Sermón sin título (19)
EL EJERCICIO DE LOS DONES
En Colosenses 3:16, 17, Pablo presenta una exhortación maravillosa. Estas palabras apostólicas nos presentan los principios guiadores para el adecuado ejercicio de los dones del Espíritu Santo. Básicamente, cualquiera sea el don que tengamos y utilicemos, debemos usarlo “en el nombre del Señor Jesús” con gratitud y para su gloria.
Ya hemos señalado que los dones del Espíritu no son otra cosa que los dones del amor de Dios. Estos dones espirituales forman parte del conjunto de bendiciones inmerecidas que el creyente recibe con la gracia de la redención. A partir del momento en que un hombre o una mujer recibe a Cristo como su Salvador y le reconoce como el Señor de su vida, el Espíritu Santo entra a morar plenamente en él o ella. Su cuerpo se constituye así en templo del Espíritu, quien desde el centro mismo de la personalidad va desarrollando el proceso de santificación, por el cual el nuevo creyente se va transformando en una nueva criatura para Dios.
Este proceso involucra, por un lado, el afianzamiento, perfeccionamiento y reorientación de cualidades que ya estaban presentes o latentes dentro del hijo de Dios. Dones tales como los de administración, enseñanza, hospitalidad o celibato pueden ser el resultado de la operación del Espíritu sobre aptitudes, habilidades o talentos naturales del creyente. Sólo que a partir de la conversión, estas cualidades naturales pueden transformarse en carísmata, es decir, dones del Espíritu Santo. No obstante, estos talentos serán dones espirituales si y en tanto estén dedicados al servicio del Señor y a la edificación espiritual de su pueblo mediante el fortalecimiento que él concede. Si son utilizados de manera egoísta pueden resultar desastrosos, o por lo menos, inútiles para la edificación del cuerpo.
Patricio Carter: “Estoy convencido que un talento natural es un don espiritual en semilla. Cuando nacimos, Dios nos dota de determinadas capacidades. Estas pueden ser ejercitadas en la carne a través de toda la vida. Pero esos talentos naturales, si así lo deseamos, pueden ser transformados en dones espirituales. ¿Cómo? Primero, el creyente tiene que reconocer que su talento ha venido de Dios, ‘según la gracia que nos es dada’. Segundo, siembra su ‘don en semilla’ dándole sentencia de muerte; esto es, renunciando a cualquier provecho egoísta que pudiera recibir de su talento y dedicándolo al Señor. En tercer lugar, su talento resucita como don del Espíritu cuando el creyente empieza a usarlo ‘conforme a la medida de la fe que Dios le haya dado’. Así la gracia potencial encerrada en su talento llega a ser gracia real, apropiada por medio de la fe.”
Lo mismo se aplica a los dones que están más allá de las posibilidades naturales del creyente, es decir, aquellos dones que el Espíritu implanta en la vida de quien no tiene un talento natural que los sustente. Tal el caso de dones como profecía, lenguas, discernimiento de espíritus, sanidad y liberación. Estos también pueden ser una bendición o, por el contrario, pueden resultar en una maldición. Cuál será el resultado del ejercicio de los dones del Espíritu dependerá de si tales dones son usados para el bien común o para la gratificación y glorificación personal del creyente que los recibe. Es, pues, necesario que prestemos atención a la seria responsabilidad que implica el ejercicio de los dones espirituales. Para ello, consideraremos las dos alternativas que se nos presentan frente a ellos: su buen uso y su mal uso.
Los dones del Espíritu como maldición
Bill Bright: “Es importante ejercer nuestros dones bajo el poder y control del Espíritu Santo, nunca por nuestros propios esfuerzos carnales. Para un cristiano digamos, con el don de la enseñanza, es posible ejercer ese don cuando se encuentre en un estado no espiritual o carnal. Cuando eso sucede, los defectos de nuestra vieja naturaleza impiden la eficiencia del don de tal manera que Cristo es desacreditado y los creyentes son divididos en su testimonio por él.”
Los dones espirituales terminan siendo una maldición cuando no se ejercen conforme al espíritu y el propósito con el cual Dios los otorgó. Como muchas otras cosas buenas y maravillosas que Dios nos da, los dones pueden también ser distorsionados en su propósito y uso. En este sentido, hay dos preguntas que debemos formularnos a fin de desarrollar un profundo sentido de responsabilidad en relación con lo que Dios pone en nuestras manos para que lo sirvamos.
¿Cuándo los dones del Espíritu se tornan en maldición? Por un lado, los dones se tornan en una maldición cuando se los considera como un “adorno” para la persona o para la iglesia. Los dones son operaciones esenciales sin las cuales el creyente y la iglesia no pueden funcionar apropiadamente. Estas operaciones son vitales para su vida y desarrollo, y están estrechamente vinculadas al ministerio de cada uno de los miembros del cuerpo de Cristo.
Por otro lado, los dones terminan siendo una maldición cuando se los considera como una simple extensión o refinamiento de los talentos naturales. Los dones espirituales no son capacidades naturales a las que se les suma el poder de Dios. Los dones no son el poder de la carne más el poder del Espíritu, sino el poder del Espíritu obrando en y a través de la carne redimida y sujeta al señorío de Cristo. Además, los dones se tornan en maldición cuando se los considera como inalcanzables y alejados de las funciones ordinarias del ministerio cristiano. Esto ocurre cuando sólo se toma como dones espirituales a los dones más espectaculares: lenguas, milagros, sanidad, hacer milagros. Hay una tendencia a exaltar los dones como algo alejado de nuestra experiencia.
¿Por qué los dones del Espíritu se tornan en maldición? En algunos casos, es por no ejercerlos bajo el control y la guía del Espíritu. El Espíritu no reparte dones para que cada uno haga lo que quiera o le parezca con ellos. El Espíritu da dones con fines determinados. Él los entrega con una meta clara y definida, que es la edificación de la iglesia. Es importante ejercer los dones bajo el poder y el control del Espíritu Santo, y no por nuestros propios esfuerzos carnales. En otros casos, la maldición resulta de querer obtener del uso de los dones algún beneficio personal. El egoísmo nos inhabilita para el ejercicio de los dones espirituales. Cuando el egoísmo controla la vida, los defectos de nuestra vieja naturaleza impiden la eficacia del don, de manera que Cristo es desacreditado y su cuerpo se debilita.
En no pocos casos, la maldición es el fruto de no actuar con responsabilidad y amor para con los demás. En realidad éste fue el eje de la exhortación de Pablo a los corintios, tal como él la presenta magistralmente en los primeros versículos de 1 Corintios 13 (vv. 1–3). El amor es el verdadero motivo de los dones espirituales, y es el medio por excelencia para la expresión de los mismos. Como ya vimos, la comparación no es entre el amor y los dones espirituales, sino entre los dones espirituales sin amor y los dones espirituales con amor.
Harold Horton: “Primera de [sic.] Corintios trece no es una disertación sobre el amor. El tema del capítulo no es el amor. El tema es: Amor, el verdadero motivo de los dones espirituales. La comparación no es entre el amor y los dones espirituales, que es como se enseña casi universalmente, sino entre los dones espirituales SIN amor y los dones espirituales CON amor.”
Hay casos en que los dones se tornan en maldición porque el creyente no ejerce los dones en el momento adecuado o cuando se presenta la oportunidad. No todos los dones son de igual importancia en todas las etapas de la edificación de la iglesia. De la misma manera que el constructor planifica el uso de sus herramientas, Dios tiene un cronograma para la edificación de su iglesia. Hay momentos que son más propicios que otros para el ejercicio de ciertos dones, y es necesario discernir cuándo un determinado don es necesario. En otros casos, el fracaso viene por querer ejercer los dones sin pagar el precio de la preparación y el esfuerzo personal. La parábola de los talentos enseña que en el servicio en el reino es necesario esforzarnos y trabajar con lo que hemos recibido del Señor, a fin de que rinda todo su potencial (Mt. 25:20). Del mismo modo, los dones deben ser “trabajados” y desarrollados. Para ello hace falta esfuerzo, dedicación, empeño e inversión de tiempo y energía.
A veces los dones se tornan en una maldición por creer que son el resultado del merecimiento personal o que se los puede comprar de algún modo. Este fue el error de Simón el mago (Hch. 8:8–24, ver v. 20). También hay quienes encuentran maldición en el uso de los dones por ejercerlos con actitudes carnales. Estas personas sienten orgullo y jactancia por los dones que han recibido, envidia por los dones que tienen otros, desdén hacia los que no tienen sus dones, o vanagloria por los dones que ellas tienen (Fil. 2:3, 4).