La Praxis de la Fe
Praxis de la fe
Una pronta respuesta.
Engañándose a si mismo
b. Un ejemplo notable. Una fotografía, especialmente aquella que nos capta tal como somos, vale mil palabras. Diariamente nos vemos reflejados en el espejo: antes de salir de casa por la mañana, durante el transcurso del día y varias veces por la noche. Los espejos son parte de nuestra vida. Pero los repetidos regresos al espejo establecen el punto de que nuestras memorias son como zarandas.
Santiago utiliza la ilustración del espejo. De hecho, su ilustración se acerca a la forma parabólica de hablar que Jesús utilizaba durante su ministerio terrenal (compárese con Mt. 7:26). Los espejos del primer siglo no estaban hechos de vidrio sino de un metal que era pulido regularmente. Estos espejos descansaban horizontalmente sobre mesas, de modo que la persona que quisiese mirar su reflejo en los mismos tenía que inclinarse y mirar hacia abajo. Al hacerlo no veía más que un pobre reflejo de sí mismo (Job. 37:18; 1 Co. 13:12; 2 Co. 3:18; Sab. 7:26; Eclo. 12:11).
Aquí está el punto de comparación. La persona que se mira en el espejo para ver su propia imágen y rápidamente se la olvida es como la persona que escucha la proclamación de la Palabra de Dios pero no responde a la misma. Ve su reflejo en el espejo, rápidamente ajusta su apariencia exterior, y se marcha. El oye la predicación del evangelio, hace algunos ajustes menores y prosigue su camino. Pero el evangelio no alcanza a penetrar en su corazón y no llega a cambiar la disposición interna de este hombre. El espejo es un objeto utilizado para alterar la apariencia externa de la persona; la Palabra, sin embargo, confronta al hombre internamente y exige una respuesta.
¿Por qué se olvida la persona de su apariencia tan pronto como se aleja del espejo? Tal cosa parece increíble, pero sin embargo es cierta. Mucha gente oye una predicación cierto domingo, y una semana más tarde no puede recordar ni una palabra de dicho mensaje. La persona que se limita a oír la Palabra se aleja y no responde a sus demandas.
25. Pero el hombre que mira atentamente a la ley perfecta que da libertad, y sigue haciendolo sin olvidar lo que ha oído, sino que la cumple—éste será bendecido en lo que hace.
c. Una pronta respuesta. Nótese el contraste. La persona cuyos oídos y corazón están abiertos a lo que Dios tiene que decir literalmente se inclina para mirar la ley de Dios, del mismo modo en que lo hace cuando se contempla en el espejo que está colocado horizontalmente sobre la mesa. Sin embargo, la diferencia está en que al estudiar la ley perfecta de Dios ella no se aparta de dicha ley como lo hace la persona que echa solamente una rápida mirada al espejo. Aquella continúa mirando atentamente la Palabra. Medita sobre ella y obedientemente la pone en práctica.
Santiago recurre al uso de un sinónimo para la Palabra de Dios. La llama “la ley perfecta” y hace que el lector se acuerde del contenido del Salmo 19. Allí David canta:
La ley del Señor es perfecta,
revive el alma.
Los estatutos del Señor son confiables,
hacen sabio al simple …
Por ellos es advertido tu siervo;
en guardarlos hay gran recompensa, [vv. 7, 11]
El adjetivo descriptivo perfecto tiene un significado absoluto, no relativo. Por ejemplo, cuando Jesús dice: “Sed por lo tanto perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt. 5:48), el usa primeramente el adjetivo de un modo relativo (para el hombre) y luego de un modo absoluto (para el Padre celestial).
Las leyes promulgadas y oficializadas por el hombre son temporarias y están condicionadas por la cultura, el lenguaje y la ubicación. En contraste con esto, la ley de Dios es permanente e inmutable. Es aplicable a todos en todo tiempo y en toda situación. Es perfecta.
¿Por qué es perfecta la ley? Porque la ley perfecta de Dios da libertad y sólo ella hace que el hombre pueda ser realmente libre. Es decir, la ley de Dios por medio de Jesucristo libera al hombre de la esclavitud del pecado y del egoísmo. Jesús dice: “Y si el hijo os hiciese libres, seréis verdaderamente libres” (Jn. 8:36; consúltese también Ro. 8:2, 15; Gá. 5:13). Dentro de los límites de la ley de Dios el hombre es libre, porque allí vive en el ambiente que Dios le ha designado. Cuando cruza esa frontera, se transforma en un esclavo del pecado. Mientras guarde la ley, es libre.
Y finalmente, el hombre que sigue mirando fijamente la ley perfecta y la guarda, será bendecido. ¿Por qué es ese hombre feliz? Sabe que “los preceptos del Señor son rectos, y dan gozo al corazón”, y que además “los mandamientos del Señor son radiantes, y dan luz a los ojos” (Sal. 19:8; compárese con Sal. 119:1–3). El encuentra gozo en su quehacer, gozo en su familia y gozo en su Señor Sabe que Dios lo bendice en todo lo que hace (Jn. 13:17)