Transformados a traves del desierto
Transformados a traves del desierto
DESIERTO. 1) Heb. midbar y gr. Eremos: llanura abierta, no cultivada, donde los animales salvajes vagan en libertad (Job 24:5). El desierto es frecuentemente una soledad que llena de pavor, la verdadera imagen de la desolación (Dt. 32:10; Is. 21:1); sin embargo, el desierto también era usado como tierra de pastos (Éx. 3:1). Las alusiones al desierto son numerosas (p. ej., Gn. 16:7; 21:20; 1 S. 17:28; 25:21; Mt. 3:1; Mr. 1:12; Lc. 15:4). 2) Heb. ʾarabah, llanura o región árida (Is. 35:1, 6; 51:3). Acompañado del artículo determinado, este nombre significa la llanura o depresión del Jordán y del mar Muerto (Ez. 47:8; 2 S. 2:29); en este caso se transcribe con el nombre propio geográfico Arabá. 3) Heb. Yʿshimon, país incultivado y desolado (Sal. 78:40; 106:14; Is. 43:19, 20). Si el artículo definido se une como prefijo al nombre, este último se debería traducir por el nombre propio de Jesimón («desierto» en las revisiones 1960 y 1977 de Reina-Valera; Jesimón en la revisión antigua de 1909). 4) Heb. Haraboth, regiones sin cultivar, lugares desolados (Is. 48:21; Sal. 102:7; Ez. 13:4).
En tipología el desierto se halla fuera de Canaán y está en contraste con él. El desierto fue el lugar de prueba para los israelitas, y así sucede con el cristiano, para humillarlo, y para mostrar lo que hay en su corazón (Dt. 8:2). Tiene que aprender lo que es en sí mismo, y conocer al Dios de toda gracia con quien tiene que ver. Hay una necesidad de una dependencia constante o hay fracaso, en tanto que la experiencia se consigue de conocer a Aquel que nunca deja de socorrer. Canaán es de manera figurada una posición celestial y de conflicto, que se corresponde con la necesidad de la armadura dada en Ef. 6:11, para mantenerse firmes frente a las asechanzas del diablo. Para esto se tiene que estar consciente de estar muerto y resucitado con Cristo. Es asociación en espíritu con Cristo en el cielo. (Véase PEREGRINACIÓN POR EL DESIERTO.)
DESIERTO, recorrido de los israelitas en el, ver ISRAEL. Una región árida conteniendo sólo escasa vegetación, Lv 16:22; Dt 8:15; Jr 2:2, 6; 17:6.Típico del estado del pecador, Dt 32:10. Tentación de Jesús en el, Mt 4:1; Mr 1:12, 13; Lc 4:1.
Transformados, no adaptados: Pablo usa la metáfora de la transformación para describir el proceso del discipulado. Ahora que hemos sido libertados de la esclavitud al pecado, no podemos seguir adaptándonos a los patrones del mundo. La misma Palabra que trajo el mensaje transformador del evangelio continuará esa transformación hasta la renovación de nuestras mentes.
La dirección del Espíritu en nuestro corazón y en nuestra mente opera conjuntamente con la revelación transformadora de Dios para nosotros, y cambia las ideas erradas que causaron una conducta equivocada originalmente. En Romanos 12:2, Pablo explica que el hecho de permitir que Dios y su Espíritu realicen esta obra transformadora en nuestra vida produce en nosotros una capacidad creciente para discernir y verificar cuál es la voluntad de Dios.
Según se dijo con anterioridad, Pablo carecía de toda relación personal con la iglesia de Roma, y eso fue probablemente lo que hizo que los corrigiera con más suavidad, como vemos de nuevo en 12:1–2, donde él los insta y los exhorta a presentarse a Dios, en lugar de ordenarles de manera más directa: “¡Preséntense a Dios!”. Pablo no los insta de esta manera sobre la base de su autoridad como apóstol, sino sobre la base de las misericordias de Dios, dejando bien claro que la adoración y la obediencia constituyen la única respuesta aceptable. Estos mandatos podrían haber sido mucho más directos, como los de Gálatas 1:8–9, pero Pablo cambia su forma de comunicarse de acuerdo con la naturaleza y la situación de cada iglesia: franco y directo en Gálatas, atenuado y menos directo aquí en Romanos.
Continúa en este tono en 12:3, pasando a su próxima exhortación. Pablo apela a la gracia que le ha sido dada como la base para la humidad. La clave para mantener esta perspectiva adecuada consiste en pensar con sensatez, según la medida de fe que Dios ha otorgado. Pablo utiliza la analogía del cuerpo humano para aclarar lo que quiere decir: Del mismo modo que las distintas partes de nuestro cuerpo cumplen propósitos diferentes, así también ocurre con el cuerpo de Cristo –los miembros de la iglesia.
Seamos honestos: hay ciertas áreas de nuestro ministerio en la iglesia que parecen ser más atractivas que otras, en dependencia de nuestra personalidad y de los dones que tengamos. Por consiguiente, podríamos inclinarnos a pensar que esos roles más emocionantes son mejores que otros. La comparación, sin embargo, hace germinar la envidia –y Dios no nos hizo para que todos fuéramos iguales. En algunos casos, los que desempeñan esos roles sofisticados se tienen en alta estima y fomentan la idea de que lo que hacen es de suma importancia. Esto produce envidia y resentimiento en otras personas que sienten que sus dones o ministerios no alcanzan el mismo nivel de reconocimiento. Eso también podría ocasionar que devaluaran sus propios dones –precisamente los que Dios les confió para el servicio de la iglesia. En ese caso, en lugar de un cuerpo saludable que opera sin problemas, conforme a lo que Dios planeó, algunos miembros estarían tratando de ser algo que no están destinados a ser, y con ello, obrarían unos contra otros.