El fundamento del liderazgo: Integridad
El pastor Bob tenía todas las marcas de la bendición de Dios sobre su ministerio. Su iglesia había crecido de un modo notable con el correr de los años. Todos los domingos servía a miles de fieles que asistían regularmente a sus cultos. Su influencia, además, se extendía a millones, más allá de las paredes del santuario, a través del programa televisivo. Cualquier analista podría haber entendido muy fácilmente cuáles eran la razones de semejante éxito. El pastor Bob tenía un corazón en fuego, bastaba solamente verlo y oírlo predicar. Era asimismo un hombre de oración y, además, practicaba el retirarse a lugares desiertos para ayunar y buscar el rostro de Dios en intercesión por los millones que le seguían. A menudo hacía énfasis que su corazón estaba ligado a los pobres y que él vivía en absoluta humildad. Bien cabe preguntarse entonces: ¿cómo es posible que el pastor Bob haya terminado divorciado y con demandas judiciales por más de doscientos millones de dólares?
Los periodistas de un reconocido programa televisivo nacional americano comenzaron a investigarlo. Y entre las cosas que descubrieron, hallaron que la presunta pobreza del pastor Bob no era más que una farsa diseñada para encubrir tres propiedades millonarias, una en Miami, otra en California y la tercera en Texas. A esto se agregaba un estilo de vida fastuoso. El retiro al desierto que mostraba el programa de televisión no era más que una pretensión para las cámaras, ya que estaba a pocos metros de un hotel de super lujo, donde se había alojado con su séquito de colaboradores inmediatos, llevándose inclusive su propio televisor de pantalla gigante. Mucho más triste aún fue ver que el corazón intercesor del pastor Bob era otra farsa gigantesca. Las cámaras de televisión fueron al banco donde estaba la cuenta del ministerio. Allí llegaban directamente las cartas donde los fieles mandaban pidiendo oración. Los sobres eran abiertos por los empleados de la sucursal, quienes retiraban las ofrendas y arrojaban a la basura todo el resto. Los periodistas fueron al contenedor de los desperdicios y de allí sacaron varias bolsas de cartas personales que contenían los motivos de oración y gratitud por las respuestas recibidas. Fotos familiares que los fieles enviaban a su amado pastor … Como resultado del programa televisivo el gobierno nacional intervino para investigar posibles fraudes, y eso fue el comienzo del fin del ministerio “bendecido por Dios”. Parecería que el pastor Bob, al igual que muchos otros ministros evangélicos, nunca leyó Salmo 119:80: “Sea mi corazón íntegro en tus estatutos, para que no sea yo avergonzado
El pastor Bob tenía todas las marcas de la bendición de Dios sobre su ministerio. Su iglesia había crecido de un modo notable con el correr de los años. Todos los domingos servía a miles de fieles que asistían regularmente a sus cultos. Su influencia, además, se extendía a millones, más allá de las paredes del santuario, a través del programa televisivo. Cualquier analista podría haber entendido muy fácilmente cuáles eran la razones de semejante éxito. El pastor Bob tenía un corazón en fuego, bastaba solamente verlo y oírlo predicar. Era asimismo un hombre de oración y, además, practicaba el retirarse a lugares desiertos para ayunar y buscar el rostro de Dios en intercesión por los millones que le seguían. A menudo hacía énfasis que su corazón estaba ligado a los pobres y que él vivía en absoluta humildad. Bien cabe preguntarse entonces: ¿cómo es posible que el pastor Bob haya terminado divorciado y con demandas judiciales por más de doscientos millones de dólares?
Los periodistas de un reconocido programa televisivo nacional americano comenzaron a investigarlo. Y entre las cosas que descubrieron, hallaron que la presunta pobreza del pastor Bob no era más que una farsa diseñada para encubrir tres propiedades millonarias, una en Miami, otra en California y la tercera en Texas. A esto se agregaba un estilo de vida fastuoso. El retiro al desierto que mostraba el programa de televisión no era más que una pretensión para las cámaras, ya que estaba a pocos metros de un hotel de super lujo, donde se había alojado con su séquito de colaboradores inmediatos, llevándose inclusive su propio televisor de pantalla gigante. Mucho más triste aún fue ver que el corazón intercesor del pastor Bob era otra farsa gigantesca. Las cámaras de televisión fueron al banco donde estaba la cuenta del ministerio. Allí llegaban directamente las cartas donde los fieles mandaban pidiendo oración. Los sobres eran abiertos por los empleados de la sucursal, quienes retiraban las ofrendas y arrojaban a la basura todo el resto. Los periodistas fueron al contenedor de los desperdicios y de allí sacaron varias bolsas de cartas personales que contenían los motivos de oración y gratitud por las respuestas recibidas. Fotos familiares que los fieles enviaban a su amado pastor … Como resultado del programa televisivo el gobierno nacional intervino para investigar posibles fraudes, y eso fue el comienzo del fin del ministerio “bendecido por Dios”. Parecería que el pastor Bob, al igual que muchos otros ministros evangélicos, nunca leyó Salmo 119:80: “Sea mi corazón íntegro en tus estatutos, para que no sea yo avergonzado”.
Integridad: ¿Por qué es fundamental?
Sin integridad el liderazgo es una farsa. Un líder deshonesto, insincero, es tan contradictorio como un diablo humilde. Y sin embargo, no hay un año en que las noticias no nos hagan saber sobre el derrumbe de ministerios reconocidos, la caída de celebridades espirituales. Y esto por docenas. Parecería que a pesar de las repetidas advertencias a través de la Biblia y las noticias seculares, muchos no han comprendido que la integridad absoluta es el fundamento de todo liderazgo verdadero. Que sobre ese fundamento debemos construir las nueve cualidades analizadas en los capítulos precedentes, pero si nuestro servicio carece de integridad es construir sobre un fundamento de arena ¿Por qué, entonces, la integridad es imprescindible y no opcional?
¿Por qué es fundamental?
I. Integridad: ¿Por qué es fundamental?
lancé a los asistentes el siguiente desafío: “Mencione las diez cualidades principales que esperamos de nuestros líderes”