No podemos dejar de decir
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No Podemos Dejar de Decir
Hechos 4:20
Introducción
“No me lo puedo callar.” ¿Has sentido alguna vez la necesidad urgente de expresar algo? ¿Has estado en una situación en que el silencio no era una opción? Dijo una vez el pastor y activista social Martin Luther King Jr “nuestras vidas comienzan su término el día que permanecemos en silencio ante las cosas que importan.” Y por eso un día en 1955 en la ciudad de Montgomery Alabama, la Sra Rosa Parks no se pudo callar cuando el conductor de un autobús le ordenó a tomar asiento en la sección designada para las personas de color – no se lo pudo callar, y dijo que no, que no iba a ese asiento.
¿Qué es lo que nos hace decir “no me lo puedo callar”? ¿Es la injusticia? ¿El deber cívico? ¿Es la ofensa a nuestra dignidad? ¿Es nuestro interés y nuestro bienestar – el interés y el bienestar de nuestros seres queridos?
En la sección de Hechos 4 que nos toca estudiar hoy vemos un retrato de los discípulos quienes respondieron ante la autoridad máxima de su día – el sanedrín – “no nos podemos callar.” ¿Qué fue lo que les motivó a responder de esa forma ante la orden del sanedrín de dejar de hablar en el nombre de Cristo Jesús? ¿Y qué de nosotros? ¿Es la comunicación de las buenas nuevas de Jesús una de esas cosas que no nos podemos callar?
Quiero enfocar este mensaje en la necesidad que nos es impuesta a transmitir el evangelio, a decir lo que hemos visto y oído. Son demasiadas las veces que elegimos callarnos precisamente cuando es menester que tengamos el denuedo y el valor de decir “no me lo puedo callar.” A veces elegimos callarnos porque tenemos miedo de lo que nos han de decir – no queremos ser vistos como gente anacrónica, provincial, fanáticos; no queremos que nos contradigan; no queremos ser reprochados. Otras veces elegimos callarnos porque pensamos que nuestra voz no se escuchará, que es inútil hablar si al cabo nadie quiere oír lo que queremos decir. Los teólogos y líderes de la iglesia en Alemania durante el ascenso y el reino de Adolfo Hitler se decidieron callarse ante las corrientes brutales de ese régimen. De hecho, el que dijo “no me lo puedo callar” – Dietrich Bonhoeffer – pagó las consecuencias con su libertad pasando dos años en la prisión de Tegel y luego con su vida siendo ejecutado por el gobierno Nazi en 1945. Y esa decisión por parte de la iglesia alemana y sus líderes y teólogos terminó siendo una mancha en el evangelio y una carga de consciencia que perduró durante muchos años en la teología alemana. Y es así también en la iglesia de Estados Unidos en nuestros días. Elegimos callarnos ante los ataques constantes en contra de los inmigrantes por parte de nuestro gobierno cuando las Escrituras nos dicen claramente: “como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios” (Levítico 19:34) y también el autor de Hebreos que nos dice: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Hebreos 13:2). ¿Qué podemos aprender del denuedo y del valor de Pedro y Juan ante el sanedrín para estos tiempos que estamos viviendo? ¿A qué principios, perspectivas y poder acudían para tener tal denuedo y valor?
Me voy a enfocar en tres aspectos de esta respuesta de Pedro y Juan ante la demanda del sanedrín que ya no hablaran más de Jesús. En primer lugar, vemos que la postura de Pedro y Juan, su decisión de no callarse, fue motivada por la obediencia a Dios. Pedro desafía a las autoridades en el versículo 19 diciendo “juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios.” En segundo lugar, vemos que la osadía de los discípulos estaba arraigada en su oficio apostólico. Dice Pedro en el versículo 20: “no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” refiriéndose específicamente a su posición como discípulos de Cristo quienes oyeron su enseñanza y sus declaraciones de primera mano y que vieron al Jesús resucitado. En tercer lugar, vemos que el valor y el denuedo de los apóstoles tenía su origen, no en sus propias virtudes, sino más bien en el Espíritu Santo. Nos dice Lucas en el versículo 8 que Pedro, al dirigirse ante el sanedrín, estaba “lleno del Espíritu Santo.” Pero antes de entrar en estos tres aspectos, quiero tomar un momento para describir el contexto literario del pasaje y para ubicarlo en el relato mayor de la sanidad del cojo que es el enfoque central del capítulo 4.
Contexto Literario
Lucas inicia esta sección describiendo el asombro de los miembros del sanedrín ante Pedro y Juan. Leemos en el versículo 13 que se maravillaban no sólo por su denuedo sino también por el hecho de que no eran hombres letrados ni oradores entrenados. Estas características, nos dice Lucas, eran prueba contundente de que “habían estado con Jesús.” También enfatiza Lucas, que el tercer hombre que se paraba entre los acusados, el cojo sanado, era prueba indubitable de la veracidad de los reclamos de los apóstoles. Luego en los versículos 15-17 vemos que los miembros del sanedrín discuten entre sí cómo pueden detener esta amenaza a su autoridad. Su gran idea, Lucas nos dice en el versículo 18, es de mandarles que ya no hablen ni enseñen de Jesús. Me imagino que aquí estaban intentando negociar – mira, si quieres estar en el pórtico de Salomón hablando con la gente está bien, siempre y cuando no mencionen más ese nombre. Y la respuesta de Pedro y Juan constituye el clímax de la sección cuando dice en los versículos 19 y 20: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.” El desenlace lo encontramos en los versículos 21 y 22 donde Lucas nos dice que los discípulos fueron soltados debido a que el pueblo seguía glorificando a Dios por el gran milagro que había hecho con este hombre cojo de cuarenta años. Con este contexto en mente, vamos a considerar tres aspectos de la respuesta climática de Pedro y Juan.
El valor y la obediencia
En primer lugar, Pedro y Juan anotan que el motivo principal por su rechazo del mandato del sanedrín y por su insistencia en predicar el nombre de Jesucristo de Nazaret es la obediencia a Dios. ¿Es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios? pregunta Pedro. Pedro les está llamando a la consciencia a los líderes religiosos la exhortación de Moisés en Deuteronomio 4:1: “Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis y viváis y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros padres os da.” Pedro entiende que la obediencia a Dios es primordial y principal no porque nos hace más perfecto que los demás, sino porque es la fuente que Dios ha apuntado para nuestro bien. Dice Pedro en 1 Pedro 1:22-23: “habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” La obediencia a la verdad nos purifica por medio del Espíritu para el amor fraternal. La invocación de la obediencia de Dios por Pedro y Juan, entonces, no es una forma de elevarse a ellos mismos por encima de los líderes sino más bien es una llamada a la consciencia a los líderes a reconocer los beneficios superiores que provee la obediencia a Dios.
La semana pasada les dije que nuestra comunicación evangelística tiene que articularse en un lenguaje redimido. La forma en que proclamamos el evangelio tiene que reflejar la misericordia y la paz que hemos experimentado a través de la redención en Cristo Jesús. Pedro pudiera haber dicho – nos rehusamos a obedecerles. Pudiera haber dicho – nosotros estamos correctos y ustedes están mal. Pero eso no fue lo que dijo. Dijo – consideren ustedes mismos a quien debemos obedecer a ustedes o a Dios. Y eso es una muestra de ese lenguaje redimido.
El valor y el oficio apostólico
En segundo lugar, vemos que el denuedo y el valor de Pedro y Juan estaba conectado a su oficio apostólico. “No podemos dejar de hablar lo que hemos visto y oído” dice Pedro en el versículo 20. Cuando Pedro dice “lo que hemos visto y oído” la referencia es a su testimonio ocular que los constituye como apóstoles. El oficio apostólico es el oficio exclusivo de aquellos quienes estuvieron con Jesús, que aprendieron de él y que presenciaron al Jesús resucitado. Y el quehacer principal del apóstol era de comunicar lo que habían visto y oído. Por eso dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 9:16: “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” ¿Por qué esta imposición? Graham Goldsworthy lo ha explicado bien al notar que en el Edén, antes de que entrara el pecado en el mundo, Dios habló directamente al hombre. Pero después de la caída Dios ha hablado por medio de la voz humana. Dice, “la palabra profética prepare el camino para la Palabra de Dios encarnada. Después de su ascenso, el ministerio de la predicación es el medio apuntado para la continuación de su principio salvador. Pero como Cristo es la palabra creadora, la única proclamación que cumple el propósito de Dios es la palabra acerca de Cristo.” Los apóstoles dieron testimonio directo de lo que Jesús dijo. Nosotros, hoy en día, nos basamos en ese testimonio apostólico para cumplir con el medio apuntado por Dios para la salvación. Le damos gracias a Dios por el denuedo y el valor de Pedro y Juan, pues es a través de su testimonio osado que hoy tenemos la Palabra creadora en Cristo Jesús.
Pudiera haber construido este mensaje en torno a como nosotros debemos ser como Pedro y Juan y como nosotros debemos de tener el denuedo y el valor para decir “no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.” Pero creo que este enfoque pierde de vista mucha de la sustancia que hay en este pasaje. El testimonio del cristiano es bueno. Lo que Dios ha hecho en mi vida y en tu vida es importante y es algo que debes de decir, que debes de compartir. Pero el testimonio en sí queda corto de la proclamación de la Palabra de Verdad. Nuestros testimonios ilustran y dan fe de una realidad mayor que es el evangelio de Cristo Jesús. Nuestros testimonios apuntan al evangelio pero no son el evangelio. Y eso es uno de los problemas que enfrentan muchas iglesias hoy en día. Decimos los pastores – no es que la gente quiere escuchar algo con lo que pueden relacionar; la gente no quiere escuchar estas historias antiguas; quieren escuchar lo moderno, lo actual. Y por eso, nos desviamos de la proclamación del evangelio y de la predicación expositiva de la Palabra y lo reemplazamos con testimonios, historietas y viñetas acerca de nuestra vida. Pero el medio apuntado por Dios por la salvación es la predicación y proclamación de su Palabra y no de nuestra palabra.
El valor y el poder del Espíritu Santo
Cuando Pedro y Juan se enfrentaron al sanedrín lo hicieron investidos del poder del Espíritu Santo. En el versículo 8, Lucas nos dice claramente que Pedro estaba lleno del Espíritu Santo. En el desenlace del pasaje también se enfatiza el poder del Espíritu. Leemos en los versículos 21 y 22: “Ellos entonces les amenazaron y les soltaron, no hallando ningún modo de castigarles, por causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho, ya que el hombre en que se había hecho este milagro de sanidad, tenía más de cuarenta años.” Está en vista aquí no sólo el poder del Espíritu en el habla de Pedro sino también el poder del Espíritu para efectuar este portento milagroso y también de abrir los ojos del pueblo para verlo por lo que era – un milagro de Dios. El poder del Espíritu en el habla de los apóstoles fue prometida por Jesús en Mateo 10:19-20: “Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.” Y el poder del Espíritu en las acciones es prometida por Jesús en Marcos 16:15-17. Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. 16El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. 17Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; 18tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.
Y ese mismo Espíritu también nos empodera a nosotros a decir “no me puedo callar.” Tenemos que esperar en el Espíritu y depender del Espíritu en el testimonio que damos del evangelio. Pues a fin de cuentas es él el que puede trabajar por medio de nuestras palabras. Muchas veces esperamos una gran injusticia, una tragedia, un atentado a nuestra dignidad, a nuestro orgullo para hablar. Pero cuando hacemos esto, nos estamos dependiendo más en nosotros mismos que en el Espíritu. Es interesante que cuando Pablo habla de contristar al Espíritu Santo en Efesios 4:30 lo hace inmediatamente después de referirse a nuestras palabras: “ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación a fin de dar gracia a los oyentes.” El Espíritu sabe cómo y cuándo hemos de hablar y él nos investirá de ese mismo poder que invistió en Pedro al hablar ante las autoridades de su día. Pero tenemos que depender de él.
Conclusión
Entonces, hermanos, ¿Qué es lo que les hace decir “no me puedo callar”? Para Pedro y Juan fue el valor que le ponían a la obediencia a Dios, su visión de su oficio apostólico y el poder del Espíritu Santo. ¿Será igual para nosotros? O ¿nos hemos preferido quedar callados cuando nuestras consciencias nos dicen que la obediencia demanda que hablemos? Y cuando tenemos la osadía para hablar, ¿hablamos nuestras propias palabras o hablamos las Palabras de Dios? Y por último, ¿dependemos del Espíritu para nuestras palabras o dependemos de nosotros mismos?