Emaús que fueron a su aldea con el recuerdo de un Cristo cadáver a cuestas. En los dos casos, Lucas presenta el retorno como algo inminente, urgente y necesario para la misión de Dios. Una buena pregunta para la iglesia de hoy es: ¿Está caminando en el sentido correcto, o sigue la huella del sepulcro vacío y de la aldea de la desesperanza? ¿Habrá escuchado la voz de Dios para retornar en actitud de testimonio? Dejemos que los frutos de cada ministerio contesten tales cuestionamientos.
a. La experiencia real con el Cristo resucitado, 24:32–34. Los peregrinos no reconocieron a Jesús en el camino, pero sí el fuego y poder de sus palabras, porque estaban respaldadas absolutamente en la fuente de las Sagradas Escrituras. El lenguaje del mensaje de la iglesia debe ser sencillo, claro y siempre fundamentado en la Biblia, jamás ideologizado (v. 32), de la misma manera en que hoy la iglesia no ha visto corporalmente a Jesús, pero cree en su persona, palabra y obra sin dilaciones, y por ello es bienaventurada (comp. Juan 20:29). Igual que las mujeres volvieron del sepulcro para anunciar la buena nueva, estos peregrinos en la misma hora decidieron regresar a Jerusalén para compartir la maravillosa noticia del Cristo resucitado. Cuando comprendieron las Escrituras, vieron a Jesús, como nunca antes lo habían visto. No importó el cansancio del viaje, de una semana de pasión, ni tampoco lo entrado de la noche. Cualquier esfuerzo por anunciar la buena nueva de Jesús resucitado es nada frente a su gran inversión por nosotros. Esto implica que la misión es urgente, y no hay tiempo para demoras en el camino.
Debieron haber llegado muy tarde a Jerusalén, quizá cerca de la medianoche, y encontraron en vigilia probablemente a los once con los demás (v. 33). Cuando Dios comunica algo a uno de sus hijos, él mismo se encarga de socializarlo a los demás, para que en todo tengamos el mismo sentir y actuar de Dios (comp. Fil. 2:1–5). ¡Qué curioso: Los discípulos no creyeron a las mujeres, pero sí a Simón Pedro! (comp. v. 34 con v. 11). Esto explica por qué aún dentro de la iglesia del Señor y dos mil años después sigue existiendo discriminación absurda contra la mujer y su rol dentro de la misión de Dios. Cuando Cleofas y su amigo llegaron a Jerusalén, ya los discípulos tenían una mejor y más certera apreciación de la resurrección de Jesús, y encontraron sintonía con el mensaje que traían (v. 34). Ya no cabía duda, más que en Tomas (comp. Juan 20:24–29). Hoy, Jesús sigue siendo un Forastero en busca de relación y comunión entre los seres humanos.
b. El testimonio real del Cristo resucitado, 24:35. El testimonio de los peregrinos de Emaús, a sus condiscípulos consistió en dos aspectos puntuales, que a su vez deben encarnarse y ser signo de conversión en el testimonio genuino de todo creyente y en toda circunstancia:
(a) El camino con Jesús, 24:35a. Primero, las cosas que ocurrieron en el camino con el Forastero, que terminó siendo el Cristo resucitado. El testimonio cristiano se enriquece de las experiencias cotidianas que surgen de una relación fresca y real con Jesús. La razón porque a veces no hay testimonio en la iglesia es porque sencillamente no tenemos nada que contar. Es necesario enriquecer nuestra comunión con Jesús de modo tal que sea profundamente gratificante para nosotros, pero sobre todo, edificante para los demás.
(b) El develamiento al partir el pan, 24:35b. Segundo, contaron cómo reconocieron a Jesús al partir el pan (comp. comentario de vv. 30, 31). Es posible saber mucho de Jesús y, sin embargo, no reconocerlo como el Señor resucitado. Sólo a través de un adecuado entendimiento de su sacrificio en la cruz del calvario, y de un quebrantamiento de espíritu como el de Tomás, es posible percibir a Jesús como Señor y Dios (comp. Juan 20:28).
3. La evidencia de su aparición a sus discípulos, 24:36–45
Este pasaje, como parte del final del Evangelio, es la preparación de Hechos. Pues Lucas divide la historia en tres partes: (1) El tiempo de Israel, el antiguo pueblo de Dios (revelación veterotestamentaria). (2) El tiempo de Jesús, o el centro de la historia (evangelio del reino de Dios). (3) El tiempo de la iglesia, o la nueva humanidad en Cristo (Hechos).
(1) La evidencia de su cuerpo resucitado y marcado, 24:36–43. A estas alturas los discípulos tenían al menos tres reportes de la resurrección de Jesús: las mujeres, Pedro y Cleofas, pero aún no comprendían (comp. v. 38). Por ello fue precisa la presencia misma de Jesús entre ellos. Mientras hablaban de todo lo ocurrido, y de los diversos y variados testimonios, el Señor llegó hacia ellos con el saludo común de los judíos: Paz a vosotros (24:36), o Shalom alehem, en hebreo. Pero su presencia causó terror y pánico entre los discípulos, y pensaron que se trataba de un espíritu o fantasma, probablemente por su aspecto o por su presencia inesperada, ya que probablemente consideraban que Jesús resucitaría conjuntamente con todos los muertos (v. 37). Como fuere, y conociendo el Señor sus temores, les muestra claras evidencias de su corporalidad plena, enfatizando en las huellas físicas de su sufrimiento, en sus manos y pies (vv. 38, 39). Desde su perspectiva clínica, Lucas debió haber estado fascinado con la idea de ver a Jesús resucitado, y palpar sus manos y sus pies para comprobar las huellas de su martirio. Aunque el v. 40 no consta el algunos mss, sí es registrado en muchos otros textos antiguos muy confiables. Aunque los romanos tenían diversas maneras de ejecutar las crucifixiones, hay evidencias claras de que Jesús fue crucificado con clavos—aunque probablemente no en los pies—, no simplemente atado como sugieren algunos (v. 40, comp. Juan 20:25, 27).
Luego Lucas registra que el gozo invadió a los seguidores de Jesús al punto de obnubilar su capacidad de creer serenamente. Es típico de Lucas narrar como el miedo (v. 37) que generan los portentos de Dios se transforman en gozo (v. 41); como en varios casos en el evangelio de la infancia (comp., capítulos 1 y 2). Jesús rompe ese anacronismo emocional con una estrategia simple que va a ser mudo testigo por sí misma de su corporalidad: pidió de comer (v. 41). Lucas especifica que le ofrecieron un pedazo de pescado asado, el cual Jesús comió en su presencia. Algunos ven en este pescado un simple símbolo, por el acróstico que posteriormente inventaron los creyentes como contraseña de identificación y protección con la palabra griega para pez (icthús2486), y cuyo contenido hablaba de Jesucristo como Hijo de Dios-Salvador. No obstante del valor simbólico, por el contexto sabemos que el sentido aquí es absolutamente literal. Según la tradición judía, tanto los ángeles como los espíritus no comían alimentos terrenales. Jesús no tenía necesidad de comer, pero tampoco era incapaz de asimilar alimento (vv. 42, 43). Cuando Jesús resucitó a la hija de Jairo, la gente dudaba de si en verdad podía resucitarla; luego de obrar el milagro, el Señor ordenó que le dieran de comer (comp. 8:51–55). La parte medular de este texto es demostrar fehacientemente que Jesús esta vivo y presente en medio de su iglesia, como contenido visible del evangelio que ellos habrían de predicar más tarde.
(2) La evidencia del cumplimiento de las Escrituras, 24:44, 45. Hay una discontinuidad temporal entre los vv. 43 y 44, que Lucas no observa porque no va con su propósito teológico. Las instrucciones sobre sus responsabilidades en misión fueron dadas como un mes más tarde (comp. Hech. 1:8). Seguidamente, el Señor vuelve a enfatizar que todo lo acontecido no fue ningún accidente ni un hecho circunstancial, sino algo debida y cuidadosamente planeado por Dios, y oportunamente comunicado por lo profetas y revelado en las Escrituras. El clímax de esa revelación veterotestamentaria llegó con el ministerio de Juan el Bautista (comp. 16:16). La revelación escrita de Dios es cristocéntrica, es decir, apunta a la persona, palabra y obra del Mesías de Dios: Jesús. El Señor utilizó el mismo lenguaje rabínico para referirse y describir la revelación escrita que hasta ese momento tenían, y que nosotros ahora llamamos AT. El canon judío estaba dividido en tres grandes porciones: la Ley, que no sólo eran los diez mandamientos dados a Moisés sino todo el Pentateuco (o Torá); los Profetas, que incluía todos los escritos proféticos tanto los denominados mayores como menores; y los Salmos o los otros Escritos, esto es los libros poéticos e históricos. En resumen: Jesús está precisando que todo el AT es solamente sombra de lo que ha de ocurrir con el ministerio del Mesías (v. 44). Era muy común que tanto los rabinos judíos como los escribas, se refirieran a su canon simplemente como “la Ley y los Profetas” para denominar todo el cuerpo oficial de libros autoritativos como Palabra de Dios (comp. v. 45 con 10:26; 16:17; Mat. 5:17; 7:12; 11:13; 22:40).
Lucas añade que Jesús les abrió el entendimiento (noús3563) para que comprendiesen (suníemi4920) mejor las Escrituras (grafé1124) Es impresionante el énfasis que se hace en este capítulo del rol fundamental de las Escrituras en la interpretación y comprensión de la obra de Dios (comp. Sal. 119:18). El interés del Señor es que sus discípulos interpretaran las Escrituras desde la perspectiva del “evento de Cristo”, y no como lo hacían los rabinos y escribas judíos, desde la perspectiva de su nacionalismo desgastado y de la cantidad de leyes que ellos habían creado como palabra de Dios, pervirtiendo el verdadero sentido de las Escrituras (comp. vv. 25–27). Jesús discrepó con aquellos frontalmente acerca de su interpretación de las Escrituras, pero jamás estuvo en cuestionamiento la autoridad de las mismas. Es profundamente significativo que el Señor abriera las Escrituras a la mente de sus discípulos (v. 32) y viceversa (v. 45), pues el resultado fueron corazones ardientes (v. 32). La misión del Mesías como Siervo Sufriente del Señor y su resurrección gloriosa estaban contempladas en el canon judío de principio a fin como un hilo escarlata, pero ellos jamás lo advirtieron. Peor aún, cuando aquel Verbo fue hecho carne (comp. 1:1–4 con Juan 1:1–3, 14; 1 Jn. 1:1). Así, las Escrituras dan testimonio de Cristo, conducen al discipulado y luego nos instruyen en el discipulado. Es un medio para conseguir el fin glorioso de conocer a Dios y a Jesucristo su Hijo: en una palabra, conocer la vida eterna (comp. Juan 17:3). Ese es uno de los legados más preciosos que tenemos del Señor y de la iglesia primitiva, y que debemos mantener con vivo celo, cueste lo que cueste (comp. Hech. 8:35; 17:11; 18:24, 28; 1 Cor. 15:3; 2 Tim. 3:15, 16).