echaron suertes, para saber por causa de quién les había venido aquel mal. Echar suertes era legítimo, incluso en el pueblo de Dios, como vemos en Hechos 1:26. Pero notemos que, después de la elección de Matías, ya no se nombran más las suertes, porque ahora tenemos dentro el Espíritu Santo, el cual nos enseña todas las cosas (1 Jn. 2:20, 27).