EN EL PODER DEL ESPÍRITU
Introducción
4. Los versículos 23–25 nos describen las dos funciones que la Ley ejercía hasta que vino la Simiente que es Cristo: (A) Era una especie de carcelero (v. 23), que nos vigilaba encerrados bajo pecado, como dice el versículo 22, para aquella fe que iba a ser revelada, es decir, para que los prisioneros se diesen cuenta de que no podían escapar, sino por fe en la promesa que había de cumplirse en Cristo (4:4, 5). La fe que había de ser revelada no es la fe subjetiva, pues esa actuaba ya desde el mismo momento posterior a la caída original (v. Gn. 3:15, con la primera promesa del Redentor), sino la fe objetiva, el mensaje del Evangelio de Cristo, poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (Ro. 1:16).
(B) Era también (v. 24) un ayo (gr. paidagogós). El «pedagogo» no era entonces un maestro, sino el esclavo encargado de llevar al niño a la escuela y enseñarle buenas maneras, etc. Viene, pues, a decir que la Ley conducía al israelita a la escuela de Cristo, puesto que todos los ritos ceremoniales eran tipos y figuras de las gloriosas realidades que en Cristo habían de tener su plena revelación y cumplimiento. «Pero venida la fe (esto es, el cumplimiento de la promesa en Cristo), ya no estamos bajo ayo, ya no necesitamos quien nos lleve a la escuela, pues hemos llegado a la mayoría de edad (vv. 26, 27; 4:5–7) y, guiados por el Espíritu de Dios, podemos aprender ya por cuenta propia (1 Jn. 2:20, 27).