El temple del cristiano

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El temple del cristiano

Texto Principal:
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.” (, RVR60)
La palabra griega que se traduce como “templanza” es εγκρατεια (egkráteia) y significa dominio propio o continencia. En se refiere al control del deseo sexual. En se aplica a “las obras de la carne” que aparecen en vv. .
En se refiere a la disciplina del atleta quien tiene bajo control aun los deseos lícitos y buenos para alcanzar la meta más alta, de tal manera que él “de todo se abstiene”.
La templanza, o el dominio propio, era una de las cuatro virtudes cardinales del pensamiento griego clásico. Aristóteles usa esta palabra para describir a un hombre en quien prevalece la razón sobre la pasión; en quien la pasión y los instintos, aunque no han sido extirpados, llegan a ser servidores en lugar de maestros. La templanza es el ideal de la perfección del ser en una totalidad armoniosa.
Esta última virtud mencionada por Pablo, el dominio propio, hace referencia a una relación de uno consigo mismo. La persona que tiene la bendición de tener esta cualidad posee “el poder de contenerse a sí mismo”, lo que es el significado de la palabra usada en el original. El hecho de que se haya mencionado entre los vicios enumerados (v. 19) la inmoralidad, la impureza y la indecencia, muestra que era necesario mencionar el dominio propio como la virtud opuesta. Quienes verdaderamente ejercen esta virtud fuerzan a todo pensamiento a someterse en obediencia a Cristo ().
La templanza es la habilidad de mantener nuestros deseos, palabras, y hechos, en armonía con la voluntad de Dios. Es la habilidad de mantener a Dios por encima del ego. Piense en el dominio propio que demostró nuestro Salvador. Vino a este mundo para salvar a los pecadores, aunque esto lo llevaría a la cruz. Salvar a los pecadores no sólo implicaría soportar las peores torturas inventadas por la humanidad, sino también la suprema agonía de verse desamparado por Dios, sufriendo los tormentos del infierno en nuestro lugar. Cuando Jesús estaba luchando con este porvenir en Getsemaní, su naturaleza humana rehuyó cuando vio lo que le esperaba. Sin embargo, Jesús se puso completamente bajo la voluntad de su Padre. Oró: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” ().
Por naturaleza, no tenemos dominio propio. El “ego” se afirma en la rebelión desenfrenada contra Dios. Pero Cristo reina en nuestro corazón. Y es así que con el mayor agrado sometemos nuestro “ego” a él. Con mucho gusto deseamos cumplir su voluntad. Deseamos tomar todo nuestro ser y ponerlo al servicio de Cristo. El servicio al ego es la esclavitud al pecado y a Satanás. Hemos sido librados de esta esclavitud. Controlamos las pasiones y los deseos de nuestra carne. Decimos no a ellos, los crucificamos. Ofrecemos nuestro cuerpo como sacrificio vivo de agradecimiento a Dios quien nos salvó.
Las buenas obras son frutos de la fe. Es Dios quien da poder y nos capacita para que las hagamos. Como declaran las Confesiones Luteranas: “Las verdaderas buenas obras no son fruto de nuestro propio poder espiritual, sino que hace obras agradables a Dios aquella persona que mediante la fe se ha reconciliado con Dios y ha sido renovada por el Espíritu Santo, o como dice San Pablo, ‘es creada de nuevo en Cristo Jesús para buenas obras.’ ”.
(RVR60)
28Como ciudad derribada y sin muro Es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda.
Esto yace en el mismo corazón del asunto: al cristiano que practica el dominio propio no lo destruirá la cólera, ni destruirá a otros.
Este versículo debe compararse con : «Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad».
Que las personas dominen su espíritu, su «reino interior», es mejor que gobiernen el mundo. Alejandro Magno por ejemplo pudo conquistar todo el mundo conocido, sin embargo, él mismo no se pudo conquistar. Por supuesto, la única manera de tener este dominio propio es mediante el reinado del Señor Jesucristo en nuestras vidas. «Reinamos en vida» por medio de Cristo (); la carne no puede producir dominio propio porque está en guerra con Dios.
El dominio propio es lo que nos da la paciencia necesaria, si ejercemos dominio propio en el mismo comienzo del problema, nos ahorrará toda clase de problemas más tarde. compara el principio de la rencilla con una pequeña fuga en un dique; si no se tiene cuidado, la rotura aumentará y provocará una inundación. Es más fácil detener la pequeña fuga al principio, que tratar de controlar una rugiente inundación. presenta un cuadro diferente: batir mantequilla o sonarse las narices. La lección es clara: forzar la ira y atizar los problemas sólo causan más problemas. El dominio propio, producido por el Espíritu, capacitará al creyente a resolver estos asuntos con paciencia y sabiduría.
La pureza moral era una virtud específicamente cristiana, y tiende a volver a ser eso otra vez. El propósito de Dios es que sus hijos vivan en el mundo pero que se guarden limpios de la depravación moral de éste. Tal cosa es posible conforme un hombre camina por el Espíritu, pues el dominio de uno mismo es un fruto del Espíritu. Este control de uno mismo, o mejor dicho el control del Espíritu, afecta todas las áreas de la vida cotidiana.
Con lo que parece ser un toque de ironía, Pablo termina su lista de los frutos con la observación de que contra tales cosas no hay ley. En el mejor de los casos tenemos aquí una declaración muy débil que sirve para confirmar su aseveración de que toda la ley es cumplida por el amor y sus virtudes relacionadas. Su análisis del amor en acción describe dramáticamente que esta es la única manera en la que la voluntad de Dios para el hombre es cumplida en su completa esencia y espíritu. Y no es menos cierto en el siglo veinte. Una vida de amor bajo la disciplina del Espíritu es la única alternativa adecuada al legalismo tanto como a esa vida sin restricciones que se destruye a sí misma.
La preocupación principal de Pablo por la unidad y la armonía de la iglesia encuentra aquí su realización positiva. Dejará de haber disensión, divisiones, sectas, ira, enemistades, celos y envidia cuando los hombres vivan en paz los unos con los otros en benignidad, generosidad, fidelidad y mansedumbre. La virtud específicamente cristiana del control de uno mismo es la contestación no sólo al terrible trío de la depravación moral (v. 19), sino también a las borracheras y las orgías.
No se puede declarar con demasiado énfasis que una vida tal yace más allá del poder y de la fuerza del ser humano; sólo se encuentra como el fruto del Espíritu. Empero, está a la disposición de cada ser humano que esté verdaderamente en Cristo. Los males del mundo no tienen poder alguno contra el hombre cuyo corazón esté totalmente capturado por el Maestro. Tal persona vive en un mundo diferente —¡el del Espíritu!
Aplicación:
¿Qué es lo que trae sobriedad y dominio propio a un hombre, en lugar de la glotonería brutal o el ensimismamiento introvertido y sin amor? Cuando un hombre ha bebido en abundancia del santo amor de Dios por el ser humano en el Calvario, y se transforma en alguien que también ama al ser humano. Pablo mismo había pasado de ser un perseguidor farisaico de la Iglesia con un corazón duro, a convertirse en un siervo de Dios con un corazón abierto, de manera que podía decir: “Cristo vive en mí”, porque había llegado a conocer la profundidad del hecho de que “el Hijo de Dios […] me amó y se entregó a sí mismo por mí” ().
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