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¡Poder del Cielo!

Hechos 2

“No vamos a influir sobre el mundo mediante la critica ni al conformarnos a él, sino a través de vidas encendidas por el Espíritu de Dios”.

Vance Havner dijo esto, y tenía razón. La iglesia primitiva no tenía ninguna de las cosas que a nuestro parecer son esenciales para el éxito hoy: edificios, dinero, influencia política, posición social; y sin embargo la iglesia ganó a multitudes para Cristo, y vio establecidas muchas iglesias por todo el mundo romano. ¿Por qué? Porque la iglesia tenía el poder del Espíritu Santo que vigorizaba su ministerio. Eran personas que estaban ardiendo mediante el Espíritu de Dios.

Ese mismo poder del Espíritu Santo está disponible para nosotros hoy, para hacernos testigos más eficaces para Cristo. Entre mejor entendamos su obra en Pentecostés, mejor podremos relacionarnos a él y experimentar su poder. El ministerio del Espíritu Santo es glorificar a Cristo en la vida y el testimonio del creyente (Juan 16:14), y eso es lo importante. Hechos 2 nos ayuda a entender al Espíritu Santo al relatar cuatro experiencias en la vida de la iglesia cristiana.

1. La Iglesia espera al Espíritu (Hechos 2:1)

“Pentecostés” quiere decir quincuagésimo porque esta fiesta se celebraba cincuenta días después de la Fiesta de las Primicias (Levítico 23:15–22). El calendario de fiestas judías en Levítico 23 es un bosquejo de la obra de Jesucristo. La Pascua es un cuadro de su muerte como el Cordero de Dios (Juan 1:29; Corintios 5:7), y la Fiesta de las Primicias es un cuadro de su resurrección de los muertos (1 Corintios 15:20–23). Cincuenta días después de la Fiesta de las Primicias es la Fiesta de Pentecostés, la cual representa la formación de la iglesia. En Pentecostés los judíos celebraban el otorgamiento de la ley, pero los creyentes lo celebran porque fue el otorgamiento del Espíritu Santo a la iglesia.

La Fiesta de las Primicias tenía lugar en el día después del día de reposo que seguía a la Pascua, lo que quiere decir que siempre ocurría en el primer día de la semana (el sábado es el séptimo día). Jesús resucitó de los muertos en el primer día de la semana, y “primicias de los que durmieron es hecho” (1 Corintios 15:20). Ahora bien, si Pentecostés ocurría cincuenta días después, siete semanas más un día, entonces Pentecostés también tenía lugar en el primer día de la semana. Los cristianos se reúnen y adoran el domingo, el primer día de la semana, porque en ese día nuestro Señor resucitó de los muertos, y también ese fue el día en que el Espíritu Santo fue dado a la iglesia.

En la Fiesta de las Primicias el sacerdote mecía una gavilla de grano ante el Señor; pero en el Pentecostés presentaba dos panes. ¿Por qué? Porque en el Pentecostés el Espíritu Santo bautizó a los creyentes y los unió en un solo cuerpo. Los creyentes judíos recibieron este bautismo en Pentecostés, y los creyentes gentiles en la casa de Cornelio (Hechos 10). Esto explica la presencia de dos panes (ve 1 Corintios 10:17). El hecho de que hubiera levadura en los panes indica la presencia de pecado en la Iglesia. La Iglesia no será perfecta sino cuando llegue al cielo.

No debemos concluir que esta reunión de oración de diez días fue lo que logró los milagros del día de Pentecostés, o que hoy podemos orar como ellos hicieron y experimentar otro Pentecostés. Como la muerte de nuestro Señor en el Calvario, Pentecostés fue un evento único que no se repetirá. La Iglesia puede experimentar nuevas llenuras del Espíritu, y por cierto que la oración paciente es un elemento esencial del poder espiritual, pero no debemos buscar otro Pentecostés como tampoco debemos buscar otro Calvario.

La Iglesia adora al Señor (Hechos 2:2–13)

Al estudiar los sucesos del Pentecostés es importante separar lo incidental de lo esencial. El espíritu vino y las personas oyeron el sonido del viento recio que soplaba y vieron las lenguas como de fuego. El Espíritu bautizó y llenó a los creyentes, y ellos hablaron en diferentes idiomas al alabar a Dios. El Espíritu dio poder a Pedro para que predicara, y luego el Espíritu Santo convenció a los oyentes de modo que tres mil de ellos confiaron en Cristo y fueron salvos. Consideremos estos ministerios uno por uno.

El Espíritu vino (2:2–3). El Espíritu Santo había estado activo antes de Pentecostés y había obrado en la creación (Génesis 1:1, 2), en la historia del Antiguo Testamento (Jueces 6:34; 1 Samuel 16:13), y en la vida y el ministerio de Jesús (Lucas 1:30–37; 4:1, 14; Hechos 10:38). Sin embargo, ahora habría dos cambios: el Espíritu moraría en las personas y no simplemente vendría sobre ellas, y su presencia sería permanente, y no temporal (Juan 14:16–17). El Espíritu no podría haber venido antes, porque era esencial que Jesús muriera, fuera resucitado de los muertos, y volviera al cielo antes de que el Espíritu Santo pudiera ser otorgado (Juan 7:37–39; 16:7 en adelante). Recuerda el calendario judío de Levítico 23: Pascua, Primicias y luego Pentecostés.

Hubo tres señales asombrosas que acompañaron la venida del Espíritu: el sonido de un viento recio que soplaba, lenguas repartidas como de fuego, y los creyentes que alababan a Dios en varios idiomas. Tanto en el hebreo como en el griego la palabra “Espíritu” es la misma que viento (Juan 3:8). Las personas no sintieron el viento; oyeron el sonido de un viento poderoso. Es probable que los creyentes estuvieran en el templo cuando esto ocurrió (Lucas 24:53). La palabra “casa” de Hechos 2:2 puede referirse al templo (ve Hechos 7:47). Las lenguas de fuego simbolizaban el testimonio poderoso de la iglesia al pueblo. El reconocido predicador Campbell Morgan nos recuerda que nuestras lenguas pueden ser inflamadas ¡bien sea por el cielo o por el infierno! (Santiago 3:5–6). Combina el viento y el fuego y lo que tienes es ¡un incendio!

El Espíritu bautizó (1:5). La palabra griega baptizo tiene dos significados; uno literal y otro figurado. La palabra literalmente significa sumergir, pero el sentido figurado es ser identificado con. El bautismo del Espíritu es el acto de Dios por el cual él identificó a los creyentes con la exaltada Cabeza de la Iglesia, Jesucristo, y formó el cuerpo espiritual de Cristo en la tierra (1 Corintios 12:12–14). Históricamente esto tuvo lugar en Pentecostés; hoy, tiene lugar cada vez que un pecador confía en Jesucristo y nace de nuevo.

Cuando se lee la palabra “bautismo” en el Nuevo Testamento se debe ejercer discernimiento para determinar si la palabra se debe interpretar literal o simbólicamente. Por ejemplo, en Romanos 6:3–4 y Gálatas 3:27–28, la referencia es simbólica puesto que el bautismo en agua no puede dar salvación al pecador. Sólo el Espíritu Santo puede hacer eso (Romanos 8:9; 1 Corintios 12:13; ver Hechos 10:44–48). El bautismo en agua es un testimonio público de la identificación de la persona con Jesucristo, en tanto que el bautismo del Espíritu es la experiencia personal y privada que identifica a la persona con Cristo.

Es importante notar que, históricamente, el bautismo del Espíritu tuvo lugar en dos etapas: los judíos creyentes fueron bautizados en Pentecostés, y los gentiles fueron bautizados y añadidos al cuerpo en la casa de Cornelio (Hechos 10:44–48; 11:15–17; y ver Efesios 2:11–22).

El Espíritu llenó (2:4). La llenura del Espíritu tiene que ver con poder para el testimonio y el servicio (Hechos 1:8). No se nos exhorta a ser bautizados por el Espíritu, porque esto es algo que Dios hace una sola vez cuando confiamos en su Hijo. Pero sí se nos ordena ser llenos del Espíritu (Efesios 5:18), porque necesitamos su poder constantemente para servir a Dios con eficacia. En Pentecostés los creyentes fueron llenos del Espíritu y experimentaron el bautismo del Espíritu; pero después de eso, experimentaron muchas llenuras (Hechos 4:8, 31; 9:17; 13:9) pero no bautismos.

Ocasionalmente alguien dice: “¿Qué más da las palabras que usemos? ¡Lo importante es que tengamos la experiencia!” Dudo que aplicaran el mismo enfoque a cualquier otro aspecto de la vida tal como la medicina, cocina o mecánica. ¿Qué diferencia tiene si el farmacéutico usa arsénico o aspirina en la receta, mientras que uno se sane? ¿O qué tal si el mecánico instala un alternador o un carburador, siempre y cuando el carro funcione?

El Espíritu Santo nos ha revelado la verdad de Dios en palabras (1 Corintios 2:12–13), y estas palabras tienen significados definitivos que no se deben cambiar. La regeneración no se debe confundir con la justificación, ni la propiciación con la adopción. Cada una de estas palabras es importante en el plan divino de salvación, y se debe definir con precisión y usar con cuidado.

El bautismo del Espíritu quiere decir que pertenezco al cuerpo de Cristo; la plenitud del Espíritu quiere decir que mi cuerpo le pertenece a él. El bautismo es final; la llenura se repite conforme confiamos en Dios para renovar nuestro poder para testificar. El bautismo incluye a todos los creyentes, porque nos hace uno en el cuerpo de Cristo (Efesios 4:1–6); en tanto que la llenura es personal e individual. Estas son dos experiencias distintas y no se las debe confundir.

El Espíritu habló (2:4, 11). Nota que los creyentes estaban alabando a Dios, y no predicando el evangelio; y que usaban lenguajes conocidos, no alguna lengua desconocida (Hechos 2:6, 8). Lucas mencionó quince diferentes lugares geográficos y claramente indicó que los ciudadanos de esos lugares oyeron a Pedro y a otros proclamar las maravillosas obras de Dios en idiomas que podían entender. La palabra griega que se traduce “lengua” en Hechos 2:6 y en Hechos 2:8 es dialektos y se refiere a un idioma o dialecto de algún país o distrito (Hechos 21:40; 22:2; 26:14). A menos que se nos instruya de otra manera en las Escrituras, debemos dar por hecho que cuando se menciona “hablar en lenguas” en otros pasajes de Hechos, o en 1 Corintios, se refiere a una experiencia idéntica: creyentes que alaban a Dios en el Espíritu en lenguajes que son conocidos.

¿Por qué hizo Dios esto? Por un lado, Pentecostés fue el inverso del castigo de la torre de Babel cuando Dios confundió los lenguajes humanos (Génesis 11:1–9). El castigo divino en Babel esparció a la gente, pero la bendición de Dios en Pentecostés unió a los creyentes en el Espíritu. En Babel la gente no se pudo comprender los unos a otros; pero en Pentecostés la gente oyó las alabanzas a Dios y entendió lo que se decía. La torre de Babel fue una maquinación diseñada para alabar al hombre y hacerse un nombre para sí mismos, pero Pentecostés trajo alabanza a Dios. La construcción de Babel fue un acto de rebelión, pero Pentecostés fue un ministerio de humilde sumisión a Dios. ¡Qué contraste!

Otra razón para este don de lenguas fue revelar a la gente que el evangelio era para todo el mundo. Dios quiere hablar a toda persona en su propio idioma y darle el mensaje de salvación en Jesucristo. El énfasis del libro de los Hechos es la evangelización mundial: “hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). “El Espíritu de Cristo es el espíritu de las misiones”, dijo Henry Martin, “y mientras más nos acercamos a Cristo, más intensamente debemos dedicarnos a la obra misionera”. Al parecer, el sonido del viento atrajo a la gente al templo en donde estaban reunidos los creyentes, pero fue la alabanza de los creyentes que realmente captó su atención. Los oyentes desinteresados se burlaron y acusaron a los creyentes de estar borrachos, pero otros se interesaron sinceramente en lo que estaba sucediendo. La gente estaba confusa (Hechos 2:6), atónita (Hechos 2:7, 12), y después maravillada (Hechos 2:7).

Es interesante que los burladores acusaron a los creyentes de estar borrachos, porque el vino se relaciona con el Espíritu Santo (Efesios 5:18). Pablo menciona las dos cosas en contraste, porque cuando un hombre está lleno de licor pierde el control de sí mismo y acaba avergonzado; pero cuando una persona está llena del Espíritu tiene dominio propio y glorifica a Dios. El licor puede dar una alegría temporal, pero el Espíritu da una profunda satisfacción y un gozo duradero.

La Iglesia testifica a los perdidos (Hechos 2:14–41)

Pedro no predicó en lenguas; se dirigió a su público en el arameo cotidiano que todos entendían. El mensaje fue dado por un judío, a judíos (Hechos 2:14, 22, 29, 36), en un día santo para los judíos, en cuanto a la resurrección del Mesías judío, a quien su nación había crucificado. Los gentiles que estaban allí eran prosélitos a la religión judía (Hechos 2:10). Pedro no abriría la puerta de fe a los gentiles hasta visitar a Cornelio (Hechos 10).

Hay tres explicaciones en el sermón de Pedro.

Pedro explicó lo que había sucedido: El Espíritu había venido (2:14–21). La adoración gozosa de los creyentes no fue resultado de demasiado vino; fue evidencia de la llegada del Espíritu Santo para morar en su pueblo. Los judíos ortodoxos no comían ni bebían antes de las 9:00 A.M. del sábado ni de un día santo, y por lo general tampoco bebían vino excepto con las comidas.

Pedro no dijo que el Pentecostés fuera el cumplimiento de la profecía de Joel 2:28–32, porque las señales y maravillas profetizadas no habían ocurrido. Cuando se lee la profecía de Joel en su contexto, se entiende que trata de la nación de Israel en los últimos tiempos, en relación con el día del Señor. Sin embargo, Pedro fue guiado por el Espíritu a ver en la profecía una aplicación para la iglesia. Él dijo: “Este es el mismo Espíritu Santo del que Joel escribió. ¡Ya está aquí!” Tal anuncio les habría parecido increíble a los judíos, porque ellos pensaban que el Espíritu de Dios era dado sólo a unos cuantos elegidos (ve Números 11:28–29). Pero allí había 120 de sus compatriotas judíos, hombres y mujeres, disfrutando de la bendición del mismo Espíritu Santo que había dado poder a Moisés, a David y a los profetas.

Era en verdad el amanecer de una nueva edad, los últimos días en los cuales Dios llevaría a la culminación su plan de salvación para la humanidad. Jesús había concluido la gran obra de redención y nada más restaba por hacerse excepto proclamar las buenas nuevas al mundo, empezando con la nación de Israel. La invitación es: “Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Hechos 2:21).

Pedro explicó cómo había sucedido: Jesús estaba vivo (2:22–35). Las noticias corren rápidamente en el oriente; y probablemente la mayoría de los adultos que estaban en Jerusalén, residentes y visitantes, sabían del arresto, el juicio y la crucifixión de Jesús de Nazaret. También habían escuchado rumores de un anuncio oficial que acusaba a los discípulos de haberse robado el cuerpo de Jesús para hacer creer a la gente que él había cumplido su palabra y había resucitado de los muertos.

Pero Pedro les dijo la verdad: Jesús de Nazaret había resucitado de los muertos, y la resurrección prueba que él es el Mesías. Pedro les dio cuatro pruebas de la resurrección de Jesucristo de Nazaret, y luego les invitó a creer en Cristo y ser salvos.

Su primera prueba fue la persona de Jesucristo (2:22–24). Los que escuchaban a Pedro sabían que Jesús era de Nazaret, y que había realizado muchos milagros y señales (en referencia a “Jesús de Nazaret”, ver Hechos 2:22; 3:6; 4:10; 6:14; 10:38; 22:8; 26:9; también 24:5). Era claro que la mano de Dios estaba sobre él. Ellos le habían oído hablar y habían presenciado su vida. Incluso le habían visto resucitar a los muertos, y no podían hallar falta en él; y “no se ha hecho esto en algún rincón” (Hechos 26:26).

Era increíble que un hombre así fuera derrotado por la muerte. Desde un punto de vista, la crucifixión de Jesús fue un crimen terrible (Hechos 2:23), pero también fue una victoria maravillosa (Hechos 2:24). La palabra que se traduce “dolores” quiere decir dolores de parto, lo cual sugiere que la tumba fue un vientre del cual Jesús nació en la gloria de la resurrección (ve Hechos 13:33).

La segunda prueba de Pedro fue la profecía de David (2:25–31). Pedro citó Salmo 16:8–11, versículos que obviamente no se podrían aplicar a David, quien ya estaba muerto y sepultado. Siendo profeta de Dios, David escribió en cuanto al Mesías, de que su alma no quedaría en el Hades (la región de los muertos) ni su cuerpo en la tumba en donde se pudriría.

La tercera prueba fue el testimonio de los creyentes (2:33). Después de su resurrección Jesús no apareció al mundo en general, sino sólo a sus propios seguidores a quienes había comisionado para que dieran testimonio a otros de su resurrección (Hechos 1:3, 22). Pero ¿eran estas personas testigos confiables? ¿Podemos confiar en ellos? ¡Ciertamente que podemos! Antes de la resurrección de Cristo los discípulos ni siquiera creían que él sería resucitado de los muertos; y ellos mismos tuvieron que confiar (Mateo 16:9–14; Hechos 1:3). No tenían nada que ganar al predicar una mentira, porque su mensaje despertó oposición oficial e incluso condujo al encarcelamiento y muerte de algunos de los creyentes. Unos pocos fanáticos tal vez estén dispuestos a creer y promover una mentira por un tiempo, pero cuando miles creen un mensaje, y cuando ese mensaje está respaldado por milagros, no se lo puede descartar fácilmente. Estos testigos eran fidedignos.

La cuarta prueba que Pedro presentó de la resurrección de Cristo fue la presencia del Espíritu Santo (2:33–36). Sigue su lógica. Si el Espíritu Santo está en el mundo, entonces Dios debe haberlo enviado. Joel prometió que un día vendría el Espíritu, y el mismo Jesús había prometido enviar el don del Espíritu Santo a su pueblo (Lucas 24:49; Juan 14:26; 15:26; Hechos 1:4). Pero si Jesús está muerto no puede enviar al Espíritu; por consiguiente, él está vivo. Es más, él no podía enviar al Espíritu a menos que hubiera regresado al Padre (Juan 16:7); así que ¡Jesús ha ascendido al cielo! Para respaldar esta afirmación Pedro citó el Salmo 110:1, versículo que ciertamente no se podría aplicar a David.

La conclusión de Pedro fue a la vez una declaración y una acusación: Jesús es el Mesías de ustedes, ¡pero ustedes lo crucificaron! (ve Hechos 2:23). Pedro no presentó la cruz como el lugar en donde el Sustituto sin pecado murió por el mundo, sino ¡en donde Israel mató a su propio Mesías! ¡Ellos cometieron el crimen más grande de la historia! ¿Había alguna esperanza? Sí, porque Pedro dio una tercera explicación que serían buenas nuevas para sus corazones.

Pedro explicó por qué sucedió: para salvar a los pecadores (2:36–41). El Espíritu Santo tomó el mensaje de Pedro y lo usó para traer convicción a los corazones de los oyentes. (En Hechos 5:33 y 7:54 se usa una palabra griega distinta que sugiere cólera en lugar de convicción de pecado.) Después de todo, si ellos eran culpables de crucificar a su propio Mesías, ¡qué haría Dios con ellos! Nota que ellos dirigieron sus preguntas a los otros apóstoles tanto como a Pedro, porque los doce participaron en el testimonio ese día, pero Pedro era su líder.

Pedro les dijo cómo podían ser salvos: tenían que arrepentirse de sus pecados y creer en Jesucristo. Darían prueba de la sinceridad de su arrepentimiento y fe al ser bautizados en el nombre de Jesucristo, identificándose de ese modo públicamente con su Mesías y Salvador. Sólo mediante el arrepentimiento y la fe en Cristo podían recibir el don del Espíritu (Gálatas 3:2, 14), y la promesa era tanto para los judíos como para los gentiles que estaban lejos (Efesios 2:13–19).

Es lamentable que la traducción de Hechos 2:38 en casi todas las versiones al español sugiera que las personas deben bautizarse a fin de ser salvas, porque esto no es lo que la Biblia enseña. La palabra griega eis (que se traduce “para” en la frase “para perdón de los pecados”) puede significar a causa de o a base de. En Mateo 3:11 Juan el Bautista bautizaba a base de que la gente se hubiera arrepentido. Hechos 2:38 no se debe usar para enseñar la salvación mediante el bautismo. Si el bautismo fuera esencial para la salvación, parecería extraño que Pedro no dijera nada en cuanto al bautismo en sus otros sermones (Hechos 3:12–26; 5:29–32; 10:34–43). De hecho, las personas en la casa de Cornelio recibieron el Espíritu Santo ¡antes de ser bautizadas! (Hechos 10:44–48). Puesto que se ordena que los creyentes sean bautizados, es importante que tengamos una buena conciencia ante Dios al obedecer (1 Pedro 3:21), pero no debemos pensar que el bautismo sea parte de la salvación. Si fuera así, entonces nadie mencionado en Hebreos 11 sería salvo, porque ninguno de ellos fue bautizado.

Hechos 2:40 indica que los apóstoles continuaron proclamando la palabra e instando a las personas a que confiaran en Jesucristo. Veían a la nación de Israel como una “perversa generación” que estaba bajo condenación (Mateo 16:4; 17:17; Filipenses 2:15). En realidad, la nación tendría como cuarenta años antes de que Roma destruyera la ciudad y el templo, y dispersara al pueblo. La historia se repetía. Durante los cuarenta años en el desierto la nueva generación “se salvó” de la generación anterior que se rebeló contra Dios. Ahora Dios le daría a su pueblo otros cuarenta años de gracia; y en ese día tres mil personas se arrepintieron, creyeron y fueron salvas.

La Iglesia anda en el Espíritu (Hechos 2:42–47)

Los creyentes continuaron usando el templo como su lugar de reunión y ministerio, pero también se reunían en varias casas. Los tres mil nuevos convertidos necesitaban instrucción en la Palabra y comunión con el pueblo de Dios para crecer y llegar a ser testigos eficaces. La iglesia primitiva hizo más que ganar conversos; también hizo discípulos (Mateo 28:19–20).

Dos frases en Hechos 2:42 tal vez necesiten una explicación. “El partimiento del pan” probablemente se refiere a sus comidas regulares, pero al concluir cada comida probablemente hacían una pausa para recordar al Señor, observando lo que nosotros llamamos la cena del Señor. El pan y el vino eran artículos comunes en la mesa judía. La palabra “comunión” significa mucho más que estar juntos. Quiere decir tener en común y probablemente se refiere a la práctica de compartir los bienes materiales que tuvo lugar en la iglesia primitiva. Esto por cierto no era una forma de comunismo moderno, porque el programa fue totalmente voluntario, temporal (Hechos 11:27–30), y motivado por el amor.

La iglesia estaba unificada (Hechos 2:44), tenía favor con todo el pueblo (Hechos 2:47a), y se multiplicaba (Hechos 2:47b). Tuvo un poderoso testimonio entre los judíos no salvos, no sólo debido a los milagros que hacían los apóstoles (Hechos 2:43), sino también por la manera en que los miembros del compañerismo se amaban unos a otros y servían al Señor. El Señor resucitado continuaba obrando con ellos (Marcos 16:20), y continuamente personas eran salvas. ¡Qué iglesia!

Los creyentes que se encuentran en el libro de los Hechos no se reunían una vez a la semana para tener cultos como de costumbre. Se reunían diariamente (Hechos 2:46), se interesaban diariamente (Hechos 6:1), ganaban almas diariamente (Hechos 2:47), estudiaban las Escrituras diariamente (Hechos 17:11), y aumentaban en número diariamente (Hechos 16:5). Su fe cristiana era una realidad día tras día, y no una rutina de una vez a la semana. ¿Por qué? Porque el Cristo resucitado era una realidad viva para ellos, y su poder de resurrección estaba obrando en sus vidas por medio del Espíritu.

La promesa todavía es válida: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Hechos 2:21; Romanos 10:13). ¿Has invocado el nombre de Jesús? ¿Has confiado en Jesucristo para que te salve?

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