1 CORINTIOS 7:1-17
La frase de Hechos 26:10, en la que Pablo afirma haber votado en el Sanedrín, donde sólo los cabezas de familia tenían derecho al voto, ofrece fundamento para opinar que Pablo no era soltero, sino viudo. No obstante (todo el capítulo es nota del traductor), un rabino converso me aclaró que existía una especie de «matrimonio» con la Torah, en virtud del cual se admitía como «casados» a los que, de manera especial, se dedicaban al estudio y enseñanza de la Ley.
La pregunta sobre si Pablo alguna vez estuvo casado en intrigante. «Para que alguien fuese ordenado rabino, la ley requería que el candidato fuese casado; si Pablo era ordenado, entonces estuvo casado». Los rabinos enseñaban que todos los judíos debían casarse para procrear.18 Los padres de la iglesia debatieron largamente esta pregunta, especialmente a la luz del conocimiento tan acabado que tenía del matrimonio. Si Pablo estaba casado cuando vivía en Jerusalén, ¿se separaría de su esposa cuando se convirtió al cristianismo? Su esposa podría haber seguido fiel al judaísmo. Cualquiera haya sido la historia personal de Pablo, sabemos que cuando escribió 1 Corintios vivía como célibe.
El divorcio arruina a toda la familia. La separación afecta al esposo, a la esposa, a los hijos, a los parientes y a los amigos. Debido a que es perjudicial para todos, Dios aborrece el divorcio (Mal. 2:16). En sociedades donde los familiares forman un núcleo cerrado, los parientes presionan para evitar el divorcio. En la comunidad eclesiástica, los miembros también tienen la responsabilidad social de ayudar a sus hermanos cuando ellos necesitan consejería y asesoramiento. Cuando en una familia surgen problemas, los miembros del cuerpo de Cristo deberían aportar su sabiduría corporativa para impedir rupturas permanentes en la vida familiar y facilitar la reconciliación. Cuando Pablo describe a la iglesia, dice: «Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él. Si un miembro es honrado, todos se regocijan con él» (12:26).
Calvino escribe, «porque la piedad de uno hace más por ‘santificar’ el matrimonio que lo que la impiedad del otro hace por mancillarlo»