Miembros de la familia de Dios
Introducción
Miembros de la familia de Dios
La familia terrenal ofrece estabilidad, estímulo mutuo, un sentido de aceptación, y un lugar donde regresar cuando el mundo se torna demasiado difícil. El concepto de familia representa algo confortable, o en otras palabras: donde está la familia, ahí está el hogar. Todas estas bendiciones y más se derivan de nuestra membresía en la familia de Dios. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1).
El ser un miembro de la familia de Dios, es un privilegio disfrutado por sólo aquellos que hemos sido justificados por medio de la fe. Así como son los santos y los sacerdotes, los justificados somos completamente hijos e hijas de Dios. Él no tiene hijastros. Al declararnos justos, Dios nos arrebató del control de Satanás y nos colocó en la familia de Dios. “Por eso, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19). “Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo” (Gálatas 3:26).
Los lazos que tenemos como familia de Dios, por medio de la fe son más fuertes que el parentesco de sangre que compartimos en nuestras relaciones humanas. “Más a todos los que lo recibieron [a Jesús], a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12, 13). La justicia que Dios ha declarado como nuestra, mediante la fe es el lazo que nos une a nuestro Padre celestial. “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:11).
Así como los lazos familiares entre los miembros de la familia de Dios son más fuertes, así también las bendiciones de ser hermanos y hermanas de Jesucristo, son más grandes que las que recibimos de nuestras familias terrenales (vea Romanos 9:8). Jesús hizo la siguiente comparación: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13). David profesó tener mayor confianza en la familia de Dios que en sus relaciones terrenales: “Aunque mi padre y mi madre me dejen, con todo, Jehová me recogerá” (Salmo 27:10).
Herederos
Estrechamente conectado a esa posición, de formar parte de la familia de Dios, es la herencia que los hijos de Dios reciben. San Pablo habló de esa conexión: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:16, 17).
Al igual que la justificación por medio de la fe, nuestra posición como herederos, no es algo que ganamos ni tampoco algo que recibimos gradualmente. Desde el instante en que somos convertidos, recibimos todos los derechos como sus hijos. “Nos salvó … por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3:5–7). Eso fue cierto para los creyentes del Antiguo Testamento, tal como Noé quien por su fe “condenó al mundo y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7). Esa misma herencia recibimos nosotros, los creyentes del Nuevo Testamento: “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendencia de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29).
Obviamente, nuestra herencia consiste en nuestra recompensa final en el cielo. “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? (Santiago 2:5). “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17). Pero en la tierra ya existen privilegios que reciben los herederos de Dios. “¿No son todos [los ángeles] espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos la salvación?” (Hebreos 1:14). Vivimos con la confianza diaria de que nuestro Padre amoroso usa y controla las peores dificultades de nuestra vida para nuestro bien eventual. “Porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo. Lo que soportan es para su disciplina, pues Dios los está tratando como hijos” (Hebreos 12:6, 7 NVI)
Miembros de la familia de Dios
La familia terrenal ofrece estabilidad, estímulo mutuo, un sentido de aceptación, y un lugar donde regresar cuando el mundo se torna demasiado difícil. El concepto de familia representa algo confortable, o en otras palabras: donde está la familia, ahí está el hogar. Todas estas bendiciones y más se derivan de nuestra membresía en la familia de Dios. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1).
El ser un miembro de la familia de Dios, es un privilegio disfrutado por sólo aquellos que hemos sido justificados por medio de la fe. Así como son los santos y los sacerdotes, los justificados somos completamente hijos e hijas de Dios. Él no tiene hijastros. Al declararnos justos, Dios nos arrebató del control de Satanás y nos colocó en la familia de Dios. “Por eso, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19). “Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo” (Gálatas 3:26).
Los lazos que tenemos como familia de Dios, por medio de la fe son más fuertes que el parentesco de sangre que compartimos en nuestras relaciones humanas. “Más a todos los que lo recibieron [a Jesús], a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12, 13). La justicia que Dios ha declarado como nuestra, mediante la fe es el lazo que nos une a nuestro Padre celestial. “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:11).
Así como los lazos familiares entre los miembros de la familia de Dios son más fuertes, así también las bendiciones de ser hermanos y hermanas de Jesucristo, son más grandes que las que recibimos de nuestras familias terrenales (vea Romanos 9:8). Jesús hizo la siguiente comparación: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13). David profesó tener mayor confianza en la familia de Dios que en sus relaciones terrenales: “Aunque mi padre y mi madre me dejen, con todo, Jehová me recogerá” (Salmo 27:10).
Herederos
Estrechamente conectado a esa posición, de formar parte de la familia de Dios, es la herencia que los hijos de Dios reciben. San Pablo habló de esa conexión: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:16, 17).
Al igual que la justificación por medio de la fe, nuestra posición como herederos, no es algo que ganamos ni tampoco algo que recibimos gradualmente. Desde el instante en que somos convertidos, recibimos todos los derechos como sus hijos. “Nos salvó … por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3:5–7). Eso fue cierto para los creyentes del Antiguo Testamento, tal como Noé quien por su fe “condenó al mundo y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7). Esa misma herencia recibimos nosotros, los creyentes del Nuevo Testamento: “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendencia de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29).
Obviamente, nuestra herencia consiste en nuestra recompensa final en el cielo. “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? (Santiago 2:5). “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17). Pero en la tierra ya existen privilegios que reciben los herederos de Dios. “¿No son todos [los ángeles] espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos la salvación?” (Hebreos 1:14). Vivimos con la confianza diaria de que nuestro Padre amoroso usa y controla las peores dificultades de nuestra vida para nuestro bien eventual. “Porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo. Lo que soportan es para su disciplina, pues Dios los está tratando como hijos” (Hebreos 12:6, 7 NVI)