Sermón sin título (2)
Dios ha considerado oportuno permitir la existencia del mal a fin de tener una plataforma para mostrar su misericordia, gracia y compasión. Si el hombre no hubiera caído jamás, no habría habido posibilidad de demostrar la misericordia divina. Pero, al permitir el mal, por misterioso que parezca, se han manifestado de forma maravillosa a todas sus criaturas sus obras de gracia, misericordia y sabiduría en la salvación de los pecadores. La redención de la Iglesia de los pecadores elegidos es el medio para que “la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer […] a los principados y potestades” (Efesios 3:10). Sin la Caída, jamás habríamos conocido la Cruz y el Evangelio.
Jones de Nayland señala: “La mejor forma de responder a la gran pregunta del origen del mal es considerar su resultado: ‘¿Qué bien produce?’. De ese modo, la cuestión se torna clara y útil. ¿Por qué nació ciego ese hombre? Para que las obras de Dios se manifestaran y Cristo pudiera curarle. ¿Por qué cayó el hombre? Para que Dios pudiera salvarle. ¿Por qué se permite el mal en el mundo? Para que Dios sea glorificado al eliminarlo. ¿Por qué muere el cuerpo del hombre? Para que Dios pueda resucitarlo. Cuando pensamos de esa forma, hallamos luz, seguridad y consuelo. Ante nosotros tenemos un ejemplo memorable de ello”.
Era el estadio más elevado que había alcanzado. ¡Qué contraste esta fe y adoración del pobre hombre sin letras, un tiempo ciego y ahora viendo en todos sentidos, con la ceguera en el juicio que había caído sobre aquellos que eran los líderes de Israel! (v. 39). La causa, tanto de lo uno como de lo otro, era la persona de Cristo. Porque nuestra relación con Él determina la visión o la ceguera cuando, o bien aceptamos la evidencia de lo que Él es por lo que indudablemente hace, o la rechazamos porque tenemos conceptos falsos de Dios y de cuál es su voluntad para nosotros. Y así, del contacto con Cristo resulta el «juicio» (v. 39).
Suya era la calamidad de la ceguera; pero además, una ceguera de la cual eran culpables y responsables (v. 41), pues era el resultado de una elección suya deliberada: por tanto, ¡su pecado –no sólo su ceguera– permanecía en ellos!