LECCION 3
INTRODUCCIÓN
Libro profético ubicado en el cuerpo más extenso del libro de los Doce, también conocido como Profetas Menores. Miqueas profetizó durante los reinados de Jotam, Acaz y Ezequías—reyes de Judá.
AUTOR Y FECHA
Generalmente se considera que el autor fue Miqueas de Moreset (1:1), cuyo lugar de residencia, identificado con *Moreset-gatset-gat en la Sefela o tierras bajas de Judá, fue la región general de su actividad profética (1:14). Contemporáneo más joven de Isaías, hizo oír sus dichos durante los reinados de Jotam (ca. 742–735 a.C.), Acaz (ca. 735–715 a.C.), y Ezequías de Judá (ca. 715–687 a.C.).
Algunos eruditos modernos sostienen que solamente Mi. 1:2–2:10 y partes de los cap(s). 4 y 5 son obra del profeta mismo. Si bien los dos últimos cap(s). del libro contienen muchos elementos afines a la obra de Miqueas, los críticos afirman que a causa de las diferencias de fondo y estilo con respecto a las primeras porciones de la profecía, y la posición comparativamente subordinada que ocupan en el libro, se hace necesario asignarlos a una época posterior al ss. VIII a.C. En particular, se considera que 7:7–20 es decididamente posexílico.
CIRCUNSTANCIAS
En el gobierno de Jotam se hizo un censo en Galaad (Transjordania) (1 Cr. 5:17) y hubo un conflicto con •Rezín, rey de Siria y •Peka, rey de Israel. Pero su hijo Acaz se distinguió por un comportamiento impío, llegando a quemar en sacrificio a sus propios hijos (2 Cr. 28:3–4). Fue en una época cuando se vieron fuertes amenazas de invasión desde Asiria. Los reyes de Israel y Siria propusieron una alianza antiasiria, pero Acaz se negó, por lo cual le invadieron y le hicieron mucho daño (2 Cr. 28:5–8). Los edomitas aprovecharon la situación de debilidad de Acaz y atacaron a Judá. Todo esto aconteció por la impiedad de Acaz (2 Cr. 28:19), quien pidió auxilio a los asirios comprando su ayuda con los tesoros de la casa real y de la casa de Jehová (2 R. 16:8). Los asirios atacaron Siria y tomaron Damasco, dejando a Judá como tributario (2 Cr. 28:20–21). Acaz visitó a Tiglat-pileser en Damasco y vio un altar pagano cuyo diseño le gustó, lo mandó copiar e hizo uno igual, haciendo modificaciones en el •templo.
Durante este tiempo Miqueas ha venido predicando varios oráculos anunciando juicio de Dios contra Jerusalén y Samaria. Cuando Ezequías, hijo de Acaz, sube al trono, las profecías contra Samaria se cumplen, ya que es destruida. Ezequías reacciona ante el mensaje del profeta y comienza su famosa reforma religiosa en Jerusalén.
BOSQUEJO Y CONTENIDO
a. El juicio que se cierne sobre Israel (1:1–16).
b. Israel será castigada, y luego restaurada (2:1–13).
c. Condenación de los príncipes y los profetas (3:1–12).
d. La gloria y la paz futuras de Jerusalén (4:1–13).
e. El sufrimiento y la restauración de Sión (5:1–15).
f. El contraste entre la religión profética y la popular (6:1–16).
g. La corrupción de la sociedad; declaración final de confianza en Dios (7:1–20).
LOS TEMAS
Miqueas contiene dos temas principales:
1. La advertencia a Judá para que no actúe como lo había hecho el reino del norte. Los capítulos 1–3 y 6–7 contienen una comparación de Judá con el reino del norte de Israel (Miq 1:5; 3:1; 6:16) el cual, en el contexto más extenso del libro de los Doce, ya ha sido destruido por causa de su iniquidad. Por lo tanto, Miqueas sirve para advertirle a Judá que Yavé lo juzgará de la misma manera que ha juzgado al reino del norte (ver Nogalski, Micah-Malachi, 499–500).
2. La predicción del exilio y la consiguiente restauración. Los capítulos 4–5 parecen asumir que la destrucción es inminente, pero principalmente hablan de la esperanza y de la renovación escatológica.
Aunque el sobrescrito de Miqueas y su ubicación en el libro de los Doce indican que el libro se debería leer como la obra de un profeta del siglo ocho a.C., hay partes largas que parecen ser de un autor posterior. Debido a esa fluctuación entre juicio y esperanza, es difícil hablar de un tema único en Miqueas.
• Los capítulos 1–3 hablan principalmente de juicio para el reino del norte y para Judá y parecen tener en mente la amenaza asiria (especialmente Isa 1:8–16).
• Los capítulos 4–5 mencionan la amenaza asiria pero también son conscientes de la amenaza babilónica que viene después de Asiria y del exilio final. Estos capítulos también ofrecen la esperanza escatológica que Yavé instituirá un tiempo de paz y prosperidad después del tiempo de pérdida.
• Los capítulos 6–7 mayormente acusan a Judá quien se comporta como el reino del norte, Israel y sigue sus caminos impíos.
• Miq 7:8–20 cierra el libro con una nota de esperanza, perdón y restauración.
Todo esto se incluye bajo un encabezado literario que ubica a las profecías en el siglo ocho. El mensaje de Miqueas entonces, se convierte en uno de juicio inminente seguido de esperanza en la restauración y en la prosperidad.
LA FE DE MIQUEAS
La fe de Miqueas se apoya sobre lo que conoce de Dios por su ley y por su manera de actuar hacia el pueblo y hacia los individuos (2:7; 6:3–5; 7:15). El Señor, juez justo, ama la misericordia. Demanda que su pueblo practique la justicia y la caridad. El profeta exhibe fuerza y valor envuelto en las promesas divinas. Sabe que la seguridad de Israel reposa sobre el pacto de Dios con su pueblo, sobre la promesa de la salvación hecha a Abraham (7:20) y que se centra sobre el Hijo de David (5:2–6; cfr. Lc. 1:72–75). Los enemigos del Reino no podrían prevalecer. El cap. 5 se basa sobre la misma verdad mesiánica que la del Sal. 2; tiene como fundamento las declaraciones de Dios, al igual que el sublime mensaje de perdón y de restauración de 7:8–20.
DESARROLLO
El profeta comienza denunciando “la rebelión de Jacob”, que es Samaria y “los lugares altos de Judá”, que es Jerusalén. Dios vendrá a hacer juicio “y se derretirán los montes debajo de él”. Samaria será hecha “montones de ruinas”. La calamidad vendrá “hasta Judá … hasta la puerta de mi pueblo, hasta Jerusalén”. Nombra varios pueblos hasta los cuales llegará la destrucción: •Gat, •Bet-le-afra, •Safir, •Zaanán, •Betesel, •Marot, •Laquis, •Maresa, •Adulam. Es una alusión a la invasión asiria que vendría. Todos estos pueblos se verían afectados por ella (Mi. 1:1–16).
El segundo capítulo incluye una denuncia de los gobernantes, que “oprimen al hombre y a su casa, al hombre y a su heredad”. Éstos serán destruidos y sus heredades repartidas a otros. Son los que dicen a los profetas: “No profeticéis”. “Si alguno andando en espíritu de falsedad mintiere diciendo: Yo te profetizaré de vino y de sidra; este tal será el profeta de este pueblo”. Dios se queja “del que ayer era mi pueblo”, donde ahora impera la injusticia. Sin embargo, Dios promete juntar al remanente de Israel, poniéndose “a la cabeza de ellos” (Mi. 2:1–13).
Los príncipes y jefes de Israel aman la injusticia (“… aborrecéis lo bueno y amáis lo malo”) y explotan al pueblo. Los profetas hablan de paz “cuando tienen algo que comer, y al que no les da de comer, proclaman guerra contra él”. Dios no oirá el clamor de los príncipes y “sobre los profetas se pondrá el sol”, pues “no [habrá] respuesta de Dios”. El profeta habla en primera persona: “Mas yo estoy lleno de poder del Espíritu de Jehová … para denunciar a Jacob su rebelión”. Los “jefes juzgan por cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero”. Por todo esto “Sion será arada como campo, y Jerusalén vendrá a ser montones de ruinas” (Mi. 3:1–12).
Pero en los postreros tiempos “el monte de la casa de Sion será establecido por cabecera de montes”. Las naciones vendrán allí a adorar a Dios. Habrá una paz universal (“… martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra. Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera…”). Dios tratará a Israel como un pastor a la oveja descarriada, “y Jehová reinará sobre ellos en el monte de Sion”. Esta gloria comenzará por “el reino de la hija de Jerusalén”. No obstante, esto pasará después que Jerusalén haya sido llevada a Babilonia, de donde será luego librada para convertirse en señora de naciones (Mi. 4:1–13).
En el capítulo quinto aparece la promesa del Mesías: “Pero tú, Belén Efrata … de ti saldrá el que será Señor en Israel”, quien “será engrandecido hasta los fines de la tierra. Y éste será nuestra paz”. Los esparcidos de Israel serán “como el león entre las bestias de la selva”. Pero ciertamente, Dios ha decidido destruir “las ciudades de tu tierra.… tus esculturas y tus imágenes”, así como “las naciones que no obedecieron” (Mi. 5:1–15).
Dios tiene “pleito con su pueblo”. Le recuerda lo que hizo por él, hablándole del •éxodo y el incidente de Balaam. Luego, señala que lo que agrada a Jehová no son “millares de carneros, o diez mil arroyos de aceite”, ni que se le ofrende el hijo primogénito. Lo que Dios pide es “hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”. Se acusa a los impíos que acumulan “tesoros de impiedad”, a los que tienen “balanza falsa y bolsa de pesas engañosas”. Por esas cosas Dios ha enviado castigo (Mi. 6:1–16).
El profeta se lamenta porque “faltó el misericordioso de la tierra y ninguno hay recto entre los hombres.… El mejor de ellos es como el espino; el más recto, como zarzal”. No se respeta la amistad ni se puede confiar en los vínculos familiares. Pero hay esperanza (“Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá”). Los enemigos no deben alegrarse del juicio de Dios sobre su pueblo, porque Dios edificará los muros de Jerusalén y hará “maravillas como el día que” salió Israel de Egipto. “Las naciones.… lamerán el polvo como la culebra”. El libro termina haciendo un juego de palabras con el nombre de Miqueas, al decir: “¿Qué Dios como tú…” Ese Dios es el que “perdona la maldad.… El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados…” (Mi. 7:1–20).